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– Ven a cenar a casa -le propuso Kathy.

Lisa habría rechazado la invitación sin pensárselo dos veces, pero entonces Kathy añadió:

– Tenemos pollo asado.

Y sin saber por qué, Lisa aceptó. ¿Por qué no?, pensó, intentando justificar su decisión. Podía empezar la dieta Scarsdale; llevaba años sin hacerla, y el pollo asado encajaba perfectamente en ella.

Diez minutos más tarde entró en la cocina de Kathy, donde la recibieron los ruidos del televisor y de los niños peleándose. Kathy estaba reventada.

– Ya casi estamos. Remueve la salsa, inútil. -Eso se lo dijo a John, su benévolo marido-. ¿Quieres beber algo, Lisa?

Lisa iba a pedir una copa de vino blanco, pero Kathy se le adelantó:

– ¿Ribena? ¿Té? ¿Leche?

– Pues… leche.

– Dale un vaso de leche a Lisa. -Kathy le pegó una patada a Jessica, que estaba revolcándose en el suelo con Francine-. En un vaso bueno. Sentaos todos a la mesa.

Lisa se dio cuenta de que a ella le servían el triple que a los demás. Kathy le puso cuatro patatas asadas en el plato antes de que ella pudiera protestar. Intentó aparentar que no estaban allí, pero tenían un aspecto delicioso, y olían tan bien… Resistió un poco más, pero al final cedió, y por primera vez en diez años se metió en la boca un trozo de patata asada. Mañana empezaré el régimen, se dijo.

– ¡Para de darle patadas a la pata de la mesa! -le gritó Kathy a Lauren, el menor de sus hijos. Lauren hizo una mueca, paró de dar patadas y tres segundos más tarde empezó de nuevo.

– Me molesta tu codo -le dijo Francine a Lisa.

– Lo siento.

– No digas que lo sientes -repuso Francine, arrepentida-. Tienes que decir que al menos tú no haces ruido con la boca.

– Ah, vale.

– O que no eres una bola de grasa -aportó Jessica.

– O que yo no me tiro pedos -dijo Lisa.

– ¡Eso!

Sentada a la pequeña mesa de la cocina, con el televisor a todo volumen, y todos con un bigotito de leche, seguramente incluida ella, Lisa tuvo una sensación de déjá vu. Pero ¿qué podía ser? ¿A qué le recordaba aquella situación? De pronto se dio cuenta. Aquello se parecía mucho a su casa de Hemel Hempstead. El bullicio, el ruido, las bromas… El ambiente era idéntico. ¿Cómo demonios he vuelto aquí?

– ¿Estás bien, Lisa? -preguntó Kathy.

Lisa asintió. Pero estaba conteniendo el impulso de salir disparada y correr hacia su casa. Ella era una chica de clase trabajadora que llevaba toda la vida intentando ser algo más. Y pese al tiempo que llevaba entregada a la ardua tarea de superarse continuamente, sin bajar jamás la guardia, había regresado inexorablemente al punto de partida.

Eso la dejó sin habla.

Nunca se había planteado qué estaba sacrificando mientras se alejaba de sus raíces para introducirse en otro mundo. Siempre le había parecido que las recompensas valían la pena. Pero sentada en la cocina de Kathy no veía ningún indicio de la gran vida que ella se había construido. En realidad estaba impresionada por todo lo que había perdido: amigos, familia, Oliver. Y todo eso a cambio de nada.

60

Era medianoche y Jack Devine estaba agotado y desanimado. Llevaba un par de horas paseando por las calles de Dublín buscando a Boo, pero no había tenido suerte. Se sentía como un detective privado malo. No sabía dónde buscar, aparte de en los portales de las calles del barrio de Ashling. ¿Dónde podía haber una guarida de buenos mendigos?

La gente a la que preguntó por la calle negó saber nada de Boo. Quizá era verdad que no lo conocían, pero Jack sospechaba que en realidad lo estaban protegiendo. Quizá debería haberles puesto un billete de diez en las manos, haberles echado el humo a los ojos y haberles dicho: «A ver si esto te refresca la memoria». ¿No era así como lo hacían en los libros de Raymond Chandler?

Jack siguió caminando y lamentando su falta de experiencia en aquellos ambientes. Se metió en los callejones, recorrió oscuros pasajes, inspeccionó muelles de carga… ¡Quizá fuera aquel! Acababa de ver un cuerpo acurrucado bajo un abrigo, tumbado sobre unos cartones.

– Perdone. Jack se agachó a su lado, y una cara muy delgada y muy joven lo miró con miedo. No era Boo-. Lo siento -dijo poniéndose en pie-. No quería molestarte.

Volvió a la calle principal, desengañado. No podía con su alma; volvería a intentarlo mañana. Fue hacia su coche, y de pronto oyó que alguien lo llamaba:

– ¡Jack! ¡Aquí!

Y allí estaba Boo, sentado en la puerta de una peluquería, leyendo un libro.

– ¿Qué? ¿De juerga? -preguntó Boo con su sonrisa desdentada.

– Pues… no. -A Jack le sorprendió que hubiera sido Boo quien lo hubiera encontrado a él-. Llevo un par de horas buscándote.

– Así que eras tú. -Poco antes, John John le había advertido de un tipo que preguntaba por él. Boo pensó que sería un policía de paisano (¿qué otra cosa iba a ser?), pero no estaba muy seguro.

– Sí, era yo.

Jack se agachó junto a él y de pronto, como si hubiera cruzado una línea invisible, lo golpeó el olor, como una bofetada. Hizo un esfuerzo para que no se le notara.

– ¿Qué pasa? -preguntó Boo con recelo. Jack le había caído bien el día que se paró a charlar con él sobre aquellas fotografías, pero por norma general la gente no buscaba a Boo a menos que tuviera algún problema.

Intentando que el pestazo no le afectara, Jack buscó las palabras adecuadas, pues no quería parecer condescendiente. Quería que Boo saliera de aquella situación sin perder del todo su dignidad.

– Tengo un problema -dijo Jack.

El rostro de Boo empezó a cerrarse, músculo a músculo.

– Tengo que cubrir una vacante en la televisión y estoy buscando a la persona adecuada. Un colega me sugirió que te contratara.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Boo entrecerrando los ojos.

– Te estoy ofreciendo un empleo. Si te interesa -añadió Jack.

El semblante de Boo era un retrato de la incomprensión. Jamás le había pasado nada parecido.

– ¿Por qué? -preguntó al cabo de un rato. La gente raramente era amable con él, y Boo desconfiaba cuando lo era.

– Ashling cree que podrías encajar, y yo respeto sus opiniones.

– Ashling…

Si ella tenía algo que ver con aquello, quizá no fuera un cuento. Pero ¿cómo no iba a ser un cuento?

– Me tomas el pelo, ¿verdad? -dijo con acritud.

– No; te lo aseguro. ¿Por qué no vienes a verme a la televisión? A lo mejor entonces me crees.

– ¿Me dejarán entrar?

Jack creyó que se le iba a partir el corazón.

– Pues claro. Si no, ¿cómo podrías trabajar?

Entonces Boo empezó a creérselo, pese a que su intuición seguía resistiéndose.

– Pero… ¿por qué? -Le brillaban los ojos, y parecía muy joven, un niño pequeño. Jack notó que también su rostro reflejaba una intensa emoción-. Nunca he tenido un empleo -agregó.

– Bueno, pues ya va siendo hora de que tengas el primero.

– ¡No puedo ser un vago toda la vida!

– Eso. -Jack no sabía si debía reír.

– Venga, anímate. -Boo le dio un codazo y compuso una sonrisa llorosa-. Y ¿solo tendré que hacer reseñas de libros, o también otras cosas?

– Esto… -Boo lo había pillado desprevenido-. También otras cosas, creo.

Al día siguiente, en la oficina, Jack le comunicó la noticia a Ashling como si fuera un regalo.

– Anoche vi a Boo y le dije lo del empleo en la televisión. Parecía muy contento.

– ¡Genial! -Su entusiasta tono no armonizó con su pálida cara.

– Necesita ropa, así que le he dicho que venga a ver a Kelvin. En la sección de moda hay mucha ropa de hombre que nadie quiere.

Ashling se quedó inmóvil. Todavía no había derramado ni una sola lágrima, pero aquello bastó para que casi se deshiciera en lágrimas.

– Eres muy amable -dijo agachando la cabeza.

– Lo que no entiendo -comentó Jack- es que al principio Boo creyó que queríamos que hiciera reseñas de libros para Colleen. ¿Por qué será?

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