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– …Punto Gaélico… -A Calvin no le interesaban las malas noticias-. El Automovilista Celta, Patatas (esa es nuestra revista sobre gastronomía irlandesa), Bricolaje Irlandés y El Hib In.

– ¿El Hib In? -se esforzó en decir Lisa. Era aconsejable seguir hablando.

– Hib in -confirmó Barry-. Es la abreviación de «hiberniano in». Una revista para hombres. Una mezcla entre Loaded y Arena. Tú tienes que lanzar una versión femenina.

– ¿Cómo se va a llamar?

– Hemos pensado llamarla Colleen. Joven, batalladora, moderna, sexy… así es como queremos que sea. Sobre todo sexy, Lisa. Y no demasiado intelectual. Olvídate de esos artículos deprimentes sobre la ablación de las mujeres en Afganistán. Ese no es nuestro público lector objetivo.

– Lo que queréis es una revista para bobas, ¿no?

– Veo que lo has captado -repuso Calvin, esbozando una sonrisa radiante.

– Lo que pasa es que yo nunca he estado en Irlanda, no sé nada del país.

– ¡Exacto! -exclamó Calvin-. Eso es precisamente lo que queremos. Nada de ideas preconcebidas, sino un enfoque fresco y sincero. El mismo sueldo, una generosa ayuda para el traslado, y empiezas dentro de dos semanas.

– ¿Dos semanas? Pero si ni siquiera me va a dar tiempo para…

– Tengo entendido que tienes una capacidad organizativa excelente -la atajó Calvin-. Impresióname. ¿Alguna pregunta?

Lisa no pudo contenerse. Normalmente, sonreía mientras todavía le estaban clavando el puñal, porque se imaginaba lo que vendría después. Pero ahora estaba conmocionada.

– ¿Qué hay del puesto de directora adjunta de Manhattan?

Barry y Calvin se miraron.

– Se lo hemos asignado a Tia Silvano, del New Yorleer -admitió Calvin de mala gana.

Lisa asintió con la cabeza. Tenía la sensación de que todo había terminado. Se levantó, dispuesta a marcharse.

– Bien, tendré que pensármelo -dijo-. ¿Cuándo tengo que contestar?

Barry y Calvin volvieron a mirarse.

Finalmente fue Calvin quien respondió:

– Ya hemos cubierto tu puesto actual.

Lisa se dio cuenta de que aquello era un hecho consumado, y tuvo la impresión de que todo se movía a cámara lenta. No tenía elección. Se quedó paralizada, gritando mentalmente, y tardó varios largos segundos en comprender que no podía hacer otra cosa que salir de la sala de juntas.

– ¿Te apetece un partidito de golf? -le preguntó Barry a Calvin cuando Lisa se hubo marchado.

– Me encantaría, pero no puedo. Tengo que ir a Dublín y hacer las entrevistas para cubrir los otros puestos.

– ¿Quién es actualmente el director ejecutivo de Irlanda? -preguntó Barry.

Calvin arrugó la frente. Se suponía que Barry tenía que saberlo.

– Un tipo llamado Jack Devine -contestó.

– Ah, ya. Un poco díscolo, ¿no?

– No lo creo. -A Calvin no le hacían ninguna gracia los rebeldes-. O por lo menos, más le vale no serlo.

Lisa intentó disimular. No quería admitir que estaba desilusionada, sobre todo teniendo en cuenta lo mucho que se había sacrificado. Pero la realidad era inapelable: Dublín no era Nueva York, se mirara por donde se mirase. Y el «generoso» paquete de ayudas para el traslado era de juzgado de guardia. Lo peor, sin embargo, era que tendría que devolver el móvil. ¡Su móvil! Era como si le hubieran amputado una extremidad.

Ninguno de sus compañeros de trabajo lamentó excesivamente su partida. Lisa nunca dejaba tocar a nadie los zapatos Patrick Cox, ni siquiera a las chicas que calzaban el número cinco. Y su costumbre de hacer comentarios personales venenosos y falsos había hecho que se ganara el apodo de Viperina. Con todo, el último día de Lisa en la oficina, el personal de Femme se reunió en la sala de juntas para realizar la despedida de rigor: vasos de plástico de vino blanco tibio que habría podido servir de quitaesmaltes, una bandeja con un desordenado despliegue de patatas fritas y ganchitos, y el rumor, nunca confirmado, de que estaban a punto de llegar las salchichas de cóctel.

Cuando todo el mundo iba por el tercer vaso de vino y por lo tanto podía esperarse que la gente hiciera gala de algún entusiasmo, alguien pidió silencio y Barry Hollingsworth hizo su clásico discurso, dándole las gracias a Lisa y deseándole suerte. Todos estuvieron de acuerdo en que lo había hecho muy bien. Sobre todo porque no se había equivocado de nombre. La última vez que despidieron a un empleado, Barry había pronunciado un conmovedor discurso de veinte minutos elogiando el extraordinario talento y la valiosa aportación de una tal Heather, mientras Fiona, la chica que se marchaba, escuchaba muerta de vergüenza.

A continuación le entregaron a Lisa los vales de Marks & Spencer por valor de veinte libras y una enorme postal con un hipopótamo y el texto «Te echaremos de menos». Ally Benn, la antigua secretaria de Lisa, había elegido cuidadosamente el regalo de despedida. Había cavilado mucho sobre los gustos de Lisa, y al final había llegado a la conclusión de que los vales de M &S le darían más rabia que ninguna otra cosa. (Ally Benn calzaba un cinco.)

– ¡Por Lisa! -concluyó Barry.

A esas alturas estaban todos colorados y exaltados, así que alzaron sus vasos de plástico, tirándose vino y trozos de corcho por la ropa, y mientras reían por lo bajo y se daban codazos, gritaron:

– ¡Por Lisa!

Lisa no se quedó más de lo imprescincible. Llevaba mucho tiempo soñando con aquella despedida, pero siempre había creído que cuando se marchara lo haría montada en una ola de éxito que la llevaría en volandas hasta Nueva York. En lugar de partir hacia lo que, en el mundo de la prensa femenina, equivalía al exilio en Siberia. Era una pesadilla espantosa.

– Tengo que irme -les dijo al grupo de chicas que habían trabajado a sus órdenes en los dos últimos años-. He de acabar de hacer el equipaje.

– Claro -dijeron ellas, coreando alegremente sus despedidas-: Buena suerte, pásatelo bien, disfruta de Irlanda, ten cuidado, no trabajes demasiado…

Cuando Lisa llegó a la puerta, Ally gritó:

– ¡Te echaremos de menos!

Lisa asintió y cerró la puerta.

– Y una mierda -añadió Ally por lo bajo-. ¿Queda vino?

Se quedaron hasta que no quedó ni una gota, hasta que desapareció la última miga de patata de la bandeja; entonces se miraron unos a otros y se preguntaron, con un ánimo peligrosamente subido de tono:

– ¿Qué hacemos?

Bajaron al Soho e irrumpieron en los bares pidiendo tequila, una verdadera horda de oficinistas afectados por la fiebre del viernes por la noche. La pequeña Sharif Mumtaz (redactora adjunta) se separó del grupo, y la acompañó a casa un chico muy amable con el que se casó nueve meses más tarde. Un individuo le compró a Jeanie Geoffrey (colaboradora de moda) una botella de champán y le aseguró que era «una diosa». A Gabbi Henderson (salud y belleza) le robaron el bolso. Y Ally Benn (la nueva directora) se subió a una mesa en uno de los pubs más concurridos de Wardour Street y bailó como una loca hasta que se cayó y se hizo diversas fracturas en el pie derecho.

Dicho de otro modo: fue una noche fabulosa.

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