– Iré a recogerte al aeropuerto.
Solo una noche, se prometió Lisa. Una noche acurrucada contra su cuerpo; eso bastaría para superar la tragedia.
Colgó sin saber qué hacer a continuación. Podía acostarse otra vez, pero en cambio decidió llamar a Jack.
– Gracias por las flores.
– No tienes que darme las gracias. Solo quería que supieras que… que… siento un gran respeto por ti y que…
– Acepto las disculpas, Jack -lo atajó ella.
– ¿Disculpas? ¿Qué quieres…? -Pero Jack se interrumpió, suspiró y dijo-: De acuerdo. Gracias.
– Cuéntame qué ha pasado -dijo Lisa intentando demostrar algún interés.
– Pues muchas cosas, y muy buenas -dijo él, más animado-. Hemos tenido que reimprimir la revista. No sé si las has visto, pero las fotografías de la fiesta han salido en cinco periódicos este fin de semana, y te han invitado a un programa de la radio nacional. Cuatro personas se han ofrecido para sustituir a Mercedes, aunque no lo habíamos solicitado. Dublín es una ciudad muy pequeña. Y ya sé en qué revista va a trabajar Mercedes. No es Manhattan, sino Froth, una revista para adolescentes.
Quizá fuera porque sabía que Oliver iba a ir a verla, o por las excelentes noticias sobre Colleen, o por lo de Mercedes, pero algo había cambiado dentro de Lisa, porque cuando Jack le preguntó: «¿Crees que podrás volver a la oficina?», ella le contestó: «Sí, creo que sí».
– Estupendo -repuso Jack-. En ese caso, no será necesario que siga escribiendo este artículo sobre cosmética masculina.
– ¿Cómo dices?
– Trix me lo ha encargado. Ahora que no estáis ni tú, ni Ashling ni Mercedes, ella es el miembro con más experiencia en redacción. Se le ha subido el poder a la cabeza. Dice que va a enviar a Bernard a hacerse una limpieza de cutis, solo para ver si consigue hacerlo llorar.
– Estaré ahí dentro de una hora.
Cuando se dirigía al cuarto de baño para darse una necesaria ducha, Lisa pasó por el dormitorio y le sorprendió ver el estado en que se encontraba. Pero ¿qué demonios le había pasado? Ella no era de esas personas que se derrumban. Ella era una superviviente, tanto si le gustaba como si no. Se sentía desgraciada, por supuesto, pero con la depresión pasaba como con las lentillas de colores: les quedaban muy bien a los demás, pero no acababan de gustarle para ella.
57
Ashling se movió un poco y encontró el teléfono; lo tenía debajo, entre las sábanas. Llevaba cuatro días durmiendo con él. Marcó el número de Marcus por enésima vez y salió el contestador automático. Luego lo llamó a la oficina. Salió el buzón de voz. Y por último al móvil.
– ¿Todavía no contesta? -preguntó Joy, expresando su solidaridad; Ted y ella estaban sentados en la apestosa cama de Ashling.
– No. Ostras, ojalá pudiera hablar con él. Necesito que me dé algunas respuestas.
– Es un cobarde de mierda. Yo de ti me presentaría en su oficina. Lo fastidiaría en sus actuaciones. Eso estaría bien -dijo Joy con dureza-. Podrías interrumpir sus gags, eso lo pondría histérico. Gritarle que es un inútil en la cama y que tiene la polla…
– … enana -dijo Ashling cansinamente.
– En realidad iba a decir llena de pecas -dijo Joy-. Pero «enana» no está mal.
– No, no podría decirlo. Ni una cosa ni la otra.
– De acuerdo, dejemos las interrupciones. Pero ¿por qué no vas a verlo? Si quieres recuperarlo, tienes que luchar por él.
– Es que no sé si quiero recuperarlo. Además, con un adversario como Clodagh no tengo ninguna posibilidad.
– No es tan guapa -dijo Joy despiadadamente.
Ambas se volvieron hacia Ted, que se ruborizó.
– Qué va -mintió él; pero lo hizo fatal.
– ¿Lo ves? -le dijo Ashling a Joy-. Él la encuentra guapísima.
Aprovechando el incómodo silencio que se apoderó de ellos, Ashling echó un desapasionado vistazo alrededor. Estaba en aquella habitación desde el viernes por la tarde. Ahora era lunes por la noche y solo se había levantado de la cama para ir al cuarto de baño. Su intención había sido dormir un poco para reponerse del golpe, y después buscar a Marcus y ver si se podía salvar algo. Pero por algún extraño motivo, no había conseguido levantarse de la cama. Ahora se encontraba a gusto allí, y no tenía ganas de moverse.
Su vacía mirada se posó en un paquetito de pañuelos de papel. No había utilizado ni uno. ¿Por qué no lloraba? Con la tristeza que la embargaba, debería estar llorando como una magdalena. Pero no había derramado ni una sola lágrima. No le temblaba la voz, no tenía una hinchazón dolorosa en la garganta, no notaba ninguna presión en los huesos de la cara.
Pero eso no quería decir que estuviera atontada. Qué va. Ojalá estuviera atontada.
– No puedo dejar de preguntarme qué hice mal -dijo lentamente, como si hablara sola-, y no creo que fuera culpa mía. Siempre le dejaba ensayar conmigo los gags nuevos. Iba a todas sus actuaciones. Bueno, a casi todas. -Mira lo que había pasado la única vez que no fue: Marcus se había enrollado con su mejor amiga-. Le daba la razón diez veces al día cuando él me decía que era el mejor y que los otros cómicos no valían nada.
– ¿Incluso yo? -preguntó Ted, vacilante-. ¿Te decía que yo no valía nada?
– No -mintió Ashling.
La noche que Ashling conoció a Marcus, él habló con gran entusiasmo de Ted, pero ahora se daba cuenta de que si lo hizo fue únicamente porque no lo tomaba en serio. Cuando quedó demostrado que Ted tenía su propio grupo de admiradores, entusiasta aunque reducido, Marcus empezó a hablar mal de él con sutileza. Como sabía que Ashling no habría permitido insultos directos, se contentaba con comentarios como «El bueno de Ted Mullins. En este negocio conviene que haya un par de pesos ligeros». Para cuando Ashling se dio cuenta de que Marcus menospreciaba a Ted, ella ya estaba demasiado metida en su papel de novia abnegada y no podía protestar.
– Solo le interesa Marcus Valentine -observó Joy-. Es un egoísta de mierda.
– No, no creas que siempre era así. A mí me divertía ayudarle. Estábamos muy unidos, éramos buenos amigos.
Eso era lo que le hacía tanto daño. Pero Marcus había conocido a una chica que le gustaba más; eso pasaba continuamente.
– ¿Intuiste que algo no iba bien? -preguntó Joy-. ¿Había cambiado su comportamiento?
Resultaba doloroso pensar en el pasado reciente a la luz de los últimos descubrimientos, pero Ashling tuvo que admitirlo:
– Estas últimas semanas en que yo he tenido tanto trabajo él estaba un tanto malhumorado. Pensé que era solo porque me echaba de menos. ¡Imagínate!
– Y ¿seguisteis…? -Joy hizo un intento desganado de formular la pregunta con delicadeza, pero desistió rápidamente-. ¿Seguisteis follando como siempre?
Ted se tapó los oídos.
– No -contestó Ashling con un suspiro-. Bajó mucho el ritmo. Yo pensaba que era por mi culpa. Pero hicimos el amor después de que yo volviera de Cork. O sea que durante un tiempo se acostaba con las dos… ¿Por qué lo toleraría Clodagh? -se preguntó, como si hablara de un personaje de algún culebrón.
– A lo mejor ella no lo sabía -sugirió Joy-. Es posible que os mintiera a las dos. O quizá te estuviera utilizando a ti para presionar a Clodagh y conseguir que dejara a Dylan. -Joy se dio cuenta demasiado tarde de la crueldad de su comentario-. Lo siento -se disculpó-. Lo he dicho sin pensar… Pero ¿y Clodagh? Si yo tuviera que elegir entre Marcus y Dylan, no dudaría ni un instante. Ostras. Perdona. ¿Te apetecen unas patatas?
Ashling negó con la cabeza.
– ¿Te apetece algo? ¿Chocolate? ¿Palomitas de maíz? -Joy señaló el amplio surtido de productos de confitería que había sobre la cómoda de Ashling.
– No, y no me traigas nada más, por favor.
– ¿Piensas levantarte de la cama algún día?
– No -dijo Ashling-. Me siento tan… humillada.
– No les des esa satisfacción -dijo Joy con firmeza.