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Y se dio cuenta de otra cosa: Jack le gustaba. No como cuando llegó a Dublín, con aquella actitud insensible y agresiva de quien está seguro de conseguir siempre lo que quiere. Entonces le gustaron su físico y su trabajo, y perseguirlo había sido simplemente un proyecto para hacerle olvidar lo desgraciada que se sentía.

Cuando Jack salió de su despacho para hacer unas fotocopias, ella se le acercó sigilosamente y, mirándolo de reojo, dijo:

– No lo habría dicho jamás.

– ¿Qué cosa?

– Que fueras un socialista aficionado al sushi -bromeó Lisa, y se apartó el pelo de la cara.

A Jack se le dilataron las pupilas, y al instante sus ojos se volvieron casi completamente negros. La mirada que le lanzó a Lisa echaba chispas.

Cincuenta minutos más tarde Trix entró de nuevo en la oficina con la bolsa del sushi colgada de su dedo meñique, manteniéndola tan alejada de su cuerpo como podía.

– ¿Qué te ha pasado hoy? -preguntó Jack-. ¿Te han tomado como rehén en el atraco a un banco? ¿Te han abducido los extraterrestres?

– No -contestó Trix-. He tenido que pararme en O'Neill's para vomitar. Toma. -Le acercó la bolsa a Lisa, por no decir que se la tiró, y luego se alejó cuanto pudo de ella-. Puaj -dijo estremeciéndose.

Lisa estaba deseando que Jack le propusiera comerse el sushi en su despacho, a puerta cerrada. Tenía unas ambiciosas fantasías en las que se daban de comer el uno al otro, compartiendo algo más que el pescado crudo. Pero Jack acercó una silla a la mesa de Lisa y, con sus grandes manos, extrajo los palillos, las servilletas y las bolsas de plástico de la bolsa de papel. Colocó una caja bento delante de Lisa y levantó la tapa de plástico, exhibiendo las pulcras hileras de sushi con un ademán elegante.

– Su comida, señora -dijo.

Ella no pudo identificar con exactitud las emociones generadas por la actitud de Jack: cuando intentaba ponerles nombre, salían disparadas. Pero eran buenas: se sentía segura, especial, en un círculo de complicidad. Observada por el resto del personal de la oficina. Lisa y Jack se comieron el sushi como verdaderos adultos.

Ashling estaba particularmente consternada, pero no podía dejar de mirarlos, de reojo, como cuando la gente mira un espantoso accidente de tráfico, haciendo muecas de dolor como si estuviera viendo algo que preferiría no ver.

Según pudo discernir, no se trataba solo de pescado crudo. Eran unos diminutos paquetitos de arroz con el pescado crudo en el centro, e iban acompañados de un complicado ritual. Había que disolver una pasta verde en una salsa que parecía de soja, y a continuación había que mojar la parte inferior del sushi en la salsa. Fascinada, Ashling contempló cómo Jack, con sus palillos, levantaba delicadamente una fina rodaja rosa, casi transparente, y la colocaba con manos expertas sobre un reluciente paquetito de arroz y pescado.

Las palabras le salieron antes de que Ashling pudiera impedirlo:

– ¿Qué es eso?

– Jengibre escabechado.

– ¿Por qué lo pones?

– Porque está bueno.

Ashling, intrigada, siguió mirando un rato más y preguntó:

– ¿Qué tal está? ¿Bueno?

– Delicioso. Tienes lo sabroso del jengibre, lo picante del wasabi, que es eso verde, y lo dulce del pescado -explicó Jack-. Es un sabor incomparable, pero adictivo.

Ashling se moría de curiosidad. Por una parte estaba deseando probarlo, pero por otra… francamente, lo del pescado crudo… ¡Crudo! ¡Pescado crudo!

– Prueba esto. Jack le tendió los palillos, con los que sujetaba el sushi que acababa de preparar.

Ashling se apartó bruscamente y se ruborizó.

– No, gracias.

– ¿Por qué no? -Jack la miraba, risueño, con sus negros ojos. Otra vez.

– Porque está crudo.

– ¿No comes salmón ahumado? -le preguntó Jack sin ocultar su regocijo.

– Yo no -terció Trix, testaruda, desde el otro extremo de la oficina, donde se había refugiado-. Antes me clavaría agujas en los ojos.

– Es tu última oportunidad. ¿Seguro que no quieres probarlo? -insistió Jack sin apartar los ojos de los de Ashling.

Ella negó con la cabeza fríamente y siguió comiéndose su bocadillo de jamón y queso, que a pesar de producirle alivio la hizo sentir en desventaja.

Lisa se alegró de que Ashling no hubiera aceptado la invitación de Jack. Estaba disfrutando de aquella intimidad con él, y además se sentía impresionada por la habilidad con que Jack manejaba los palillos. Con pericia y elegancia, como si lo hubiera hecho toda la vida. Podías llevarlo a Nobu y no te pondría en evidencia pidiendo cuchillo y tenedor. Lisa tampoco se las apañaba mal con los palillos. Era de esperar. Había pasado muchas noches entrenándose en casa, mientras Oliver se reía de ella.

«¿A quién pretendes impresionar, nena?»

Al pensar en Oliver volvió a inundarla la tristeza, pero ya se le pasaría. Jack la ayudaría.

– Te cambio el sushi de anguila por un California maki -dijo Lisa.

– ¿Qué pasa? El de anguila te da un poco de asco, ¿no? -preguntó él.

Lisa lo negó, pero acabó admitiéndolo con una sonrisa. -Sí, un poco.

Como era de esperar, Jack se comió de buen grado el sushi de anguila de Lisa. La anguila cruda era demasiado, incluso para una chica sofisticada como ella. Pero los hombres eran diferentes: ellos eran capaces de tragarse cualquier cosa, cuanto más asquerosa mejor. Conejo, emú, caimán, canguro…

– Esto tenemos que repetirlo -propuso Lisa.

– Sí-. Jack se recostó en el respaldo de la silla y asintió pensativamente-. Tenemos que repetirlo.

45

– ¡No te lo vas a creer! -Era jueves por la noche y Marcus acababa de llegar a casa de Ashling, con una cinta de vídeo bajo el brazo. Los ojos le brillaban de emoción-. El sábado por la noche voy a hacer de telonero para Eddie Izzard.

– ¿Cómo es eso?

– Tenía que hacerlo Steve Brennan, pero han tenido que ingresarlo de urgencia en el hospital. ¡Es fantástico! Será un espectáculo fabuloso.

El rostro de Ashling se ensombreció.

– No puedo ir -dijo.

– ¿Qué dices?

– ¿No te acuerdas? Te lo dije. El fin de semana que viene voy a Cork a ver a mis padres.

– Cancélalo.

– No puedo -se disculpó ella-. Llevo mucho tiempo aplazando la visita. No puedo posponerla más.

Sus padres se habían mostrado tan emocionados cuando por fin ella les confirmó que iría a verlos, que la idea de decirles lo contrario le produjo un sudor frío.

– Ve el fin de semana siguiente.

– No puedo, tendré que trabajar. Tenemos otra sesión fotográfica.

– Me interesa mucho que vengas -argumentó Marcus sin alterarse-. Es una cita importante, y voy a estrenar algunos gags. Necesito que estés allí.

Ashling se debatía en un mar de emociones contradictorias.

– Lo siento -dijo-, pero es que ya me he mentalizado y hace una eternidad que no voy. Además, ya he comprado el billete de tren.

El rostro de Marcus adoptó una expresión dolida y reservada, y a Ashling se le hizo un nudo en el estómago. Lamentaba mucho decepcionarlo, pero tenía que elegir entre defraudarlo a él o defraudar a sus padres. Le gustaba complacer a los demás, y para ella no había nada peor que aquellas situaciones en que, hiciera lo que hiciese, molestaría a alguien.

– Lo siento mucho, de verdad -insistió con sinceridad-. Pero la relación con mis padres ya es bastante complicada. Si no voy, solo conseguiré empeorarla.

Esperó a que él le preguntara qué tenía de complicada la relación con sus padres. Decidió que se lo contaría. Pero Marcus se limitó a mirarla con gesto dolido.

– Lo siento -repitió Ashling.

– No pasa nada -repuso él.

Pero claro que pasaba. Aunque descorcharon una botella de vino y se sentaron a mirar el vídeo que había llevado Marcus, el clima dejaba mucho que desear. El vino no parecía una bebida alcohólica, y Ardal O'Hanlon nunca había tenido tan poca gracia. Los remordimientos dejaron a Ashling sin vitalidad, y todos sus intentos de iniciar una conversación se estrellaban contra la pared. Por primera vez desde que había empezado a salir con él no se le ocurría nada que decir.

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