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– Ashling -dijo él.

– ¿Qué? -Pero ella ya sabía que pasaba algo. Su mirada, su tono de voz, su extrema cercanía… todo tenía una fuerte carga sexual.

– Mi dulce Ashling -susurró Dylan-. No debí dejarte. -Aquel no era el tono paternal y amistoso con que se había dirigido a ella en los once últimos años. Dylan le acarició la mejilla con un dedo.

«Lo tengo en el bote -pensó Ashling-. Han pasado once años, y ahora podría ser mío.»

Y ¿por qué no? Dylan la hacía sentirse guapa, y ella lo encontraba guapísimo. Sentía cierta curiosidad por él, por saber cómo sería en la cama. Sentía un ansia que había nacido mucho tiempo atrás y que nunca había sido satisfecha.

Barajó mentalmente diversos panoramas. Se había depilado las piernas. Estaba en los huesos. Necesitaba mucho cariño. Y tampoco le vendría mal un poco de sexo.

Pero de pronto dejó de importarle.

Le tiró una toalla a Dylan y ordenó:

– Ponte a limpiar.

Dylan la miró con gesto de sorpresa, pero obedeció; luego se sentó junto a Joy diciéndole lo que iba a pasar en la película antes de que pasara.

– Cállate -le reprendió Joy, risueña, y cuando terminó la película, lo miró y dijo-: Ahora me voy a casa a acostarme. Si quieres puedes venir conmigo.

Dylan le lanzó una rápida mirada con sus ojos color avellana, esbozó una sonrisa y se puso en pie.

– Con mucho gusto -dijo.

Ted y Ashling se quedaron mirándolos con asombro. Ashling pensó que era una broma, pero al ver que no volvían a aparecer pasados unos minutos, se dio cuenta de que no lo era.

A la mañana siguiente, Ashling llamó a Joy al trabajo.

– ¿Te acostaste con Dylan? -Creyó que lo había preguntado en voz baja, pero todos sus colegas estiraron el cuello.

– Pues claro.

– Pero ¿hiciste el amor con él?

– ¡Por supuesto!

Ashling tragó saliva.

– Y… ¿qué tal estuvo?

– Fantástico. Es guapísimo. Está muy resentido con las mujeres, como es lógico, y sé perfectamente que no me va a llamar, pero… -De pronto Joy se interrumpió y cambió de tema. Abrumada, dijo-: Ostras, Ashling, no te importa, ¿verdad? Ni me pasó por la cabeza que… Pensé que tú estabas loca por Marcus, y como yo odio tanto a Clodagh…

– No me importa -le aseguró Ashling.

«¿Seguro?»

«¿Seguro?», se preguntaron sus compañeros.

«Pues no, me parece que no.»

A principios de diciembre salió un comprador para el piso que Lisa y Oliver tenían en Londres. Como lo vendían con muebles incluidos, ella solo tenía que retirar sus objetos personales.

El fin de semana que eligió para hacerlo, Oliver estaba fuera haciendo una sesión. Habría podido esperar a que él regresara, pero decidió no hacerlo. Tenía que distanciarse de él.

Pasar por la criba los restos de su vida en común fue un proceso doloroso. Pero sus padres bajaron de Hemel Hempstead para ayudarla. La verdad es que no le fueron muy útiles, pero su incompetente cariño le hizo sentirse mejor. Cuando hubieron terminado, sus padres metieron a Lisa y todas sus cosas en su Rover de veinte años y volvieron juntos a Hemel. Aquella noche, haciendo una excepción, reservaron una mesa en el Harvester. Por una parte, Lisa habría preferido que le cortaran la cabeza a que la llevaran allí, pero por otra no le importaba.

Cuando Ashling llegó al pub, Ted ya estaba allí.

– Hola -la saludó él-. Vi a Marcus. Vi a Clodagh. No parecían enamorados. -La noche anterior había ido a una función de cómicos, y como Ashling siempre le preguntaba por ellos, pensó que le hacía un favor si le recitaba un boletín de noticias.

– Contó unos cuantos chistes nuevos sobre niños. Creo que se tira a Clodagh únicamente para conseguir material -dijo Ted, arrogante. Y era tan evidente que aquella afirmación era falsa, que Ashling se emocionó.

»Y por lo visto -prosiguió Ted al ver que a ella le estaba gustado su tono-, Dylan le pasa muy poco dinero a Clodagh, porque Marcus hizo un chiste diciendo que a su novia… Lo siento. -Hizo una pausa para que Ashling pudiera componer una mueca de dolor-. Diciendo que el ex marido de su novia le pasa una pensión que parece una limosna.

En ese momento llegó Joy.

– ¿De qué habláis?

– De la actuación de Marcus anoche.

– Menudo gilipollas. -Joy torció los labios y con voz de boba dijo-: Quiero dedicar mi actuación a Craig y Molly. No me digáis que no es de idiota.

Ashling palideció.

– ¿Le dedicó su actuación a los hijos de Clodagh?

Joy, aturdida, miró a Ted.

– Creía que eso estabas contando… ¡Mierda! Siempre meto la pata. Ashling sintió una punzada de humillación, tan hiriente como la primera.

– La familia feliz -comentó intentando sonar sarcástica.

– No durará mucho -sentenció Joy.

– Te equivocas. Seguirán juntos -la contradijo Ashling-. A Clodagh le duran mucho los hombres.

Entonces Joy le hizo una pregunta que la sorprendió:

– ¿Echas de menos a Marcus?

Ashling reflexionó. Sentía muchas emociones, todas desagradables, pero entre ellas ya no estaba el anhelo de recuperar a Marcus. Había ira, por supuesto. Y tristeza, y humillación, y cierta sensación de pérdida. Pero ya no lo echaba de menos a él; no echaba de menos su compañía, su presencia física.

– ¡Claro que me importan los niños! -insistió Marcus-. ¿Acaso no les dediqué mi actuación de anoche?

– Entonces, ¿por qué no le lees un cuento a Molly?

– Porque estoy ocupado. Tengo dos empleos.

– Pues yo estoy destrozada. No puedo ocuparme yo sola de los dos críos.

– ¿No decías que Dylan nunca estaba en casa, que siempre estaba trabajando?

– No siempre estaba trabajando -replicó Clodagh, malhumorada-. Pasaba mucho tiempo en casa.

Le pasó a Marcus un ejemplar de Caperucita roja, pero él se negó a cogerlo.

– Lo siento -dijo-, pero tengo que dedicarle una hora a mi novela.

Ella lo miró con expresión severa.

– Mi matrimonio se ha roto por culpa tuya.

– Y mi relación con Ashling se ha roto por culpa tuya. Estamos empatados.

Clodagh estaba furiosa. Ni siquiera se creía que a Marcus le gustara tanto Ashling, pero él insistía en que sí, así que ¿qué podía hacer ella?

62

Entonces llegó la Navidad y, como cada año, los pilló a todos desprevenidos. El 23 de diciembre las oficinas de Colleen cerraron por once días. «Baja por motivos familiares», lo llamaba Kelvin.

Phelim viajó desde Australia y se llevó un chasco cuando Ashling le dijo que no quería acostarse con él. De todos modos lo encajó bien y le dio el regalito que le había comprado. Ashling fue a pasar la Navidad a casa de sus padres, lo cual era digno de mención, pues había pasado las cinco anteriores con la familia de Phelim en Dublín. Owen, el hermano de Ashling, volvió a casa desde la cuenca amazónica, y su madre sintió un gran alivio al comprobar que no llevaba un plato en el labio inferior. Janet, la hermana de Ashling, viajó desde California. Estaba más alta, más delgada y más rubia de lo que Ashling recordaba. Comía mucha fruta y no iba andando a ningún sitio.

Clodagh pasó el día sola. Dylan se llevó a los niños a casa de sus padres y ella boicoteó a sus propios padres porque le dijeron que no podía invitar a Marcus. Pero en el último momento Marcus decidió pasar el día con sus padres.

Lisa fue a Hemel y agradeció enormemente los mimos que le hicieron sus padres. Había firmado y enviado los documentos del divorcio unas semanas antes de Navidad y todavía se sentía ridículamente frágil. La siguiente parte del proceso era la sentencia provisional.

La noche que Ashling regresó de Cork, se enteró de que tenía vecino nuevo. Había un chico rubio y delgado acurrucado en el portal, comiéndose un bocadillo y bebiéndose una lata de Budweiser.

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