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Ashling se encogió de hombros.

– A mí que me registren -dijo, e inmediatamente lo lamentó. Algo que no supo definir pasó por el rostro de Jack y le hizo sentirse viva. Y también la asustó-. ¿Reseñas de libros? -Intentó concentrarse, y entonces lo recordó-. Últimamente le he regalado varios ejemplares de prensa. Libros que a nadie le interesaban -se apresuró a añadir-. Y él siempre me da su opinión.

– Ah, vale. Bueno, el lunes empieza a trabajar de mensajero en la televisión. De las reseñas de libros para Colleen se encarga Lisa. Pero siempre podemos preguntárselo a ella -concluyó.

Clodagh abrió la puerta hecha un mar de lágrimas.

– ¿Qué pasa? -preguntó Marcus.

– Dylan. Es un hijo de puta.

– ¿Qué ha hecho? -Marcus la siguió a la cocina, furioso.

– Me lo merezco. -Se sentó a la mesa y se enjugó las lágrimas-. Ya sé que me lo merezco, pero de todos modos… Cada vez que lo veo me da alguna mala noticia, y me hace sentir fatal.

– ¿Qué te ha hecho? -insistió Marcus.

– Me ha obligado a devolverle todas mis tarjetas de crédito. Ha cerrado nuestra cuenta conjunta y dice que me va a pasar una pensión todos los meses. ¿Sabes de qué cantidad?

Rompió a llorar de nuevo y pronunció una cifra tan baja que Marcus exclamó:

– ¿Una pensión? ¡Eso no es una pensión, es una limosna!

Clodagh le agradeció el comentario con una sonrisa temblorosa.

– Me he portado mal, ¿qué otra cosa puedo esperar?

– Pero él tiene la obligación de cuidar de ti. ¡Eres su mujer! -Los movimientos de Marcus no correspondían a la vehemencia de sus palabras. Estaba rebuscando en los recipientes que había en el alféizar de la ventana.

– Supongo que él no tiene la impresión de que le corresponde cuidar de mí. -Hizo un pausa y preguntó-: ¿Qué haces?

– Busco un bolígrafo.

– Toma. -Clodagh le dio uno del estuche de Craig-. ¿Qué haces?

– Nada… -Escribió algo en un trozo de papel-. No es nada. Vamos a la cama -le murmuró al oído.

– Creí que no lo ibas a decir nunca. -Clodagh esbozó una sonrisa menos llorosa y lo llevó al salón.

Pero Marcus se negó a entrar. Los polvos de adolescentes en el sofá empezaban a aburrirlo.

– Vamos arriba -propuso.

– No podemos.

– ¿Cuánto va a durar este rollo de intrigas y misterio? Venga, Clodagh -dijo, persuasivo-. Solo son niños. Ellos no lo entienden.

– Eres un niño mimado -dijo ella riendo-. Pero si haces ruido…

– Si no quieres que haga ruido, no seas tan condenadamente sexy.

– Lo intentaré -repuso ella, halagada.

Pegaron un polvo fabuloso, como siempre. Con cada embestida de Marcus, Clodagh conseguía soltarse un poco más y olvidarse de su sentimiento de culpa y de su nueva penuria. Hasta que él empezó a reducir el ritmo.

– ¡Más deprisa! -le susurró ella.

Pero él siguió reduciendo el ritmo, hasta parar del todo.

– ¿Qué pasa?

– Clodagh… -dijo él con tono de advertencia, y mirando hacia otro lado.

Clodagh salió rápidamente de debajo de él. Había olvidado cerrar la puerta.

En parte fue una sorpresa ver a Craig plantado en el umbral de la puerta, mirando fijamente a Marcus; pero en parte no lo fue en absoluto.

– ¿Papi? -preguntó el niño, tembloroso y desconcertado.

– Soy Lisa, mamá.

– Hola, cariño -dijo Pauline-. Me alegro mucho de oírte.

– Yo también. -Lisa se emocionó al detectar tanto amor en la voz de su madre-. Estaba pensando ir a veros el próximo fin de semana. Si os va bien, claro -añadió.

– ¿Si nos va bien? -dijo Pauline-. ¿Cómo no iba a irnos bien? Nada nos haría más felices.

El viernes por la noche, cuando se marchó de casa de Kathy, Lisa se había sentido desnuda y desprotegida, como si le hubieran quitado todo lo que la hacía ser quien era. Y de pronto echó de menos a su madre.

Fue una reacción inesperada, como la que tuvo a continuación: pasada la primera conmoción, ya no lo encontraba tan espantoso. «Puedes sacar a la niña de la casa de protección oficial, pero no puedes sacar la casa de protección oficial de la niña», se dijo. Aquella idea no la entusiasmaba, pero tampoco la hacía sentirse desgraciada.

Al principio ella se había dejado llevar por el deseo de huir. Pero eso había desaparecido, y ahora quería regresar a sus orígenes.

– Tengo tantas ganas de verte, Lisa. No sabes cuánta alegría me das.

Pauline pareció tan contenta que Lisa se preguntó si no se habría equivocado al pensar que sus padres se sentían intimidados en su presencia. ¿Serían todo imaginaciones suyas?

Para Ashling el tiempo pasaba muy despacio. El mundo seguía siendo un paisaje desolado, y cada mañana se despertaba con una sensación parecida a la resaca. Aunque la noche anterior no hubiera bebido nada. Pero pasadas un par de semanas, se dio cuenta de que las pequeñas cosas, como lavarse los dientes o darse una ducha, ya no le resultaban tan espantosamente pesadas.

– Seguramente es por efecto de los antidepresivos -le dijo Monica por teléfono-. Esos inhibidores selectivos de serotonina son una bendición del cielo. Mucho mejores que los antiguos tricíclicos o como se llamen.

Ashling estaba sorprendida. No esperaba que los antidepresivos funcionaran, y ahora se daba cuenta de que no tenía fe en nada. Al fin y al cabo, a su madre no le habían servido, al menos durante mucho tiempo.

Aparte de asearse, se sentía capaz de ir a trabajar, siempre que no tuviera que hacer nada complicado. Siempre la había avergonzado un poco su escrupulosidad, pero ahora se daba cuenta de que seguramente eso la había salvado.

– Han llegado los horóscopos de noviembre -anunció Trix-. Formad un corro y los leeré en voz alta.

Todos los empleados dejaron lo que estaban haciendo (cualquier excusa era buena). Hasta Jack se acercó: tendría que ponerlos en vereda. Decidió que lo haría en cuanto Trix hubiera leído libra.

– Lee escorpio -le pidió Ashling.

– Pero si tú eres piscis.

– Lee escorpio. Y luego capricornio.

Clodagh era escorpio, y Marcus, capricornio; Ashling quería saber cómo les iba a ir en noviembre. Jack Devine le lanzó una mirada de censura y pesar. Sabía qué se proponía Ashling. Ella giró la cabeza con altivez. Podía leer el horóscopo que le diera la gana; al fin y al cabo, podría estar haciendo cosas mucho peores. Joy le había propuesto echarles una maldición a Marcus y Clodagh.

Según sus horóscopos, Clodagh y Marcus iban a tener muchos altibajos en noviembre. Ashling ya se lo había imaginado.

– Y tú, ¿qué signo eres, JD? -preguntó Trix.

– Señor Devine, si no te importa. -Se quedó esperando, pero al ver que Trix no se corregía, contestó-: Libra. Pero yo no creo en esas tonterías. Los libra somos muy escépticos.

Ashling lo encontró gracioso. Miró a Jack de reojo y vio que él seguía mirándola. Se sonrieron, y Ashling se agachó rápidamente debajo de su mesa. Cogió su bolso y se incorporó, pero se dio cuenta de que no necesitaba nada del bolso. ¿Lo había cogido únicamente para no tener que mirar a Jack Devine? Entonces reparó en que casi era la hora de comer, y que tenía hora con el doctor McDevitt.

Tardó diez minutos en ir andando a la consulta, y fue como si lo hiciera bajo el fuego de francotiradores. Le daba miedo salir a la calle y ver algo que pudiera causarle dolor. Llevaba la cabeza gacha y procuraba no mirar más arriba de las rodillas. Esa táctica dio resultado hasta que un refugiado bosnio intentó venderle un Big Issues antiguo. Inmediatamente la invadió la desesperación.

Pero eso no fue lo peor. Lo peor la esperaba en la consulta de McDevitt.

– ¿Cómo te va con el Prozac?

– Muy bien. -Esbozó una tímida sonrisa y preguntó-: ¿Puede recetarme más, por favor?

– ¿Efectos secundarios?

– Solo algunas náuseas y temblores.

– ¿Has perdido el apetito?

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