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El ambiente estaba cargado de tensión, y seguía llegando trabajo. Nadie tenía menos de tres proyectos a la vez encima de la mesa.

Ashling estaba tecleando los horóscopos New Age cuando Lisa dejó un montón de productos para el cabello en su mesa y dijo:

– Mil palabras. Que sea…

– No me lo digas. Sexy.

Ashling examinó aquellos cosméticos, esperando que se le ocurriera algún tema para el artículo. Había una mousse para dar volumen, una laca que prometía «levantar» las raíces, y un champú para dar cuerpo (tres productos para mujeres que querían una melena voluminosa y rizada). Pero también había una mascarilla alisadora, una crema suavizante y un acondicionador sin aclarado (estos, para mujeres que querían una melena lisa y pegada al cráneo). ¿Cómo podía reconciliar ambas cosas? ¿Cómo podía darle coherencia a su artículo? Ashling no sabía qué hacer. ¿Podías tener un cabello voluminoso y liso? ¿Podía vender la idea de que para tener el cabello voluminoso antes tenías que tenerlo liso, inventando así una nueva serie de preocupaciones para las mujeres con el cabello rizado? No, eso habría sido demasiado cruel: ejercer aquel tipo de poder tenía sus consecuencias. Suspiró y partió otro trocito de su bollo con chocolate blanco. Y entonces (quizá fuera el aporte de azúcar) tuvo una genial idea que, después del impasse, adquirió la trascendencia del descubrimiento de la ley de la gravedad. Su artículo empezaría así: «No importa lo que esperes de tu cabello…».

– ¡Al fin! -exclamó, inmensamente aliviada.

– ¿Qué pasa? -preguntó Jack desde la fotocopiadora.

– ¡Estaba tan preocupada! -Ashling hizo un ademán abarcando todos aquellos botes y tubos-. Hay muchas cosas pero no hay ningún patrón. Y todo ha encajado al darme cuenta de que cada mujer espera algo diferente de su cabello.

– Cada mujer espera algo diferente de su cabello -repitió Jack jovialmente-. Muy profundo-. Está a la altura de la teoría de la relatividad de Einstein. El tiempo no es absoluto… -dijo burlón-, sino que depende del brillo del cabello del observador en el espacio. Y el espacio tampoco es absoluto, sino que depende del brillo del cabello del observador en el tiempo. ¡Menudo trabajo hacemos aquí!

Ashling titubeó; no sabía si debía sentirse ofendida, pero Jack se le adelantó.

– Lo siento -dijo con repentina humildad-. Lo decía en broma.

– Eso es precisamente lo que me preocupa -le dijo Trix al oído a Ashling.

– ¿Has tecleado ya el artículo de Jasper French? -le preguntó Lisa a Trix.

– Sí.

Lisa se acercó a la mesa de su secretaria y revisó el artículo.

– Afrodisíaco lleva acento, ostra se escribe sin hache, y espárrago con dos erres. A ver si de vez en cuando utilizas el corrector.

– Nunca he tenido que corregir nada.

– Pues las cosas han cambiado. Colleen es una revista de alto nivel.

– Creía que éramos una revista sexy -replicó Trix, testaruda.

– Se puede ser las dos cosas a la vez. ¡Ostras! ¡Mercedes! ¿Cómo va tu artículo sobre los zapatos de talón abierto?

No era un trabajo excesivamente interesante, pero sí necesario. Y agotador.

Ashling estaba muerta de cansancio. En la oficina había mucha tensión, pero además ella soportaba la preocupación constante acerca de la brusquedad con que se habían despedido Marcus y ella el lunes por la noche. ¿Por qué no se había acostado con él? No podía decir que se estuviera reservando para la noche de bodas, admitió compungida. Sin embargo, a ella siempre le había costado adaptarse a los cambios, y hacía mucho tiempo que no se acostaba con nadie que no fuera Phelim.

Exhaló un suspiro cantarín y aceptó que la vida de la mujer moderna era muy dura. Antes, la norma era que tenías que esperar cuanto pudieras antes de acostarte con un hombre. En cambio, ahora la norma era que si querías retenerlo tenías que entregar la mercancía cuanto antes.

Marcus no la llamó ni el martes por la noche ni el miércoles por la noche, y aunque Joy no paraba de hablar de lo que ella llamaba la regla de los tres días, Ashling dijo:

– Pero ¿y si no vuelve a llamarme?

– Seamos realistas: cabe esa posibilidad. Los hombres actúan de modo misterioso. Lo que está claro es que no te va a llamar esta noche. Haz algo, aprovecha el tiempo. ¿No tienes que lavar nada? ¿Nada que pintar para contemplar cómo se seca la pintura? Porque esta es la noche ideal para hacerlo.

Ashling se prometió que si Marcus volvía a llamarla, se acostaría con él.

Durante la pausa para el desayuno de Ashling, mientras hojeaba con desgana el periódico, de pronto tropezó con su nombre. Aparecía en un artículo que hablaba del creciente éxito de los cómicos irlandeses en el Reino Unido. Las letras bailaban en la página: MaRcUs. Es mi novio. Ashling miró fijamente las pequeñas letras negras, animada por una intensa oleada de orgullo. Que desapareció rápidamente. Porque lo es, ¿no?

El que Lisa, de repente, pusiera la directa hizo que el jueves ya estuviera todo el mundo de mal rollo. Lisa estaba discutiendo con la señora Morley cuando Jack, que parecía consternado, salió de su despacho.

– Señora Morley, ¿podría reservarme una mesa para comer? Para dos personas.

– ¿En el sitio de siempre?

Cuando venía algún jefazo de Londres, Jack siempre lo llevaba a comer filetes poco hechos acompañados con vino tinto en un club con paredes forradas de madera de roble y sofás de piel.

– ¡No, no! Un restaurante agradable, un sitio que pueda gustarle a una mujer. -Parecía indefenso y desamparado. Al final, tímidamente, admitió-: Se ve que hace seis meses que Mai y yo salimos juntos.

Lisa no pudo disimular su consternación. ¿Por qué se portaba bien con Mai? ¿Por qué no se habían peleado el otro día, cuando Mai fue a verlo a la oficina? Se dio cuenta, horrorizada, de que la conducta de Jack empezaba a seguir una pauta, y la seguridad en sí misma y el optimismo de que gozaba desde que se acostara con Wayne se desvanecieron sin dejar rastro.

– ¡Suerte que no he olvidado nuestro aniversario! -dijo Jack sonriente.

– ¿Cómo lo ha hecho? -preguntó la señora Morley.

– Bueno, en realidad me lo ha recordado ella -dijo él vagamente-. Oye, Lisa, ¿cómo se llama ese restaurante al que me llevaste? Seguro que le encantará.

– Halo -dijo Lisa, pero demasiado bajo.

– ¿Cómo dices?

– Halo -repitió ella, no mucho más alto.

– ¡Eso es! -Jack estaba encantado-. ¡Lleno de pijos! Comida sofisticada a precios escandalosos. Le encantará. Si me das el número, reservaré una mesa.

– De eso. nada -le atajó la señora Morley poniendo cara de buldog-. Eso me corresponde hacerlo a mí.

Lisa se marchó, temblando literalmente de rabia y rezando para que fuera demasiado tarde para reservar mesa en el Halo.

Media hora más tarde llegó Mai, que parecía una Barbie asiática. Cuando Lisa la vio, su rabia se transformó en depresión.

– Qué traje tan bonito -dijo Trix para hacerle la pelota a Mai.

– Gracias.

– ¿Es de Dunnes?

– Sí.

Mai adoptó una actitud distante, cosa que no había hecho el día que abrieron el champán. Por lo visto, la reciente devoción de Jack había cambiado las cosas. Estaba simpática y educada, pero era sin duda la novia de su jefe.

La señora Morley hizo un movimiento con la cabeza y Mai entró meneando sus inexistentes caderas en el despacho de Jack. La puerta se cerró con firmeza detrás de ella, y todos los empleados de la oficina interrumpieron su trabajo, aguzando el oído con la esperanza, con el ansia, con el vehemente deseo de oírlos pelear. Pero pasados unos segundos aparecieron Jack y Mai cogiditos de la mano. Observados por una ávida multitud, se dirigieron hacia la salida y desaparecieron. Aunque ya era evidente que no iba a pasar nada, la oficina permanecía en silencio.

– Me gustó más lo del otro día -comentó Trix con tristeza, expresando lo que pensaban todos.

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