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– Es que tiene dos hijos. Por eso no sale mucho.

A continuación Clodagh inició una larga conversación con una mujer sentada a otra mesa. Parecían estar resolviendo los problemas del mundo, pero Ashling aguzó el oído y lo único que les oyó fue: «Si no tienes hijos no puedes entenderlo». «Es verdad. Si no tienes hijos, no puedes entenderlo.»

Entonces Clodagh se levantó y fue al lavabo. Pasados diez minutos, y al ver que no regresaba a la mesa, Ashling la buscó por la sala con la mirada y la vio conversando animadamente con tres chicas. Cuando volvió a mirar, Clodagh estaba riendo con un hombre. Poco después Clodagh hablaba con dos chicos, y hacía unos complicados ademanes con los que parecía estar explicando cómo se sacaba la leche de los pechos. Pero parecía contenta (igual que los dos chicos), así que decidió dejarla en paz. Poco después Ashling fue a la barra y mientras pedía la ronda vio a Clodagh zigzagueando entre las mesas, tropezando finalmente con una y haciendo oscilar varios vasos.

– ¡Ostras! -exclamó en voz alta.

Dos hombres apoyados en la barra también observaban a Clodagh.

– Ha ido de un pelo -comentó uno al ver que los vasos no llegaban a caer al suelo.

– Sí -repuso el otro-. Es que tiene dos hijos, por eso no sale mucho.

– Perdone, ¿podría cambiarme un Red Square por un Red Bull? -preguntó Ashling al camarero, movida por un impulso. Consideraba que Clodagh ya había bebido suficiente.

Pero sorprendentemente, pese a lo borracha que estaba, Clodagh se dio cuenta de que habían intentado colarle una bebida sin alcohol, y se lo tomó muy mal.

– ¿Me toman por gilipollas, o qué? -protestó.

– ¿La llevamos a su casa? -le preguntó Marcus al oído a Ashling, que asintió agradecida.

– No pienso marcharme hasta haberme tomado otra copa -insistió Clodagh agresivamente.

Marcus le habló con dulzura, como si se dirigiera a un niño pequeño:

– Mira, Ashling y yo queremos irnos a casa, y podemos dejarte a ti en la tuya.

– No os preocupéis por mí -replicó Clodagh.

– Verás, es que nos gustaría que vinieras con nosotros en el taxi.

– Bueno -cedió Clodagh a regañadientes-. Pero solo porque me caes bien.

– ¿Necesitáis ayuda? -se ofreció Ted, esperanzado.

– No -contestó Ashling con firmeza-. Vamos a llevar a Clodagh a su casa, con su marido.

Clodagh le dio un fuerte abrazo a Ted, frunció los labios (Ashling sintió un escalofrío) y le dio un beso en la frente.

– Eres un cielo -dijo cariñosamente-. Prométeme que vendrás a visitarme.

– ¡Te lo prometo!

– Vámonos. -Ashling la cogió por el brazo, pero Clodagh se había dado la vuelta e intentaba alcanzar a alguien más.

– Hasta luego, Jack -cantó alegremente.

– Hasta luego, Clodagh. Ha sido un placer conocerte -dijo Jack sonriendo.

– Lo mismo digo -dijo ella con voz empalagosa-. Espero veros pronto a to… ¡Ay! ¡Ashling! ¡Me vas a arrancar el brazo!

Ashling la arrastró sin miramientos hacia la puerta.

En el asiento trasero del taxi, Clodagh protestaba amarga y largamente de lo aguafiestas que eran Marcus y Ashling, de que no quería irse a casa, de que se lo estaba pasando muy bien, de que tenía dos hijos y por eso no salía mucho… Y de repente enmudeció. Se había quedado dormida con la barbilla sobre el pecho.

Cuando Dylan abrió la puerta, Marcus dijo:

– Le traemos a una mujer borracha. Firme aquí.

Entre los tres ayudaron a Clodagh a entrar en casa; luego Marcus y Ashling regresaron al taxi.

– ¿Tienes un bolígrafo? -le preguntó Marcus mientras circulaban por las calles oscuras en dirección al piso de Ashling.

– Sí.

– ¿Y una hoja de papel?

Ella ya la estaba buscando.

Con el rabillo del ojo, Ashling vio que Marcus anotaba algo en la hoja. Algo que se parecía mucho a «Le traemos a una mujer borracha. Firme aquí». Pero antes de que hubiera podido asegurarse de que era eso, él ya había doblado la hoja.

Al día siguiente, el teléfono de Ashling sonó a las ocho y cuarto. A aquella hora solo podía ser Clodagh, horrorizada. Y lo era, claro.

– Estoy despierta desde las seis -explicó con humildad-. Solo quería pedirte disculpas por lo de anoche. Lo siento mucho, de verdad. ¿Hice mucho el ridículo? Supongo que lo que pasa es que como tengo dos hijos no salgo mucho.

– Estuviste muy bien -dijo Ashling, adormilada-. Le caíste muy bien a todo el mundo.

«¿Clodagh?», preguntó Marcus moviendo los labios. Ashling asintió con la cabeza.

– Estuviste encantadora -dijo Marcus sin levantar la cabeza de la almohada-. Muy cariñosa.

– ¿Quién es? ¿Marcus? Qué simpático. Dile que me encantó su número.

– Le encantó tu número -dijo Ashling girando la cabeza hacia Marcus.

El alivio de Clodagh solo duró un instante.

– No sabes qué ganas tenía de salir, ni lo bien que me lo pasé, pero seguro que no me dejarás salir contigo nunca más. Hacía años que no me divertía tanto, pero lo he estropeado todo.

– No seas tonta. Puedes salir con nosotros cuando quieras.

– Cuando quieras -confirmó Marcus.

– Oye, Ashling… ¿Tienes idea de cómo llegué a casa?

– Te llevamos Marcus y yo en un taxi.

– Ah, sí -dijo Clodagh, más tranquila-. Ya me acuerdo. Bueno, la verdad es que no me acuerdo. Me acuerdo de haber visto actuar a los cómicos, pero prácticamente de nada más. Me parece recordar que le derramé una cerveza a alguien, pero creo que son solo imaginaciones.

– Sí, seguro.

– Lo peor es no acordarme de cómo llegué a casa. -Clodagh seguía castigándose-. Oh, Dios mío -dijo bajando la voz y reduciéndola a un gemido de incredulidad. Era evidente que acababa de recordar algo particularmente espeluznante-. Tengo la horrible sensación de que… No, no puede ser.

– ¿Qué pasa?

– Aquellas chicas con las que estuve hablando en el lavabo… Una de ellas estaba embarazada. Me parece que me ofrecí a enseñarle lo bien que se me habían curado los puntos de la episiotomía. Mierda, dime que no es cierto, por favor -gimió, desconsolada-. Son imaginaciones. Seguro.

– Seguro -mintió Ashling categóricamente.

– Bueno, y si no me lo imagino, fingiré que sí. La culpa de todo la tiene el Red Bull -exclamó-. ¡No pienso volver a probarlo jamás!

Cuando Ashling colgó, Marcus la besó y le preguntó:

– ¿Qué tal estuve anoche? ¿Te gusté?

– Pues…, no, no especialmente. -Ashling no lo entendía; no habían hecho el amor al llegar a casa.

– ¿Cómo que no? -preguntó él, angustiado.

¡Ostras! Ashling se dio cuenta demasiado tarde de que Marcus se refería a otra cosa.

– ¿En el escenario? Creía que te referías a la cama. Estuviste fantástico en el escenario, ya te lo dije.

– ¿Mejor que Bicycle Billy, «uno de los mejores cómicos de Irlanda»?

– Mucho mejor, ya lo sabes.

– Si lo supiera no tendría que preguntártelo.

– Mejor que Billy, mejor que Ted, mejor que Mark, mejor que Jimmy… Fuiste el mejor. -Ashling estaba deseando seguir durmiendo.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Pero ese gag de Jimmy, el de los hinchas de fútbol, era muy bueno.

– No estaba mal -dijo ella con cautela.

– ¿Qué nota le pondrías, en una escala de uno a diez.? -saltó Marcus.

– Un uno -dijo Ashling, bostezando-. Era una mierda. ¿Dormimos un poco?

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