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Comparado con ellos, Boo parecía casi normal.

– Ostras, perdona. Ashling, este es John John -dijo señalando al más joven-. Y este es Hairy Dave. Chicos, os presento a Ashling, mi amable vecina.

Ashling, que se sentía un tanto violenta, les estrechó las manos a ambos. ¿Y si Clodagh la viera ahora? ¡Le daría un ataque! El peludo era el que parecía más guarro, y cuando asió con su mano con costras la de Ashling, ella tuvo que contener un estremecimiento.

Un transeúnte estuvo a punto de chocar contra una farola al girar la cabeza para contemplar a aquel insólito cuarteto: Ashling tan arreglada y perfumada, y los otros todo lo contrario.

– Estás preciosa -observó Boo con sincera admiración-. Deduzco que tienes una cita con un hombre.

– Sí -afirmó ella. Y entonces, sintiendo un repentino cariño hacia Boo, admitió-: A que no adivinas con quién.

– ¿Con quién? -preguntaron los tres al unísono, acercándose más a ella.

Ashling tuvo que contener la respiración.

– Con Marcus Valentina.

Boo rompió a reír.

– ¿El humorista? -preguntó Hairy Dave con un lento y denso gruñido.

Ashling asintió.

– ¿El que hace esos chistes de búhos? -preguntó John John, muy emocionado.

¡Madre mía! ¿Tanto se había extendido la fama de Ted que hasta los marginados lo conocían? ¡Cómo se iba a poner cuando se lo contara!

– No, el de los búhos es Ted Mullins -le explicó Boo a John John-. Marcus Valentina es el de la mantequilla y los copos de nieve.

– No lo conozco -admitió John John, decepcionado.

– Es muy bueno. ¡Cuánto me alegro, Ashling! Espero que te lo pases muy bien.

– Gracias. Os dejo para que sigáis cenando tranquilos. -Ashling señaló los bocadillos que los tres mendigos habían dejado de comer al verla aparecer.

– Son de Marks & Spencer -dijo Boo-. Nos dan los que no venden. Ya sé que la ropa es horrible, pero los bocadillos son deliciosos.

De pronto los tres se pusieron en tensión, como si hubieran detectado algún peligro. Ashling miró alrededor. Por lo visto el problema eran dos policías que habían aparecido al final de la calle.

– Creo que están aburridos -dijo John John con preocupación.

– ¡Vámonos! -dijo Boo, y los tres se escabulleron-. Adiós, Ashling.

Cuando llegó al pub, Marcus ya estaba allí, con unos pantalones militares y una camiseta, tomándose una Guinness. Al verlo, Ashling se sobresaltó. Marcus se había presentado. Aquello era real.

Sus sentimientos hacia Marcus eran ambiguos. ¿Cómo lo veía? ¿Como el gilipollas pecoso y entusiasta al que no había querido llamar? ¿O como el cómico seguro de sí mismo cuya llamada había esperado con ansiedad? El aspecto físico de Marcus no la ayudó a aclarar la confusión, pues no era ni exageradamente atractivo ni completamente asqueroso. Había que reconocerlo: era del montón. Tenía el pelo castaño rojizo, sus ojos eran de un color indefinido, y por supuesto estaba aquel pequeño detalle de las pecas. Pero a ella le gustaban los chicos del montón. A ella le correspondía un chico del montón. No tenía sentido que apuntara demasiado alto.

Y aunque era del montón, su estatura significaba que al menos era una versión de lujo. Tenía un cuerpo precioso.

Al verla, Marcus se levantó y le hizo señas. Había un hueco junto a él en el banco, y Ashling se sentó.

– Hola -dijo él solemnemente una vez ella se hubo puesto cómoda.

– Hola -replicó Ashling con la misma solemnidad.

Entonces ambos rieron con timidez. Vaya, ahora le pasaba a él.

– ¿Te pido algo? -preguntó Marcus.

– Sí, un vodka con tónica, por favor.

Cuando Marcus volvió con la copa, ella le dedicó una sonrisa relajada. Marcus era tan cordial que a ella le costaba tomárselo en serio, lo cual le produjo un desalentador sentimiento de desánimo. Marcus no le gustaba. Tanta ansiedad esperando su llamada, para nada. Investigó un poco más, pasando de las pecas de Marcus a sus sentimientos hacia él y viceversa. No, no le gustaba. Estaba segura. Habría podido pasar sin depilarse las piernas. Ted habría podido ahorrarse el humillante viaje a la farmacia. Bueno, no importaba. Podían ser solo amigos. Al fin y al cabo, Marcus quizá pudiera ayudar a Ted en su carrera de cómico.

Ashling le sonrió con descaro y preguntó:

– Cuéntame, ¿qué has hecho últimamente?

De pronto recordó que aquel era el hombre que, según Lisa, estaba a punto de convertirse en una estrella, y de inmediato su desenfadada irreverencia se evaporó. Unos segundos antes le habría hablado sin reparos de sus secretos más íntimos, pero curiosamente su cerebro se había quedado sin temas de conversación.

– Nada del otro mundo -contestó él.

Ahora le tocaba a ella. ¿Qué podía decir? Lo último que tenía que mencionar era su carrera de cómico. Habría sido ingenuo por su parte, y como Marcus tenía tanto éxito, debía de estar harto de que lo elogiaran.

De modo que se llevó una gran sorpresa cuando Marcus rompió el silencio preguntándole:

– ¿Te gustó el espectáculo del pasado sábado?

– Sí -contestó Ashling-. Eran todos muy graciosos.

Notó cierta expectación en él, así que añadió, vacilante:

– Tu número gustó mucho.

– Bah, no fue de los mejores -replicó él, con una sombra de aquella vulnerabilidad de tontorrón que utilizaba en el escenario. Era evidente que sentía un gran alivio.

Volvía a tocarle a Ashling.

– ¿A qué te dedicas? Me refiero a si haces algo… aparte de ser gracioso.

– Hago software para Cablelink. Están adaptando la red a la fibra óptica.

– Ya.

– Es muy interesante. -Sonrió, atribulado-. No me extraña que tenga que hacer números cómicos. ¿Y tú? ¿En qué trabajas?

Horror.

– Trabajo en una revista femenina.

– ¿Cómo se llama?

– Colleen.

– ¿ Colleen? -Su expresión cambió de repente-. Ostras, quieren que les escriba una columna. El otro día hablé con una tal Lisa…

– Edwards. Lisa Edwards. Es mi jefa -precisó Ashling; se sentía culpable, aunque no tenía motivos.

La desconfianza alteró el rostro de Marcus, que adoptó una expresión dura y fría.

– ¿Por eso has quedado conmigo? ¿Para convencerme de que escriba la columna?

– ¡No! Nada de eso. -No quería parecer prepotente-. Yo no tengo nada que ver con eso, y no me importa que no quieras hacerla.

Lo cual no era del todo cierto. Si Marcus accedía a escribir la columna, Ashling podría considerarlo un triunfo personal, pero no quería forzar las cosas. De todos modos, la conmovió la inseguridad de él, y de pronto sintió un arrebato de instinto protector.

– En serio -dijo con voz tierna-. Si estoy aquí es únicamente porque quiero. Esto no tiene nada que ver con mi trabajo.

– De acuerdo -dijo Marcus asintiendo con la cabeza. Luego rió y agregó-: Te creo. Tienes cara de persona sincera.

Ashling arrugó la nariz.

– Vaya, no sé si me gusta tenerla. -Señaló el vaso vacío de Marcus y dijo-: ¿Otra?

– No, gracias. Oye, Ashling -dijo entonces con tono de disculpa-, ¿te importa que pasemos por una función? Solo será media hora. Me gustaría ver el número de un colega.

– ¿Por qué no? -Era evidente que aquella no iba a ser una velada de restaurante caro con luz de velas. Aunque la verdad era que Ashling prefería que no lo fuera.

La función se celebraba en otro pub que solo estaba un par de calles más allá. A Marcus lo saludaron en la puerta como si fuera una eminencia, y ambos entraron sin tener que pagar, lo cual le hizo mucha gracia a Ashling. En la abarrotada sala, continuamente se le acercaba gente (la mayoría también cómicos), y Marcus la presentó a todos ellos. Esto no está nada mal, pensó ella.

El espectáculo era parecido a otros en los que Ashling había estado. Montones de gente apiñada en una pequeña y oscura sala, con un pequeño escenario en una esquina. El cómico que a Marcus le interesaba imitaba a un maníaco depresivo y se hacía llamar el Hombre de Litio.

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