Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Lisa llegó tarde.

– ¿Dónde estabas? -le preguntó Trix-. Todo el mundo te buscaba.

– Eres mi secretaria personal -contestó Lisa con impaciencia-. Tendrías que saberlo. ¿Por qué no consultas mi agenda?

– Ah, tu agenda. Claro. -Buscó la página correspondiente y leyó en voz alta-: «Entrevista Frieda Kiely». ¿Os habéis enterado, chicos?

– Exacto -dijo Lisa subiendo el tono de voz para que la oyeran todos, y especialmente Mercedes-. Esta mañana he entrevistado a Frieda Kiely en su atelier. Es un encanto. Un verdadero encanto.

En realidad había sido una pesadilla. Una grotesca pesadilla. Antipática, histérica y con unos humos insoportables.

Cuando llegó Lisa, Frieda estaba tumbada en una chaise ion gue, con uno de sus espectaculares vestidos, y con la larga melena gris suelta hasta la cintura. Reposaba sobre montañas de tela, comiéndose un desayuno McDonald's. Pese a que Lisa había confirmado la cita con la secretaria de Frieda aquella misma mañana, Frieda estaba empeñada en que ella no había quedado con nadie.

– Pero si su secretaria…

– Mi secretaria -la interrumpió Frieda a voz en grito- es subnormal. La voy a despedir. ¡Julie! ¡Elaine! ¡Como te llames! ¡Estás despedida! Pero ya que está usted aquí… -concedió finalmente. Por lo visto le apetecía divertirse un rato.

– Hábleme de usted -dijo Lisa intentando tomar las riendas de la entrevista-. ¿Dónde nació?

– En el planeta Zog, querida -contestó Frieda arrastrando las palabras.

Lisa se quedó mirándola. No le habría extrañado que fuera verdad.

– Si prefiere que hablemos de su ropa… -dijo, tanteando el terreno.

– ¿Ropa? -le espetó Frieda-. ¡Lo que yo hago no es ropa!

Ah, ¿no? «Y si no era ropa, ¿qué era?», se preguntó Lisa.

– ¡Obras de arte, imbécil!

A Lisa no le sentó bien que la llamaran imbécil. Aquella situación le estaba resultando sumamente difícil. Pero tenía que pensar que lo hacía por el bien de Colleen.

Contuvo la rabia y prosiguió:

– ¿Podría decirme por qué tiene tanto éxito?

– ¿Por qué? ¿Por qué? -repitió Frieda con desdén-. Pues porque soy un genio. Oigo voces.

– Quizá debería verla un médico. -Lisa no pudo contenerse.

– ¡Me refiero a mis guías espirituales, idiota! Ellos me dicen lo que tengo que crear.

Un yorkshire andrajoso que llevaba puesta una chistera en miniatura entró correteando en la habitación, soltando unos estridentes y espantosos ladridos.

– Ven aquí, cariñito. -Frieda cogió al perrito en brazos y se lo pegó contra los enormes pechos, arrastrándolo por el tweed y por un huevo McMuffin-. Este es Schiaperelli, mi musa. Sin él mi genio desaparecería.

Lisa deseó que el perro sufriera un terrible accidente, sentimiento que se intensificó cuando Schiaperelli respondió a las presentaciones hincando sus afilados dientes en la mano de Lisa.

Frieda Kiely estaba horrorizada.

– ¡Oh! ¿Qué ha hecho esta desagradable periodista? ¿Te ha metido la mano en la boca? -Miró a Lisa con odio y añadió-: Si Schiaperelli se pone enfermo la demandaré. A usted y a ese periodicucho que representa.

– No represento a ningún periódico. Represento a la revista Colleen. Hicimos un reportaje en Donegal sobre su…

Pero Frieda no la escuchaba. Se incorporó, apoyándose en un codo, y le gritó a su secretaria:

– ¡Niña! ¡En este edificio hay alguien que huele a nabos! Averigua quién es y échalo de aquí. Ya sabes que no lo soporto.

La secretaria se asomó por la puerta del despachito contiguo y dijo con serenidad:

– Son imaginaciones suyas. Nadie huele a nabos.

– ¡Te he dicho que huele a nabos! ¡Estás despedida! -gritó Frieda.

Lisa se miró la mano. Aquella birria de perro le había dejado los dientes marcados. Ya no aguantaba más. Era imposible publicar un reportaje sobre aquella chiflada.

En el despachito contiguo, la secretaria, que se llamaba Flora, le frotó a Lisa la herida con tintura de árnica, que tenía allí precisamente para aquellas ocasiones.

– ¿Cuántas veces te despide al día? -le preguntó Lisa.

– ¡Uf! Muchísimas. A veces es un poco intratable -explicó Flora-. Pero eso se debe a que es un genio.

– Lo que le pasa es que está como una cabra-. Flora ladeó la cabeza y caviló unos instantes. -Sí -coincidió-. Eso también.

Lisa fue a la oficina en taxi. Bajo ningún concepto iba a darle a Mercedes la satisfacción de saber que tenía razón, que Frieda Kiely estaba completamente loca.

– Frieda es un verdadero amor -dijo Lisa a los empleados de Colleen-. Nos hemos hecho muy amigas.

Miró a Mercedes para ver cómo reaccionaba, pero sus oscuros ojos no denotaban ninguna emoción.

Media hora más tarde Jack salió de su despacho, fue directamente hasta Lisa y dijo:

– Han llamado de Londres.

Lisa dirigió hacia él sus ojos grises perfectamente maquillados; estaba demasiado nerviosa para hablar. ¡Madre mía! ¡Menuda mañanita!

Jack hizo una pausa efectista, y luego, muy despacio, dijo:

– L'Oréal… ha puesto… un anuncio de cuatro páginas…, en todos los números… de los próximos… ¡seis meses!

Esperó un momento para que Lisa asimilara la noticia. Luego sonrió, y la felicidad iluminó su rostro, generalmente atormentado. Torció las comisuras de la boca hacia arriba, mostrando su incisivo roto, y sus ojos centellearon.

– ¿Qué descuento les aplicamos? -preguntó Lisa, imperturbable.

– Ninguno. Pagan la tarifa ordinaria. ¡Porque nosotros lo merecemos! ¡Ja, ja!

Lisa permaneció inmóvil, contemplando admirada el rostro de Jack. Ahora que volvían a estar en marcha reconoció el grado de terror que había sentido la semana anterior. No hacía falta que Jack le dijera que el voto de confianza de L'Oréal sería suficiente para convencer a otras marcas de cosméticos para que compraran espacio en Colleen.

– Estupendo -logró decir.

¿Por qué había tenido que contárselo delante de todo el mundo? Si hubieran estado encerrados en el despacho de Jack, Lisa se habría echado en sus brazos y le habría dado un beso.

– ¿Estupendo?.- Jack abrió mucho los ojos.

– Deberíamos celebrarlo. -Lisa empezó a serenarse-. Podríamos ir a comer.

Su nivel de felicidad siguió aumentando cuando Jack dijo:

– Sí, me parece una idea excelente.

Se miraron fijamente y compartieron un momento de vertiginosa euforia.

– Yo me encargo de reservar una mesa. ¡Trix -dijo Lisa, jovial-, cancela mi cita en la peluquería-.Empezaba a sentirse como en los viejos tiempos-. Por cierto, Jack, ya que estás aquí, échale un vistazo a esto.

Ashling, que estaba sentada tres mesas más allá y los había estado observando con interés, vio que Lisa le enseñaba a Jack su artículo sobre el local de salsa.

– Ya te dije que haría maravillas con esta revista -comentó Lisa, jovial.

– Tienes razón -concedió Jack examinando el artículo y moviendo la cabeza con aprobación-. Es excelente.

Ashling siguió mirándolos, impotente. Lisa se las había ingeniado para atribuirse todo el mérito de su trabajo. No era justo. Pero ¿qué podía hacer ella? Nada. No se atrevía a provocar un enfrentamiento. De repente se oyó decir en voz alta:

– ¡Me alegro de que te guste! -Le temblaba la voz. Había intentado sonar despreocupada, pero sabía que su tono era tenso y extraño.

Jack giró la cabeza hacia Ashling, sorprendido.

– Lo he escrito yo -se disculpó ella-. Me alegro de que te guste -añadió sin convicción.

– Y Gerry ha hecho la composición -terció Lisa-. Y yo propuse la idea. Tendrás que aprender a trabajar en equipo, Ashling. -A Lisa le encantó la oportunidad de reprender a Ashling delante de Jack.

Pero él estaba mirando la fotografía de la pareja de bailarines; luego apartó la vista del papel y miró a Ashling con descaro, provocativamente. La mirada de Jack hizo sentir muy incómoda a Ashling, que se ruborizó.

– Vaya, vaya-. Jack torció la boca, como si estuviera reprimiendo una ancha sonrisa-. Conque a esto dedicas tu tiempo libre, ¿eh, Ashling? A los bailes cochinos…

52
{"b":"115864","o":1}