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– ¡Todos a la sala de juntas! ¡Ahora mismo!

Los que no trabajaban en Colleen rieron por lo bajo, felices de haberse librado de una bronca.

– Muy bien. -Lisa ganó un poco de tiempo recorriendo la mesa de la sala de juntas con una sonrisa aterradora-. A Jack y a mí nos gustaría que nos explicarais qué habéis hecho estas dos semanas. ¿Ashling?

– He enviado comunicados de prensa a todas las casas de diseño y…

– ¿Comunicados de prensa? -repitió Lisa con sarcasmo-. ¿No da para nada más tu talento ilimitado?

Trix, Gerry y Bernard, conscientes de sus deberes, soltaron una risita.

– ¿Acaso van a pagar nuestros clientes dos libras cincuenta para leer los comunicados de prensa de Colleen? ¡Artículos, Ashling! ¡Estoy hablando de artículos! ¿Qué tienes?

Apabullada por aquella agresividad, Ashling presentó su informe sobre el club de salsa. Mientras describía la clase, al profesor y a los otros alumnos, Lisa se relajó un poco. Aquello ya estaba mejor. Animada por los movimientos afirmativos que Lisa iba haciendo con la cabeza, Ashling describió el ambiente que había en el club después de la clase.

– Era fantástico. Bailaban a la antigua, con mucho contacto físico. La verdad es que era muy… -Vaciló un momento; no estaba segura de que fuera oportuno utilizar aquella palabra estando presente Jack Devine. Jack la hacía sentir tremendamente incómoda-. Muy sexy -se decidió por fin.

– ¿Y el factor romance? -preguntó Lisa centrando el tema-. ¿Conociste a algún chico?

Ashling se moría de vergüenza, pero admitió:

– Bueno, bailé con uno…

Los demás se pusieron a chillar, peleándose por conseguir más detalles, mientras Jack Devine observaba a Ashling con los ojos entrecerrados.

– Solo fue un baile -protestó Ashling-. Ni siquiera me preguntó cómo me llamaba.

– Hiciste fotografías del club -dijo Lisa. No era una pregunta. Ashling asintió, y Lisa añadió- Haremos un artículo a cuatro páginas. Dos mil palabras, cuanto antes. Que sea distraído.

Un sudor frío se apoderó de Ashling; habría dado cualquier cosa por seguir trabajando en Woman's Place. Ella no sabía escribir. Su punto fuerte era el trabajo aburrido; era muy buena en eso, y esa era una de las razones por las que Co/leen la había contratado. ¿No podía escribirlo Mercedes, o algún colaborador freelance?

– ¿Algún problema? -preguntó Lisa torciendo la boca con sarcasmo.

– No -susurró Ashling. Pero se le retorcieron las tripas de angustia, y se dio cuenta de que estaba con el agua al cuello. Tendría que pedirle ayuda a Joy. O quizá a Ted: él tenía que redactar muchos informes para su trabajo en el Ministerio de Agricultura.

El siguiente punto del orden del día era la columna de Trix sobre la vida de una chica corriente. El primer artículo versaba sobre los peligros de la infidelidad. Sobre lo comprometido que era estar en la cama con un novio y que otro llamara a la puerta de tu casa y que tu madre lo dejara entrar. Era divertido, escandaloso y completamente verídico.

– Madre mía, Patricia Quinn -dijo Jack sacudiendo la cabeza, admirado-. Ahora me doy cuenta de que siempre he vivido protegido de la realidad de la vida.

– No se lo recomiendo a nadie -exclamó Trix-. Aquel desgraciado con mi madre en el salón, mirando Heartbeat, y yo atrapada en el dormitorio con el otro, inventándome excusas para no salir. Envejecí diez años.

– Entonces, ¿con cuántos te quedaste? ¿Con veinticinco? -dijo Jack riendo abiertamente.

Ashling lo miró con asombro y frustración. «¿Por qué siempre es tan antipático conmigo? -pensó-. ¿Por qué a mí nunca me ríe las gracias?» Llegó a la conclusión de que a lo mejor se trataba sencillamente de que ella no era graciosa; entonces se fijó en el rostro de Lisa. Una determinación que brillaba con luz tenue y una profunda admiración. Ashling se dio cuenta de que a Lisa le gustaba Jack, y se le hizo un nudo en el estómago. Si había alguien capaz de apartar a Jack Devine de la exótica Mai, esa era Lisa. ¿Cómo sentía una mujer que detentaba ese poder?

A continuación Lisa expuso el proyecto de un artículo que se le acababa de ocurrir. Un recorrido por las camas de hotel más sexy de Irlanda. Clasificadas según la frescura de las sábanas, la firmeza del colchón, el espacio para follar, y el «factor esposas» (lo mejor eran los cabeceros de hierro forjado o los postes de las camas con dosel).

– ¡Ostras! No sé cuánto te pagan, pero desde luego lo vales -comentó Trix con admiración.

– ¿Y tú, Mercedes? -prosiguió Lisa.

– El viernes vamos a Donegal para fotografiar en exclusiva la colección de invierno de Frieda Kiely -contestó Mercedes con aire de suficiencia-. Hemos calculado que saldrán unas doce páginas.

Frieda Kiely era una diseñadora irlandesa que vendía mucho en el extranjero. Sus creaciones eran magníficas, muy originales: mezclaba el rugoso tweed irlandés con el más liviano chiffón; el lino del Ulster con parches de seda tejida al crochet; mangas de punto que llegaban hasta el suelo. El resultado era romántico y atrevido. Demasiado atrevido para el gusto de Lisa. Puestos a pagar aquellos precios (cosa que ella jamás haría, por supuesto), prefería las líneas elegantes del señor Gucci.

– ¿No podríamos incluir una entrevista con la diseñadora? -sugirió Lisa.

Mercedes rió y dijo:

– Qué va. Está completamente chiflada. Solo dice tonterías.

– Precisamente por eso -le espetó Lisa-. Podría resultar una lectura interesante.

– No te imaginas cómo es esa mujer…

– Vamos a presentar su colección de invierno; lo mínimo que puede hacer es contarnos lo que toma para desayunar.

– Es que…

– Sorpréndeme -dijo Lisa con chispa, parodiando a Calvin Carteo. Quizá Mercedes lo hubiera encontrado gracioso, de haberlo sabido, pero como no lo sabía, se limitó a lanzarle una breve mirada de odio a su jefa.

– ¿Cómo va la portada? -preguntó Jack a Gerry.

Lisa los miró con inquietud. Gerry era tan callado que ella no le hacía ningún caso, de modo que no tenía ni idea de si era bueno en su trabajo. Pero Gerry sacó varios proyectos de portada: tres chicas diferentes recubiertas de texto en diferentes tipos de letra. El tono que había conseguido era considerablemente sexy y divertido.

– Excelente -dijo Jack. Luego miró a Lisa y añadió-: Y ¿qué tal va la columna del famoso?

– Estoy en ello -respondió Lisa sonriendo con soltura. Ni Bono ni The Coros habían contestado sus llamadas-. Pero tengo algo más interesante. Aunque nuestra revista es femenina y nuestro público lo forman en un noventa por ciento mujeres, creo que sería oportuno que Colleen tuviera una columna escrita por un hombre.

Un momento, pensó Ashling, anonadada. Eso fue idea mía… Intentó articular algunos oh y ah, mientras Lisa continuaba hablando alegremente.

– Hay un cómico de micrófono que, según tengo entendido, está a punto de convertirse en una estrella. El caso es que se niega a hacer nada para una revista femenina, pero voy a convencerlo para que ceda.

Zorra, pensó Ashling. ¿Nadie se había dado cuenta?

– Yo… -consiguió decir Ashling al fin.

– ¿Qué? -saltó Lisa, mirándola con aquellos aterradores ojos grises, fríos y duros como canicas.

– Nada -balbuceó Ashling, pues no se le daba nada bien hacer valer sus derechos.

– Será un golpe maestro -añadió Lisa sonriendo a Jack.

– ¿Quién es él?

– Marcus Valentina.

– ¿En serio? Jack estaba muy animado.

– ¿Qui-quién? -preguntó Ashling, que todavía no se había recuperado del primer golpe.

– Marcus Valentina -repitió Lisa con impaciencia-. ¿Has oído hablar de él?

Ashling asintió con la cabeza. Jamás se le habría ocurrido pensar que aquel tipo lleno de pecas estuviera «a punto de convertirse en una estrella». Lisa debía de haberse equivocado. Pero parecía tan segura de lo que decía…

– Actúa el sábado por la noche en un local que se llama River Club -prosiguió Lisa-. Iremos tú y yo, Ashling.

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