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Para distraerse, Ashling pulsó unas cuantas teclas del ordenador, y se llevó una grata sorpresa al ver que tenía un e-mail. Era un chiste que le había enviado Joy. ¿Qué diferencia hay entre un erizo y un BMW?

– Un chiste, chicos -dijo Ashling a nadie en particular. Todos dejaron de trabajar al instante. Cualquier excusa era buena-. ¿Por qué los hombres no se ahogan?

– Ya lo sé -bramó Jack Devine, que se dirigía a su despacho a grandes zancadas.

– Pero si ni siquiera sabes qué voy a decir -protestó Ashling.

– Porque flotan, como la mierda -dijo Jack, y pegó un portazo.

Ashling se quedó atónita.

– ¿Cómo lo sabía? -preguntó.

– Ese chiste circula hace un par de días -explicó Kelvin-. Se lo habrá contado alguien.

– ¡Ah! Creía que había vuelto a pelearse con su novia.

– ¿No os habéis parado a pensar en la cantidad de presión que soporta el pobre señor Devine? -La señora Morley se había levantado de su silla (aunque con eso no conseguía parecer más alta), y habló con un tono cargado de rabia e instinto protector-. El sábado estuvo negociando con el sindicato de técnicos hasta las diez de la noche. Y esta mañana tiene una reunión con tres ejecutivos que han venido de Londres, entre ellos el contable del grupo, para discutir sobre asuntos muy serios. Pero por lo visto, eso a ninguno de vosotros os importa. Y debería importaros -concluyó con tono amenazador.

Aunque en general todos la consideraban una pelmaza que no hacía más que sembrar pesimismo, sus palabras tuvieron un efecto aleccionador en el personal. Sobre todo en Lisa. Seguía sin haber noticias sobre los ingresos provenientes de la publicidad. Lisa tenía nervios de acero, pero aquella situación la estaba sacando de quicio incluso a ella.

Jack salió de su despacho.

– Acaban de llamar -le informó la señora Morley-. Llegarán dentro de diez minutos.

– Gracias-. Jack suspiró y, distraído, se mesó el despeinado cabello. Parecía cansado y preocupado, y de pronto Ashling sintió lástima por él.

– ¿Quieres una taza de café antes de la reunión? -le preguntó con compasión.

Él la miró con sus oscuros ojos y, cabreado, respondió:

– No, no vaya a ser que me despierte.

«Pues vete al cuerno», pensó Ashling, que ya no se compadecía de Jack.

– Ven a ver esto, Ashling -dijo entonces Gerry.

Ella se acercó a la pantalla de Gerry y se quedó impresionada por cómo había quedado el artículo: era un reportaje de cuatro páginas, vistoso, divertido, atractivo e interesante. El texto estaba distribuido en tiras y columnas, y dominado por la erótica fotografía de la pareja bailando, con el cabello de la mujer rozando el suelo.

Gerry lo imprimió todo y Ashling se lo llevó a Lisa, como si se tratara de una ofrenda sagrada. Lisa examinó las páginas sin decir ni pío. Ni siquiera la expresión de su rostro daba alguna pista de lo que estaba pensando. El silencio se prolongó tanto que la emoción de Ashling empezó a disminuir y a convertirse en preocupación. ¿Y silo había entendido mal? Quizá no fuera aquello lo que Lisa quería.

– Aquí hay una falta de ortografía -dijo Lisa con voz monótona-. Y aquí, un error tipográfico. Y aquí otro. Y otro. -Cuando llegó al final del artículo, se lo devolvió a Ashling y dijo-: Muy bien.

– ¿Muy bien? -repitió Ashling, que seguía esperando que Lisa reconociera cuánto había trabajado y cuánto se había esmerado.

– Sí, muy bien -dijo Lisa con impaciencia-. Corrígelo y pásalo.

Ashling le lanzó una mirada iracunda. Estaba tan disgustada que no pudo evitarlo. Ella no podía saber que aquello significaba un gran elogio por parte de Lisa. Cuando los empleados de Femme oían gritar a Lisa: «Llévate esta mierda de mi mesa y escríbelo otra vez», solían considerarlo un homenaje.

Entonces Lisa se acordó de una cosa y cambió de tema.

– Oye, ¿quién era ese tipo con el que ibas anoche? -preguntó con exagerada indiferencia.

– ¿Qué tipo? -Ashling sabía perfectamente a quién se refería, pero quería vengarse.

– Uno rubio. Te marchaste de aquí con él.

– Ah, ya. Era Dylan. -Ashling no dijo nada más. Estaba disfrutando de lo lindo.

– Y ¿quién es Dylan? -tuvo que preguntar Lisa.

– Un amigo mío.

– ¿Soltero?

– Está casado con mi mejor amiga. ¿Qué? ¿Te gusta mi artículo? -insistió con tesón.

– Ya te he dicho que está bien -contestó Lisa con fastidio. Y añadió algo con lo que hurgaba en la herida-: Creo que podríamos convertirlo en una sección. Prepara otro reportaje sobre cómo ligar para el número de octubre. ¿Qué fue lo que propusiste en la primera reunión que celebramos? ¿Ir a una agencia matrimonial? ¿A montar a caballo? ¿Navegar por internet?

Se acuerda de todo, pensó Ashling, que no se sentía capaz de hacer otro esfuerzo monumental el mes siguiente y cada mes. ¡Y sin que Lisa elogiara su trabajo!

– Aunque también podrías escribir algo sobre la posiblidad de ligar en una función de cómicos de micrófono -añadió Lisa con una astuta sonrisa.

Ashling se encogió de hombros, abochornada.

– ¿Ya te ha llamado? -preguntó de pronto Lisa.

Ashling negó con la cabeza; le fastidiaba tener que reconocer su derrota. ¿Y si Marcus había llamado a Lisa? Seguro que sí; por eso se estaba mostrando tan cruel con ella. Tras unos segundos de silencio, la venció la curiosidad.

– ¿Y a ti? -preguntó.

Lisa también negó con la cabeza, lo cual sorprendió mucho a Ashling.

– ¡Es un gilipollas! -exclamó con vehemencia y profundo alivio.

– ¡Un imbécil! -coincidió Lisa, y soltó una inesperada risotada.

De repente Ashling encontró muy gracioso que Marcus Valentina no las hubiera llamado a ninguna de las dos.

– ¡Hombres! -Las onerosas horas de espera que Ashling había soportado desde el sábado se disolvieron en una carcajada.

– ¡Hombres! -coincidió Lisa, riendo también.

Entonces ambas se fijaron en Kelvin, que estaba plantado en medio de la oficina, rascándose distraídamente el paquete y con la mirada perdida. Era una imagen tan típica, que cuando Ashling y Lisa volvieron a mirarse, se desternillaron de risa.

Lisa rió con ganas. Y eso la animó y la relajó tanto que se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no reía de verdad. Una carcajada como Dios manda, de esas que te hacen olvidar todo lo demás.

– ¿Qué pasa? -preguntó Kelvin, ofendido-. ¿Qué os hace tanta gracia?

Aquello bastó para que Ashling y Lisa volvieran a empezar. La risa les hizo olvidar su desconfianza mutua, y al menos por un momento se sintieron unidas.

Secándose las lágrimas y tocándose las doloridas mejillas, Lisa, llevada por un impulso, le dijo a Ashling:

– Tengo invitaciones para una presentación de cosméticos que hay esta tarde. ¿Quieres venir conmigo?

– ¿Por qué no? -respondió Ashling alegremente. Estaba agradecida, pero ya no lastimosamente agradecida.

La presentación de cosméticos era de Source, la marca de moda, pues gozaba de mucha popularidad entre las supermodelos y las famosas. Todos sus productos, cuyos desorbitados precios inspiraban gran confianza, eran ecológicos; los envases eran biodegradables, reciclables o reutilizables; y la empresa alardeaba de reinvertir parte de sus beneficios en la replantación de árboles, la reconstrucción de la capa de ozono, etcétera, etcétera. (En realidad invertían el 0,003% de los beneficios descontados los impuestos, y después de que los accionistas hubieran recibido sus dividendos. En la práctica la suma ascendía a unas doscientas libras, pero eso a la gente no le importaba, aunque lo supiera. Se habían tragado aquello de «Source: la belleza responsable».)

El escenario de la presentación era el hotel Morrison, no muy lejos de la oficina. De todos modos, Lisa se empeñó en ir en taxi. Habrían llegado antes si hubieran ido a pie, porque el tráfico estaba fatal, pero a ella no le importaba. En Londres Lisa no iba a pie a ningún sitio, y consideraba que era una afrenta a su estatus el que tuviera que hacerlo en Dublín.

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