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Para ser un cómico de micrófono, Marcus Valentina era un fenómeno extraño. Su número no contenía referencias a la masturbación, a las resacas ni a Ulrike Johnson. Eso era muy poco habitual. Su técnica consistía en presentarse como «el hombre perplejo ante la vida moderna», un tipo al que se le acaba la mantequilla, baja al supermercado y se queda hecho un lío porque no sabe decidir entre la mantequilla especial para untar, la mantequilla insaturada, la mantequilla polinsaturada, la mantequilla salada, la mantequilla sin sal, la mantequilla sin grasas, la mantequilla baja en grasas y una cosa que no es mantequilla sino que solo lo parece. Resultaba encantador y simpático, a pesar de las pecas. Desconcertado y vulnerable. Y tenía un cuerpo que no estaba nada mal. Ashling catalogó todas esas virtudes con alarma.

A continuación enumeró rápidamente las razones por las que había rechazado a Marcus Valentina. Una: su entusiasmo. Los ojos centelleantes y la falta de cinismo no resultaban sexis. Era triste, pero cierto. Dos: sus pecas. Tres: el hecho de no disimular que ella le gustaba. Cuatro: su estúpido nombre.

Pero cuando levantó la cabeza y lo miró, y vio sus largas piernas y sus anchos hombros, se dio cuenta de que corría el peligro de caer en la trampa del escenario. Por si eso fuera poco, Marcus Valentina había dicho que la llamaría por teléfono y no lo había hecho. Aquella era una combinación fatal. No, no voy a hacerlo, se dijo, no pienso hacerlo… Era como meterse los dedos en las orejas y ponerse a gritar: «¡Lalalala! ¡No te oigo! ¡No te oigo!».

– ¡Copos de nieve! -exclamó Marcus recorriendo la sala con los ojos muy abiertos y con expresión cándida-. Dicen que no hay dos iguales.

Hizo una pausa, y a continuación bramó:

– Pero ¿cómo lo saben?

Mientras la gente se retorcía de risa, Marcus preguntó, desconcertado:

– ¿Los han comparado uno por uno? ¿Lo han comprobado?

Luego pasó al siguiente gag.

– Había una chica con la que quería salir -dijo Marcus a su embelesado público.

«¿Se referirá a mí?», se preguntó Ashling.

– Pero la última vez que le pedí el número de teléfono a una chica, ella me contestó: «Está en la guía». El problema era que yo no sabía cómo se llamaba, y cuando se lo pregunté me contestó… -Hizo una pausa, y calculando el tiempo a la perfección, prosiguió-: «También está en la guía».

El público estalló en risas y aplausos cordiales, del tipo «veo que no soy el único».

– Decidí tomármelo con calma. -Esbozó una sonrisa torpe con la que acabó de ganarse al público-. Se me ocurrió imitar a Austin Powers y pedirle a aquella chica que me llamara ella a mí. Así que escribí mi nombre y mi número de teléfono en un papel y me pregunté qué diría Austin Powers en una situación como aquella. -Cerró los ojos y se puso la yema de los dedos sobre las sienes para expresar que estaba en íntima comunión con Austin Powers-. Y de repente se me reveló. Llamez-moi! Fino, ingenioso, sofisticado. ¿Qué mujer podría resistirse? Llamez-moi!

«Soy famosa», pensó Ashling y sintió un impulso irrefrenable de levantarse y decírselo a todo el mundo.

– Y ¿sabéis qué? -Marcus paseó la mirada por el público, con una adorable expresión de tontorrón. La gente lo miraba atentamente, embelesada, mientras él prolongaba el silencio al máximo, sosteniendo al público en la palma de su pecosa mano-. ¡No me llamó!

No cabía duda que Marcus Valentina tenía madera de estrella.

Lisa se levantó del asiento en cuanto el cómico abandonó el escenario. Marcus Valentina ya había rechazado su invitación para comer cuando Trix llamó a su agente, pero Lisa confiaba en que con halagos desmesurados y con su presencia lograría hacerle cambiar de opinión. Ashling vio cómo Lisa lo abordaba al pie del escenario, y se preguntó si debía seguirla. No quería acercarse demasiado a Marcus, por si él la veía. Por si él pensaba… Pero Ted estaba rodeado de admiradoras, y Joy acababa de ver al Hombre Te… a Micke hablando con otra chica y había ido a investigar. Se quedó un rato más sentada, sola, y finalmente se levantó.

Se quedó mirando, con curiosidad, cómo Marcus miraba a Lisa mientras esta le soltaba su discursito. Tenía la cabeza ladeada y torcía las comisuras de la boca hacia abajo componiendo una mueca encantadora. Entonces Lisa dejó de hablar y empezó a hacerlo él. Marcus estaba en mitad de lo que parecía una negativa rotunda, cuando de pronto vio a Ashling y se detuvo bruscamente.

– Hola -dijo desde lejos, y le dedicó una amplia sonrisa, mirándola a los ojos, proyectando todo su cariño. «Como si fuéramos cómplices de algo», pensó Ashling, alarmada. «Seguro que cree que he venido aquí expresamente para verlo.»

Marcus siguió hablando un rato más, pero no paraba de mirar de soslayo; entonces le tocó el brazo a Lisa a modo de despedida y fue hacia Ashling.

– Hola.

– Hola.

– ¿Qué haces aquí?

Ashling esperó un instante, le hizo una caída de ojos y sonrió.

– Pensaba que actuaba Macy Gray.

«Mierda! ¡Estoy coqueteando con él!»

Después de reírle la gracia, Marcus le preguntó:

– ¿Te ha gustado el espectáculo?

– Sí. -Ashling hizo otra de sus caídas de párpados.

– ¿Podré invitarte a tomar algo un día de estos?

Ashling se lo merecía. Se sentía como un conejo deslumbrado por los faros de un coche y que se ha llenado la boca con más hierba de la que puede masticar. Por así decirlo.

No puede ser que me guste por el simple hecho de ser famoso y admirado. Eso es propio de personas muy superficiales.

– Vale. -Su voz había decidido actuar por propia iniciativa-. Llámame.

– ¿Me das tu número?

– Ya lo tienes.

– Dámelo otra vez, por si acaso.

Marcus inició una complicada pantomima, dándose palmadas por todo el cuerpo, fingiendo que buscaba papel y bolígrafo.

Afortunadamente, Ashling llevaba un pequeño kit de escritura en su bolso. Anotó su nombre y su número de teléfono en un bloc y arrancó la hoja.

– Lo guardaré como si fuera un tesoro -dijo él doblándolo varias veces y metiéndoselo en el bolsillo delantero de los vaqueros-. Junto a mi corazón -prometió en un tono cargado de insinuación-. Ahora tengo que irme, pero te llamaré.

Ashling lo vio marchar, desconcertada. Luego, al darse cuenta de que Lisa la miraba con interés, se escondió en el lavabo. Para acercarse al lavamanos tuvo que esquivar a una chica bajita con ojos de actriz trágica que estaba plantada ante el espejo, aplicándose delineador de ojos para conseguir un efecto todavía más trágico. Cuando Ashling abrió el grifo, la chica se volvió hacia su amiga, otra chica más alta que, distraída, se estaba aplicando capas y capas de brillo de labios rosado y pegajoso, y le dijo:

– No te lo vas a creer, Frances, pero esa era yo.

– ¿Quién?

– La chica a la que Marcus Valentina entregó la nota que rezaba Llamez-moi!

Ashling pegó un respingo y se mojó toda la blusa. Nadie se dio cuenta.

Frances realizó un lento e incrédulo giro con el cuerpo, sin apartar la barra de brillo de sus labios. Su amiga, la actriz trágica, le explicó:

– Fue las Navidades pasadas. Estuvimos dos horas haciendo cola juntos para coger un taxi.

– Y ¿por qué no lo llamaste? -Frances apartó la barra de brillo de su boca y sacudió enérgicamente a su amiga sujetándola por los hombros-. ¡Pero si está como un queso! ¡Como un queso!

– Lo encontré demasiado pecoso y gilipollas.

Frances contempló a su amiga con aire meditabundo, antes de emitir su juicio:

– ¿Sabes qué te digo, Linda O'Neill? Que te mereces tu desgracia. De verdad. Jamás volveré a compadecerme de ti.

Ashling, que seguía lavándose las manos como si se encontrara en la fase terminal de un trastorno obsesivo compulsivo, estaba pasmada. Se había pasado la vida entera buscando Señales, y si aquello no era una Señal, a ver qué era. Tírale los tejos a Marcus Valentina, le estaba aconsejando el oráculo celestial. Aunque Marcus se dedicara a repartir notas como aquella como si fueran folletos, Ashling tenía muy buenos presagios sobre aquel asunto.

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