– ¿Por qué no lo dejáis?
– Os pasáis la vida peleando -intervino Gerry.
– Me vuelve loco -insistió Jack con frustración-. ¡No os lo podéis imaginar!
– Claro que sí. Yo estoy casado -dijo Gerry.
– ¡No! No me refiero a eso…
– Ámalas y déjalas -les interrumpió Kelvin con una mirada pícara-. Ese es mi lema. O mejor dicho: No las ames y déjalas.
Era evidente que a Kelvin no le gustaba ahondar en las emociones.
¡Con lo contentos que se pusieron todos cuando Jack empezó a echarle los tejos a Mai! Hacía más de un año que Dee, su anterior novia, lo había dejado plantado, y sus compañeros se alegraron de ver que lo había superado. O eso creyeron. Pero después de la fase de enamoramiento (que solo duró cuatro días) Jack volvía a parecer tan desgraciado con Mai como lo había sido después del plantón de Dee.
Para apartar a Jack del tema de las mujeres, Kelvin preguntó:
– ¿Cómo va el último follón con los sindicatos en la televisión?
– Ya está solucionado -gruñó Jack-. Hasta que vuelva a armarse otro.
– Ostras, no me gustaría estar en tu pellejo.
Kelvin sabía que Jack caminaba siempre por la cuerda floja entre las exigencias de la dirección, las exigencias de los sindicatos y las exigencias de los anunciantes. No era de extrañar que siempre estuviera estresado.
– Y las cifras de audiencia están subiendo -comentó Gerry.
– Ah, ¡sí! -exclamó Kelvin, aunque aquello no le interesaba demasiado-. Eres un hacha, Jack. -Miró a Gerry y añadió-: Esta es tu ronda, Gerry. Invita a tu ilustre jefe a una copa.
«De coches -pensó Kelvin-. Después hablarían de coches.»
El viernes por la noche Lisa fue la última en marcharse de la oficina. Las calles estaban abarrotadas y había una puesta de sol preciosa. Esquivando a los animados parranderos que salían en tropel de los pubs de las calles de Temple Bar, se dirigió decidida a Christchurch. Pero los recuerdos no dejaban de acosarla. Iba pensando en otras tardes de viernes, las que había pasado con Oliver a la orilla del río en Hammersmith, bebiendo sidra, tranquila y libre después de una semana de duro trabajo.
¿Era verdaderamente la misma persona?
Apartó a Oliver de su mente e intentó pensar en otra cosa; entonces vio, debajo de la mesa de un pub, un par de espinillas blancas cubiertas de franjas rojas. ¡Era Trix!
A la hora de comer, en honor al cielo azul y la temperatura por encima de cero, Trix se había afeitado las piernas en el cuarto de baño y las había expuesto, ensangrentadas pero incólumes, al mundo. Casi había dejado a Ashling sin tiritas.
Lisa aceleró el paso, fingiendo que no había visto a Ashling, que le hacía señas de que se acercara.
Evidentemente el buen tiempo también había animado a Ashling a depilarse las piernas, porque Lisa había oído cómo reservaba hora para depilarse a la cera a la hora de comer. Aunque curiosamente no había hecho nada para que la sesión le saliera gratis. Por lo visto pensaba ir al salón de belleza como civil y pagar religiosamente. Pero si Ashling no tenía el buen tino de utilizar su cargo (de acuerdo, de abusar de su cargo) de subdirectora de una revista femenina, Lisa no tenía por qué abrirle los ojos.
Lisa nunca habría trabado amistad con una chica tan ordinaria como Ashling. Pero como Ashling la había pillado llorando y le había ofrecido su cariño, ahora todavía le caía peor.
Tampoco le caía bien Mercedes, aunque por motivos completamente diferentes. Mercedes, tan silenciosa y tan dueña de sí misma, la ponía nerviosa.
Cuando Ashling colgó el auricular después de concertar su sesión de depilación a la cera, Lisa hizo reír a toda la oficina diciendo: «Ahora te toca a ti, Mercedes. A menos, por supuesto, que este verano se lleven las piernas de gorila».
Mercedes le lanzó una mirada siniestra a Lisa; tan siniestra que Lisa se guardó el comentario que pensaba hacer a continuación, a saber: que con su tez y el color de su cabello, a Mercedes solo le faltaba dejarse patillas y bigote.
– Era una broma. -Lisa le dedicó una sonrisa venenosa a Mercedes, agravando la ofensa: no solo era peluda, sino que no tenía espíritu deportivo.
Para fastidiar a Ashling y Mercedes, Lisa era exageradamente simpática con Trix. Aquella era una técnica de adquisición de poder que ya había utilizado otras veces: divide y vencerás. Había que elegir un favorito, colmarlo de atenciones, y de repente abandonarlo a favor de otro. Si ibas turnando esa posición, generabas amor y miedo. Excepto con Jack: con él pensaba ser simpática siempre. Él era lo único en su vida que le daba esperanzas. Había analizado discretamente cómo reaccionaba ante ella, y se había dado cuenta de que no la trataba como al resto de las empleadas. Trix le hacía gracia, era educado con Mercedes, y Ashling le caía francamente mal. Pero con Lisa era respetuoso y solícito. Casi daba la impresión de que la admiraba. Como tenía que ser. Aquella semana Lisa se había levantado más temprano de lo habitual para cuidar aún más su aspecto físico, aplicándose una a una, con manos de experta, finísimas capas de bronceador sin sol hasta obtener un moreno brillante.
Lisa era muy consciente de su potencial. En su estado natural (aunque hacía mucho tiempo que ni ella misma se veía en ese estado) era una chica bastante guapa. Pero sabía que con grandes esfuerzos podía pasar de atractiva a estupenda. Además de las atenciones clásicas que dedicaba a su cabello, uñas, piel, maquillaje y ropa, tomaba gran cantidad de vitaminas, bebía dieciséis vasos de agua diarios, solo esnifaba cocaína en ocasiones especiales y cada seis meses le ponían una inyección contra el botulismo en la frente (paralizaba los músculos y eliminaba por completo las arrugas). Llevaba diez años muerta de hambre. Había pasado tanta hambre que ahora ya casi no lo notaba. A veces soñaba que tomaba un menú de tres platos, pero es que la gente sueña unas cosas rarísimas.
Pese a lo segura que estaba de su apariencia, Lisa tuvo que admitir que al ver a la novia de Jack se había llevado una sorpresa considerable. Lisa había dado por hecho que tendría que competir con una irlandesa, y eso habría sido pan comido. Con todo, no estaba desanimada. Apartar a Jack de su apasionada y exótica novia era, actualmente, uno de los proyectos menos difíciles de su vida.
En cambio, buscar un sitio donde vivir suponía un reto mucho mayor. Llevaba toda la semana visitando casas después del trabajo, y todavía no había encontrado nada mínimamente decente. Esta noche iba a ver un apartamento en Christchurch que quizá no estuviera mal. Aunque el alquiler era elevado, estaba en una urbanización moderna desde donde podía ir caminando a la oficina. El inconveniente era que tendría que compartirlo con otra persona, y hacía mucho tiempo que Lisa no compartía apartamento con nadie, y menos con otra mujer. La propietaria del piso se llamaba Joanne.
– Vivir aquí tiene la ventaja de que puedes ir andando al trabajo -comentó Joanne con entusiasmo-. Eso significa que te ahorrarías la libra y diez de cada trayecto en autobús.
Lisa asintió con la cabeza.
– O sea, dos libras veinte cada día.
Lisa volvió a asentir.
– O sea, once libras a la semana.
Esta vez Lisa asintió a regañadientes.
– Lo cual asciende a un total de cuarenta y cuatro libras mensuales. Más de quinientas libras al año. Bueno, hablemos del alquiler. Necesito una mensualidad como depósito, dos mensualidades por adelantado y un depósito adicional de doscientas libras por si desapareces y me dejas una factura de teléfono descomunal.
– Pero si…
– Y lo que suelo hacer es que me pagas treinta libras semanales para la compra básica. Leche, pan, mantequilla y esas cosas.
– Yo no bebo leche.
– ¡Pues para el té!
– Tampoco bebo té. Ni como pan. Y no pruebo la mantequilla. -Lisa puso una mano sobre su delgada cadera y miró las de Joanne, mucho más gruesas-. Además, ¿cuántos litros de leche puedes comprar con treinta libras? ¿Me has tomado por imbécil?