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– Te presento a Dervla y Kelvin. Trabajan en otras revistas, así que no son subordinados tuyos. No como yo -añadió con orgullo.

– Dervla O'Donnell, encantada de conocerte. -Dervla, una mujer de cuarenta y tantos años, alta, con un elegante vestido, le estrechó la mano a Lisa y sonrió-. Yo soy Novias Hibernianas, Salud Celta e Interiores Gaélicos. -Lisa reparó de inmediato en que aquella mujer era una ex hippy.

– Yo soy Kelvin Creedon -se presentó un joven horrorosamente moderno, rubio teñido, con gafas Joe Ninety de montura negra. A Lisa no se le escapó el detalle de que las gafas solo eran de adorno, porque el cristal no estaba graduado. Calculó que tendría veintipocos años; rezumaba energía y juventud-. Yo soy Hib In, El Automovilista Celta, Bricolaje Irlandés y Keol, nuestra revista musical. -Le estrechó la mano a Lisa, lastimándosela con sus numerosos anillos de plata.

– ¿Qué queréis decir? -preguntó Lisa, desconcertada-. ¿Vosotros editáis todas esas revistas?

– Sí, y también redactamos los artículos.

– ¿Vosotros solos? -Lisa no podía creerlo. Miró alternativamente a Kelvin y a Dervla.

– Con la ayuda puntual de algún que otro colaborador -terció Dervla-. Claro que lo único que hacemos es transcribir comunicados de prensa.

– No está tan mal desde que cerraron El Consejero Católico. -Dervla había confundido la sorpresa de Lisa con preocupación-. Así me quedan los jueves por la tarde para hacer otras cosas.

– Y esas revistas, ¿son semanales o mensuales?

Dervla y Kelvin se miraron boquiabiertos, pero en silencio, sincronizando una inminente carcajada. Jamás habían oído nada tan gracioso.

– ¡Mensual! -exclamó Dervla, incrédula.

– ¡Semanal! -exclamó Kelvin.

Entonces Dervla reparó en el ceño de Lisa y se calmó.

– No, no. La mayoría salen dos veces al año. El Consejero Católico era semanal, pero las otras salen en primavera y otoño. A menos que se produzca algún desastre.

»¿Te acuerdas del otoño de 1999? -dijo mirando a Kelvin. Evidentemente Kelvin se acordaba, porque soltó otra carcajada.

– Tuvimos un virus informático -explicó el joven-. Lo borró todo.

– Entonces no lo encontramos gracioso…

Pero evidentemente, ahora sí.

– Mira.

Dervla llevó a Lisa hasta un estante en que había expuestas varias revistas. Le enseñó un delgado ejemplar titulado Novias Hibernianas, primavera 2000.

«Esto no es una revista -pensó Lisa-. Es un panfleto. Ni eso, un prospecto. Un simple memorándum. Demonios, no es más que un post-it.»

– Y esta es Patatas, nuestra revista gastronómica. -Dervla le entregó otro de aquellos folletos-. La edita Shauna Griffin, como Punto Gaélico y Jardines de Irlanda.

Acababa de llegar otro empleado. Tenía un aspecto tan soso que ni siquiera se lo podía calificar de anodino, pensó Lisa: mediana estatura, calva incipiente y con anillo de casado. Totalmente insulso. Ni siquiera se habría molestado en decirle hola.

– Este es Gerry Godson, el director de arte. No habla mucho -dijo Trix-. ¿Verdad que no, Gerry? Parpadea una vez para decir sí, y dos para decir vete a la mierda y déjame en paz.

Gerry parpadeó dos veces y mantuvo una expresión glacial. Luego sonrió abiertamente, le estrechó la mano a Lisa y dijo:

– Bienvenida a Colleen. Hasta ahora yo trabajaba para las otras revistas, pero ahora voy a trabajar exclusivamente para ti.

– Y para mí -le recordó Trix-. Yo soy su secretaria personal, la que dará las órdenes.

– Horror -bromeó Gerry.

Lisa hizo un esfuerzo y sonrió.

Trix dio unos golpecitos en la puerta de Jack y la abrió. Jack levantó la cabeza. En reposo, tenía un semblante ligeramente triste y abatido, y sus ojos de azabache ocultaban secretos. Pero al ver a Lisa, Jack sonrió como si la hubiera reconocido, aunque era la primera vez que se veían. Se animó inmediatamente.

– ¿Lisa? -Ella tuvo una sensación extrañamente agradable al oír su nombre pronunciado por él-. Pasa y siéntate. -Se levantó y rodeó la mesa para estrecharle la mano a Lisa.

La profunda aprensión de Lisa disminuyó notablemente. Aquel tipo no estaba nada mal. ¿Alto? ¡Sí! ¿Moreno? ¡Sí! ¿Buen sueldo? ¡Sí! Era director ejecutivo, ¿no?, aunque se tratara de una empresa irlandesa.

Y tenía un excitante aire poco convencional. Aunque llevaba traje, daba la impresión de que solo por obligación, y tenía el pelo más largo de lo que en Londres se habría considerado aceptable.

¿Qué más daba que tuviera novia? ¿Cuándo había sido eso un impedimento?

– Estamos todos muy emocionados con Colleen -le aseguró Jack. Pero Lisa detectó una pizca de hastío en aquella afirmación.

La sonrisa había desaparecido del rostro de Jack, que volvía a estar serio y pensativo. A continuación procedió a enumerarle a los miembros de su «equipo».

– Está Trix, tu secretaria personal, y luego la directora adjunta, una chica que se llama Ashling. Parece muy eficiente.

– Eso tengo entendido -repuso Lisa secamente. Las palabras exactas de Calvin Carter habían sido: «Tú pones las ideas, y ella hará el trabajo pesado».

– Luego está Mercedes, que básicamente será la editora de moda y belleza, pero que también participará en otras secciones. Antes trabajaba en Ireland on Sunday…

– ¿Qué es eso?

– Un periódico dominical. También está Gerry, nuestro director de arte, que hasta ahora ha trabajado en las otras publicaciones. Igual que Bernard, que se encargará de todos los asuntos administrativos, contables, etcétera, de Colleen.

Entonces Jack se detuvo. Lisa se quedó esperando a que siguiera hablando del resto del personal, pero Jack no lo hizo.

– ¿Ya está? ¿Un equipo de cinco personas? ¿Cinco? -No podía creerlo. ¡Pero si en Femme su secretaria tenía secretaria!

– También cuentas con un generoso presupuesto para colaboradores -prometió Jack-. Podrás encargar trabajos y recurrir a asesores, tanto regulares como excepcionales.

La histeria se apoderó de Lisa. ¿Cómo había podido acabar así, en aquella espantosa situación? ¿Cómo? Ella tenía un proyecto vital. Siempre había sabido adónde iba y siempre había llegado a donde se había propuesto llegar. Hasta ahora, cuando inesperadamente la habían desviado a aquel páramo cultural.

– Entonces, ¿de quién… de quién son las otras mesas?

– De Dervla, Kelvin y Shauna, que llevan las otras revistas. También está mi secretaria personal, la señora Morley; Margie, de publicidad (es fabulosa, ¡un auténtico Rottweiler!); Lorna y Emily de ventas y las dos Eugenes de contabilidad.

A Lisa le costaba respirar, pero tuvo que reprimir el impulso de ir corriendo al cuarto de baño, taparse la boca con las manos y gritar con todas sus fuerzas, porque Ashling, la directora adjunta, llegaba en ese momento a la oficina.

– Hola -dijo Ashling, sonriendo con recelo a Jack Devine.

– Hola. -Jack hizo un gesto con la cabeza, mostrando mucha menos simpatía de la que había mostrado al recibir a Lisa-. Creo que no os conocéis. Lisa Edwards, Ashling Kennedy.

Ashling se quedó un momento parada; luego sonrió encantada, admirando sin disimulo el impecable cutis de Lisa, su chaqueta entallada, sus relucientes medias de diez denier.

– Encantada de conocerte -dijo con vivacidad nerviosa-. Estoy entusiasmada con el proyecto de esta revista.

A Lisa, en cambio, Ashling no le impresionó en absoluto. Había convertido lo ordinario en un arte. Es muy fácil dejarse el pelo tal cual, ni liso ni rizado, pensó Lisa con sarcasmo. Nadie nace con una melena peinada y reluciente, hay que currárselo. El maquillaje de Trix, por ejemplo, no era precisamente discreto, pero al menos demostraba voluntad.

Entonces llegó Mercedes, y Lisa tampoco supo qué pensar de ella; se limitó a constatar que era una mujer elegante y discreta.

Solo le quedaba conocer a Bernard, que resultó el peor de todos. El chaleco de punto rojo que llevaba sobre la camisa y la corbata era, evidentemente, una reminiscencia de cuando aquella combinación estuvo de moda y, francamente, Lisa no necesitaba saber nada más de él.

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