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Quizá las estaría viendo esa mujer. La mujer con la que él soñaba. Esa que posiblemente no existía. O quizá sí. Viajó más allá en el tiempo y cambió de lugar y de lengua.

Cuando salí de Cuba, dejé mi vida dejé mi amor.

Cantaba suavemente, sintiendo la letra.

Cuando salí de Cuba, dejé enterrado mi corazón…

Y así, en español, continuó cantando a una tierra donde había estado poco tiempo físicamente pero mucho en pensamiento. Y a unas raíces que eran suyas pero estaban muy lejanas en el tiempo y el espacio.

Una luna cuarto creciente vino a sumarse al público de las estrellas.

Luna que te quiebras sobre las tinieblas…, le cantó como bienvenida.

De pronto se fue más lejos en el tiempo. Cuando cantaba con su padre canciones de una tierra más lejana y de un tiempo mucho más lejano. Y cambió a una lengua antigua que aprendió de su padre y que sólo con él hablaba. Cantó viejas canciones heredadas de los trovadores medievales, de las olas del Mediterráneo, del olivo y del naranjo.

A la vora de la mar hi ha una donzella… Veu venir un mariner que una nau mena.

Y así, convertido en viejo juglar, cantó canciones de caballeros y damas. De amores, guerras y nobles malvados condenados al infierno. Tierras y tiempos de leyenda donde el hombre luchaba contra el demonio y contra los dragones. Y donde los ideales y su dama eran el estandarte de los caballeros.

Mientras, poco a poco, empujada por la música, la luna iba subiendo en el oscuro cielo.

Cuando el despertador sonó el día siguiente, Jaime se sentía espeso. Junto a su guitarra se amontonaba la ropa de la noche anterior. Más allá, vio la botella de brandy vacía, una camisa que lucía un gran lamparón de café y su flamante corbata yuppie de cien dólares. Manchada de brandy.

VIERNES

10

Las manos tecleaban con la fuerza y seguridad de quien conoce la rutina a la perfección.

En la pantalla apareció la lista de mensajes en espera. Uno era de Samael:

«Hemos sido bendecidos con un éxito total. El primer muro ha caído. Samael.»

De inmediato escribió la respuesta:

«Felicita a los hermanos. La muralla interior y última está mucho más protegida y hay que iniciar los pasos para derribarla. Por un tiempo deberemos usar la astucia y minar los cimientos del muro. Cada cual ha de colocarse en su posición y, cuando suenen de nuevo las trompetas y caiga la muralla, Jericó será nuestra. Arkángel.»

Con la misma eficacia anterior, el mensaje fue enviado y luego se borró de la memoria del ordenador.

DOMINGO

11

– Hi daddy! How are you? [1] -Jenny llegaba corriendo por el cuidado césped de la casa de su madre hasta el coche.

Delores los observaba tras los visillos, y Jaime le envió un saludo con la mano. Añoraba los tiempos en los que los tres eran una familia. No hubo respuesta por parte de su ex mujer, o al menos él no la pudo ver. Ésta fue antes la casa de ambos, y contemplarla le entristecía; había invertido horas y horas de ilusión, trabajando en reparaciones y mejoras para convertirla en un hogar confortable y ahora era el hogar de otro hombre.

– Buenos días, mi amor -saludó a la niña besándola. Ella le dio un fuerte abrazo colgándose de su cuello-. Yo muy bien. ¿Y tú?, ¿cómo estás?

– Great, daddy! Are we going out today with your boat? Are we going to see the grandpas? [2]

– Sí, cariño, pero háblame en español. Es bueno que lo aprendas y haces feliz al abuelo. ¿De acuerdo?

– All right, daddy! -repuso la niña de nuevo en inglés.

Jaime sonrió. Disfrutarían del día.

Pasaron tres horas deliciosas en el velero de Jaime. La brisa era agradable y navegaron entre las playas de Newport Beach e isla Catalina, que sobresalía en el horizonte norte sobre una ligera bruma.

Ya hambrientos, atracaron la embarcación y tomando el coche bordearon la costa por la Pacific Coast Highway hasta Laguna Beach.

Cuando llegaron, el abuelo les esperaba cuidando del jardín.

– Grandpa! -gritó Jenny dando a Joan un fuerte abrazo.

Joan tendría unos setenta años y demostraba el placer de ver a su nieta sonriendo generoso bajo su grueso bigote blanco.

– ¿Cómo está mi princesa?

– Great, grandpa. And you?

– ¡Jenny, Jaime! -El grito desde el interior de la casa impidió a Joan contestar.

– Grandma! -gritó Jenny a su vez, y fue a dar un abrazo a la abuela.

Esta ya salía de la casa secándose las manos con su delantal.

– Jaume! Com estas fill? -le dijo Joan a Jaime mientras se abrazaban.

– Good -dijo la niña oliendo el aire-. We are having arroz cubano. I love it!

– Sí, mi hijita -dijo la abuela-. ¿Cómo no iba a hacerlo si tú venías?

Era un día espléndido y comieron en el porche del jardín trasero de la casa. Los colibríes visitaban las flores y los pequeños comederos que el abuelo Joan había dispuesto en lugares estratégicos.

– Grandpa -dijo Jenny al terminar los postres-, tell me about tu familia and what happened in your old country? [3]

– Pero si ya te he contado esa historia muchas veces -dijo Joan ocultando su satisfacción-. ¿Seguro que la quieres oír otra vez?

– ¡Sí, abuelo! Please!

– He oído eso mil veces -dijo la abuela Carmen-. Voy a preparar café.

Los demás se acomodaron para disfrutar de la sobremesa y para escuchar, otra vez, viejas historias de otro continente.

– Nací en la primavera de 1925. Los almendros estaban en flor cuando mi madre, Rosa María, me tuvo en la gran cama de nogal de la habitación de matrimonio de nuestra casa, situada en una pequeña población cercana a Barcelona. Mi padre, Pere, llenó con las rosas del jardín la habitación y se fue a comprar puros habanos para familia, amigos y clientes. ¡Y casi se le olvidan! Bombones para las señoras.

»Crecí feliz entre la escuela, las calles del pueblo, la playa y la tienda que mis padres regentaban en la planta baja de nuestra casa. Entre un padre soñador y apasionado y una madre más preocupada por las cosas terrenas y materiales. Papá discutía frecuentemente con los representantes que venían a vender paños a la tienda o con los clientes sobre cosas tales como la República, el Estatuto y muy especialmente sobre la libertad.

»A mi madre lo que le preocupaba era cómo pagar las facturas, y en ocasiones me enviaba a casa de clientes con pedidos, o a cobrar pequeñas cuentas. "Hijo, debes ser honrado y trabajador -me decía-. Paga siempre tus deudas, y tu palabra ha de tener más valor que todo el dinero del mundo."

»En una ocasión, al regresar de uno de los recados, me encontré con mi padre saliendo de la taberna. Habría discutido con alguien y estaba más excitado que de costumbre. "Joan -me dijo poniendo sus manos en mis hombros y mirándome fijamente- acabas de cumplir once años y ya eres casi mayor. Prométeme que serás un hombre libre, que no dejarás que te pisen o te humillen, que siempre pelearás por tu libertad."

»Me quedé asombrado tanto por lo inesperado del discurso como por la forma extraña en que mi padre me hablaba. Tenía los ojos brillantes y esperaba ansioso mi respuesta. Pensé unos momentos antes de contestar: "Sí, padre. Te lo prometo." Y el denso bigote de papá se levantó cuando la sonrisa apareció en su rostro. Me abrazó, me dio un beso en plena calle, y pasando el brazo sobre mi hombro nos fuimos a casa. Mi padre me iba contando cosas importantísimas, que yo no entendía, sobre el país, la política y otros conceptos fundamentales para un hombre recién estrenado, como lo era yo a partir de aquel momento. Desde entonces empecé a interesarme por los debates políticos que mi padre sostenía con unos y otros.

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[1] ¡Hola papá! ¿Cómo estás?

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[2] Estupendo, papá. ¿Vamos a salir hoy con tu barco? ¿Vamos a ver a los abuelos?

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[3] Cuéntame sobre tu familia y lo que ocurrió en tu antiguo país.

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