– Coincide con lo que Beck dijo.
– En parte. Porque al principio los rechazaba, pero al final los sermones de Dubois me hicieron pensar. Un buen día me condujeron con los ojos vendados a Montsegur, estuve en la cueva frente al tapiz de la herradura y me encontré viviendo en el siglo XIII. Sufrí una tremenda impresión.
»Aquello ya no se lo conté a los Guardianes, y tampoco el resto de las experiencias que viví. Cuando cerré mi ciclo, y luego de un tiempo de introvertirme, decidí que creía en la certeza de las enseñanzas de los cátaros. Confesé a Dubois el trabajo que hacía para la secta y, desde entonces, pasé a informar a Kevin sobre los Guardianes.
– Entonces, Karen sabía que tú eras de los nuestros y que el agente del FBI era enemigo.
– Sí. Sabía de mí, pero no de Beck. Todo ha ido muy rápido; ayer por la noche, después de la fiesta, los Guardianes me advirtieron de que hoy ocurriría algo y que debía obedecer en todo a Beck. Antes no sabía que ese hombre era un guardián.
– Podrías haberme avisado.
– ¿De qué? No sabía que se fueran a atrever a tanto. Y gracias a que actuasteis con naturalidad estáis ahora vivos.
– Es verdad. -Jaime se quedó rumiando lo oído con la mirada pegada al descansillo, por donde esperaba el nuevo asalto. De pronto, recordando lo primero que Laura había dicho, quiso saber más-. Pero, dime, ¿me reconociste en el siglo XIII?
– Sí.
– ¿Y te conocía yo a ti?
– También.
Entonces la puerta del piso superior chirrió al abrirse. Dan le dio un codazo a Laura.
– Parad de cuchichear y estad atentos.
111
Gutierres comprobó que, en contra de las normas de evacuación por bomba o incendio, se había permitido a los empleados retirar sus vehículos. El grupo cruzó el desierto aparcamiento sin incidentes, y sacando un manojo de llaves Gutierres logró abrir la puerta metálica que daba acceso al área reservada para los coches de los presidentes. Vieron varios coches de gran cilindrada.
Sorprendieron a los dos guardas que custodiaban la limusina y que al verse encañonados se limitaron a levantar las manos. Allí, en el suelo, boca abajo, vieron el cuerpo del pretoriano que guardaba el garaje; Bob comprobó que estaba muerto.
Ramsey esposó a los guardas mientras Gutierres abría la puerta de la limusina. Davis y Andersen se instalaron en el asiento trasero, y Gutierres revisó cerraduras, bajos del coche, motor, maletero y exteriores en busca de algo extraño. Al sentirse satisfecho, se puso al volante, y Ramsey se sentó a su lado. Luego quiso abrir la puerta del garaje con el mando a distancia, sin éxito; la puerta parecía bloqueada. Dio instrucciones a Charly y Bob de que se apresuraran hacia el mecanismo de apertura manual.
Cuando la puerta llegaba a mitad de su camino de apertura, comprobaron que dos coches colocados horizontalmente bloqueaban la salida al final de la rampa. Gutierres dio marcha atrás hasta casi tocar la pared del garaje. Esperó a que la puerta estuviera abierta del todo y dijo:
– Aseguren sus cinturones y agárrense bien, la salida será violenta.
Aceleró el coche y, en el corto espacio de unos cincuenta metros y a pesar de la pendiente de la rampa, logró colocar la tercera marcha. La imponente masa de la limusina blindada golpeó contra el lugar donde los dos coches se tocaban y éstos se desplazaron un par de metros debido al impacto. Mostraban grandes abolladuras pero aún bloqueaban la salida. La limusina perdió el parachoques, aunque su estructura parecía no haberse visto afectada.
Gutierres dejo caer el vehículo hacia atrás por la rampa hasta llegar a la pared del fondo. Fuera se oían disparos; Bob y Charly se estarían enfrentando a los guardas. De nuevo aceleró la limusina, impactando la tremenda masa otra vez contra los coches. Estos saltaron unos metros más allá dejando el paso libre, pero el vehículo se caló. Ahora las balas rebotaban en los cristales y en los bajos en busca de los neumáticos.
Cuando Gutierres puso en marcha el coche, lo lanzó a toda velocidad hacia la avenida de las palmeras. Hacía sonar la bocina y al saltarse el primer semáforo le dijo a Ramsey:
– Inspector, ¿quiere comprobar si su móvil funciona bien aquí?
Ramsey estableció contacto telefónico con facilidad y empezó a dar instrucciones.
Gutierres observaba preocupado a su jefe a través del retrovisor; éste no había pronunciado una sola palabra desde hacía mucho tiempo. Ni siquiera respondía al excitado parloteo de Andersen; tenía la mirada perdida, como si estuviera abatido ¿Habría sufrido un shock? Como a todo humano, la edad le afectaba, y aquélla no era una aventura para sus setenta años. El viejo estaba sumergido en sus propios pensamientos. Ensimismado.
– Gus -dijo al cabo de un rato.
– Sí, señor Davis.
– Quiero que localices a nuestro mejor guionista. A Sheeham o a Weiss. Mejor a Sheeham. Lo quiero ver mañana sin falta.
– Sí, señor -contestó Gutierres extrañado.
– Aquí hay material para una buena película de acción, y los decorados costarán poco dinero.
Gutierres sonrió al ver el brillo de los ojos de Davis a través del retrovisor. El viejo diablo continuaba en forma.
112
– No disparéis hasta verles la cara -dijo con voz queda Laura-. Dan, tú dispara a las piernas, Jaime y yo, a la cabeza. Cuando caigan hay que asegurarse de que estén muertos.
Todos callaron. La alarma continuaba sonando y desde abajo se oían los lamentos de Cooper.
Los de arriba se movían con cuidado. Un hombre fue bajando con lentitud y giró en el recodo de la escalera; estaba armado y llevaba puesta la máscara antigás. Le seguía otro. Los de abajo dispararon, y el hombre cayó hacia adelante por la escalera hasta el rellano de la planta, frente a la mesa. El otro escapó.
– No le hemos dado al segundo -dijo Jaime.
– Han caído al menos diez de los suyos -comentó Laura-. Contando a los llegados de fuera y los guardas de seguridad del edificio, no serán más de treinta y cinco. Y Beck está muerto. Deberían darse cuenta de que han fracasado.
– Tendrán aún la esperanza de coger a Davis -razonó Dan.
En aquel momento oyeron varios disparos justo detrás de ellos. Los primeros eran de pistola, pero un par de escopeta les siguieron.
– Dan, Jaime, ¡abajo! -gritó Laura.
Al llegar, vieron que la puerta del piso inferior estaba entornada. Mike, medio incorporado en el descansillo, pistola en mano les dijo con voz débil:
– Han intentado atacar desde el piso treinta, pero los he rechazado. Estoy seguro de que le he dado a uno.
– Tenemos suerte de que no se puedan comunicar y lanzar ataques coordinados -dijo Jaime-. Dan, quédese con Mike. Yo vuelvo con Laura.
Justo cuando Jaime daba media vuelta para subir, intentaban un nuevo asalto desde la planta treinta y una. Laura devolvía el fuego, y Jaime notó un fuerte golpe en el hombro derecho, cayendo hacia atrás pero dando, por fortuna, con la espalda en la pared; el chaleco le había salvado. Laura, bien parapetada, continuaba disparando con acierto, y los otros se retiraron. Jaime, adolorido, logró llegar detrás de la mesa.
– Son unos fanáticos testarudos -se quejó Laura-. Como sigan así, al final van a lograr su propósito de eliminarnos; espero que no lo intenten con explosivos.
– Ha pasado ya tiempo suficiente para que Davis y los suyos escapen. -A continuación Jaime se puso a gritar-: ¡Hey! ¡Estáis perdidos, mamones! ¡Hace mucho que Davis escapó! ¡La policía ya viene hacia acá! ¡Tenéis poco tiempo para salvar el culo!
No recibió otra respuesta que la de la alarma y los ayes de los heridos.
– ¿Tú crees que funcionará? -preguntó Laura.
– Es lo único que podemos hacer. -Y se puso a gritar de nuevo-: ¡Salid corriendo ahora que podéis! ¡Davis ha escapado del edificio! ¡Estáis perdidos!