– ¿Por qué cree eso? -Jaime se preguntaba qué sabría Dubois de su romance con Karen. ¿Estaría su amor en los planes de los cátaros?
– Ella le ha apadrinado en su bautizo espiritual, lo que comporta una responsabilidad. Karen debería cancelar cualquier compromiso que tuviera este fin de semana para estar cerca de usted. Es un momento difícil y ella debe ayudarle. Kevin es igualmente responsable, pero me da la impresión de que usted va a preferir a Karen. -Luego de una pausa añadió con una sonrisa que no mitigaba su intensa mirada-: ¿Me equivoco.
33
Se sentía extraño; las gafas opacas no sólo le impedían ver el camino de regreso, sino que simbolizaban su situación en aquella desconcertante aventura, en la que andaba ciego. Lo que en la mañana parecía un juego ahora era demasiado real y escapaba del todo a su control. Pero alguien sí estaría controlando el juego mientras él, como una marioneta, tenía que danzar según se tensaban los hilos que otro movía. Ese pensamiento lo irritaba.
Sin embargo, la experiencia vivida había sido extraordinaria, inesperada y real. Tenía mil preguntas, se sentía excitado; pero también confuso. Necesitaba pensar, entender lo que pasaba, asimilarlo y quizá al final del proceso pudiera llegar a creer en lo increíble.
Karen intentó entablar conversación con él un par de veces durante el trayecto de vuelta, pero Jaime se mostraba cortante y ella decidió respetar su silencio e intercambiar algún comentario intrascendente con Kepler. Finalmente llegaron al centro comercial y subieron al coche de Karen.
– ¿Puedo quitarme las gafas? -preguntó él justo cuando el coche arrancó.
– Sí. Lamento el misterio, pero hay que proteger aquel lugar.
– ¿Para qué necesitáis un lugar seguro? -inquirió Jaime-. En este país cualquier religión que respete una mínima legalidad está permitida.
– Pronto lo entenderás. Quizá algún día necesitemos ese refugio secreto, al que llamamos Montsegur. Por favor, no preguntes más ahora sobre él, sólo confía en mí -le dijo con gracioso gesto de súplica-. ¿De acuerdo?
– Karen, entiende que, conforme avanzo, este asunto es cada vez más misterioso. En lugar de respuestas sólo encuentro nuevas preguntas y me pides que confíe. Y lo hago, pero me encuentro bailando en un baile en el que otro pone la música. La sensación no me gusta.
– Bueno, pero al menos bailamos juntos. ¿No te consuela? -Ella compuso una de sus encantadoras sonrisas-. Dame tiempo y date tiempo. Poco a poco vendrán las respuestas. No es un viaje de turismo a la playa de Waikiki en Hawai, sino un viaje espiritual; no hay agencia de viajes y apenas mapas. Yo también tengo muchas preguntas y ando mi camino en ocasiones a tientas.
– ¿Te apetece pasta con una buena ensalada? -exclamó de pronto excitada-. Conozco un restaurante italiano con un gran ambiente, y está cerca de aquí. Invito yo. Me contarás tu experiencia, ¿verdad?
El restaurante era un lugar con encanto; la comida y el vino estaban francamente bien, y a Jaime el humor le mejoraba conforme comían. Karen escuchaba muy atenta su relato y de cuando en cuando le interrumpía con una pregunta.
– Estos recuerdos inician un ciclo; tenemos el privilegio de revivir las enseñanzas de nuestras experiencias pasadas -le explicó cuando él terminó su relato-. Hay algunas lecciones ya aprendidas, que están incorporadas en nuestro subconsciente. Por desgracia hay experiencias no superadas o vicios que arrastramos a otras vidas, y así vamos de equivocación en equivocación hasta que aprendemos. Éste es el proceso que nos acerca cada vez más a píos. ¿Te fijaste en el tapiz?
– ¿Cómo no me iba a fijar? Es fascinante.
– Es una pieza auténtica del siglo XIII, bordada por la propia Corba de Landa y Perelha y sus damas cátaras, aunque el dibujo, quizá el modelo, es del siglo XII. Expertos en arte románico lo atribuyen a un misterioso artista desconocido, un verdadero Picasso del siglo XII. Le llaman El Maestro de Taüll. A pesar de lo poco que ha llegado a nosotros de lo que él pintó, es evidente que fue un genio.
»Los cátaros rechazaban el culto a las imágenes, y por eso, y porque la Inquisición quemó todo lo que encontró de ellos, ese tapiz es único. Lo usaban para enseñar conceptos elementales a los niños y a los no iniciados; traza algunos elementos básicos de la fe de los cátaros de aquel tiempo. Es parte del legendario tesoro que se salvó de Montsegur, el original Montsegur; un pequeño pueblo fortificado, refugio de los últimos cátaros, que resistió la Inquisición. -A Karen le brillaban los ojos y sus palabras denotaban pasión-. Con el tapiz y varios libros que contenían la verdadera fe cátara, unos pocos creyentes escaparon por los caminos secretos de la montaña antes de que el pueblo cayera en manos de nuestros enemigos. Durante varios siglos estas enseñanzas y creencias se han mantenido en secreto para evitar persecuciones, transmitiéndose la fe en grupos muy reducidos.
– ¿Cómo llegó el auténtico tapiz a América? -La buena comida había mitigado el espíritu crítico de Jaime, pero no del todo-. ¿No será una imitación o un engaño moderno?
– Al tapiz se le ha hecho la prueba del carbono y, en efecto, data de los siglos XII o XIII. Ancestros de Peter Dubois lo trajeron de Francia con la esperanza de poder extender la fe con más libertad en el Nuevo Mundo. Hace pocos años que el catarismo salió de sus círculos secretos, aunque las cuestiones más complejas se reservan sólo para los iniciados, los que tienen el privilegio de haber revivido vidas pasadas.
– ¿Qué significa la gran herradura en el centro del tapiz?
– Es el símbolo de la reencarnación para los cátaros. Ahora, con la moda de la espiritualidad oriental, la idea empieza a ser aceptada, pero en Europa, hace ocho siglos, ellos ya creían en ella.
– Sería por eso por lo que los quemaban -repuso Jaime con una sonrisa cínica.
– Por eso y porque con sus creencias atacaban a la Iglesia católica, que vivía en la opulencia y acaparaba todo tipo de bienes materiales, dando ejemplo de todo menos de pobreza y castidad. Se expandían muy rápido, y el Papa temía perder su poder temporal y las ricas donaciones que los nobles le ofrecían a cambio de salvar sus almas. Por ello, con la ayuda de la nobleza del norte, en especial la francesa, el Papa organizó una Cruzada contra los cátaros e inventó la Inquisición para acabar con su fe. Pero no debo contarte más; eres tú el que debe recordarlo.
– Me dijiste que tú también habías recordado, ¿verdad?
– Sí. Yo también he recordado.
– Pues es tu turno de contar -la emplazó Jaime expectante-. ¿Viviste en el mismo tiempo que Pedro II el Católico? ¿Lo conociste?
– Te contaré mi experiencia -concedió Karen-, pero te aviso que voy a omitir algo por el momento; es parte de mi obligación.
– De acuerdo, adelante -aceptó él, impaciente.
– Yo he experimentado varias veces a una dama cátara que vivió el asedio de Montsegur. ¿Te acuerdas de la noche que me desperté con una pesadilla y tú me consolaste?
– Claro, fue la primera noche que dormimos juntos. ¿Cómo no iba a acordarme?
– Bien, pues no fue exactamente una pesadilla lo que me despertó.
– ¿Qué era?
– Un recuerdo. Y muy angustioso.
– ¿Cómo que un recuerdo? -se extrañó Jaime-. No estabas en la ceremonia del tapiz.
– El tapiz, la bebida del cáliz, las oraciones del Buen Hombre y el resto del ceremonial son sólo instrumentos para ayudarte a evocar y a veces no sirven para nada. La experiencia es tuya y sale de tu interior. Una vez que tu conciencia está activada, puede ocurrir que rememores por ti mismo, continuando un recuerdo anterior inacabado.
– ¿Y qué recordabas aquella noche?
– Como te he dicho, era una situación angustiosa. Yo era una dama cátara encerrada en el pueblo de Montsegur, sitiado por los franceses y la Inquisición.