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– ¿Dónde has estado, mi amor? ¡Te he esperado toda la noche! -Y tomándola delicadamente por el codo la llevó a tomar una copa.

Karen, asombrada ante el rapto, comentó divertida a Jaime:

– Ricardo es un galán a la antigua.

– Sí, pero que tenga cuidado.

– ¿Por qué?

– Creo que Laura es un corazón solitario en busca de amor.

– Pues me temo que Ricardo tiene intención de sacar ventaja de ello.

– Claro. Como con todas. Pero Ricardo es justo. También da algo a cambio.

– No, no si lo que buscan es amor de verdad.

– Bueno. El camino en busca del verdadero amor no tiene por qué ser aburrido.

– No me quieres entender.

– Sí te entiendo, pero lo que digo es que Ricardo puede llevarse una sorpresa; Laura es peligrosa.

La noche y la fiesta continuaron y, llegado un momento, la música calló y las luces del pequeño escenario se encendieron. Apareció Ricardo con dos guitarras anunciando:

– Reclamo en este prestigioso escenario al mejor presidente del mundo. ¡Jaime Berenguer!

La sala se llenó de aplausos y Jaime fue empujado al escenario. Cuando subió, Ricardo dijo:

– Y uno de los peores cantantes.

– Todos rieron.

– ¡Comemierdas! -le insultó Jaime por lo bajo.

Cantaron el antiguo repertorio. Desde Simón y Garfunkel: Cecilia. You are breaking my heart… hasta La mujer que a mí me quiera ha de quererme de veras… ¡Ay! Corazón…

Para Jaime volvía el pasado brillante y romántico. Se sentía como entonces. No; mejor, mucho mejor. Pero lo que deseaba de verdad ahora era tener a Karen en sus brazos.

Cuando terminaron de cantar y los aplausos cesaron, sonó música romántica. Ricardo, rompiendo la costumbre que tenía en su local, invitó a Laura a bailar. Ambos se miraban a los ojos con ternura y una sonrisa.

– El maldito Ricardo se va a acostar con mi secretaria para celebrar mi promoción -murmuró Jaime al oído de Karen.

Ésta soltó una risa cristalina.

– No seas envidioso y sácame a bailar a mí.

Y bailaron. Y Jaime sintió todo su cuerpo deseando el cuerpo de ella. Y sintió que su alma quería unirse a la de ella. Aquello había ocurrido antes. Y volvería a ocurrir después.

Se miraron a los ojos, y brotaron toda la pasión y el amor del mundo. Y una fuerza irresistible hizo que sus labios se unieran.

Jaime notó cómo el mundo giraba alrededor de ellos, mientras un torbellino interior mezclaba pasado y futuro. Y lo mejor del infierno unió sus cuerpos. Y lo mejor del cielo unió sus almas.

En el único espacio que existía. El que ellos ocupaban ahora.

Y en el único momento que existía. Ese mismo instante. Su presente.

94

Las pantallas del ordenador portátil fluían veloces, palpitando al ritmo impuesto por las hábiles manos.

Llamaron a «mensaje nuevo» para luego introducir una lista de unas diez direcciones. Sonaron las teclas al escribir el texto:

«A todos los hermanos Guardianes del Templo, código A, sur de California:

»Sachiel, uno de nuestros bastiones claves para el asalto de Jericó ha sido neutralizado en un movimiento sorpresa. Nuestros enemigos cátaros se han aliado con Davis; la toma de Jericó peligra y también peligran algunos de nuestros hermanos. Activamos el plan de emergencia de asalto.

»Todos los hermanos de código A deben contactar de inmediato con sus líderes y alertar a los hermanos de código B que tienen a sus órdenes. Ha llegado el momento.

»Mañana las trompetas de los elegidos sonarán. La última muralla caerá y ejecutaremos la justicia de Dios entre los infieles.»

Los dedos martillearon la caja del ordenador mientras con un murmullo Arkángel revisaba el texto. Hizo dos pequeños cambios y firmó: «Arkángel.» Golpeó enter y envió el mensaje, borrando todo rastro en su máquina. Luego juntó, en actitud de rezo, sus perfectas manos, en las que desentonaba, extraña, la cicatriz de la uña del dedo índice.

El murmullo de una oración llenó el silencio de la noche.

MARTES

95

– ¡Buenos días, Laura! -saludó Jaime, jovial, al llegar a su nuevo despacho.

– Buenos días -contestó ella sin sonreír, continuando con su tarea de ordenar el correo; parecía haber madrugado.

– ¿Qué tal anoche? ¿Lo pasaste bien?

– Sí. Gracias -respondió, cortante, sin detener su actividad.

Jaime se extrañó de su falta de entusiasmo. Debe de ser el cansancio o quizá un problema con Ricardo, se dijo.

– ¿Alguna llamada?

– Sólo la de un tal John Beck, del FBI.

– ¡Ah! Sí. El viejo dijo ayer que debo atenderle.

– Pidió cita para hoy a las cuatro y media.

– De acuerdo.

Jaime entró para tomar posesión de su despacho y empezó a abrir cajones y armarios. Había que limpiar papeles, pero antes debería identificar cuáles podían ser valiosos para su misión. Encontró una agenda de White; haría fotocopias antes de devolvérsela.

Al final de la mañana llamó Ricardo.

– ¡Chin, Jaime! Jamás me dijiste que tenías tal preciosidad de secretaria. ¡Qué bribón! ¿Así tratas a los amigos?

– ¡Qué honor, Ricardo! Tú nunca llamas a la oficina. ¿Quieres saber cómo me encuentro, o quizá te interesa la salud de otra persona?

– No te quieras hacer el gracioso, Jaime. Tú sabes por qué llamo.

– ¿Será por Laura? Vaya, eso no acostumbra funcionar así; habitualmente son ellas las que te llaman a ti. ¿Qué pasó?

– Mano, es una chica estupenda y muy especial; lo pasé muy bien ayer noche. Y esta mañana me he levantado pensando en ella. Quiero verla cuanto antes.

– Pues no creo que Laura piense hoy en ti. Habrá dormido pocas horas y parece de mal humor. ¿Hiciste o dijiste algo que la molestara?

– Bueno, nada que deba molestar. La invité a que pasara la noche conmigo. Pero eso es un halago y a ellas les gusta.

– ¡Ah! ¿Crees que le gustó? ¡Serás vanidoso! -dijo Jaime riendo y sintiéndose satisfecho al intuir que Laura había resistido a los legendarios encantos de Ricardo-. Y ella debió de aceptar entusiasmada, ¿verdad?

– Pues dijo que no. Además, no dejó que la besara. Y hasta parece que se molestó. ¿No creerás que se ofendió?

– No lo sé, Ricardo. Yo sólo la conozco profesionalmente y no sé cómo reacciona cuando la invitan a sexo. Ése es tu problema.

– Bueno. Gracias por tu ayuda, amigo. -Sonaba irónico pero de buen humor-. Al menos haz algo por mí. Pásame con ella.

– Que tengas suerte. -Jaime pulsó el botón de transferencia de llamada y marcó el teléfono de Laura.

– Sí. Dime. -Laura había dejado sonar el teléfono varias veces antes de cogerlo.

– Tengo a Ricardo en la línea. Dice que le encantó conocerte ayer y que quiere hablar contigo.

Laura guardó silencio unos segundos; parecía pensar. Luego repuso cortante:

– Dile que tengo mucho trabajo y que ahora no puedo hablar con él.

Jaime recuperó la línea con Ricardo.

– Dice que tiene mucho trabajo y que no puede hablar contigo.

– ¡Maldita sea! -exclamó Ricardo-. ¿Tú crees que estará enojada conmigo?

– Será eso. O que no le gustas.

– ¡Eres un chingado mal amigo! Podrías ayudar en lugar de joder. ¡Pregúntale qué le pasa!

– Será mejor que llames mañana. Laura no parece de buen humor hoy. Mañana veré qué puedo hacer por ti. ¿OK?

– Bueno; pero si averiguas algo hoy, me llamas. ¿De acuerdo?

– De acuerdo, Ricardo. Hasta luego.

Jaime sonrió; no podía evitarlo. Parecía que Ricardo tomaba hoy un poco de su propia medicina. Lo tenía merecido. Y no le daba pena alguna.

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