»¿Qué pretenden? ¿Perdonarles y desaparecer de nuevo cuando ellos recuperen fuerzas y se puedan vengar? ¡Claro que los cátaros no son una secta! ¡Son una pandilla de estúpidos!
Jaime se encogió de hombros.
– Los cátaros nunca le ayudarán a que haga su propia justicia. ¡Nunca! Va contra lo más fundamental de sus creencias. Y yo estoy con ellos.
– ¡No sea bobo! ¿Se quiere usted suicidar? Olvídese de esa gente. Es su propia vida la que se juega. Y quizá la mía. Y eso no se lo consiento. -El viejo hizo una pausa y luego continuó con toda su energía-. Y ya no se lo pido, ¡se lo ordeno! ¡Quiero esos nombres!
Davis hablaba ahora con la fuerza intimidante que le hacía legendario en Hollywood. Pero Jaime no se sentía intimidado, al contrario, sentía la indignación crecer dentro de sí y se encontró odiando a aquel viejo arrugado y pequeño. Lo odiaba desde mucho antes.
– ¿Qué
pretende hacer, Davis? ¿Crear otra vez la Inquisición? ¿Le gusta mandar a la gente a la hoguera, verdad? Le gusta oler la carne quemada y el sufrimiento ajeno. -Jaime se puso de pie. Sentía, surgiendo de su interior, un resentimiento antiguo y profundo hacia el viejo-. Después de ocho siglos quiere repetir la historia, sólo que con otras víctimas. Quiere volver a exterminar, ¿verdad? ¡No cuente conmigo!
– No sé de lo que está hablando. -Davis le miraba sorprendido.
– Pues yo sí. -Jaime arrojó la servilleta con rabia encima de la mesa-. Gracias por su comida -dijo antes de darle la espalda y dirigirse a los ascensores-. Pero la invitación tenía un precio demasiado alto -añadió a media voz y sin girarse.
Las miradas de Davis y Gutierres se cruzaron interrogándose.
SÁBADO
114
– ¿Cómo crees que les va? -preguntó Karen.
– Con dificultades, pero existe una fascinación entre ellos -respondió Jaime-. Nunca he visto a Ricardo tan enamorado, persigue a Laura como si se tratara de su primer amor.
Jaime y Karen reposaban en un sillón columpio en el cuidado jardín de los Berenguer, en Laguna Beach. Buganvillas, rosales y colibríes. Tomaban una Coronita y la mesa estaba ya dispuesta en el jardín. Joan Berenguer había terminado de cocinar una paella que colocó orgulloso en una mesita lateral. El viejo permanecía de pie junto a su obra de arte y anunció en español:
– ¡La paella está lista y hay que empezar a comerla en cinco minutos!
– Ahorita termino, don Joan, y nos sentamos. Prometido, cinco minutos -informó Ricardo, que preparaba las hamburguesas ayudado por Laura.
– ¿Qué dicen? -preguntó Karen.
– Que hay que sentarse a comer en cinco minutos.
– ¿Cuándo te diste cuenta de lo de Laura?
– Cuando estábamos atrincherados en la escalera me explicó que nos habíamos conocido en tiempo de los cátaros. Estamos vivos gracias a su puntería y sangre fría; se comportó en el tiroteo como si tuviera costumbre de mil batallas. Ya antes había notado en ella algo a la vez extraño y familiar; primero deseché la idea, pero al final de la refriega estaba seguro: ¡ella es Miguel de Luisián! Alférez real y, junto con Hug de Mataplana, mi mejor amigo entonces.
– Ya te dije que según las enseñanzas cátaras, las almas creadas por el Dios bueno no tienen sexo. -Karen sonreía divertida-. El sexo y los cuerpos son invención del Dios malo y de su demonio tentador.
– Pues vaya jugada del demonio si nos llega a tocar a ti y a mí el mismo sexo -balbució Jaime con tono jocosamente alarmado-. ¿Qué haríamos?
– No sé tú, pero ya sabes que yo tengo al menos otra alternativa. -Karen se puso a reír al ver la expresión en la cara de Jaime-. ¡Es broma tonto!
Pero a Jaime el comentario no le era gracioso y se quedó en silencio. El recuerdo de Kevin flotaba ahora entre los dos, y el temor a perder a Karen dentro de pocos meses llegó como un rayo. ¡Dios! ¿Sería verdad que lo utilizaba? Quiso apartar el maldito pensamiento; el presente era lo que contaba, y en este momento ella era suya.
Karen se divertía, pero al ver las nubes de tormenta en los ojos de Jaime intentó suavizarlo:
– Eres un hombre afortunado; tu amor de entonces es tu amor de hoy.
– Esposa -cortó Jaime.
– De acuerdo, esposa -aceptó ella besándole en la mejilla-. Y no sólo has encontrado a tus dos mejores amigos de ayer, sino que quizá terminen casándose.
– ¿Tú crees? ¿Has hablado con ella? -Jaime recuperó el placer de la conversación-. ¿Qué te dijo de Ricardo?
– Que es muy atractivo y que se siente muy bien con él, pero intuyo que tiene algún problema en lo sexual. Creo que ella opina que Ricardo es demasiado licencioso; un depravado sexual o algo así.
– Eso ya lo creía hace ocho siglos. -Jaime reía-. Cierto que Ricardo es o ha sido muy mujeriego, pero el problema de Laura es que sabe demasiado. Ella se acuerda de aquella vida anterior y Ricardo no. Y claro, lo de acostarte con un amigo no debe de ser tan fácil, ya sabes, demasiado morbo.
– No se trata de eso. -Karen también rió-. Yo creo que el problema viene de la tradición ultrapuritana de su familia. Recuerda que Laura fue una Guardián del Templo totalmente convencida. Y cuando se encuentra con Ricardo, éste le hace un par de gracias, la invita a bailar, le dice lo hermosa que es y le propone que se acuesten. Por la soltura de Ricardo, Laura comprende que éste es su estilo habitual y llega a la conclusión de que tu amigo es un crápula.
– Lo que demuestra que tengo una secretaria muy lista. Pero las cosas irán bien. Ricardo está loco por ella y dispuesto a enmendarse. Ayer noche salieron juntos. Y Ricardo me ha contado, muy feliz, que ella se dejó besar en la boca. Ya verás como éstos se casan.
– Sí, pero será una relación difícil.
– Todo lo que vale cuesta -sentenció filosófico, pensando en su propio caso.
– ¡Ya llega la ensalada! ¡Todos a la mesa! -gritó Jenny, la hija de Jaime, trayendo un gran cuenco de ensalada y seguida por su abuela Carmen.
Todos se pusieron a comer con apetito, y las invitadas elogiaron calurosamente la paella de Joan.
– Muchas gracias -respondía feliz y orgulloso.
– ¡Hombre de Dios! -le censuró Carmen-. ¡Háblales en inglés, que no te entienden!
– Entienden lo de «gracias» -se defendió Joan-. Y por eso les hablo en español, para que lo aprendan. Saber algo de español les puede servir de mucho en el futuro.
Ricardo y Jaime cruzaron una mirada sonriente, sabiendo que se avecinaba una de las graciosas discusiones en las que el matrimonio Berenguer se enzarzaba cuando tenía un público de confianza enfrente.
– ¡No! ¡Fíjate, Jaime! -Carmen gesticulaba-. Toda la vida tu padre peleando y chivando con el catalán. Y ahora a su nieta y a las yankies les quiere hablar en español. ¿Tú me entiendes? ¡Vaya castigo de viejo peleón que tengo que aguantar! -Luego Carmen se dirigió de nuevo a Joan-: ¡A ver si asustas a las chiquitas y estos dos se nos quedan para vestir santos!
– Vieja gruñona -le reprochó cariñosamente Joan-. Lo que te ocurre es que tienes envidia porque tu arroz cubano no te sale tan bien como mi paella.
– ¡Pero padre! -Jaime decidió echar leña al fuego-. Cuéntame eso. Siempre nos hiciste hablar en catalán contigo. ¿Por qué la misma batalla, para que primero Jenny y ahora Karen y Laura hablen español? ¿Es que de viejo has cambiado tus principios?
– ¡Ay hijo! -contestó Joan con una sonrisa y aparentando resignación-. Me temo que con ellas llego una generación tarde. ¡No tienen ni idea de dónde está ubicado el lugar donde nací!
– ¡Vaya! -Jaime continuó presionándolo-. ¡Así que de viejo has renunciado a tus ideales!
– No, Jaume -repuso cortante-. Sólo los he adaptado al clima.
Jaime se lo quedó mirando pensativo, intentando adivinar qué quería decir con aquello y luego miró a Karen, que seguía la conversación con atención, sin entender nada, pero intuyendo su contenido.