Accedían desde el nivel más alto a una amplia estancia de dos niveles, con una gran chimenea frente a ellos y de decoración moderna y confortable. Amplios ventanales con vistas al jardín ocupaban las paredes este y oeste.
Vieron a Kevin Kepler y Peter Dubois en la parte del comedor, frente a una mesa abarrotada de papeles, discutiendo sobre un documento. Había un ordenador portátil conectado en la mesa, y otro en una amplia mesita centro, también cubierta de papeles, que se encontraba entre los sofás, frente a la chimenea. Karen cerró la puerta y dijo alegremente:
– Buenas tardes, señores.
Los dos hombres miraron en su dirección y saludaron. Jaime bajó por los escalones que separaban su nivel y les estrechó la mano.
– Están ustedes muy ocupados. Esto, más que un centro religioso, parece una oficina de auditores.
– Es más que un centro religioso -repuso Kepler-, y lo que estamos haciendo es, por desgracia, una auditoría secreta; debe serlo, porque si los Guardianes supieran dónde estamos y qué hacemos, nos eliminarían muy pronto.
– El asesinato de Linda, aparte de una terrible desgracia -continuó Dubois-, representa un gran retraso para nuestros planes; ella conocía cada documento a la perfección y era una experta auditor. Si antes le necesitábamos a usted, ahora mucho más. Con el desorden que hoy tenemos en parte de los documentos, es imposible presentar las pruebas definitivas.
– Bien, de acuerdo, les ayudaré. Pero quiero algo a cambio.
– ¿Qué es?
– No dejo de pensar en el rey Pedro y su dilema; estoy impaciente por saber qué ocurrió. Quiero volver a la capilla y revivir aquel tiempo. Y no puedo esperar al sábado.
– De acuerdo -respondió Dubois-. Me parece lógico. Pero hay dos condiciones.
– ¿Cuáles son?
– Primera, tendrá que ser mañana; hoy hay mucho trabajo que terminar. -Jaime asintió con la cabeza-. Y segunda, tendrá que trabajar muchas horas aquí ayudándonos; no podemos dejar pasar más tiempo. Los Guardianes saben que está ocurriendo algo y se esforzarán en destruir y esconder pruebas.
– ¡Trato hecho! -dijo Jaime cerrando el acuerdo con un fuerte apretón de manos.
MIÉRCOLES
56
– ¡Adelante! -la respuesta de Jaime a los golpecitos en la puerta era innecesaria; el visitante ya entraba.
– Buenos días, Jaime. -White apareció saludando con la seguridad propia del jefe.
– Buenos días, Charly -contestó amablemente; pero en su interior Jaime lanzó una maldición: las cosas iban más aprisa de lo que había esperado.
La noche anterior se demoraron en Montsegur hasta pasadas las doce, y él anotó varios asuntos sobre los que recoger información adicional para así completar el trabajo de Linda. No era tan fácil. Aunque los datos se encontraban en la oficina, se trataba de asuntos de los que ni Jaime ni ninguno de su equipo eran responsables. Y a pesar de que tras el despido de Douglas nadie tenía la autoridad en primera instancia de negarle la información, los de Auditoría de Producción no abrirían sus archivos de buena gana.
Y era arriesgado; seguro que había miembros de la secta infiltrados allí, y White se enteraría al momento de que él husmeaba en asuntos que no le concernían. No pensaba que lo relacionaran de inmediato con los cátaros, pero entraría en la lista de sospechosos.
Pese al peligro, Jaime decidió que la única opción posible era asumir los riesgos que la búsqueda de información implicaba; no podía perder tiempo diseñando formas más sutiles de conseguir los datos.
Había clasificado los documentos a obtener en dos tipos: esenciales y de menor importancia. En cuanto a los esenciales, nada más llegar a la oficina recorrió personalmente los archivos, fotocopiando papeles. Pero tuvo que preguntar varias veces sobre la documentación que buscaba.
Para documentos menos sensibles, le pidió a Laura, que tenía muy buena relación con la ex secretaria de Douglas, que obtuviera copias a través de ella.
¡Mierda! Y ahora White venía a pedirle explicaciones. ¿Cómo había podido enterarse tan rápido? ¡Y no tenía pensada ninguna excusa razonable!
– ¿Cómo va la mañana? -preguntó White sentando su corpachón en una silla frente a la mesa de Jaime e invitando a éste con un gesto a hacer lo mismo.
– Va avanzando -contestó Jaime mientras se acomodaba, dejando su taza de café en la mesa. Luego señaló varios montones de papeles-. Empujando temas pendientes. -Esperó a que el otro hablara. No sería fácil improvisar una explicación convincente.
– Jaime, he leído los informes de los auditores externos en Europa y detectan un par de irregularidades preocupantes en las divisiones de distribución cinematográfica y televisiva -explicó el hombretón.
– Sí, también he leído los informes y hay algunas cosillas. -Jaime se preguntó por qué daba White tales rodeos cuando su táctica favorita era el ataque frontal-. Pero no es nada grave.
– Pues tenemos opiniones distintas. Creo que alguno de los asuntos que mencionan requiere nuestra intervención directa.
– Charly, los auditores externos han emitido informes semejantes con suma frecuencia, y nos limitamos a aceptar que se implementaran las recomendaciones de los externos siempre que los ejecutivos responsables no tuvieran objeciones razonadas. ¿Por qué debiéramos intervenir ahora?
– Opino que esta vez es distinto y que hay que revisar los puntos conflictivos uno tras otro con los auditores europeos -respondió White con energía-. Y es urgente. Quiero que cojas un avión a Londres esta misma tarde o mañana por la mañana.
– Charly, no es razonable. -A Jaime le pareció aquello una mala excusa. Empezaba a entender lo que White pretendía: quería alejarle de la oficina. Quería ganar tiempo para poder manipular algo-. Tengo aquí multitud de temas urgentes que resolver. Y ese asunto es irrelevante, no precisa nuestra intervención.
– Jaime, yo soy el responsable de auditoría. -White pronunciaba las palabras con cuidado y furia contenida. Sus ojos azules, hundidos, brillaban siniestros-. Recibo órdenes directamente de Davis y tú recibes órdenes de mí. He escuchado ya tu opinión; estás equivocado y, una vez investigado el asunto en su origen, te darás cuenta. ¡Toma ese maldito avión y haz lo que te digo!
– Bien, creo que haces una montaña de un grano de arena. -Jaime decidió que sería absurdo y peligroso negarse-. Pero si tú lo quieres, saldré hacia Londres. Deja que cierre los asuntos más urgentes. Tan pronto como Laura me dé los horarios de aviones, te diré cuándo salgo.
– De acuerdo. Pero lo antes posible. Y quiero establecer contigo el programa de trabajo de estos días.
– Lo razonable, dado el cambio de horario, será que viaje el fin de semana, así estaré con nuestro equipo el lunes a primera hora.
– Te digo que debes salir mañana.
– Bien, veo el horario de vuelos y los temas pendientes, y luego te llamo.
– Sube a verme a las cuatro para confirmar la agenda y los tiempos.
– Bien. Quedamos a las cuatro.
– Hasta luego -dijo White cerrando la puerta, con más fuerza de la necesaria, al salir.
Jaime se quedó pensativo. ¿Habrían informado ya a White de su búsqueda de documentos? No; le habría mencionado el asunto. Lo más probable sería que quisiera quitarle de en medio por unos días mientras eliminaba pruebas. Y no tendría más remedio que obedecer. ¡Era un maldito contratiempo! ¡Con lo urgente que era preparar el caso y presentarlo a Davis! Se retrasarían al menos una semana. Y tal como se desarrollaban los acontecimientos, una semana era toda una vida.
Pero no viajaría antes del sábado. ¡Al diablo con White!
Al llegar a Montsegur, estaban ya todos trabajando, y Karen le presentó a Tim; era un creyente de toda confianza, que les ayudaba a preparar el informe. Jaime lo recordaba, lo había conocido en los secuoyas y el hombre le caía simpático.