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Jaime arrancó, pero sentía grandes deseos de bajar del coche y darle un buen puñetazo al hombre en los dientes.

19

Jaime condujo el coche hasta la zona de aparcamientos de visitantes. Al salir dio un portazo más fuerte de lo necesario y, abriendo la puerta a Karen, le deseó buenas noches.

Ella le cogió la mano despidiéndose. El destello fugaz de una sonrisa brillaba en sus labios; Jaime hizo ademán de irse, pero ella continuaba sujetándole la mano. La miró de nuevo a los ojos; había una curiosa chispa de luz en ellos.

– ¿Aceptaría el señor una copa en mi casa?

Jaime tardó unos momentos en superar la sorpresa. Luego mirando su reloj, intentó fingir indiferencia:

– Sí, acepto, pero tiene que ser rápido. Es tarde.

Ella no dijo nada, pero su sonrisa se amplió un poco más y, tirándole de la mano, lo condujo en silencio al interior del edificio.

El corazón de Jaime iba saltando en su pecho. ¿Estaba Karen jugando otra vez con él?

El apartamento era de estilo moderno, con paredes blancas y muebles negros. Grandes jarrones con flores de tela rompían el bicromismo. Por contra, los cuadros eran manchas de color. A Jaime le llamó la atención un tapiz, iluminado por un foco, que representaba una herradura con profusión de hilos plateados y dorados. Recordó el extraño anillo, también con una herradura, que lucía Dubois. ¿Casualidad?

– El bar está al fondo. -Karen interrumpió su pensamiento-. Un whisky con un hielo y Perrier para mí, por favor. Ponte cómodo.

Jaime se quitó la chaqueta y, tras encender la luz, empezó a servir dos whiskys.

Desde algún lugar Sheryl Crow cantaba Leaving Las Vegas cuando Karen se acercó. Los labios de ella, rojos y tentadores, se posaron en el vaso después de brindar con él.

– ¿Quieres bailar?

– Encantada, señor.

Con su mano izquierda tomó la de ella, sujetándole el talle con la derecha. Era una cintura fina. Ella puso su mano en la espalda de él y empezaron a bailar con lentitud, ligeramente separados. Jaime se sentía embriagado por su perfume y por tenerla en sus brazos.

– Karen, eres deliciosa -dijo acercando su boca al oído de ella.

– Y yo me siento bien contigo.

Siguieron bailando unos momentos en silencio, y Jaime empezó a notar una erección.

Por un instante se sintió turbado. Luego pensó: «¡Qué diablos, somos un par de adultos y no se va a escandalizar porque yo la desee!» Al tirar suavemente de ella notó que se acercaba sin resistencia. Ahora sus senos y vientre le rozaban. Ella ya habría notado el mensaje del deseo. Jaime la besó con suavidad en el cuello mientras ella le acariciaba ligeramente, casi sin tocarlo, la nuca.

Él se sentía como si su libido estuviera a punto de hacerle estallar en mil pedazos. Rodaba cuesta abajo y sin frenos. Pero Karen disfrutaba practicando juegos y en cualquier momento podría sorprenderlo desagradablemente.

Intentó un beso en la boca. Sólo con los labios para tantear. Y como ella no apartaba los suyos, Jaime se lanzó a mayor profundidad. Fue un largo y delicioso beso que les hizo parar el baile y apretarse el uno contra el otro. Jaime la cogió de la mano y la condujo a un sofá blanco que guardaba mil promesas. Ella le decía bajito:

– ¿Es ahora cuando me vas a comer?

Él no pudo menos que apreciar, aun en tal situación, el sentido del humor de la chica y le contestó en español, fingiendo, sin demasiado esfuerzo, una gran pasión:

– Sí, mi amor, enterita. Toda tú.

Karen quizá no entendió la respuesta, pero sí el tono, y rió suavemente.

Ya en el sofá, Jaime la volvió a besar mientras con una mano buscaba uno de los senos dentro del amplio escote y, acariciándolo, lo hizo salir. Estaba cálido como la boca de ella.

Pensó que tocaba el cielo. Al contrario de lo anticipado con Karen, ella le cedía la iniciativa, entregándose sin reservas y olvidando los juegos que él tanto temía.

Momentos después Jaime empezó a besarle el cuello, donde se entretuvo, para bajar lentamente hasta los pechos. Al empezar a mordisquear el pezón, oyó cómo ella suspiraba. Puso la mano desocupada sobre la rodilla, deslizándola lentamente por la media hacia arriba. Las medias se terminaron, y Jaime acarició la cálida y suave carne. Luego, levantando la costura de las braguitas, pasó su mano por debajo para acariciarle el sexo. Karen volvió a suspirar y, cuando apoyó su mano en la entrepierna de Jaime, él supo que no podía esperar más.

Buscó con su mano izquierda la cremallera de la espalda del vestido.

– Espera -dijo la chica girándose.

Jaime tiró de la cremallera suavemente hacia abajo. Al abrirse la tela oscura fue descubriendo una bella espalda de piel muy blanca y, al levantarse ella, el vestido cayó ayudado por un ligero tirón. ¡Qué bellas curvas de nalgas y caderas!

Él se dio prisa con su corbata, camisa y pantalones. Karen tenía una expresión seria cuando se giró, pero estaba intensamente provocativa. Se abrazaron y sus bocas se unieron de nuevo. Enloquecía con el contacto tibio de su carne.

Cuando Karen lo condujo al dormitorio, Jaime sólo se fijó en la cama, que tenía espacio suficiente para dos. Entre caricias y besos cayeron en el lecho y, desprendiéndose de su ropa interior, se colocó para penetrarla.

Pero empujándole el pecho con ambas manos Karen lo rechazaba.

Él sintió que su corazón se detenía. No. Ahora juegos, no. ¡No podía hacerle eso!

En la penumbra la miró a los ojos. Ella sonreía con timidez y un mirar dulce.

– Espera un momento -dijo.

Y moviéndose a un lado de la cama le entregó algo. Era un preservativo.

Jaime suspiró con alivio aunque contrariado. No deseaba otra cosa que sentir en su pene el interior de ella, pero resistirse era absurdo y estropearía aquel momento maravilloso.

Después de todo, ¿cómo podía esperar lo contrario de ella? Sí; parecía como si Karen hubiera perdido el control por primera vez. Pero, sin duda, era un descontrol muy controlado.

Ella dejó ahora que la penetrara sin ningún impedimento y lo abrazó con brazos y piernas mientras se fundían en un nuevo beso. Empezaron a moverse con urgencia salvaje; Jaime sentía que alcanzaba el cielo.

Al poco ella tiró su cabeza hacia atrás, sacudiendo el cuerpo mientras llegaba al orgasmo. Él no resistió más y los gemidos de ambos se unieron a la suave canción que venía del salón. Jaime se sintió estallar en el interior de ella. Era algo mucho más que físico. Eran sus nervios y su mente los que explotaban en una placentera sensación. Y se sintió lejos. Muy lejos.

Lejos de todas las cosas del mundo, de su vida y de su historia personal. Muy lejos de todo menos de la suave y tibia carne de ella.

– Te quiero -dijo cuando regresó a la conciencia.

Al cabo de un rato de silencio ella susurró:

– Quédate esta noche conmigo.

– ¿Y la excursión de mañana?

– Pasaremos antes por tu casa para que recojas tus cosas.

– Luego de unos momentos de silencio añadió-: Yo te conozco, Jaime. Te conozco.

– Yo también te conozco, cariño, y ahora mucho más.

– Pero yo te conozco de antes.

– ¿De antes?

– Sí -dijo ella abrazándole de nuevo y besándole en la boca.

Él correspondió con todo entusiasmo, sintiendo de nuevo la pasión que crecía en su vientre.

Y perdió todo interés por investigar la enigmática afirmación. Deseaba amarla otra vez, y no era momento para la charla.

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