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Conectar el ordenador fue lo primero que hizo al entrar en su habitación; era su ritual de llegada a un nuevo hotel. Buscó en su correo. Un par de mensajes. Ninguno de Karen.

Luego miró alrededor, fue consciente de que aquella habitación de muebles Victorianos sería su hogar durante una semana y deshizo su equipaje.

Se sentía muy cansado. La cama lo atraía como un imán pero no iba a caer en la tentación. Se lavó la cara y se puso la gabardina. Un paseo de un par de horas por las calles de Londres o por el melancólico Hyde Park era lo más conveniente. Luego de una ducha y una cena ligera y temprana, sus posibilidades de dormir bien aumentarían. Con suerte quizá hasta no sufriera el jet lag.

LUNES

66

Se despertó sobresaltado a las cinco de la madrugada; debía de haber soñado algo que no podía recordar pero que le inquietaba. Conectó el ordenador y buscó en su buzón de entrada. Eran las nueve de la noche del domingo en L.A., y Karen no contestaba a su mensaje. ¿Estaría aún en Montsegur? ¿Le ocurriría algo? La ausencia de Karen le dolía en el pecho.

– ¡Dios! ¡Un pequeño mensaje para saber que está bien!

Volvió aquella sensación de peligro que le dejaba un regusto amargo en la boca. El peligro se escondía detrás de los muebles Victorianos de su habitación, revoloteaba alrededor de él como un murciélago invisible en la noche. O quizá estaba agazapado detrás de la puerta de su habitación. No lo veía. Pero lo sentía. Algo iba a pasar. Se encontró solo en la noche, como el único individuo despierto en un Londres dormido. Normalmente si se desvelaba por el cambio horario o por alguna preocupación nocturna que le asaltara, recurría a un libro. O trabajaba en su PC o en los dossiers del viaje. Esta noche no podía. Vio por la ventana la calle solitaria abrillantada por la llovizna que continuaba cayendo. Se puso unos pantalones de chándal, un grueso jersey de lana, las zapatillas de jogging. Encima la gabardina. Y se lanzó a la calle a medir, a largas zancadas, las aceras de la ciudad.

Su primera reunión del lunes en la oficina fue con el jefe europeo de Auditoría Interna de la Corporación. Luego con uno de los equipos auditores. Revisaron los puntos más significativos de las últimas auditorías externas.

Todo rutinario. Nada que justificara su visita. Las normas y procedimientos eran seguidos en términos generales correctamente y no existía ninguna indicación de que el fraude que ocurría en el área de producción de Estados Unidos afectara a la distribución de las propiedades intelectuales de la Corporación en Europa. Jaime hubiera podido cubrir los puntos más relevantes de las reuniones del día simplemente revisando los informes y discutiendo por teléfono las aclaraciones. O pidiéndolas por e-mail. Estar aquí era una pérdida de tiempo.

Y en los días siguientes tendría que revisar los informes de las divisiones de cine, vídeo, televisión y merchandising. También las tiendas propias que con el logo de «Eagle stores» vendían al público camisetas y mil artículos de las películas Eagle. También vería temas de menor importancia y la aplicación de un par de contratos con licenciatarios conflictivos.

Podrían ser asuntos rutinarios pero básicos en su trabajo, y de gran interés para Jaime. Pero hoy no tenían para él la menor importancia.

Su mente se encontraba en Los Angeles, y también su corazón. Amaba a Karen. Y en la distancia el sentimiento se hacía tan fuerte que lloraba a gritos su ausencia. No podía vivir sin ella y a su vuelta tenía que formalizar su relación. Le había demostrado sus sentimientos con claridad, pero ¡no le había declarado formalmente su amor! Necesitaba hacerlo con urgencia, saber si era correspondido, comprometerse con ella y que ella lo hiciera con él.

Mantenía su PC portátil conectado y aprovechaba cualquier momento entre reuniones para entrar en su buzón de Internet.

¡Al fin! ¡Un mensaje de Karen! Sintió una gran alegría seguida de desilusión. Era cortísimo. Pero ¿qué esperaba? ¿Una carta de amor? La deseaba con todas sus fuerzas, pero el mensaje de Karen era casi tan escueto como el enviado por él la noche anterior. «Me alegro de que estés bien. Trabajando mucho. Avanzando algo, Cuídate. Corba.»

Debía de haberlo escrito pasada la medianoche del domingo, Ciertamente Karen trabajaba mucho.

Aquella noche cenó con el jefe europeo de Auditoría en un sofisticado restaurante. A su regreso al hotel su mirada se cruzo con de una hermosa mujer sentada en el hall. Lo primero que le atrajo fueron las piernas, recatadamente cruzadas pero mostrándose generosas, bajo una falda no muy corta. Luego unos bellos ojos verdes. La mujer vestía con clase. La clase acorde con el hotel. La muchacha le sonrió levemente, mantuvo su mirada unos momentos y luego la desvió distraída. Jaime pensó que allí tenía la oportunidad de sexo fácil y experto sin compromisos. Y para algunos hasta un antídoto contra la soledad y quizá un poco de consuelo. Por un poco de dinero. Claro. La combinación de un vestido con gusto, un buen maquillaje, saber estar sobre la moqueta de un hotel y una chica medianamente atractiva se convertía en un intenso objeto de deseo nocturno. Echó un vistazo en el bar. Estaba muy concurrido, y Jaime volvió atrás sobre sus pasos.

Por un momento le asaltó la idea de aliviar su ansiedad con la compañía de aquella chica. Pero no. Sabía que no podría. O Karen o ninguna.

Pasó de nuevo por delante de ella y pensó que se habría equivocado en su apreciación y que hubiera podido cometer un error embarazoso.

Subió a su habitación y se sentó frente al PC. Como era de esperar, ningún mensaje de Karen. Sí encontró varios mensajes procedentes de la oficina central de la Corporación, dos de ellos de White. Y otros dos de Japón y Australia. No abrió ninguno. Lo haría mañana.

Quería escribir a Karen. Las medidas de seguridad acordadas: ser escuetos al mínimo en e-mail y no usar el teléfono representaban un terrible castigo. ¡Tenía tanto que contarle! Buscaba las palabras con cuidado y las combinaba de formas distintas, pero nada explicaba lo que sentía y finalmente escogió lo que le parecía un anodino grupo de letras. «He recordado una nueva experiencia. Por mí mismo. Tú estás en ella. Te añoro y deseo verte pronto. Cuídate. Pedro.»

Miró el texto final en la pantalla y suspiró. ¡Qué estúpida misiva.

Estaba enamorado como un loco de Karen y debía, deseaba confesarle su amor. ¡Y sólo se le ocurría enviarle aquel mensaje bobo. Se consoló pensando que un ordenador no era el medio adecuado para una declaración.

MARTES

67

– Good morning sir. -Sonaba cortés una voz con acento británico-. Your awaking call. Have a good day.

Jaime dio las gracias con un gruñido, colgando el teléfono. Luego de unos instantes para situarse en el mundo, se levantó, anduvo hasta la ventana y descorrió los pesados cortinajes para mirar a la calle. Aunque aún estaba oscuro fuera, pudo ver en los charcos la caída de algunas gotas de agua. Seguro que amanecería con la misma llovizna del día anterior. Se acercó al PC, que había mantenido conectado durante la noche, y consultó su buzón de entrada. Ningún mensaje de Karen. Y ya eran las once de la noche en L.A. ¿Estaría ella aún trabajando en Montsegur? ¿O era que no sentía urgencia en responderle? Luego de la ducha, le sirvieron el desayuno en la habitación y al salir, justo antes de desconectar su PC portátil, revisó de nuevo las entradas. ¡Al fin, un mensaje de Corba! Su estúpido corazón dio un brinco acelerándose de alegría.

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[6] Buenos días, señor. Su llamada despertador. Que tenga un buen día.

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