– Ésta es la lista de películas y telefilmes en los que hemos detectado fraude -dijo entregando el documento a Davis a través de la mesa. Esperó unos momentos mientras el viejo, con semblante inexpresivo, recorría la lista. Sin decir palabra, Davis pasó el documento a Gutierres-. Ésta es la lista de compañías que, según hemos comprobado, participan en contratos fraudulentos. Son más de cincuenta, pero sus propietarios, indicados al lado del nombre de la compañía, son siempre los mismos. Quince individuos, testaferros de la secta.
Y así continuó describiendo el funcionamiento de la conjura. Al fin, dejando los papeles en la mesa, Davis se quedó mirando a Jaime; aquellos ojos de viejo cansado al inicio de la entrevista despedían ahora fuego.
– ¿Tiene usted alguna sospecha o indicio de que Bob Cooper, el presidente financiero, esté en el complot? -inquirió.
– No; no la tengo.
– Bien. Entonces él se encargará de verificar estos datos, que, en efecto, sugieren la existencia de un gran fraude. El asunto es muy grave, y usted insinúa que el asesinato de Kurth forma parte de ese complot e implica a altos ejecutivos. Quiero conocer su teoría. Quiero saber cómo ha obtenido usted tanto la información como los documentos de estos asuntos que no pertenecen a su área de responsabilidad.
– Usted recordará a Linda Americo.
– Sí, la recuerdo. Es la chica que fue asesinada en Miami por una banda de sádicos.
– Eran mucho más que una banda de sádicos. Linda fue amante de Daniel Douglas, mi ex compañero encargado de auditoría de producción. Era también su subordinada. Él la introdujo en la secta de los Guardianes. -Jaime explicó con detalle, pero sin identificar a Karen, cómo Linda obtenía la información y cómo la transmitía a su amiga.
– ¿Cuál es su interés en esto, Berenguer? -inquirió Davis al final del relato-. La secta, de existir, podría tomar represalias contra usted y su amiga. ¿Por qué se arriesga? ¿Cuál es su ganancia? ¿Es usted un justiciero solitario que pretende vengar a Linda? ¿O quiere librarse de White y quedarse con su puesto de presidente?
Jaime detectaba malicia en la última pregunta del viejo.
– Señor Davis, soy auditor y he descubierto un fraude contra la empresa para la que he trabajado durante muchos años. Mi obligación es investigarlo y denunciarlo. ¿Qué tiene de extraño?
– Sí, cierto. Cierto. Es su obligación -contestó Davis con una mueca que quería ser el inicio de una sonrisa-. Pero no es su trabajo habitual, y asume usted riesgos personales.
– Bien. Admito que me encantaría que se hiciera justicia con los asesinos de Linda. -Hizo una pausa y habló con lentitud- Y que no rechazaría un ascenso.
– No corra tanto -le cortó Davis con una sonrisa más lograda que la anterior. Era obvio que la respuesta le gustaba; era el lenguaje que el viejo entendía y al que estaba acostumbrado-. Ahora, basta de ese asunto. Quiero verle a las tres de la tarde. A ti también, Andrew.
Davis se levantó y, seguido por Gutierres, salió de la habitación sin despedirse.
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– ¿Qué tal, forastero? -ironizó Laura al verlo-. Creíamos que te había secuestrado una inglesita.
– Estoy bien. ¿Y tú? -respondió Jaime entrando en su despacho.
Laura le siguió dentro.
– Tienes una larga lista de llamadas pendientes y no has leído los mensajes de tu correo electrónico.
– Sí. Lo sé. He estado muy ocupado.
– Pues tu jefe no ha dejado de preguntar por ti. Quiere que lo llames de inmediato.
– Ya dije que un familiar tuvo un accidente. -A Jaime no le importaba ya demostrar el menosprecio que sentía por White-. ¿No le basta?
– Por lo visto no. Ha telefoneado un montón de veces preguntando dónde estabas. Mejor le llamas.
– No te preocupes, Laura. Le veré muy pronto. -Jaime estaba seguro de que Davis los confrontaría en la reunión de la tarde.
Laura leyó la lista de las llamadas recibidas durante su ausencia, resumió la correspondencia pendiente y otros asuntos menos urgentes. Pero para Jaime nada había más urgente o importante que lo que ocurriría en la tarde.
– Te veo ausente, jefe. ¿Seguro que todo va bien? ¿Te puedo ayudar en algo?
– No, gracias, Laura. De momento todo bien.
– ¿No será de verdad un asunto amoroso? ¿La inglesita? -Laura lo miraba con picardía, levantando su labio superior.
– Bueno. Quizá haya algo de eso y de otras cosas. Pero no me interrogues ahora. Ya te contaré. Debo irme.
– ¿Irte, Jaime? White se pondrá furioso si sabe que te has ido sin hablar con él.
– Pues no le digas que he venido.
– ¿Y si me pregunta? ¡No querrás que mienta!
– Pues sí, miéntele. ¡Hasta luego!
Jaime salió de inmediato del edificio; condujo hasta Ricardo's para comer una pizza de reparto con Karen y Ricardo y relatarles lo ocurrido. Luego regresó directamente al salón donde había estado por la mañana y tuvo que soportar media hora de retraso, una espera interminable, antes del inicio de la reunión.
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– La muestra de información que hemos comprobado es correcta. -Davis hablaba serio, calmado-. Es un caso muy grave de fraude. Usted dijo que hay mucho más. Que se trata de un complot orquestado por una secta y que los asesinatos de Steven y de Linda forman parte de la trama en la que están involucrados altos directivos de la Corporación. ¿Se reafirma en lo dicho?
– Sí, aunque no tengo pruebas directas contra dichos directivos en lo que se refiere a los asesinatos.
– Sin embargo nos dará todos los nombres, ¿verdad? -intervino Gutierres.
– No. No daré nombres de los que no tenga pruebas fehacientes; no quiero demandas por calumnias.
– ¿Qué me dice de su jefe, Charles White? -continuó Gutierres.
– Su implicación en el fraude es evidente, y las pruebas están sobre la mesa.
– Bien. No perdamos más tiempo. Que pase White -dijo Davis.
Gutierres salió y entró al poco con White, y le indicó que se sentara a uno de los extremos de la mesa.
White, pálido, miraba en silencio a los presentes con sus ojos azules desvaídos, inexpresivos y que ahora parecían muertos, opacos. Cuando vio a Jaime, no dijo nada.
– Charles -empezó Davis-, Berenguer ha presentado documentos que prueban un fraude en los estudios Eagle por el que me han robado millones de dólares. Daniel Douglas, tu director de auditoría, al que despedimos por acoso sexual, está implicado, y Linda Americo, la chica que lo denunció, fue asesinada en Miami cuando recopilaba las pruebas. Todo apunta a tu implicación en el robo, ya sea de forma directa o encubriéndolo. Quiero escuchar tu versión.
– En mi vida he participado en fraude alguno -repuso White aparentemente tranquilo-. Te están engañando. Linda, junto con Berenguer, pertenecía a una secta llamada los cátaros. Otros empleados como Karen Jansen y su jefe, aquí presente, Andersen, también son cátaros. Quieren tomar el control de esta compañía. Pretenden hundirme con calumnias y que Berenguer sea ascendido para así ganar mayor control sobre la Corporación. Este hombre -señaló a Jaime con su dedo índice- desapareció hace unos días, supongo que para preparar esta falsedad. Si aquí hay una víctima de un complot, soy yo. Pregúntale a Berenguer, y que niegue, si se atreve, que pertenece a la secta cátara.
– Es una defensa absurda -afirmó Jaime, sintiendo cómo ahora todas las miradas recaían en él-. Las irregularidades ocurrieron en producción, donde yo no tengo responsabilidad ni acceso. Si yo hubiera participado en el complot, éste afectaría a las áreas de distribución.
– Estabas de acuerdo con Linda -repuso, rápido, White elevando la voz-. Ella sí tenía acceso a producción y te tenía a ti de maestro. Vosotros organizasteis el fraude y ahora me acusáis a mi. Ése es el complot. ¡Responde! ¿Era Linda cátara? ¿Lo eres tú? Responde: sí o no.