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MARTES

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– ¡Jaime! ¡Qué sorpresa! -Hermosa sonrisa, ojos de un azul profundo, media melena rubia clara-. ¿Cómo estás?

Jaime regresó de inmediato del lugar entre sus pensamientos donde se encontraba perdido; estaba cenando en Roco y, terminada la ensalada, mordía una hamburguesa. De espaldas a la caja, desde su mesa podía ver la calle y observar a los habitantes del restaurancito, pero se había perdido la entrada de la rubia. Y ahora ella estaba de pie al lado de su mesa sosteniendo una bandeja con ensalada, hamburguesa y una taza de café humeante. Menú poco original, pero el propio del lugar.

– Muy bien. -Aunque sorprendido por el conjunto de pantalón y chaqueta vaquera, reconoció de inmediato a la chica-. Gracias, Karen. ¿Cómo tú por aquí?

– Me cansé del menú de mi cocinera y, acordándome de este restaurante griego, he decidido cenar una sabrosa y auténtica hamburguesa americana.

– ¿Tienes cocinera? -Jaime sonreía incrédulo.

– Claro. Se llama Karen Jansen. ¡Pero bueno! ¿Me invitas a compartir mesa o qué?

– Siéntate, por favor. -Hizo un gesto de bienvenida con la mano que no sostenía la hamburguesa.

Ella depositó la bandeja y, sentándose frente a él, lo miró sonriente. Jaime no se había perdido las curvas que los ajustados pantalones resaltaban.

– Creo que es la primera vez que te veo vestir pantalones.

Hacía tiempo que se conocían, pero él siempre la había visto vestida según un código, no escrito, que funcionaba para las mujeres con responsabilidades ejecutivas en la Corporación. Faldas no muy por encima de la rodilla y blusas con cuello cerrado o alto con botones. Las medias eran obligadas incluso en verano.

Pero ahora Karen vestía una camiseta negra con escote, que resaltaba sus pechos.

– Los pantalones son una conquista social a la que no pienso renunciar. Las mujeres hace tiempo que votamos en este país, ¿lo sabías?

Una luz de alarma se le encendió a Jaime, y por un momento sus músculos se tensaron. Conocía la reputación de agresividad de Karen y la había visto en acción más de una vez.

Pero ella lo miraba con una cálida sonrisa en los labios y una chispa de humor en los ojos. No parecía buscar, al menos por ahora, batallas reivindicativas sobre derechos femeninos.

– ¿Y tu cocinera también vota? -Jaime le devolvió la sonrisa.

– No, ella no. Es inmigrante ilegal.

– No tenemos muchos inmigrantes ilegales rubios, con ojos azules y apellidados Jansen últimamente por el sur de California. Tengo el apartamento hecho un desastre. ¿Crees que si le hago una buena oferta tu inmigrante ilegal vendría a arreglarlo de vez en cuando?

Ella no contestó y empezó a comer su ensalada. Jaime temía haber ido demasiado lejos, animado por los ojos azules de mirada amistosa y las recién descubiertas curvas femeninas de Karen. La compañía de la chica fuera del trabajo le estaba gustando y lamentaría estropearlo. Decidió mantener el silencio y esperar la respuesta de ella. Mordió su hamburguesa.

Al cabo de unos minutos interminables ella dejó de comer, apoyó los codos en la mesa y, acercándose ligeramente, le miró a los ojos. Había dejado de sonreír y el pequeño escote se abría sugiriendo vistas prohibidas. Al fin habló.

– Jimmy, ¿te me estás insinuando?

Él intentó no atragantarse con la hamburguesa al contestar. Ponderaba la respuesta preguntándose cómo podía ser ella, tan guapa y agresiva a la vez.

– Kay -contestó usando también el diminutivo-, se trata de negocios, nada personal.

– Yo dejé los negocios hoy a las siete. ¿Continúas trabajando para la Corporación a estas horas o tienes pluriempleo con la mafia?

– Si has dejado de trabajar, eres tan agresiva en tu vida privada como en los negocios -le reprochó mirándola con seriedad.

– No, hombre. Estoy bromeando; en mi vida privada soy muy dulce. -La sonrisa regresó a sus labios.

Jaime se preguntaba qué hubiera ocurrido de haber contestado que sí, que era una insinuación intencionada, pero prefirió no insistir y esperar acontecimientos. Siguieron comiendo en silencio. De cuando en cuando sus miradas se cruzaban.

– ¿Vienes mucho por aquí, Karen?

– En realidad no, esto cae lejos de mi apartamento, pero me apetecía una hamburguesa artesanal, como las de mi pueblo, y me he acordado de este lugar.

– ¿De dónde eres?

– Deluh, Minnesota.

– ¡Ah! Debería haberlo imaginado. Una típica rubia de Minesota, descendiente directa de nórdicos y destacada cheer leader de su escuela. Apuesto a que eres una ferviente seguidora del Partido Demócrata.

– Sí a lo primero, sí a lo segundo y lo tercero no te importa. Ya sabes que en este país el voto es secreto. Y tú ¿de dónde eres?

– Yo nací en Cuba, pero he pasado aquí, en el sur de California, casi toda mi vida.

– ¡Ah! ¡Claro! Yo también debiera haberlo imaginado. Un latín lover con ritmo. Seguro que eres un activo anticastrista votante inalterable del Partido Republicano.

– Sí a lo primero, y lo segundo tampoco te importa. Ya sabes que los hombres tenemos en este país los mismos derechos que las mujeres.

Ella le miró sonriente y continuó comiendo en silencio.

– Tú y yo somos iguales -murmuró dulcemente al cabo de un rato.

Jaime no pudo evitar una carcajada.

– ¡De eso hablábamos! -exclamó-. Estás cenando con un rubito, de ojos azules nacido cerca del polo Norte y con formas parecidas a las tuyas. -Con descaro premeditado le miró el escote.

– Tú y yo somos iguales -insistió ella con suavidad casi felina-. Sí, somos iguales -afirmó ahora con energía ante el silencio de él-. Somos minorías que alcanzamos responsabilidades laborales donde somos más minoría aún. ¿Cuántos hispanos están en una posición de vicepresidente en la Corporación? Ninguno. Sólo tú. ¿Cuántos hay en el siguiente escalón de mando por debajo de ti? Ninguno, y pasará mucho tiempo antes de que los haya de nuevo. -Karen hizo una pausa y lo observó. Luego continuó-: ¿Cuántas mujeres hay en tu nivel, Jim? Ninguna. ¿Y en el mío, tres niveles por debajo de la cabeza? Sólo seis.

Él la escuchaba con atención, pero no dijo nada.

– Los grandes ideales de los setenta y los ochenta están muriendo en este país. Están matando la Acción Afirmativa. [4] La están desmantelando. Si tú y yo empezáramos ahora, posiblemente jamás llegaríamos donde estamos.

– Bien, tienes algo de razón, pero exageras -admitió Jaime continuando con su hamburguesa-. En corporaciones semejantes a la nuestra hay muchas más mujeres y en los niveles más altos.

– Muy pocas, y en varios casos han llegado gracias a relaciones familiares. No exagero, Jaime. Lo cierto es que, a pesar de la tendencia involucionista actual, a nosotros nos mantienen ahí porque les hemos demostrado que somos muy buenos pero, de empezar ahora, no encontraríamos las oportunidades de entonces. Por eso tú y yo somos iguales -concluyó-. Miembros de especies en peligro en las grandes corporaciones.

– ¿Quién podía imaginar que la atractiva rubia que se ha sentado a mi mesa es la presidenta de la sociedad protectora de minorías ejecutivas? -Jaime sonreía cínico.

Ella le devolvió una sonrisa forzada.

– Gracias por el título y el cumplido, pero estás evitando la cuestión -continuó, inclinándose en la mesa hacia él. La sonrisa había desaparecido-. Dime, Jaime, ¿te es indiferente el asunto? ¿Te parece bien que los jóvenes pertenecientes a minorías no tengan hoy la oportunidad que tú tuviste de probar tu valía?

Jaime estaba incómodo y su alarma interna le avisaba de nuevo. Instintivamente se apoyó contra el respaldo de su silla, y le pareció irónico retroceder ante una mujer tan atractiva. Justo lo contrario de lo que su instinto debería indicarle. ¿O sería que su instinto de supervivencia le ganaba la partida al instinto sexual? Sin duda, Karen podía ser peligrosa.

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[4] Acción Afirmativa: programa desarrollado por la administración de Estados Unidos dirigido a integrar a miembros de minorías en puestos ejecutivos y de responsabilidad tanto dentro de organismos públicos como en la empresa privada.

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