»Una mañana de julio, ya en las vacaciones de verano, uno de los compañeros de Partit de papá entró corriendo en la tienda. "¡Pere! -gritó-. ¡Los militares se han sublevado contra la República! ¡Se lucha en las calles de Barcelona!" Mi padre se arrancó el mandil blanco que vestía en la tienda, lo echó encima del mostrador y gritó a mi madre, que lo miraba preocupada: "¡Voy a escuchar la radio de galena del farmacéutico!"
»Salí corriendo detrás de mi padre y su amigo. No sabía exactamente qué implicaba aquello, pero por lo oído últimamente intuía que el asunto tenía que ver con mi libertad.
»El golpe en Barcelona fracasó, y los militares cayeron a manos de grupos de izquierdas y de la policía. Pero triunfaron en muchos otros lugares de España.
»El año siguiente fue de noticias contradictorias, rumores, discursos inflamados y jóvenes que marchaban hacia el frente de batalla cantando himnos patrióticos. "Vale más morir de pie que vivir arrodillado", decía mi padre, junto con otras cosas de tono semejante.
»Pasé aquel año yendo a la escuela, a la sede del Partit y jugando con mis amigos a grandes combates en frentes de batalla imaginarios con nuestras escopetas de madera. Pero mi hermano y yo tuvimos que ayudar más a mamá en la tienda, porque Pere se ausentaba con frecuencia.
»Un día, desde el comedor del primer piso de la casa oímos una discusión desacostumbrada, casi a gritos, procedente del dormitorio de mis padres. Cuando Rosa María bajó, tenía los ojos enrojecidos. Yo ya no iría a la escuela el próximo septiembre y tendría que ayudar más en la tienda, porque papá iría a combatir al frente. "Joan, me voy a luchar por nuestra patria y por nuestra libertad -me dijo Pere al despedirse-. Cuida de tu hermano, obedece a tu madre y reza por mí."
»Rosa María lo abrazó con fuerza. Luego le dio una espiga de trigo para que la guardara como símbolo de nuestro hogar. Cogí la mano de mi hermano, que lloraba en silencio, y sentí cómo se me nublaban los ojos. "Buena suerte, papá", grité cuando el camión de cabina descubierta, con mi padre y un grupo de compañeros del Partit, de pie en la parte de atrás, arrancó hacia Barcelona.
»Retuve la imagen de papá sonriendo con el fusil al hombro. Una bandera amarilla con cuatro barras rojas, que en realidad eran la sangre de un antiguo héroe, estaba sujeta a la cabina del camión y ondeaba al viento por encima de las cabezas de los voluntarios. Unos del camión se pusieron a cantar un himno, y mi padre se unió a ellos mientras saludaba con la mano. Los que les despedíamos también cantábamos y vi cómo mi madre corría inútilmente tras el camión cuando éste se alejaba.
»Durante un tiempo recibimos cantidad de cartas de papá y, por lo que contaba, aquello, más que una guerra, parecía una aventura. Decía que quería pagar la espiga de Rosa María con poesías. Por eso escribía mucho.
»Murió en la orilla del río Ebro, en la frontera de su país. Fue un asalto a bayoneta.
Los compañeros del Partit nos dijeron que Pere fue un hombre afortunado.
»"Murió libre, luchando por patria y libertad. -Explicaban-. Jamás supo que perdió la guerra y el dolor de sus heridas duró poco. No tuvo que sufrir la humillación de la derrota o la prohibición de hablar su lengua materna. Tampoco sufrió hambre, enfermedad o campo de concentración."
»"Ni vio a los suyos vencidos y humillados."
»"El cuerpo de Pere quedó al lado del río Ebro y jamás volvió. Pero el padre río recogió la sangre de Pere y la fue llevando a través de los campos de nuestro país. Al final la entregó a la madre mar que la mezcló con la sangre de los héroes que durante miles de años han luchado por patria y libertad a orillas del Mediterráneo.
»"Y la mar mediterránea la llevó hasta la playa de nuestro pequeño pueblo."
»Por eso, a partir de entonces, cuando yo rezaba por mi padre, siempre iba a la playa.
»Rosa María lloró cuando le contaron la historia por primera vez. La segunda vez les dijo a los del Partit que no se acercaran más por la tienda ni hablaran nunca más conmigo. Además, ¿cómo diablos sabían ellos si el padre río no había concedido el mismo honor a la sangre del enemigo al que su marido mató?
»Les dijo que hubiera preferido ser la esposa de un cobarde que la viuda de un héroe. Y seguro que la mujer del hombre al que su marido habría matado pensaba lo mismo que ella.
Pero yo sabía que en algún lugar cerca del río Ebro los granos dorados del hogar de mis padres fructificarían, haciendo crecer espigas de trigo. Y cuando el viento de poniente soplara, las espigas recitarían bajito las poesías que Pere no pudo terminar de escribir. Y las poesías llegarían a Rosa María. Y así Pere podría pagar al fin su deuda con ella.
»En el año 39 la derrota se hizo evidente. Grupos de soldados cansados, sin moral, cruzaban el pueblo hacia el norte. Hacia Francia.
Ya no cantaban. Decían que volverían en poco tiempo y liberarían el país.
»Los supervivientes del Partit, igual que los de otros grupos y partidos, recogieron las banderas y se encaminaron al destierro.
»Yo ya tenía catorce años y le dije a mi madre que me iba con ellos. Rosa María respondió que estaba loco y que ella no lo consentiría, pero yo repliqué que le había prometido a mi padre que lucharía por mi libertad y que no aceptaría humillaciones. Aun sintiéndolo, debía irme.
»La pobre mujer se decía que la locura debía de ser la única herencia que el padre dejaba al hijo, y me hizo hablar con el cura, con el maestro y con algunos familiares para que razonara. Pero no cambié mi decisión. «Joan, eres demasiado joven. Esperar unos años no hará que faltes a la promesa hecha a tu padre», argumentaba Rosa María para ganar tiempo. «Mamá, tú me enseñaste que mi palabra debe tener más valor que todo el dinero del mundo -repuse mirando con calma a sus profundos ojos-. ¿Quieres que te traicione también a ti?»
»Rosa María se dio cuenta de que había perdido. Pero era una buena comerciante e iba a negociar hasta el final. Y al fin consiguió que aceptara ir a Cuba, donde ella tenía un hermano que había establecido un comercio de importación-exportación. Éste me aceptaría como aprendiz y, naturalmente, se me trataría como de la familia.
»La buena mujer arregló mi viaje a Marsella en un barco de pesca que iría bordeando clandestinamente la costa. En Marsella tendría pasaje para La Habana.
»Me despedí de mi familia en el pequeño puerto al atardecer. «Joan, cuídate y escribe -me dijo mamá-. Sé trabajador y honrado, paga siempre tus deudas y jamás faltes a tu palabra.»
»Me quedé mirando a la pequeña mujer de ojos verdes, llenos de lágrimas, y de cabello oscuro con demasiadas canas. Nos abrazamos mientras acariciaba aquellas canas prematuras.
»En aquel momento me pregunté a cuál de los dos admiraba más, a Pere o a Rosa María. No supe responder.
»Hay preguntas a las que uno jamás encuentra respuesta por mucho que viva.
»Y subí al pequeño barco, rumbo a la libertad.