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Desde el otro extremo de la mesa, Ricardo hizo una broma en inglés a Carmen, y ésta contestó con una contagiosa risa a la que se unieron los demás.

La conversación, ahora en inglés, se fue a otros asuntos.

La comida había terminado, y también la sobremesa. Carmen estaba con Jenny; había echado a todos los demás de «su» cocina y sólo aceptaba la ayuda de su nieta.

Ricardo pretendía enseñarle las flores más escondidas del amplio jardín a Laura, quizá esperando la recompensa de otro beso.

Y en la mesa, Joan Berenguer disfrutaba de su segundo café, su copa de brandy español y su gran cigarro habano ilegal. Al otro lado, Jaime y Karen le acompañaban incluso con un puro, mientras el sol de invierno bañaba la mesa del jardín y una suave brisa movía las hojas de los árboles. Nadie hablaba, y la sensación de paz era extrema. Jaime pensó que aquél era uno de esos momentos a los que uno se debe aferrar, coleccionar su recuerdo. Era feliz. Pero las preguntas volvían para enturbiar el instante. ¿Cuánto tiempo duraría lo suyo con Karen? Deseaba que para siempre, pero él no tenía la respuesta. ¿Cuánto era real en aquello y cuánto manipulación? ¿Qué pretendían en realidad los cátaros? ¿Quién era el jefe oculto? Le costaba creer que fuera Andersen. El elegante marinero sería un gran abogado, pero luego de verle actuar en los últimos días estaba seguro de que él no era el líder. ¿Quién sería?

¿Qué importa? se dijo: En esta vida jamás se tienen todas las repuestas; hay que saber vivirla y disfrutarla con todas sus incertidumbres. Y él quería vivir aquellos instantes al máximo. Miró a Karen. ¡Cómo la quería! Ella lo miró a él y le dedicó una sonrisa deliciosa. Luego le hizo un gesto de complicidad señalando a Joan. Jaime entendió.

– Joan -le dijo en inglés-, Karen tiene una pregunta para ti.

– Dime, bonita. -Sonreía bajo su blanco bigote.

– ¡Vamos Jaime! -protestó ella-. Si es lo que pienso, es demasiado íntimo para que se lo pregunte yo. Tú eres su hijo, y a ti te corresponde formular ese tipo de preguntas.

– Bien, de acuerdo -aceptó, e hizo una pausa antes de preguntar-: Padre, te fuiste de tu tierra en busca de la libertad, cruzaste el Mediterráneo y luego el Atlántico para rastrearla en Cuba. Luego nos llevaste a Nueva York y finalmente a California continuando en tu empeño. ¿La has encontrado al fin? ¿Eres un hombre libre?

Joan había estado escuchando, afirmando con la cabeza conforme su hijo hablaba, pero al terminar éste se quedó inmóvil y pensativo. Soltó un par de volutas de humo. Luego miró hacia los árboles más lejanos del jardín y su vista se perdió en sus horizontes interiores.

– Mira, Jaume. -Joan hizo una larga pausa-. En algún lugar de mi largo camino sentí cansancio, me senté y decidí hacer un pacto entre mis ideales y mis limitaciones.

Los jóvenes se miraron con sorpresa mientras Joan les contemplaba sujetando su puro cerca de la boca.

– ¿Quieres decir que renunciaste a tu búsqueda?

– Yo sólo he dicho que hice un pacto.

– Pero pactar es ceder, no alcanzar lo que se desea -intervino Karen-. ¿No es una renuncia?

– Sí y no.

Se quedaron callados mirándolo en espera de una aclaración. Joan tomó un lento sorbo de brandy, dio una profunda calada a su puro, bebió un poco de café expreso y les sonrió.

– Hace muchos años un amigo mío me dijo que había aprendido a pactar entre sus sueños y sus limitaciones. El hombre había corrido el mundo persiguiendo sus sueños. Y sus sueños siempre corrían más que él.

»Entonces yo me escandalicé tanto como quizá vosotros lo hayáis hecho hace un momento. Pero la vida me enseñó que, para ganar, muchas veces hay que pactar. Desde que mi amigo pactó consigo mismo, logró soñar lo que podía alcanzar y así alcanzó, al fin, sus sueños. Joan hizo otra pausa repitiendo la ceremonia del brandy, el puro y el café-. ¿Sabéis, queridos Karen y Jaume, lo que es la libertad?

– Bueno… -Jaime inició una respuesta.

– Una utopía -cortó Joan-. La libertad es un concepto, algo que sólo existe en la mente, y que es distinto para cada individuo y tiene una parte física y otra mental. Una vez que la parte física está cubierta en un mínimo razonable, lo demás pertenece a la mente. Libertad es poder hacer lo que uno desea. Yo he aprendido a saber desear. Yo hago lo que deseo. Soy libre.

Se lo quedaron mirando pensativos mientras Joan volvía al café, el puro y el brandy.

– ¡Granpa! -Jenny llegó corriendo de la cocina seguida de Carmen, que portaba una nueva cafetera humeante. La niña se sentó junto a Joan y cogiéndolo de un brazo posesivamente, le pidió-: Abuelo, cuéntanos una historia de Cuba o de España.

– Sí, mi amor. -Y sonriendo a los adultos les dijo-: Pero no cerréis vuestro pacto antes de los sesenta años.

– ¿Por qué no antes? -inquirió Karen.

– Porque si pactáis demasiado pronto, no tendréis historias que contarles a vuestros nietos.

LUNES

115

– Extraño mensaje en el correo electrónico. -Davis levantó la vista de los contratos que revisaba para mirar a Gutierres-. Está dirigido a usted con copia para mí.

– ¿De qué se trata?

– Permítame que lo ponga en pantalla. -Gutierres entró dentro del e-mail de Davis utilizando la clave secreta de éste-. Aquí está. Fíjese. Lista de líderes de la secta. Lista de nombres de empleados y grado de implicación. Bajo. Medio. Alto. Mucho más de lo que usted pidió.

– Me alegro. Ya sabía que Berenguer es en el fondo de los míos. Es mejor sacarle el ojo a tu enemigo antes de que éste te lo saque a ti. -Davis hizo una pausa mirando la pantalla, y luego añadió en tono bajo-: White y Douglas están muertos, y a Nick Moore le esperan un juicio y años de cárcel. Ya hablaremos cuando salga. -Señaló nombres en la pantalla-. Ya sabes lo que hay que hacer. Empieza por Cochrane y con esos otros dos, como líderes principales. Cuando termines revisaremos los siguientes de la lista.

– Sí, señor. -Gutierres anotó los nombres en su agenda y Davis regresó a los contratos, con toda naturalidad, como si sólo hubiera pedido un café.

Luego de unos minutos, Gutierres reinició la conversación.

– Pero aquí está lo extraño. El acceso al e-mail de Linda Americo no se anuló cuando fue asesinada; su nombre está como firmante del mensaje y han usado su ordenador y su clave personal para transmitirlo. Todo igual que como si ella lo enviara; pero, claro, sabemos que está muerta. -La voz de Gutierres sonó irónica-. ¿Un mensaje desde el más allá?

– No, Gus -respondió Davis luego de pensar-. Los muertos no envían mensajes. Ésta es una forma segura de mandar la información sin dejar rastro de quién la envió. Muy hábil, en especial si luego hay muertes y las cosas se complican.

»Además, ya sabes que la señorita Americo era cátara y que los cátaros creen en la reencarnación. Tengamos algo de fe, Gus. Linda Americo se ha reencarnado y nos está pidiendo que hagamos justicia con sus asesinos. -Con una sonrisa añadió-: Sí. Me gusta la idea. El mensaje procede en realidad de Linda. Y Berenguer es un buen cátaro que jamás daría una información que conduzca a alguien a la pena de muerte. ¿No dicen los cátaros que ellos son la Iglesia del amor?

Gutierres afirmó con la cabeza.

– Pues Berenguer es cátaro por causa del amor. Del amor de una mujer. -Davis miró pensativo, a través de la mesa de nogal, más allá de sus ventanales, hacia un azul océano Pacífico y añadió-: Está enamorado, mucho, pero no creo que ni ciega ni locamente. Tampoco parece que sea un tipo dispuesto a perder la cabeza por puro amor cátaro.

– Tengo la impresión de que Berenguer no ha enviado ese mensaje -interrumpió Gutierres.

– Claro que lo ha enviado él. ¿Quién si no?

– La información es demasiado completa; hay nombres de gente de poca relevancia, es mucho más de lo que usted pidió. Ha sido enviado por alguien que pretende que erradiquemos hasta el último guardián. Alguien que persigue obtener poder dentro de la Corporación. Podría ser el verdadero número uno cátaro, el líder oculto.

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