– Te equivocas, Jaime -Karen contestó con firmeza-. No te puse los cuernos porque no tenía ningún compromiso contigo. Era una mujer libre y con dos ofertas. El asunto era muy importante. Lo pensé y luego tomé una decisión. No te he engañado en ningún momento. Si me quieres, tómame. Si no, dímelo y lo dejamos. Pero si me tomas ha de ser sin reproches y sin cuentas pendientes.
– Pero lo nuestro se supone que era distinto. Único. Exclusivo. Yo te he visto en mis recuerdos. Y te amaba con locura. Y ese amor se ha mantenido, ha crecido en el tiempo. ¿Cómo puedes comparar lo nuestro con tu asunto con Kevin?
– Tienes razón en lo extraordinario de lo que nos está ocurriendo, Jim, pero te equivocas en lo de único y exclusivo.
– ¿A qué te refieres?
– A que sí te puedo comparar con Kevin.
– ¿Cómo?
– Porque a él también lo amé antes.
– ¿Qué?
– No te puedo contar más, Jim. Debes terminar tu ciclo de recuerdos de aquella vida. Solamente créeme. No ha sido una decisión inmediata para mí. Tampoco tan fácil. Tenía que rechazar parte de mi vida antigua y tomar otra.
Jaime se quedó silencioso. Intentaba asimilar todo aquello. No sabía qué decir.
– Lo ocurrido con Kevin fue un tipo de despedida -continuó Karen-. Tú pareces tomarlo como una gran ofensa personal. Y te equivocas. No tienes derecho a censurarme. Se lo debía a Kevin.
Karen calló. Jaime se dio cuenta por unos momentos del entorno que lo rodeaba y de que durante la conversación el resto del mundo había desaparecido de su conciencia. La música sonaba ahora a ritmo caribeño, y el local se había llenado con mucha más gente. Y Karen estaba allí, delante de él. Hermosa como nunca y provocativa con su jersey de pico, que no escatimaba la vista de la parte superior de sus pechos. Y sus piernas largas y bellas se mostraban generosas hasta donde su corta falda había retrocedido al sentarse. Él amaba a aquella mujer. Y tenía mil motivos. Su personalidad, su sonrisa, la forma en que se expresaba, cómo se movía…
¿Qué podía reprocharle? Quizá algo o quizá nada. Lo que era seguro es que los reproches no le llevarían a nada positivo. Debía olvidar lo de Kevin lo antes posible y alegrarse de que fuera él el que ganaba y Kevin el que perdía.
Karen continuaba callada y lo observaba con ese brillo especial en sus ojos. Ante el silencio de Jaime, ella empezó a hablar de nuevo.
– Se lo debía al pobre Kevin. Y tú estropeaste la noche, Jim. Lo siento. Eso quiere decir que me va a quedar una deuda pendiente de pago con él.
– ¿Qué?
Karen estalló en una carcajada y continuó riéndose al verle la cara.
– Es broma. ¡Tonto! -le dijo a Jaime entre risas.
Jaime sintió un repentino alivio; pero no pudo reírse. Ni siquiera sonreír.
VIERNES
82
Se levantó y fue a la cocina a por un vaso de agua. La noche anterior propuso a Karen vivir juntos hasta que pasara el peligro. Karen aceptó. Casi nadie sabía que él estaba con los cátaros, y consideraban su apartamento bastante seguro.
Jaime llamaría hoy a Laura, su secretaria, para explicar que un familiar cercano había tenido un accidente y él tuvo que regresar de improviso. Que le dijera a White que el familiar era residente de otro estado y no iría a la oficina hasta el lunes. No; no estaría localizable.
Confiaba en que para el lunes estarían preparados para denunciar a los Guardianes ante David Davis.
Al regresar a la habitación se quedó mirando a Karen. Dormía sobre su lado izquierdo y estaba medio cubierta por la sábana. Su pelo desparramado sobre la almohada y su blanca piel resaltaban sobre las sábanas de color azul. Estaba bellísima. Jaime pensó que había sido enteramente suya durante la noche. Aún era suya. Le costaba creer que poseía a aquella mujer. Y esa sensación de propiedad le llenaba de una satisfacción como nunca antes sintió. Había ganado y tenía a Karen. De momento. Pero ¿hasta cuándo? Esa pregunta le torturaba. ¿Cuánto tiempo podría retenerla? Estaba seguro de que Kevin no aceptaba su fracaso e intentaría conseguirla de nuevo. ¿Continuaría Karen amándolo cuando ya no fuera necesario para los planes de su secta?
Jaime se acostó abrazando a Karen por detrás, con su pecho contra la espalda de ella y las piernas siguiendo las de su compañera en posición paralela, quedando los cuerpos ajustados.
Olvidó sus pensamientos, concentrándose en el placer del abrazo. Notaba la respiración tranquila de la que en este momento era su mujer y se sintió lleno de paz.
Al rato se levantó, fue a preparar el desayuno y al volver al dormitorio la besó para despertarla. Primero en la mejilla, luego en el cuello y en la boca. Karen abrió los ojos y sonriendo los volvió a cerrar. Al insistir Jaime, ella empezó a desperezarse.
– Buenos días, cariño -dijo ella.
Karen se medio vistió con el jersey de pico y sus braguitas de la noche anterior y se sentaron a desayunar.
– ¿Qué tal has dormido?
– Muy bien. ¿Qué tal tú?
– Me he despertado pronto; he tenido un sueño inquieto.
– ¿Cómo es eso? ¿No estabas bien conmigo?
– Claro que estoy bien contigo. Demasiado. Te amo con desesperación y el pensamiento de perderte, de que vuelvas con Kevin, no me deja en paz.
– ¡Oh, Jaime! Gracias. ¡Qué halagador!
– No lo digo para halagarte. Simplemente es así.
– Bien. Estás intranquilo porque crees que mañana te puedo traicionar con Kevin u otro. ¿Es eso?
– Pues… sí.
– Tengo una solución para eso. Cásate conmigo. Ahora.
– ¿Cómo que ahora?
– Sí. Para los cátaros el matrimonio no es un sacramento y ningún sacerdote tiene nada que decir o hacer sobre lo que tú y yo libremente acordemos.
– ¿Así que podríamos casarnos aquí y ahora?
– Sí. Hagámoslo. Te propongo que sea por un límite de tiempo corto antes de comprometernos definitivamente. ¿Qué te parecen tres meses?
– ¿Cómo que tres meses? ¿Por qué tan poco?
– La convivencia no es fácil y el pasado no garantiza el futuro. Yo cumplo mis compromisos. Puedes estar totalmente seguro de que mientras sea tu esposa no voy ni siquiera a permitir que se acerque a mí otro hombre. ¿Qué me dices? ¿Aceptas y te quedas tranquilo durante tres meses?
– Que sean seis.
– Trato hecho. Ven.
Jaime se levantó, quedándose frente a Karen. Ella le cogió las manos y mirándole a los ojos le dijo:
– Yo, Karen, me comprometo a ser tu esposa durante seis meses, o quizá para siempre si lo decidimos más adelante. Te seré totalmente fiel y estaré junto a ti tanto en los ratos buenos como en los difíciles, seré tu mujer física y mentalmente. Soy igual a ti y tú eres igual a mí. Por lo tanto, mi compromiso será válido siempre y cuando tú te comprometas a lo mismo y cumplas con lo acordado. ¿Qué me dices?
– ¡Karen! ¡Faltan los anillos!
– Los anillos son un símbolo material que no tiene importancia alguna para los cátaros. -Karen hizo aquí una pausa. Luego sonrió-. Pero yo amo las joyas, y estaré encantada con un regalo. ¡Pero, bueno, me tienes esperando! ¿Te comprometes también?
– Sí. Y además quiero añadir un par de puntos al contrato.
– ¿Cuáles? -preguntó Karen sorprendida.
– Que te amo con locura. Y que siempre te amaré.
– Y yo también a ti.
Y se fundieron en un beso y un abrazo. Cuando ambos se separaron, Jaime la cogió de la mano y tirando de ella hacia el dormitorio le dijo:
– No vale si no se consuma.
– ¡Pero si ya lo hicimos esta madrugada! -protestó Karen riendo.
– Consumaciones por adelantado no cuentan.
Karen se resistía jugando, y él la cogió en brazos mientras ella pataleaba ligeramente. De repente algo cruzó por su mente y la depositó en el suelo.
– ¿Era eso a lo que te referías cuando me dijiste que estuviste casada con Kevin durante un año? Era así, ¿verdad?