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Al cabo de un rato Jaime sintió que recuperaba algo de su lucidez y se dirigió a su amigo.

– Gracias, Ricardo -dijo casi en un susurro-. Perdí la razón. Ese individuo estaba jodiendo a mi chica y encima me provoco. Quise matarle; gracias por evitarlo, pero me alegro de haberle dado un buen susto y que se arrugara.

Era cerca de la medianoche cuando llegaron al club, y Ricardo insistía en invitarle a unos tragos y hablar; luego le llevaría a casa. Pero después de una larga discusión en la que Jaime le convenció de que no haría ninguna estupidez, Ricardo le dejó ir.

– De acuerdo, si así lo quieres -dijo enseñándole el revólver que le había quitado en Montsegur-. Pero esto no te lo devuelvo hasta que tú y yo hayamos hablado un buen rato. -Ricardo le despidió dándole un abrazo-. Te espero aquí antes de que termine la noche.

JUEVES

78

Estaba agotado y conducía con lentitud a través de la noche oscura, escuchando la música de una de las estaciones de radio latinas.

Porque a ti te debo mis horas amargas.

Porque a ti te debo mis horas de hiel.

Porque en ti ha quedado toda mi esperanza,

y en ti te has llevado mi vida también.

Sonaba triste el acordeón de un corrido tex-mex. ¡Qué oportuno! Aquél era él.

¿Por qué le habría traicionado Karen? ¿O es que jamás lo amó y se acostaba con él para utilizarlo como Linda hizo con Douglas? De ser así, él era un perfecto estúpido. Y ella una puta.

Que lo sepa el mundo, que lo sepan todos,

todavía te quiero tanto como ayer.

Notó que una lágrima resbalaba por su mejilla derecha y que la visión de la carretera se nublaba. Y sintió una gran lástima por sí mismo. La amaba, había construido todo un mundo de ilusiones alrededor de ella y ahora ese mundo era sólo ruinas. La vida era monótona y aburrida hacía sólo unas semanas; hasta ayer una maravillosa aventura, y desde hacía unos minutos un estercolero. ¡Y él, que la creía en peligro, que hubiera dado su vida por ella! ¡Estúpido! Ojalá no la hubiera conocido jamás. Un sollozo salió de su pecho, sorprendiéndole; no lloraba desde niño. Rompió en llanto.

Se había desviado por la 55 y luego por la Newport Freeway en dirección al océano. Lo hizo sin pensar, automáticamente, como si fuera a coger su barca. Luego tomó la 1, la Pacific Coast Highway dirección sur. Cuando se sentía herido, su instinto lo llevaba hacia la casa de sus padres en Laguna Beach; su verdadero hogar.

En la carretera de la costa, los restaurantes estaban ya cerrados y casi nadie circulaba.

Sacudió la cabeza. ¡Ya basta de autocompasión! Intentó pensar fríamente y hacer un inventario de lo que ocurría. Pero ¿qué es lo que realmente quieren Dubois, Kevin y los suyos?

Kevin, el revolucionario y carismático profesor de universidad. El idealista. Había usado a Karen, su amante, para enamorarle a él y hacerle trabajar en su proyecto. Era obvio que Kevin no era un Buen Hombre ni ella una buena mujer. Karen, Kevin, la fallecida Linda y hasta quizá Dubois, junto con otros, formaban un grupo radical, una secta, dentro del grupo de creyentes de la Iglesia de los cátaros. «No usan la violencia física, pero sí luchan, y está claro que no siguen fielmente las enseñanzas de Cristo. Utilizan la seducción y el sexo como armas. Son una secta, distinta, pero una secta como los Guardianes del Templo». Quizá su finalidad última fuera también el control de la Corporación y con ese fin lo habían reclutado a él. Buscaban el poder como los otros y quizá no fueran mucho mejores. Ahora estaba todo claro. Kevin y Karen lo habían utilizado para sus fines. Y ella le había destrozado el corazón.

Jaime detuvo su coche en los jardines construidos sobre los acantilados a la entrada de Laguna Beach. Bajó y, guiado por el estruendo, anduvo en la fría noche hacia las rocas bajo las cuales rompían, encrespadas, las olas.

El viento, mensajero del frío y de la humedad del océano, llegaba a fuertes ráfagas mientras en el cielo las estrellas parpadeaban entre las rápidas nubes. Se sentó en unas piedras tratando de distinguir en la oscuridad el islote donde los leones marinos tornaban el sol durante el día. ¿Estarían allí con ese oleaje? No. No lo creía.

Las rocas y las olas. ¡Había visto tantas veces aquel paisaje! Le atraían. ¿Y si saltaba ahora? Seguro que no podría luchar contra su fuerza y dureza. No conseguiría salir y moriría. El suicidio. Sin Karen la vida no tenía sentido. Se sentía estúpido y engañado. Terminar con su vida le libraría de aquel dolor.

Pero ¿cómo podían haberle engañado así? Algo no estaba claro; los recuerdos de su vida pasada. ¿Eran falsos? En ese caso los cátaros debían de tener un sistema para implantar vivencias en la mente de las personas de forma que revivieran una experiencia prefabricada. ¿Era posible? ¿Existía tal tecnología? De haberla, el poder de su propietario sería inmenso. ¿A cuántos más les habían hecho creer que eran el rey Pedro y que Karen había sido su amante?

Cerró los ojos. Imaginaba a Karen seduciendo a otros con la misma historia. No lo podía soportar. Se sentía muy cansado. Miró al oscuro mar. Enorme masa negra en movimiento golpeando sin descanso las rocas. Desde la seguridad de la tierra firme sentía al océano como una fiera salvaje dispuesta a devorar a cualquiera que cayera en sus garras. Le llamaba y, con ese ruido de rugido constante, le seducía para que fuera con ella. Notaba, intensa, su atracción.

Algo no encajaba en todo el esquema. ¿Cuál era el papel de Dubois? Parecía un verdadero Buen Hombre comprometido con seguir las enseñanzas de Cristo y predicarlas. Pero debía de haber ayudado a los otros.

Además, allí estaban sus «recuerdos» del avión. Los vivió fuera de todo control de los cátaros. ¿Programados previamente? Difícil. Sin embargo eran continuación y totalmente coherentes con los anteriores.

La complejidad de Pedro, su lucha interna en búsqueda del verdadero Dios, era demasiado real. Hug de Mataplana y Ricardo. Estaba seguro de que eran el mismo.

¿Y si después de todo sus recuerdos fueran reales? Que Karen le hubiera engañado con Kevin no quería decir que le hubiera engañado en el resto.

Pero ¿qué sería lo cierto y qué la mentira?

Jaime echó una nueva mirada al océano, que continuaba rugiendo, batiéndose contra las rocas. Todavía oía su llamada.

– Hasta luego -le dijo. Definitivamente él no era un suicida, Tenía demasiadas preguntas que necesitaban respuesta.

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– Cuéntamelo todo -le dijo Ricardo sentándose a una mesa lejana a la música que permitía el diálogo.

Ricardo le escuchó con atención, rascándose la cabeza de cuando en cuando, mientras Jaime le resumía la historia, incluyendo los recuerdos del pasado y la participación del propio Ricardo en la trama. Al llegar a ese punto, soltó una exclamación.

– ¡Chin, mano!

– Y así llegamos a la parte que tú conoces. Le envío mi declaración de amor, y antes de que ella responda, se cruza un mensaje en que me dice que está en peligro y que tiene miedo. Yo lo dejo todo y corro a su lado angustiado, sin importarme el riesgo, para defenderla; porque la amo como un loco. ¿Y qué me encuentro? Que está pasando un buen rato con otro. Que me ha engañado. Que he sido utilizado como un estúpido para los intereses de esa secta cátara. ¿Tú me entiendes? Me utiliza porque les puedo ayudar a ganar su batalla contra los Guardianes. Una pequeña pieza dentro del juego de Karen. Me siento muy mal, Ricardo. He sido un idiota y como un idiota he sido tratado.

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