– En ese caso estará perfectamente enterado de la última donación que he hecho a mi sinagoga, ¿verdad, Beck? -bromeó Davis enseñando los dientes en lugar de sonreír.
– Algunas de esas sectas son particularmente cerradas y acometen actividades que muy pocos adeptos del grupo conocen -continuó Beck sin detenerse ante el humor ácido de Davis-. O a veces un grupo más radical dentro de la misma secta toma una iniciativa extremista sin el conocimiento del cuerpo central. La investigación en esos casos es muy difícil. Sin embargo, puedo asegurarle que existe una poderosa secta que está infiltrándose desde hace tiempo en Davis Communications. Varios de sus empleados pertenecen a ese grupo y algún ejecutivo importante podría ser adepto secreto.
– Beck, no dé usted más rodeos. Indíqueme quiénes son y actuaremos.
– No es tan fácil. Aunque tenemos sospechas fundadas de una secta en concreto, varios miembros de grupos distintos han sido identificados en la corporación 4, no podemos demostrar aún su relación con el asesinato.
– Necesitamos pruebas fehacientes, Beck -intervino Gutierres-. No podemos permitir que se diga que en la Corporación perseguimos una religión o secta. Simples sospechas no sirven.
– Los nombres, Beck -insistió Davis.
– No puede dártelos por ahora -terció McAllen-, pero estamos seguros de que el asesinato ha sido un paso importante en los planes para la toma del control por parte de una secta. Y van a continuar, David, y tú estás en su camino. -El senador hizo una pausa para continuar con un mayor énfasis-. Hemos decidido que el agente especial Beck se haga cargo de la investigación a partir de hoy. Así estarás más protegido y…
– Un momento, Richard. -La voz de Davis denotaba su irritación-. Venís con la historia de una secta y un complot para toar el poder, pero no queréis concretar qué secta es y no habéis podido establecer su relación con el asesinato. No me dais los nombres de los empleados sospechosos. No aportáis ninguna prueba. ¿Y con esa excusa quieres poner a esta lumbrera del FBI a dirigir la investigación para que meta en mis asuntos sus narices conectadas por Internet con Washington? ¿Os creéis que soy un jodido recién nacido? Cada día mis estudios rechazan diez guiones mejores que éste.
La roja cara de McAllen estaba pálida.
– Por favor, David, sé razonable. Pretendemos tu seguridad y la de la Corporación.
– Bien, señor Beck -continuó Davis sin hacer caso a McAllen-, ya que está usted tan enterado, ¿qué opina del explosivo que usaron los Defensores de América? Por cierto, vaya nombre más estúpido; de superhéroe de cómic.
– No he discutido aún los detalles con Ramsey ni con el laboratorio que realizó los análisis.
– Pero sí cree que puede venir a darme unos cuantos malditos consejos -le increpó con una dura mirada-. Díselo, Gus; dile lo que era.
– RDX, un explosivo usado por los servicios secretos. -Sí, los servicios secretos -continuó Davis-. Pues yo opino de los servicios secretos lo que opina usted de las sectas. Sé que lo habrá hecho alguno de ellos, pero no sé cuál. Senador, ¿podría ser quizá nuestro propio servicio secreto?
– Por favor, David -McAllen se escandalizó-. ¿Cómo puedes decir tal cosa?
– El señor presidente de Estados Unidos de América está preocupado por mi sucesión -continuó Davis sin hacer el menor caso al tono quejumbroso de McAllen-. ¿Ya tiene candidato? ¿Quién es, Richard?
– La primera preocupación es tu seguridad, y por favor, no nos ofendas.
Davis se mantuvo en silencio.
– Yo respeto al presidente; transmítele mi agradecimiento por su preocupación -dijo Davis luego de una larga pausa, pasando de repente a un tono relajado y conciliador-. Agradezco la información que me ha traído el señor Beck, pero prefiero que la próxima vez aporte algo más que rumores. Quiero nombres y una conexión razonable si he de volver a verle. Y pruebas. Si no, no hace falta que se moleste en verme a mí. Que trate contigo, Gus. O con Ramsey. Hasta que nos proporcione los nombres y motivos, nosotros seguiremos colaborando con la investigación, pero el inspector Ramsey continuará al frente. Él tiene toda mi confianza.
– ¿Y en cuanto al tema de preparar una sucesión adecuada? -preguntó McAllen.
– Dile al presidente que empezaré a considerar opciones. Bien, señores, es el momento de la cena. -Davis se levantó del sillón y los demás lo siguieron de inmediato-. Richard -dijo al senador tomándolo por el brazo-, tú y yo tenemos asuntos que tratar sobre los viejos tiempos. Vamos a cenar los dos solos. -Y añadió-: El señor Beck y Gus cenarán por su cuenta. Estoy seguro de que encontrarán muchos temas «técnicos» de que hablar.
Beck vio cómo Davis se llevaba a McAllen del brazo fuera del salón. Al girarse, su mirada se cruzó con la de Gutierres. En la cara usualmente inexpresiva del jefe de los Pretorianos bailaba una intencionada sonrisa divertida.
27
– ¿Sabes?, Dubois instigó mi curiosidad hablándome de la memoria genética, pero no he vuelto a oír nada del asunto desde entonces.
Jaime había invitado a Karen a una copa en Ricardo's. Allí se sentía como en su casa y pensó que el ambiente íntimo permitiría una conversación en la que Karen se abriera a las confidencias y le contara más sobre los misteriosos cátaros.
– ¡Ah!, pero ¿estás interesado en ello? -repuso Karen abriendo los ojos y fingiendo asombro.
– Sí, claro. Si es cierto lo que contó Dubois, me gustaría experimentarlo.
– Sí es cierto, Jaime. Es cierto. -Hizo una pausa y añadió-: Te lo garantizo.
– ¿Cómo puedes estar tan segura? Hablas como si lo hubieras vivido.
– Lo he vivido.
– ¿Que lo has vivido? ¡Cuéntamelo!
– No te lo puedo contar ahora. No estás preparado.
– ¿Cómo que no estoy preparado?
– Mira, Jaime, éste no es un asunto que puedas visitar como un turista que va a ver los secuoyas. Requiere un conocimiento previo, una actitud positiva y un compromiso.
– No te entiendo. ¿Qué conocimiento previo se necesita?
– Antes que el conocimiento está tu actitud. Debes estar preparado para aceptar como posibles, eventos que tu educación y tu pensamiento actual pueden rechazar con violencia.
– ¿Como qué, Karen? ¿Qué debo aceptar?
– Prefiero no hablar del asunto si no anticipo tu actitud positiva.
– Por favor, Karen, no des más vueltas. Prometo escuchar con todo respeto lo que me cuentes. No puedo estar más positivo, créeme.
– Bien, si así lo quieres. -Karen hizo una pausa y luego le miró a los ojos. La luz del local producía un extraño reflejo en sus pupilas azules. Luego continuó bajando la voz-. Lo de la memoria genética es un eufemismo que Dubois usó. No es así. No recuerdas lo vivido por tus abuelos o tatarabuelos u otro ancestro físico. Recuerdas lo vivido por tus antecesores espirituales.
– ¿Qué es un antecesor espiritual? Es la primera vez que oigo tal cosa.
– Es tu yo más interior, Jaime, tu espíritu. No entiendo, Karen. ¿Qué tiene que ver mi espíritu con mis antecesores?
– Tu espíritu ya ha vivido vidas anteriores y es el mismo espíritu que vivió en cuerpos anteriores. Y los individuos que vivieron con tu mismo espíritu y su propio cuerpo son tus antecesores espirituales. El cuerpo muere, el espíritu permanece.
– Me estás hablando de reencarnación. ¿Es eso?
– Sí.
En aquel momento apareció Ricardo con las bebidas y las depositó en la mesita.
– ¿Todo bien, muchachos?
– Sí, gracias -repuso Jaime.
Ricardo le dio un par de palmaditas amistosas mientras hacía brillar su sonrisa. Karen le correspondió con una no menos deslumbrante sonrisa. Cuando ya se retiraba y ella no lo veía, Ricardo guiñó un ojo a Jaime y le hizo el signo positivo de aprobación con el pulgar hacia arriba. Le había gustado Karen.
– Cuesta creer lo de la reencarnación -dijo Jaime tan pronto como Ricardo se alejó.