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– ¿Ha llegado la señorita Jansen? -preguntó Beck a Laura.

– Está esperando fuera.

– ¿Karen? -Jaime se asombró-. ¿Qué hace Karen aquí?

– Me he tomado la libertad de llamarla en su nombre -dijo Beck-. Estaba seguro de que usted querría saber la verdad. -Luego Beck se dirigió a Laura-. Por favor, dile a la señorita Jansen que pase.

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Gutierres observaba a White con atención. Había algo que no le gustaba, algo iba mal; radicalmente mal. White había llegado puntual a la cita de las cuatro y media. Cómo no. Tres pretorianos lo habían recogido en su casa para conducirlo a la Corporación. De hecho, habían establecido turnos de guardia noche y día para evitar que White escapara. Tres hombres vigilando todas las salidas posibles. Tuvieron algún problema inicial con el servicio de vigilancia privado de la lujosa urbanización donde White tenía su casa. Nada que el nombre de Davis, un poco de intimidación y una buena propina no pudieran solucionar.

Se alegraba de que White hubiera obedecido a Davis no saliendo de casa. De lo contrario, sus hombres se lo habrían impedido. Lo cual era ilegal y, aunque Gutierres no tenía un excesivo respeto a las leyes, sabía que debía ser cuidadoso para evitar problemas.

Pero su preocupación no procedía de aquella pequeña ilegalidad. White había cambiado, no era el del ayer. Al hablar, el hombretón movía sus grandes manos en gestos amplios. Sus ojos desvaídos no rehuían la mirada como en el día anterior. Y se mostraba seguro.

– Insisto en que todos los documentos que Berenguer trajo ayer son falsos -decía-. Si alguien ha estado robando a la Corporación, han sido los cátaros.

– ¿Cómo me sueltas eso? -replicó Davis airado-. Las pruebas son irrefutables, la documentación es auténtica.

– Debe de haber un error.

– Bob. -Davis se dirigía al presidente de Finanzas-. Tu revisaste los documentos. ¿Qué dices?

– No hay la menor duda. La documentación es de primera mano.

– Insisto en que yo no tengo nada que ver con esto y se me está difamando.

– ¡Ya basta, Charles! -intervino Andersen-. Habla de una vez, confiesa la trama. David te permitirá salir de ésta sin cargos. Es una oferta generosa. De lo contrario, tenemos al inspector Ramsey esperando en la sala contigua para que te detenga. Luego te machacaremos en los tribunales y nadie te librará de una larga estancia en la cárcel.

– Sucio cátaro -repuso White con desprecio, y miró a otro lado.

Algo no funcionaba, volvió a pensar Gutierres. Esa arrogancia; White estaba demasiado seguro de sí mismo. Repetía una y otra vez que era inocente, que los Guardianes no existían, y no lograban sacarle nada. El miedo del día anterior se había disipado. ¿Por qué?

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– Gracias Mike, puedes retirarte -le dijo Beck al guarda de seguridad que acompañaba a Karen-. Por favor, Laura, quédate con nosotros. Señorita Jansen, mi nombre es John Beck y soy del FBI. Me gustaría que participara en nuestra conversación. Señoritas, Jaime, ¿quieren sentarse, por favor?

– Jaime, ¿qué ocurre? -preguntó Karen mientras se sentaban-. Me ha llamado un guarda diciéndome que necesitabas verme con urgencia. ¿Va todo bien?

– No estoy seguro; yo no te he llamado. -Jaime se dirigió a Beck, airado-. ¿Cómo se atreve usted a llamar a la señorita Jansen usando mi nombre y sin mi consentimiento? ¿Cómo se atreve a tutear a mi secretaria y a darle órdenes? ¿Quién se ha creído que es?

– Tranquilo, Berenguer. ¿No quería saber la verdad? Pues está a punto de saberla. Para empezar, sepa que Laura, su secretaria, pertenece también a la secta cátara. -Beck hizo una pausa para estudiar la expresión de Jaime-. Sorpresa, ¿verdad? Los cátaros lo han estado espiando durante mucho tiempo, desde antes de que conociera a la señorita Jansen; lo espiaron a través de su secretaria. Así sabían todo lo referente a su carrera profesional, sus datos personales, sus puntos débiles y cómo podían captarle para su secta. Y ésa fue la misión de la señorita Jansen, ¿no es cierto, Karen?

– Jaime, este individuo es un Guardián del Templo -dijo Karen, alarmada-. Estoy segura.

Jaime se sentía confuso; Laura, su secretaria, lo espiaba para los cátaros. Buscó sus ojos, pero ella mantenía la vista en Beck y sus miradas no se cruzaron. Luego sería cierto.

Karen tampoco negaba haberle captado para los cátaros y, a su vez, acusaba al agente del FBI de ser uno de los Guardianes.

Demasiada información, demasiadas sorpresas al mismo tiempo. Y demasiadas preguntas por hacer.

– Karen, ¿por qué no me contasteis que Laura era de los vuestros?

– Ya sabes que nos protegemos ocultando la identidad de nuestros fieles; ella tampoco supo que estabas con nosotros hasta ayer.

– Y así evitaron que conociéramos el papel que usted, Berenguer, jugaba en la intriga -intervino Beck-. El secretismo cátaro es ciertamente incómodo.

– ¿Y cómo supo usted que Laura es cátara? -inquirió Jaime a Beck, que lo miraba sonriente.

– Sólo hay una forma por la que Beck puede saber que Laura es creyente cátara; que la propia Laura se lo haya dicho -interrumpió Karen-. Sólo Dubois, Kevin y yo misma lo sabíamos. Y sólo hay un motivo por el que Laura revelaría su pertenencia: que sea también de los Guardianes del Templo. ¡Es una doble agente!

– Es usted muy lista, Karen. Más que el señor Berenguer. No me extraña que lo pudiera usar a su antojo.

– ¡Basta de esta mierda! -dijo Jaime poniéndose de pie de un salto-. ¡Beck! ¡Salga de inmediato de mi despacho!

– La verdad duele a veces; ¿no es así, Berenguer? Usted quería saber. Aquí tengo la última prueba y estoy seguro de que le interesará verla. -Beck se inclinó hacia la bolsa de deporte abriendo lentamente la cremallera. Luego sacó una pistola con el silenciador montado. Sonreía y apuntaba a Jaime-. Ésta es la última prueba. ¡Ahora siéntese estúpido! Laura, coge la otra pistola.

Jaime obedeció y Laura sacó un arma, también con el silenciador montado, de la bolsa y se colocó al lado de Beck.

– Laura está con nosotros desde siempre. Su padre era un buen Guardián del Templo. Laura se infiltró en los cátaros siguiendo nuestras instrucciones y ha sido nuestra baza secreta en este juego. Su posición en el Departamento de Auditoría era muy útil; permitía que apreciáramos desde fuera cómo funcionaba el sistema montado por White y Douglas. Sus informaciones tanto sobre la secta cátara como sobre lo que ocurría en la Corporación han sido claves. ¡Gracias, Laura! -Ella le sonrió-. ¡Ah! Y si yo me distraigo, no hay problema. El dossier que hoy he leído sobre Laura dice que es una tiradora de primera. ¿No es así?

– Aprendí con papá -informó ella con una nueva sonrisa.

– Está usted loco, Beck. ¿Qué piensa hacer? ¿Matarnos? No va a conseguir nada. Todos saben ya lo de su secta y tienen las pruebas del fraude; ahora White debe de estar confesando y dándole nombres a Davis. Están ustedes perdidos. ¿Cómo puede ser tan estúpido como para venir aquí con esas armas? ¿Por dónde cree que va a salir? Deje sus juguetes encima de la mesa, no haga tonterías.

– Es usted un patético ingenuo, Berenguer. Ya sé que matándolos sólo a usted y a la señorita Jansen no nos libraríamos del lío en que nos han metido. Hay que reconocer que nos pillaron por sorpresa. Pero ¿se cree que vamos a permitir que nos derroten? ¿Así, sin más? Nos han obligado a trabajar aprisa y hemos tenido que ensayar, esta misma mañana, nuestro plan de emergencia Pero ahora todo está listo y le contaré lo que ocurrirá: acosados por la investigación del inspector Ramsey, esta tarde, los componentes de la secta de los cátaros, en un movimiento desesperado asaltarán las plantas trigésimo primera y segunda del edificio central de la Davis Communications.

– Pero ¿qué dice, Beck? ¡Está loco! -exclamó Jaime.

– Bueno, le estoy contando la versión que se hará oficial, y no me interrumpa; no tengo tiempo para contarle los detalles. Tenemos la suficiente fuerza política para que me nombren investigador oficial de los hechos. Por lo tanto, la versión oficial que se publicará y mi versión coincidirán al ciento por ciento. Por cierto, en este momento yo no estoy aquí, pero ustedes sí, y se disponen al asalto. Dentro de unos minutos harán ustedes sonar la alarma general del edificio y se correrá la voz de que hay amenaza de bomba. Los guardas de seguridad dirán a los empleados que cojan sus vehículos, que vayan a casa y que debido a la hora, no regresen hasta mañana. Cuando Davis salga de su reducto, ustedes, los cátaros, lo asesinarán junto a Ramsey, a todos los Pretorianos y a los demás que conozcan la historia que usted contó ayer. Como el viejo ha mantenido el asunto confidencial, todos los que saben del asunto están ahora en esas dos plantas.

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