– ¿Cómo lo sabe?
– Ya le he dicho que Karen me contó lo de anoche. Y me pidió que hiciera de intermediario.
– ¿Para qué?
– Quiere verle. Quiere hablar con usted para aclarar lo ocurrido. Pero no quería contactar directamente. Y aquí estoy yo, intermediando. ¿Acepta?
A Jaime casi se le escapó del pecho un «Claro que sí» pero se contuvo para contestar luego de fingir que pensaba. Se dio cuenta de que, a pesar del terrible dolor que ella le causaba, deseaba verla con desesperación.
– De acuerdo.
– ¿Dónde y cuándo se verán?
– En Ricardo's, esta noche.
– Bueno. Espero que después de esto me aprecie un poco mas. -Dubois se levantó, tendiéndole la mano como despedida.
Jaime la estrechó con fuerza.
81
Su media melena rubia clara iluminó la entrada de Ricardo's, como si la luna llena saliera de una nube oscura. El local estaba animado y su cálido aroma, mezcla de tabaco, ron, tequila y brandy, se fundía con la música de sabor latino.
Jaime sintió al verla ese pálpito al que no se habituaba. Era ella. Karen miró hacia la barra buscándolo. Vestía un traje chaqueta negro con un jersey de pronunciado escote de pico. Labios rojo carmín. Hermosísima. Una falda corta descubría unas largas y bien torneadas piernas con medias oscuras que transparentaban ligeramente el color de la piel. Zapatos de tacón y un pequeño bolso conjuntado con el traje.
Dos hombres que tomaban una copa en la barra interrumpieron su conversación para mirarla; uno se inclinó hacia ella para susurrarle:
– ¿Me está buscando a mí, señorita?
Karen, muy segura de sí misma, sonrió no más de lo necesario.
– Ya tengo acompañante, gracias.
Y avanzó unos pasos con premeditada lentitud hacia el centro del local, usando ese movimiento de caderas que sólo evidenciaba fuera de la oficina. Todas las miradas de la concurrida entrada la siguieron hacia el interior de la sala.
«Vestida para matar», se dijo Jaime.
Ricardo la vio desde detrás de la barra, saludándola con un tono de voz que se elevaba por encima de la música:
– ¡Hola, Karen, me alegro de verla! -Y luego añadió irónico-: De nuevo.
Karen se acercó correspondiendo a la mano que Ricardo, luciendo una de sus fascinantes sonrisas, le tendía. Jaime no pudo escuchar su respuesta, pero imaginó que luego de varias cortesías preguntaría por él. Ricardo señaló con la cabeza en su dirección, y Karen se despidió con un gracioso gesto de su mano.
Cuando lo vio, clavó su mirada azul en él y sonriendo mostró sus blancos dientes. Se alegraba de verle o al menos lo aparentaba muy bien. Era una hermosa mujer.
– Hola, Jim.
– Hola, Karen.
Se sentó junto a él colocando sus piernas con cuidado para mostrar sólo la parte exterior. Le dedicó una mirada intensa.
– ¿Cómo estás?
– He vivido tiempos mejores. ¿Y tú?
– También; vengo de mi apartamento y aquello es un desastre. Tuve suerte de no estar allí. Entraron cortando la valla metálica que separa parte del jardín de una zona colindante de servicios. Había dejado mi ordenador conectado y preparado para que sólo pudieran obtener la información que nosotros queríamos. Ha funcionado.
– Lo tenías todo bajo control. Lo único que no esperabas era que yo me preocupara por ti.
– He hablado con Was, y ha retirado la denuncia contra vosotros.
– Gracias. Muy generosa.
Jaime no añadió más y se hizo el silencio. Karen inició la conversación al cabo de unos momentos.
– Te creía en Londres.
– Y estaba, pero alguien a quien amaba me envió un mensaje diciendo que se encontraba en peligro. Y ya ves, tonto de mí, lo dejé todo para acudir en su ayuda.
– Siento mucho lo ocurrido.
– Siento haberos estropeado la velada.
– La verdad es que sí la estropeaste.
– Pues me alegro mucho.
Karen soltó una alegre risita y luego se puso muy seria.
– Recibí tu mensaje.
– ¿Sí? Y decidiste celebrar la buena noticia con Kevin, ¿verdad?
Karen guardó silencio por unos momentos y luego pregunto:
– ¿Has cambiado de idea o aún me quieres?
– ¿Qué importancia tiene eso para ti ahora?
– Sí la tiene, y mucha. Contéstame. Por favor.
– Eres tú la que tiene que contestarme. ¿Recuerdas el mensaje que dijiste imprimirías? Ese que me pedías que te aclarara. Y yo lo hice. ¿Recuerdas?
– Claro que lo recuerdo.
– Y bien. ¿Cuál es la respuesta?
– Sí.
Jaime sintió que su corazón se detenía.
– Sí ¿qué?
– Sí. Te quiero.
– ¡Maldita sea, Karen! ¿Me quieres y lo primero que haces es dejarte follar por Kevin cuando yo estoy ausente? -Jaime sentía una extraña mezcla de felicidad, rabia e indignación-. ¿No sabes que la gente normal considera incompatible querer a alguien y ponerle los cuernos?
– Bueno. Es que a él también le quiero.
Jaime se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía. Karen le mantuvo la mirada con expresión seria.
– ¿Bromeas? ¿Qué nos quieres a los dos? ¿Qué coño quieres decir con eso? ¿Es que los putos cátaros sois bígamos o qué?
– Pero a ti te quiero mucho más.
– ¿Y eso qué quiere decir? ¿Que te acostarás conmigo cinco días a la semana y con él sólo dos?
– No. Cálmate, Jimy, deja que te explique. Kevin y yo fuimos amantes antes de conocerte, o quizá sería más correcto decir que estuvimos casados, ya que para los cátaros el matrimonio no es un sacramento, sino un acuerdo libre entre dos. El caso es que vivimos juntos más o menos un año. Y yo quise dejarlo. Pero él jamás lo aceptó y ha continuado pretendiéndome a pesar de que ambos hemos salido con otras parejas.
»Cuando el martes por la noche me llamaron por teléfono alertándome de lo ocurrido y del peligro, empecé a avisar a otra gente para que se pusieran a salvo o extremaran las precauciones. Lo hice antes de leer tu mensaje. Entre otros te avisé a ti y también a Kevin. Luego vi tu mensaje y, cuando lo leí, me sentí muy feliz. Pero tenía miedo, y tú estabas muy lejos.
»Al enterarse Kevin de lo ocurrido vino de inmediato a protegerme y estuvo todo ese tiempo conmigo. De nuevo me declaró su amor e insistió en que volviera con él. Ya ves, no sé cómo explicarlo, pero tenía miedo y con él me sentía protegida y halagada. Al final pasó lo que pasó. Soy monógama y no traiciono a mi pareja cuando tenemos un compromiso mutuo. De decidir irme con otro, siempre rompería antes mis ataduras anteriores.
»No me había comprometido aún contigo, pero estaba tomando mi decisión, y esa decisión debía incluir terminar definitivamente con Kevin. Ambos me estabais pretendiendo. Y no sé qué pasó exactamente. Quizá decidí revisar cuáles eran mis sentimientos respecto a Kevin antes de contestarte. Ahora ya sé lo que siento por ambos.
– ¿Quiere decir eso que me garantizas la exclusiva?
– Sí. Si aún la quieres.
– Un margarita para la señorita. -Ricardo interrumpió sir viendo él personalmente las bebidas. Sin preguntarle le traía un nuevo brandy a Jaime-. Espero que se diviertan. Por cierto, una tal Marta, que dice ser antigua amiga tuya, ha estado preguntando por ti, Jaime.
Oportuno Ricardo. Le recordaba la noche pasada con Marta insinuando que Karen y él estaban en paz. Maldito entrometido pensó.
– ¡Ah! ¿Quién es Marta? -preguntó ahora Karen, frunciendo el ceño pero con una sonrisa aliviada por el cambio de rumbo de la conversación.
– Pues es una morena muy guapa que pregunta a veces por este caballero -contestó Ricardo con una gran sonrisa. El hijoputa se estaba divirtiendo, pensó Jaime-. Bueno, los dejo, parece que tienen de qué hablar. -Vio la expresión adusta de su amigo y le guiñó un ojo. Cogió la bandeja y se fue.
– ¿Quién es Marta?
– Una chica que conocí hace tiempo -mintió él-. Pero dime, Karen, toda esa historia de nuestro amor eterno, de nuestro amor de hace casi ochocientos años, ¿cómo te atreves a jugar con ello? ¿Cómo me dices que no sabes lo que pasó con Kevin? Me dices que te cortejaba y que tú le diste lo que te pedía. Así, tan fácil. ¡Por favor, Karen! ¿Cómo puedes ser tan superficial? Creía que considerabas lo nuestro único, casi sagrado. Que me descubriste en tus sueños del pasado, que me buscaste para continuar aquel gran amor hasta encontrarme. ¡Tu antiguo gran amor! ¿Cómo es posible? Lo encuentras y de inmediato le pones los cuernos.