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– ¿Qué os ocurre, Hug? -repuso rápido Miguel-. ¿Es que os habéis creído las canciones caballerescas que escribís en serio? El ideal caballeresco es para estúpidos que mueren en el primer envite de la batalla, y no para príncipes que gobiernan grandes estados.

– Dejad por esta noche vuestras canciones, que hoy ya no las necesitáis. Ya tenéis quien os caliente la cama.

– ¡Ya basta, señores! -interrumpió Jaime. Sabía que ahora la discusión se tornaría violenta-. Gracias, Miguel, y gracias, Hug, por vuestra opinión y consejos; dejad que los medite. Buenas noches, señores.

Miguel se levantó y Hug dijo a Jaime:

– Solicito un momento en privado, señor.

– Concedido, Hug.

Miguel se inclinó y tras despedirse con un «buenas noches», salió de la tienda.

– Huggonet trae un mensaje personal para vos de Tolosa -le dijo Hug-. ¿Lo queréis oír?

El corazón le dio un vuelco a Jaime al adivinar quién enviaba la misiva. Disimuló su emoción respondiendo escueto:

– Sí.

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– Era una decisión difícil, y yo me debatía entre dos opciones. -Jaime se expresaba lentamente, hablando consigo mismo. Movía las manos como si cada una de ellas representara la opción opuesta-. Ambas alternativas eran malas, pero debía tomar una. Sentía angustia. Mucha. El tiempo se acababa. Debía decidirme pronto.

Sentado frente a una mesa de hierro forjado pintada de blanco, Jaime dejó que su mirada recorriera su entorno. El día era hermoso, brillante. El sol empujaba a las sombras de los árboles sobre el césped del jardín y a través de los caminos de arena. En la mesa había tres vasos con refrescos; Karen y Kevin le escuchaban con atención.

– Déjame que te ayude. -Kevin interrumpió el silencio pensativo en el que se había encerrado Jaime-. Debías decidir entre la opción representada por el Papa y sus cruzados, apoyados por París; ésta era la opción de las fuerzas integristas e intolerantes.

»La otra alternativa era la de una revolución pacífica que se extendía por el sur de lo que hoy es Francia y el norte de España e Italia. Era la cultura de la tolerancia, la música, la poesía, los trovadores y los juglares. Desarrolló su propio estilo de amor; el amor cortés entre caballeros y sus damas. Incluso se formaban tribunales en los que, con el consentimiento y gentil participación de los acusados, se juzgaban los pecados amorosos. El propio Ricardo Corazón de León y el rey Alfonso, el padre del rey Pedro II se sometieron a juicio ante el tribunal de la apasionante y seductora noble occitana Adelaida de Tolosa.

»Con su oposición a la Iglesia católica, los cátaros eran un elemento clave de esa revolución.

»Los cátaros iban muy por delante de su tiempo en algunos asuntos; por ejemplo, para ellos hombre y mujer eran iguales ante Dios y ante los hombres. Las mujeres podían alcanzar el mismo rango en la Iglesia cátara que los hombres y existían Buenas Mujeres o Perfectas, como las llamaba la Inquisición; eso era revolucionario hace ochocientos años y aún lo es hoy para la mayor parte de las religiones de nuestro tiempo.

»Era toda una civilización nueva, que crecía con fuerza, pero que amenazaba con destruir la sociedad feudal y católica de aquel tiempo. Y ésta, más dura y más fanática, declaró la guerra a la cultura naciente.

»Es la eterna lucha entre la democracia y el absolutismo, entre la tolerancia y la intolerancia religiosa. Ocurrió entonces y ocurre ahora. La lucha entre el bien y el mal.

– Sí. Ésas eran las opciones -dijo Jaime, sorprendido por toda la información adicional que Kevin le proporcionaba-. Se nota que lo has estudiado bien.

– He leído sobre la época, pero sé más por lo vivido que por lo estudiado.

– ¿Viviste también entonces? ¿Te conocí?

– Nos conocimos brevemente y quizá algún día me reconozcas, pero aún no es el tiempo.

– ¿Y tú, Jaime, has identificado a alguien que conozcas en tu vida actual? -preguntó Karen.

– He reconocido a un amigo de la infancia. Más que por su apariencia física, siento una certeza interior. Es la forma en que se mueve, el estilo de hablar, de pensar, de actuar. Es él, estoy seguro.

– ¿ Crees que le gustaría unirse a nuestro grupo?

– Tú lo conoces, Karen. Es Ricardo, mi amigo del club.

– Sí, lo recuerdo bien. Tráelo.

– Bueno, dudo que las inquietudes espirituales sean una prioridad para Ricardo en estos momentos -dijo Jaime sonriendo al imaginar al velludo Ricardo con túnica blanca y descalzo. Su juguetona imaginación le colocó una coronita dorada y unas alitas de algodón en la espalda. ¡Ricardo de angelito! Su sonrisa se amplió y se contuvo para no soltar una carcajada-. Creo que sus intereses actuales son más físicos y sensuales que religiosos.

– Te puedes llevar una sorpresa. No prejuzgues la espiritualidad de los que te rodean. Es algo que la mayoría guarda íntimamente, y aún más un tipo que presume de macho como tu amigo, pero su espíritu está allí. No tienes derecho a privarle de la experiencia que tú vives ahora.

– Tal vez tengas razón, Karen, pero vamos a darle tiempo al asunto.

Una brisa agitó los árboles y la mirada de Jaime se perdió en el balanceo de las ramas de la palmera que crecía unos metros más allá, al lado de la piscina. Al fondo estaba la hermosa casa encaramada en una colina de los montes de Santa Mónica, desde cuyo mirador se divisaba una buena parte del valle de San Fernando. Un lugar privilegiado al que se accedía, por la San Diego Freeway y, luego de numerosas curvas, por la Mulholland Drive. A Jaime le costaba creer que hacía unos momentos él se encontrara en aquel mismo lugar, pero a unos metros de profundidad, en la oscuridad del sótano excavado en la roca frente al tapiz de la herradura cátara.

– ¿A qué debo el honor de poder ver el exterior y de que se me perdone el uso de las gafas de ciego? -preguntó con sorna.

– Has vivido la experiencia dos veces -contestó Kevin con una mirada intensa-. Pronto encontrarás sentido a tus recuerdos y los relacionarás con tu vida presente; se ha iniciado el ciclo y no habrá nada que desees tanto como cerrarlo viendo cómo finalizó aquella vida. Esto te une indisolublemente a nuestro grupo. Eres uno de los nuestros y sabemos que nos serás fiel como juraste y mantendrás los secretos que te pedimos. Traicionarnos sería como traicionarte a ti mismo. Por lo tanto, podemos mostrarte este lugar.

– ¿Dónde estamos?

– Estás en Montsegur, el centro espiritual de los cátaros -contestó Karen-. El Montsegur occitano basaba su seguridad en el inaccesible monte de los Pirineos, en cuya cima estaba edificado. Este lugar es seguro para los cátaros del siglo XX porque es secreto. Sólo un número reducido de iniciados cuya fidelidad está fuera de toda duda lo conoce. Ahora tú eres uno de ellos.

– ¿Así que esto es el Vaticano cátaro? -dijo Jaime mirando alrededor-. Nadie lo diría.

– De eso se trata -intervino Kevin-. De que nadie fuera de los iniciados lo pueda decir; éste es un lugar de refugio en caso de persecución o peligro.

– No entiendo la paranoia que tenéis. ¿A qué viene este juego de lugares secretos que sólo los iniciados pueden conocer?

– Debemos tener un refugio. En algún momento alguno de nosotros, o todos, podemos estar en peligro. Hay que proteger a los individuos claves de nuestra organización.

– ¡Vamos! ¿Qué es ese teatro? -Jaime empezaba a irritarse con las respuestas de Kevin-. ¿Quién va a perseguiros? Estamos en un país de total libertad religiosa. La Inquisición ya no existe. ¿De qué os escondéis? ¡Ah, ya entiendo! De los inspectores de Hacienda. -Jaime empleaba un tono ácido-. En realidad habéis creado una Iglesia sin ánimo de lucro para evadir el pago de los impuestos.

– No; no lo entiendes, Jaime -dijo Karen con suavidad-. Existe una guerra.

– ¿Qué?

– Sí. Existe una guerra. Como hace ochocientos años, pero ésta es subterránea y secreta y sólo unos pocos lo sabemos.

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