– Será mejor que obedezcas o te corto el cuello -le apremio con voz suave pero decidida-. Como grites, estás muerta. ¿Te portarás bien? -le dijo ahora como si ella fuera un niño pequeño.
Linda decidió aparentar que le obedecería y dijo sí con la cabeza.
– Así me gusta -aprobó el muchacho satisfecho-. Vamos, muévete.
Linda se dirigió a la habitación 515. Simularía que no funcionaba la tarjeta.
– Eso es un error, bonita. -La navaja le pinchó el cuello y ella echó hacia atrás para evitar la hoja; estaba segura de que le había hecho un corte. Al retroceder se encontró a sus espaldas, fuerte como un muro, el pecho del hombre-. Tu habitación es la 511.
¿Cómo sabe el número? ¿Qué querrá?, se preguntaba Linda, aún más asustada, mientras el hombre la conducía a su habitación.
– Ábrela-dijo.
En aquel momento Linda oyó la campanilla del ascensor. Pudo ver de reojo cómo alguien entraba por el pasillo. ¡Quizá fuera aquélla su única posibilidad! Fingió abrir la puerta colocando la tarjeta en la ranura y golpeó, con todas sus fuerzas, con el codo hacia atrás. Al dar en lo que calculaba era la boca del estómago del hombre, la navaja se separó de su cuello, y soltándose de una sacudida salió corriendo hacia la persona que llegaba.
– ¡Ayúdeme! -le gritó.
Ella había visto aquella cara antes. ¡Era el hombre del teléfono móvil del hall! Se quedó quieto, como sorprendido. Luego, al llegar ella a su altura y antes de que Linda pudiera reaccionar, el individuo le propinó un fuerte bofetón que la hizo caer al suelo. Linda intentaba entender la nueva situación cuando sintió que con una cinta adhesiva la amordazaban y en unos segundos le sujetaron las manos a la espalda. Era algo frío. ¿Unas esposas?
A pesar de medir más de metro setenta y estar proporcionada en peso, la levantaron como a una pluma. El chico abrió la habitación con la tarjeta, y sin conectar las luces la empujaron hacia dentro. Linda tropezó, cayendo al suelo boca abajo. Al mirar hacia las ventanas vio una hermosa luna cuarto creciente que, en camino a su plenitud, lanzaba sus misteriosos rayos dentro de la habitación oscura. Las ventanas. Quizá su última posibilidad de escapar. Pero desde un quinto piso eso equivalía al suicidio. Y Linda quería vivir.
Al no poder escapar, sus mejores posibilidades de supervivencia estaban ahora en no enojar a aquellos individuos. Claro, se dijo, el tipo del hall había avisado al otro que ella subía. ¿Habría oído allí el número de su habitación? O lo sabían previamente. La respuesta era clave para saber si continuaría viva por la mañana.
Oyó un ruido como de goma a su espalda y se preguntó qué sería. Uno de los tipos se acercó a las ventanas, y después de correr los cortinajes el otro abrió las luces. A Linda le dolía la cara y se sentía desprotegida y vulnerable. El más joven puso la televisión y empezó a hacer zapping hasta encontrar algo que le satisfizo; eran las noticias de la CNN. Dejó el televisor a un volumen alto pero no tan excesivo como para que llamara la atención.
Linda oyó que a sus espaldas el otro abría un armario.
– ¿Te cuelgo la chaqueta? -preguntó.
– Sí, gracias.
Con toda tranquilidad y como si estuvieran en su propia habitación colgaron sus chaquetas. Luego tirándole de los cabellos la hicieron incorporar.
– Te has portado mal. Me has engañado dos veces. Y estoy a punto de enfadarme mucho. -Era el joven, que de pie frente a ella y a una distancia de veinte centímetros escasos de su cara le hablaba con su voz ronca y tono amenazante-. Quiero oír tu voz y quiero que me pidas perdón. Te voy a quitar la mordaza. Si chillas lo vas a pasar muy mal y luego te cortaré el cuello. ¿Me entiendes?
Linda afirmó con la cabeza.
– ¿Vas a chillar?
Hizo gesto de negación.
– ¿Me lo prometes?
Linda afirmó; no creía que aquel tipo bromeara. Sintió un fuerte tirón en los labios y las mejillas cuando el hombre le arrancó la cinta que le cubría la boca. Entonces se dio cuenta de que aquellos individuos se habían puesto unos guantes de goma como los de los cirujanos. No quieren dejar huellas, pensó. No parecía que hicieran aquello por primera vez.
– Bien, bonita, pídeme perdón. Dime: «Perdóname, Danny, no lo haré más.»
– ¿Qué queréis de mí? ¿Por qué me hacéis esto?
– Primero pídele perdón -le dijo el otro cogiéndola de una mejilla en un pellizco-. Di: «Perdóname, Danny, no lo haré más.» Y díselo con tono cariñoso.
– Perdóname, Danny, no lo haré más.
– Buena chica. Paul, ¿qué quieres tú de esta monada? Díselo, no seas tímido. Cuéntale ahora lo que queremos.
Linda miró al otro hombre. Se había sentado en un sofá y los contemplaba con una sonrisa de satisfacción. De tez clara, aparentaba tener más de treinta años y era más grueso que el joven.
– Danny y yo somos ejecutivos como tú, tenemos que viajar y estar fuera de casa. Y nos hemos dicho: ¿Dejaremos que una preciosidad como ésa se aburra? ¡Tenerse que meter en la cama a las ¡hez de la noche! ¡Y solita! -El tipo disfrutaba-. Hemos pensado que te apetecería divertirte con nosotros un rato.
– Buena idea -convino Linda tratando de controlar algo de la situación-. Divirtámonos. Pero tener las manos atadas no me divierte nada. ¿Por qué no me soltáis y vamos a tomar unas copas por ahí? Invito yo. Nos divertiremos sin que vosotros os metáis en líos de los que luego os tengáis que arrepentir. ¿Qué os parece?
– ¡Qué buena idea! -dijo el grueso con tono burlón-. A mí me apetece. ¿Qué opinas, Danny?
– Sí, es una buena idea, pero hoy he llegado cansado de la oficina y me apetece quedarme en casa con mi mujercita. Y… hacerle el amor como se merece -añadió con una amplia sonrisa dirigiéndose a Linda-. ¿Qué te parece mi programa, cariño? ¿Te apetece hacer el amor conmigo esta noche?
– No en estas circunstancias. -Sospechaba que estaban jugando con ella, pero tenía que intentar reconducir la situación-. Desatadme, salgamos a tomar unas copas y seguro que luego también me apetece a mí.
– Lo siento, cariño -le respondió Danny poniéndole las manos en los pechos-. Mañana tengo que madrugar y será mejor que lo hagamos ahora.
Linda retrocedió un paso, pero él continuó acariciándole los pechos por encima del sujetador. Ella dio otro paso hacia atrás y le advirtió:
– Mira, Danny, lo que pretendes hacer es una violación, y te puedes pudrir en la cárcel por eso. Vamos a tomar una copa fuera, Eres un chico guapo y no necesitas meterte en líos para hacerle el amor a una chica. Luego lo hacemos con mi consentimiento, ¿de acuerdo?
– Mira, bonita -respondió ahora Danny con dureza-, ¿te crees que soy tonto? Claro que vamos a hacerlo con tu consentimiento. Y me demostrarás que eres una amante excelente, porque si no te corto el cuello. ¿Has entendido bien? Ahora te desnudaré, y tu colaborarás en todo si quieres salir viva de aquí. ¿Está claro?
– Sin darle tiempo a responder, el otro se levantó y le puso de nuevo la mordaza.
– No me fío de esta puta -dijo-. Es muy probable que muerda. Será menos divertido pero más seguro.
Danny empezó a desabrochar la blusa blanca que Linda llevaba bajo la chaqueta.
– Ahora me vas a demostrar lo bien que te portas, nenita -Luego, acariciándole la piel pasó las dos manos hacia atrás y le desabrochó el sujetador.
El contacto de la goma de los guantes era desagradable. Linda intentaba pensar. No podía hacer nada, salvo tratar de salvar la vida. El chico empezó a acariciarle los pechos y a morderle los pezones.
– No solamente eres guapa, sino que tienes unas tetas estupendas. ¡Qué ganas tengo de verte lo otro!
El hombre se sentó de nuevo en el sillón, acomodándose como quien va a ver un partido de béisbol. Danny tiró hacia atrás la chaqueta y la blusa sobre las manos que Linda tenía esposadas en la espalda, dejándola desnuda de cintura hacia arriba. Luego la empujó hacia atrás, y tropezando con el borde de la cama ella cayó de espaldas. Él encontró la cremallera lateral y bajándola le quitó la falda y las medias panty. Allí se detuvo y empezó a tocarle el cuerpo mordisqueándole de nuevo los senos. Después por encima de las braguitas le fue palpando el sexo. Linda le dejaba hacer sin oponer resistencia. Su objetivo era sobrevivir. La agarró de los brazos para incorporarla y le hizo dar dos o tres vueltas lentamente mientras la contemplaba a su gusto.