– ¡Daniel, por Dios! -repuso Andersen elevando también su voz al tiempo que daba una palmada encima de la mesa-. Se ha llevado a cabo una investigación a fondo e imparcial. Tú has expuesto tus puntos y ella los suyos. Hemos entrevistado a testigos. Dime ¿puedes negar que te has acostado con ella?
Douglas permaneció callado.
– Claro que no puedes negarlo -continuó Andersen-. Ella tiene todas las pruebas posibles de vuestra relación y testigos que declaran que tú la presionabas continuamente. Y mantiene que has forzado su voluntad gracias a tu posición jerárquica.
– Pero Charly -dijo Douglas dirigiéndose al otro hombre-, tiene que haber otra solución. Lo nuestro fue una relación entre adultos, libremente consentida por ambos. Completamente libre. Lo juro. Además, tengo una familia con cuatro hijos, que no van aún a la universidad, y necesito el dinero.
– Lo siento, Daniel -repuso Andersen-. No lo pongas más difícil. Yo no puedo hacer nada, y Charles tampoco. Tú sabías los riesgos que tomabas. Participas en el plan de acciones de la compañía, y su valor ha subido mucho últimamente; podemos recomprar tus acciones a precio de mercado. Además, a ti no te interesa el escándalo, ya que vamos a dar buenas referencias tuyas en cuanto al desempeño de tu trabajo y te será fácil encontrar otro empleo.
Daniel bajó la cabeza, abatido. Los otros dos hombres intercambiaron una mirada en silencio y luego volvieron su atención hacia él.
– Es injusto -se lamentó al cabo de un rato-. ¿Qué va a ocurrir con ella?
– Va a mantener su empleo.
– Pero ¿por qué esa discriminación? Ella continúa tan feliz, y yo, en la calle. Es totalmente injusto.
– Te voy
a decir el porqué, aunque ya
debieras saberlo -repuso fríamente Andersen-. Si la despedimos, ella será la víctima de un complot y de una venganza sexista. Mala publicidad para la Corporación. Además, tú eras su jefe, tenías poder sobre ella a causa de tu posición y, por lo tanto, eres el responsable. -Abrió las manos y las dejó caer sobre la mesa como dando por terminada la conversación-. Lo siento, Daniel, pero es así.
– Pero ese tipo de cosas ocurren cada día en los propios estudios Eagle y en las demás agencias y estudios que trabajan para ellos; es algo normal en el show business.
– Puede ser. Quizá vaya con los artistas, su glamour, sus ambiciones y lo que pagan por ellas. Los productores sabrán cómo manejan esas situaciones para protegerse de acciones legales contra el estudio. Aquí, en este edificio y en la Corporación, ésta es nuestra política, no sólo como protección legal, sino porque Davis lo quiere así. -Andersen se levantó de la silla y miró su reloj para dejar claro que la entrevista había terminado-. Tengo que irme. -Y señaló en dirección a la puerta-. Buena suerte. Fuera os espera un guarda de seguridad que os acompañará.
Los dos hombres anduvieron en silencio por los deshabitados pasillos de la planta vigésimo primera hacia el ascensor.
Un soleado domingo por la mañana como éste mantenía el edificio prácticamente desierto. Sólo empleados con asuntos urgentes o de alta motivación y ambiciones acudían a trabajar en un día festivo. Los que lo hacían vestían informalmente, nada que ver con el estricto código de trajes de los días laborables. Parecía que querían autoconvencerse: «Será sólo un ratito y luego iré a disfrutar del fin de semana.» En algunos casos el ratito se convertía en todo el día.
Daniel llevaba bajo el brazo unas cajas de cartón recogidas en el despacho de Andersen para transportar sus efectos personales. Ambos conocían el ritual.
Hasta hacía unos minutos Douglas era un alto ejecutivo y merecía toda confianza. En su despacho había horas y horas de, datos en papel y disquetes. Información confidencial, vital.
De repente, después de quince años de trabajo para la Corporación, se había convertido en un individuo sospechoso que podía ofrecer sus secretos a competidores o a personas aún más peligrosas.
Allí estaba su ex jefe, White, con un guarda de seguridad esperando en el pasillo para vigilar que lo que se llevara en las cajas fueran efectos estrictamente personales. Después de muchos años trabajando juntos, de salir de la oficina ya entrada la noche, de compartir problemas y confidencias, la situación era difícil para ambos y muy violenta para White.
– Ella es una vulgar puta, Charles -dijo una vez depositados los marcos de las sonrientes fotos de su esposa e hijos en una caja-. Es una vulgar puta, que me buscó y me provocó. No lo pude evitar, fui un estúpido. Y merezco este castigo de Dios por haber caído en la tentación y haber usado su maldito coño. -Continuó recogiendo sus cosas y al cabo de un rato prosiguió-. Espero que Dios y mi esposa me perdonen -dijo deteniendo su trabajo y mirando de frente a White. Luego levantó la voz-. En cuanto a la Corporación, que me debe tanto tiempo trabajado extra y jamás pagado, desvelos, preocupaciones y horas perdidas de sueño, ¡que la jodan!
– Vamos, Daniel, cálmate. -White se alegraba de que el asunto se resolviera en domingo, evitando así un posible escándalo público.
– Y a ti y a Andersen, que también os jodan -exclamó Douglas con crispación-. No me habéis ayudado para nada. Yo esperaba de ti y de los demás amigos un apoyo que no he recibido. -Se estaba encarando a su ex jefe, apuntándole con el dedo índice entre los ojos.
White se puso rígido, irguió su enorme cuerpo y respondió con firmeza, arrastrando las palabras, mirándole a los ojos y elevando su fuerte voz:
– Daniel, contrólate. Sé lo difícil que es para ti, pero has jugado a un juego peligroso y has perdido. Compórtate ahora como un hombre. Tú tenías poder sobre ella y ella denuncia que tú has usado tu poder para obtener sus favores sexuales. Los conseguiste, engañando a tu mujer y cometiendo pecado de adulterio. -Luego hizo una pausa y evaluó la actitud hostil de Douglas-. He hablado con Davis, he hecho todo lo posible. Sabes bien que bajo ningún concepto deseo que te vayas, pero Andersen ha presentado a Davis mil y un argumento legales. Él es el responsable de tu despido. Él y tu propio pecado. Cálmate y asúmelo. El guarda de seguridad que nos espera en el pasillo tiene instrucciones de Andersen de echarte sin más del edificio si causas problemas. Imagino que quieres salir dignamente por la puerta. -Hizo una pausa y añadió-: Además, tus amigos no te abandonaremos.
Douglas no dijo nada y continuó llenando las cajas. Cuando terminó, preguntó:
– ¿Cómo me despido de mis subordinados y compañeros?
– Les diré que has presentado tu renuncia, si alguien quiere saber más, que te llame. Es lo recomendado por Andersen y lo que Davis ordena. Tú les puedes dar la versión que quieras. La Corporación no dará ningún detalle. Seguridad no te dejará pasar si vienes sin que alguien autorizado te cite. Esperamos que no llames por teléfono a nadie, salvo a mí o Andersen.
– ¿Qué más falta por hacer? -preguntó Daniel con sequedad.
– Necesito la tarjeta de seguridad de acceso al edificio, la de crédito de la Corporación, tu última nota de gastos y las llaves del coche de la compañía. ¿Está aparcado en tu plaza de garaje?
– Sí -contestó abriendo su billetera y lanzando encima de la mesa las tarjetas. Luego hizo lo mismo con las llaves del coche-. La nota de gastos te la mandaré por correo.
– De acuerdo. Una vez comprobados los gastos, se te enviará un cheque a casa por lo que se te debe. ¿Alguna pregunta?
– Ninguna.