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– ¿Porque eres inocente?

– Por supuesto que soy inocente.

– Y la policía jamás arresta al hombre equivocado.

– Me arriesgaré. Si Aimee está en apuros, no permitiré que pierdan el tiempo conmigo.

– No estoy de acuerdo.

– Pues estás despedida.

– No te pongas Donald Trump conmigo. Yo sólo te advierto. Tú eres el cliente.

Se levantó, abrió la puerta y les llamó. Loren Muse pasó por su lado y se sentó. Lance se situó en su puesto, en el rincón. Muse estaba roja, probablemente enfadada consigo misma por no haberle interrogado en el coche antes de que llegara Hester.

Loren Muse estaba a punto de decir algo pero Myron la detuvo levantando una mano.

– Vayamos al grano -dijo-. Aimee Biel ha desaparecido, ya lo sé. Probablemente tienen nuestros registros telefónicos, de modo que saben que ella me llamó hacia las dos de la madrugada. No sé qué más tienen por ahora, o sea que les ayudaré. Me pidió que la llevara a un sitio. La recogí.

– ¿Dónde? -preguntó Loren.

– En el centro de Manhattan. La 52 y la Quinta. Cogí el Henry Hudson hasta el puente Washington. ¿Tienen la tarjeta de crédito de la estación de servicio?

– Sí.

– Pues ya saben que paramos allí. Seguimos por la Ruta 4 hasta la Ruta 17 y después a Ridgewood. -Myron vio un cambio de postura. Se había perdido algo, pero siguió-. La dejé en una casa al final de una calle sin salida. Y yo volví a la mía.

– Y no recuerda la dirección, ¿verdad?

– No.

– ¿Algo más?

– ¿Como qué?

– Como por qué le llamó Aimee Biel, por ejemplo.

– Soy amigo de la familia.

– Debe de ser muy amigo.

– Lo soy.

– Pero ¿por qué usted? Veamos, primero le llamó a su casa de Livingston. Después le llamó al móvil. ¿Por qué le llamó a usted y no a sus padres o a una tía o un tío o a un amigo de la escuela? -Loren levantó las manos al cielo-. ¿Por qué a usted?

Myron habló en voz baja.

– Se lo hice prometer.

– ¿Prometer?

– Sí.

Les explicó lo del sótano, que oyó hablar a las chicas de haber ido en coche con un chico borracho y lo que les había hecho prometer, y mientras lo hacía, vio que les cambiaba la expresión. Incluso a Hester. Las palabras, los argumentos sonaban vacíos a sus oídos y no entendía por qué. Su explicación fue demasiado larga. Él mismo detectaba su tono defensivo.

Cuando terminó, Loren preguntó:

– ¿Había hecho antes lo mismo?

– No.

– ¿Nunca?

– Nunca.

– ¿Se presentó voluntario a alguna otra chica indefensa o ebria para hacerle de chófer?

– ¡Eh! -Hester no pensaba dejar pasar aquello-. Ésa es una falsa interpretación de lo que dijo. Y la pregunta ya se ha hecho y se ha respuesto. Siga.

Loren se agitó en la silla.

– ¿Y a chicos? ¿Alguna vez le ha hecho prometer a un chico?

– No.

– ¿Sólo chicas?

– Sólo a esas dos chicas -dijo Myron-. No lo había planeado.

– Ya. -Loren se frotó la barbilla-. ¿Y Katie Rochester?

– ¿Quién es ésa? -preguntó Hester.

Myron no hizo caso.

– ¿Qué ocurre?

– ¿Alguna vez le hizo prometer llamarle?

– De nuevo ésa es una falsa interpretación de lo que ha dicho -intervino Hester-. Intentaba impedir que condujeran bebidos.

– Sí, claro, es un héroe -dijo Loren-. ¿Alguna vez se lo dijo a Katie Rochester?

– Ni siquiera conozco a Katie Rochester -dijo Myron.

– Pero le suena el nombre.

– Sí.

– ¿En qué contexto?

– De las noticias. ¿Qué pasa, Muse? ¿Soy sospechoso en todos los casos de personas desaparecidas?

Loren sonrió.

– En todos no.

Hester se inclinó hacia Myron y le susurró al oído:

– Esto no me gusta, Myron.

A él tampoco.

Loren continuó:

– ¿Así que no conoce a Katie Rochester?

No pudo evitar su formación de abogado.

– Que yo sepa, no.

– Que usted sepa, no. ¿Pues quién debería saberlo?

– Protesto.

– Ya sabe a lo que me refiero -dijo Myron.

– ¿Y a su padre, Dominick Rochester?

– No.

– ¿O a su madre, Joan? ¿La conoce de algo?

– No.

– No -repitió Loren-, ¿o no, que usted sepa?

– Me presentan a muchas personas. No las recuerdo a todas. Pero los nombres no me suenan.

Loren Muse miró a la mesa.

– ¿Dice que dejó a Aimee en Ridgewood?

– Sí, en casa de su amiga Stacy.

– ¿En casa de una amiga? -Aquello llamó la atención de Loren-. Antes no lo mencionó.

– Lo menciono ahora.

– ¿Cómo se apellida Stacy?

– No me lo dijo.

– Ya. ¿Conoció a la tal Stacy?

– No.

– ¿Acompañó a Aimee a la puerta?

– No, me quedé en el coche.

Loren Muse fingió una expresión confundida.

– ¿Su promesa de protegerla no llegaba a la puerta?

– Aimee me pidió que me quedara en el coche.

– ¿Quién abrió la puerta, entonces?

– Nadie.

– ¿Entró ella por su mano?

– Dijo que Stacy estaría seguramente durmiendo y que ella siempre entraba por la puerta trasera.

– Ya. -Loren se levantó-. Vamos allá.

– ¿Adónde le llevan? -preguntó Hester.

– A Ridgewood. A ver si encontramos esa calle sin salida.

Myron se puso de pie.

– Pueden preguntar la dirección de Stacy a los padres de Aimee.

– Ya la sabemos -dijo Loren-. El problema es que Stacy no vive en Ridgewood, sino en Livingston.

16

Cuando Myron salió de la sala de interrogatorio, vio a Claire y Erik Biel en un despacho, al fondo del pasillo. Incluso a lo lejos y a través del reflejo del cristal notó la tensión. Se paró.

– ¿Qué pasa? -preguntó Loren Muse.

Él indicó con la barbilla.

– Quiero hablar con ellos.

– ¿Qué les va a decir exactamente?

Él vaciló.

– ¿Va a perder el tiempo con explicaciones -preguntó Loren Muse- o quiere ayudarnos a encontrar a Aimee?

Tenía razón. ¿Qué iba a decirles ahora, de todos modos? «No le he hecho daño a vuestra hija. Sólo la acompañé a una casa de Ridgewood porque no quería que fuera en coche con un chico borracho.» ¿Qué sacarían con eso?

Hester le dio un beso de despedida.

Él la miró.

– Ten la boca cerrada.

– Claro, como quieras. Pero llámame si te arrestan, ¿vale?

– De acuerdo.

Myron subió al ascensor que los condujo al garaje. Banner cogió un coche y arrancó. Myron miró inquisitivamente a Loren.

– Va a buscar a un policía local que nos acompañará.

– Ah.

Loren Muse se acercó a un coche patrulla con jaula de delincuentes. Le abrió la puerta trasera a Myron. Él suspiró y subió. Ella se sentó al volante. Había un ordenador. Tecleó en él.

– ¿Ahora qué? -preguntó Myron.

– ¿Me da su teléfono móvil?

– ¿Por qué?

– Démelo.

Myron se lo dio. Ella repasó las llamadas y después lo tiró sobre el asiento del pasajero.

– ¿Cuándo llamó exactamente a Hester Crimstein? -preguntó.

– No la llamé.

– Entonces ¿cómo…?

– Es una larga historia.

A Win no le gustaría que se mencionara su nombre.

– No da buena impresión -dijo- llamar tan rápidamente a un abogado.

– No me importa mucho dar buena impresión.

– No, supongo que no.

– ¿Ahora qué?

– Vamos a Ridgewood. Intentaremos descubrir dónde dejó presuntamente a Aimee Biel.

Se pusieron en marcha.

– Le conozco de algo -dijo Myron.

– Crecí en Livingston. Cuando era niña, fui a alguno de sus partidos de baloncesto.

– No es eso -dijo él. Se incorporó-. Espere, ¿no llevó usted el caso Hunter?

– Sí -Hizo una pausa-. Participé.

– Eso es. El caso Matt Hunter.

– ¿Le conoce?

– Fui a la escuela con su hermano Bernie. Fui a su funeral. -Volvió a recostarse-. ¿Ahora qué toca? ¿Va a pedir una orden de registro de mi casa, mi coche, o qué?

– Ambas. -Miró el reloj-. Las están solicitando ahora mismo.

– Probablemente encontrará pruebas de que Aimee estuvo en los dos. Ya le he dicho lo de la fiesta, de que estuvo en el sótano, y que anteanoche la acompañé en coche.

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