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Encontró un cajón con ropa interior. Se sintió fatal pero perseveró. Si ella pensaba esconder algo, ése podía ser el lugar. Pero no había nada. Su gusto parecía el normal en una adolescente sana de su edad. Los sujetadores eran vulgares. Sin embargo en el fondo encontró algo especialmente picante. Lo sacó para mirarlo. Llevaba una etiqueta de Bedroom Rendezvous, una tienda de lencería del centro comercial. Era blanco, transparente, y parecía algo salido de una fantasía con enfermeras. Frunció el ceño y no supo qué pensar.

Había algunas muñecas de cabeza oscilante. Un iPod con auriculares blancos sobre la cama. Comprobó la música. Tenía a Aimee Mann. Se lo tomó como una pequeña victoria. Él le había regalado Lost in Space de Aimee Mann hacía unos años pensando que el nombre despertaría su interés. Ahora tenía cinco cedés de Aimee Mann. Le gustó.

Había fotografías pegadas a un espejo. Eran todas fotos de grupo: Aimee con una serie de amigas. Dos del equipo de voleibol, una en la pose clásica y otra de celebración habiendo ganado la competición. Varias de su banda de rock del instituto con ella a la guitarra. Miró su cara tocando. Su sonrisa era conmovedora, pero ¿qué chica a esa edad no tiene una sonrisa conmovedora?

Encontró el anuario escolar. Empezó a hojearlo. Los anuarios habían cambiado mucho desde su graduación. Por ejemplo ahora incluían un dvd. Lo miraría si tenía tiempo. Buscó la entrada de Katie Rochester. Ya había visto aquella fotografía en las noticias. Leyó lo que decía de ella. Echaría de menos salir con Betsy y Craig los sábados por la noche al Ritz Diner. Nada significativo. Volvió a la página de Aimee Biel. Aimee mencionaba a muchos de sus amigos; sus profesores favoritos, la señorita Korty y el señor D; su entrenador de voleibol, el señor Grady y todas las chicas del equipo. Acababa con «Randy, tú has hecho muy especiales los dos últimos años. Sé que estaremos siempre juntos.»

Pobre Randy.

Buscó la entrada de Randy. Era un chico guapo con unos tirabuzones despeinados, casi rastas. Llevaba perilla y tenía una sonrisa muy blanca. En su escrito hablaba sobre todo de deportes. También mencionaba a Aimee y lo mucho que había «enriquecido» sus días de instituto.

Mmm.

Myron pensó en eso, volvió a mirar el espejo y por primera vez se preguntó si habría encontrado una pista.

Claire abrió la puerta.

– ¿Algo?

Myron señaló el espejo.

– Esto.

– ¿Qué pasa?

– ¿Con qué frecuencia entras en esta habitación?

Ella frunció el ceño.

– Aquí vive una adolescente.

– ¿Eso significa pocas veces?

– Casi nunca.

– ¿Hace la colada ella?

– Es adolescente, Myron. No hace nada.

– ¿Quién lo hace?

– Tenemos criada. Se llama Rosa. ¿Por qué?

– Las fotografías -dijo.

– ¿Qué pasa?

– Tiene un novio que se llama Randy, ¿no?

– Randy Wolf. Es muy buen chico.

– ¿Y llevan tiempo juntos?

– Desde el segundo año. ¿Por qué?

Volvió a indicarle el espejo.

– No hay fotos de él. He buscado en toda la habitación. No hay fotos de él en ninguna parte. Por eso te preguntaba cuándo habías entrado en la habitación por última vez. -Se volvió-. ¿Había fotos de Randy?

– Sí.

Él indicó varios puntos vacíos en la parte baja del espejo.

– Esto parece no seguir una secuencia, pero diría que arrancó las fotos de aquí.

– Pero si fueron juntos a la fiesta hace… hace tres noches.

Myron se encogió de hombros.

– Tal vez se pelearan allí.

– Dijiste que Aimee parecía angustiada cuando la recogiste, ¿no?

– Sí.

– Tal vez acabaran de romper -dijo Claire.

– Podría ser -dijo Myron-. Pero desde entonces ella no ha estado en casa y las fotografías del espejo han desaparecido. Eso querría decir que habían roto al menos un día o dos antes de que yo la recogiera. Otra cosa.

Claire esperó. Myron le mostró la lencería de Bedroom Rendezvous.

– ¿Lo habías visto?

– No. ¿Lo has encontrado aquí?

Myron asintió.

– En el cajón de abajo. Parece sin estrenar. Aún lleva la etiqueta.

Claire se quedó en silencio.

– ¿Qué?

– Erik le dijo a la policía que Aimee se había comportado de un modo raro últimamente. Yo se lo rebatí pero la verdad es que es cierto. Se ha vuelto muy reservada.

– ¿Sabes qué más me ha parecido raro en esta habitación?

– ¿Qué?

– Aparte de la lencería, que puede ser relevante o no, lo opuesto a lo que acabas de decir: no hay nada reservado. Teniendo en cuenta que estaba en el último año del instituto, debería haber algo, ¿no?

Claire se lo pensó.

– ¿Por qué crees que no lo hay?

– Es como si se esforzara mucho por ocultar algo. Tenemos que mirar otros sitios en donde hubiera podido guardar objetos personales, un sitio donde tú y Erik no pudierais fisgar. Como la taquilla de la escuela, tal vez.

– ¿Quieres que vayamos ahora?

– Prefiero hablar primero con Randy.

Ella frunció el ceño.

– Su padre.

– ¿Qué le pasa?

– Se llama Jake. Todos le llaman Big Jake. Es más alto que tú. Y su esposa es una ligona. El año pasado Big Jake se metió en una pelea en uno de los partidos de fútbol de Randy. Destrozó a un pobre desgraciado delante de sus hijos. Es un imbécil total.

– ¿Total?

– Total.

– Uf. -Myron fingió que se secaba el sudor de la frente-. Un medio imbécil me preocuparía. Un imbécil total, es lo mío.

20

Randy Wolf vivía en la nueva sección de Laurel Road. Las nuevas y relucientes casas de ladrillo visto tenían más metros cuadrados que el aeropuerto Kennedy. Había una verja de falso hierro forjado. Estaba abierta y Myron la cruzó. El jardín estaba excesivamente cuidado, el césped era tan verde que parecía que alguien hubiera enloquecido con un aerosol de pintura. Había tres todo terreno aparcados en la entrada. A su lado, centelleando por un encerado reciente y una posición bajo el sol igual de perfecta, había un pequeño Corvette rojo. Myron se puso a tararear la canción de Prince. No pudo evitarlo.

Se oía el inconfundible sonido del rebote de una pelota de tenis en el patio. Myron se dirigió hacia allí. Vio a cuatro gráciles damas jugando a tenis. Llevaban todas colas de caballo y ropa ajustada de tenis. Myron era un gran admirador de las mujeres vestidas con ropa de tenis. Una de las gráciles damas estaba a punto de servir cuando le vio. Tenía unas piernas estupendas, observó Myron. Volvió a comprobarlo. Sí, estupendas.

Mirar piernas bronceadas probablemente no le proporcionaría ninguna pista, pero ¿por qué perder una oportunidad?

Myron saludó con la mano y ofreció a la mujer su mejor sonrisa. Ella se la devolvió y dijo a las otras que la dispensaran un momento. Fue trotando hacia él. Su cola de caballo se balanceaba. Se paró muy cerca de él. Respiraba aceleradamente. El sudor le pegaba la ropa al cuerpo. También la volvía un poco transparente -Myron sólo se mostraba observador, claro- pero no parecía importarle.

– ¿En qué puedo ayudarle?

Apoyaba una mano en la cadera.

– Hola, me llamo Myron Bolitar.

Regla número cuatro del Libro de Elocuencia de Bolitar: apabulla a las mujeres con una primera frase deslumbrante.

– Su nombre -dijo-. Me suena.

Movía mucho la lengua al hablar.

– ¿Es la señora Wolf?

– Llámeme Lorraine.

Lorraine Wolf tenía esa forma de hablar en la que todo sonaba con un doble sentido.

– Busco a su hijo Randy.

– Mala respuesta -dijo ella.

– Lo siento.

– Debía decir que parecía demasiado joven para ser la madre de Randy.

– Demasiado obvio -dijo Myron-. Una mujer inteligente como usted habría visto mis intenciones.

– Buena recuperación.

– Gracias.

Las otras mujeres se juntaron en la red. Llevaban toallas al cuello y bebían algo verde.

– ¿Por qué busca a Randy? -preguntó ella.

29
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