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Myron pensó en cómo enfocarlo.

– Esta noche he hablado con Randy.

Silencio.

– Estaba en una fiesta. Hemos hablado de Aimee. Después he hablado con Harry Davis. Lo sé todo, señora Wolf.

– No sé de qué me habla.

– O abre la puerta o llamo a la policía.

Más silencio. Myron se volvió y miró a Erik. Seguía muy tranquilo. A Myron no le gustó.

– ¿Señora Wolf?

– Mi marido llegará en una hora. Vuelva entonces.

Erik Biel contestó:

– Ni hablar.

Sacó la pistola, apuntó a la cerradura y disparó. La puerta se abrió de golpe. Erik entró corriendo con el arma levantada. Myron también.

Lorraine Wolf gritó.

Erik y Myron se desviaron hacia el sonido. Cuando llegaron al salón, los dos frenaron.

Lorraine Wolf estaba sola.

Por un momento, nadie se movió. Myron estudió la situación. Lorraine Wolf estaba de pie en el centro de la habitación. Llevaba guantes de goma. Eso fue lo primero que Myron notó. Guantes de goma amarillo brillante. Después le miró con más atención. En la mano derecha llevaba una esponja. En la izquierda, un cubo amarillo a juego con los guantes.

Había estado limpiando una mancha húmeda que había en la alfombra.

Erik y Myron dieron un paso adelante. Vieron que el cubo estaba lleno de un agua de feo tono rosado.

– Oh, no -dijo Erik.

Myron se volvió para detenerlo pero era demasiado tarde. Detrás de Erik explotó algo. Soltó un aullido y saltó hacia la mujer. Lorraine Wolf gritó. El cubo cayó sobre la alfombra. El líquido se vertió.

Erik asió a la mujer y fueron a parar los dos atrás del sofá. Myron estaba más allá, sin saber qué hacer. Si hacía un movimiento demasiado agresivo, Erik reaccionaría. Y si no hacía nada…

Erik apretó la pistola contra la sien de Lorraine Wolf. Ella gritó y le agarró la mano. Erik no se movió.

– ¿Qué le habéis hecho a mi hija?

– ¡Nada!

– Erik, no -dijo Myron.

Pero Erik no le escuchaba. Myron levantó su pistola, le apuntó. Erik lo vio pero era evidente que no le importaba.

– Si la matas… -empezó Myron.

– ¿Qué? -preguntó Erik-. ¿Qué perderíamos, Myron? Mira esto. Aimee ya está muerta.

Lorraine Wolf gritó:

– ¡No!

– Entonces, ¿dónde está, Lorraine? -preguntó Myron.

Ella apretó los labios.

– Lorraine, ¿dónde está Aimee?

– No lo sé.

Erik levantó el arma. Iba a golpearla con la culata.

– Erik, no.

Él dudó. Lorraine miró a Erik a los ojos. Estaba asustada, pero se preparaba para recibir el golpe.

– No -dijo Myron otra vez. Se acercó un paso más.

– Sabe algo.

– Y lo descubriremos, ¿de acuerdo?

Erik le miró.

– ¿Qué harías tú si fuera alguien que quisieras?

Myron se acercó un poco más.

– Quiero a Aimee.

– No como un padre.

– No, así no, pero sé lo que es. He presionado demasiado y no funciona.

– Ha funcionado con Harry Davis.

– Lo sé, pero…

– Es una mujer. Es la única diferencia. A Davis le he disparado en el pie y tú les has interrogado dejándole desangrarse. Ahora estamos cara a cara con alguien que está limpiando sangre y, de repente, ¿te acobardas?

Incluso en aquel caos, en aquella locura, Myron le entendía. Era otra vez el tema chico-chica. Si Aimee fuera un chico, si Harry Davis hubiera sido una mujer bonita e insinuante.

Erik puso la pistola otra vez contra la sien de la mujer.

– ¿Dónde está mi hija?

– No lo sé -dijo ella.

– ¿De quién era la sangre que limpiaba?

Erik apuntó al pie de la mujer, pero sin control. Myron se dio cuenta. Las lágrimas resbalaban por su rostro. La mano le temblaba.

– Si le disparas -dijo Myron-, contaminarás las pruebas. Se mezclará la sangre. Nunca sabrán qué ha pasado aquí. El único que irá a la cárcel serás tú.

El argumento no se sostenía, pero fue suficiente para calmar un poco a Erik. Toda la cara se le desmoronó. Lloraba, pero no soltó el arma. Siguió apuntando al pie de la mujer.

– Respira hondo -dijo Myron.

Erik meneó la cabeza.

– ¡No!

El aire se paró. Todo se detuvo. Erik miró a Lorraine Wolf. Ella le miró a él sin pestañear. Myron vio a Erik con el dedo en el gatillo. No podía elegir. Tenía que hacer algo.

Y entonces sonó el móvil de Myron.

Hizo que se paralizaran. Erik apartó el dedo del gatillo y se secó la cara con la manga.

– Contesta -le dijo.

Myron echó un vistazo rápido al identificador. Era Win. Apretó la tecla de respuesta y se llevó el móvil a la oreja.

– ¿Qué?

– El coche de Drew Van Dyne acaba de llegar al paseo -dijo Win.

50

La inspectora de homicidios del condado Loren Muse estaba trabajando en su nuevo caso, el de los dos asesinatos en East Orange, cuando sonó su teléfono. Era tarde, pero no se sorprendió. A menudo trabajaba hasta tarde. Sus colegas lo sabían.

– Muse.

La voz era sofocada, parecía femenina.

– Tengo información para usted.

– ¿Quién habla?

– Se trata de la chica desaparecida.

– ¿Qué chica desaparecida?

– Aimee Biel.

Erik seguía apuntando a Lorraine Wolf con el arma.

– ¿Qué pasa? -preguntó a Myron.

– Drew Van Dyne. Está en casa.

– ¿Qué significa eso?

– Significa que deberíamos hablar con él.

Erik gesticuló hacia Lorraine Wolf con la pistola.

– No podemos dejarla.

– De acuerdo.

Lo más sensato, según Myron, sería dejar a Erik vigilando a Lorraine Wolf para que no avisara a nadie ni eliminara pruebas. Pero no quería dejarla con Erik en el estado en que estaba.

– Deberíamos llevarla con nosotros -dijo Myron.

Erik apretó la pistola contra la cabeza de la mujer.

– Levántese -le dijo.

Ella obedeció. Myron llamó al detective Lance Banner mientras se dirigían al coche.

– Banner.

– Lleve a sus mejores técnicos de laboratorio a casa de Jake Wolf -dijo Myron-. No tengo tiempo de explicárselo.

Colgó. En otras circunstancias, habría pedido refuerzos, pero Win estaba en casa de Drew Van Dyne. No los necesitaba.

Myron condujo. Erin se sentó detrás con Lorraine Wolf, sin dejar de apuntarle con la pistola. Myron miró por el retrovisor y captó la mirada de la mujer.

– ¿Dónde está su marido? -preguntó Myron, doblando a la derecha.

– Fuera.

– ¿Dónde?

Ella no contestó.

– Hace dos noches, recibieron una llamada -dijo Myron- a las tres de la madrugada.

Sus ojos la buscaron otra vez en el retrovisor. Ella no asintió, pero demostró aceptación.

– La llamada era de Harry Davis. ¿Contestó usted o su marido?

La voz de ella fue baja.

– Fue Jake.

– Davis le dijo que Aimee había estado en su casa, que estaba preocupado. Y entonces Jake cogió su coche.

– No.

Myron esperó, pensando en esa respuesta.

– ¿Qué hizo?

Lorraine se agitó en el asiento, mirando directamente a Erik.

– Nos gustaba mucho Aimee. Por Dios, Erik, ha salido dos años con Randy.

– Pero ella le dejó -dijo Myron.

– Sí.

– ¿Cómo reaccionó Randy?

– Le rompió el corazón. La quería mucho. Pero no pensará… -Se calló.

– Se lo preguntaré otra vez, señora Wolf. Después de que Harry Davis llamara a su casa, ¿qué hizo su marido?

Ella se encogió de hombros.

– ¿Qué podía hacer?

Myron esperó.

– ¿Qué cree? ¿Que fue a buscarla? Vamos. Incluso sin tráfico se tarda media hora de Livingston a Ridgewood. ¿Cree que Aimee iba a esperar a que apareciera Jake?

Myron abrió la boca, la cerró. Intentó imaginar la escena. Harry Davis acababa de rechazarla. ¿Se quedaría esperando, en una calle oscura, media hora o más? ¿Tenía lógica?

– ¿Qué pasó? -preguntó Myron.

Ella no dijo nada.

– Reciben la llamada de Harry Davis. Es presa del pánico por culpa de Aimee. ¿Qué hicieron usted y Jake?

68
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