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Esperó.

Pasos.

Eran pasos ligeros. Myron apretó la espalda contra la pared. Apretó el arma en la mano. Le dolía la pierna del mordisco. Le estallaba la cabeza. Intentó superarlo; hizo un esfuerzo por concentrarse.

Calculó el mejor lugar para situarse. Apretado contar la pared, junto a la puerta, donde estaba ahora, era un buen sitio para escuchar, pero no sería ideal, a pesar de lo que ves en las películas, si alguien entraba en la habitación. En primer lugar, si el tipo era bueno, ya se lo esperaría. En segundo lugar, si había más de uno, saltarle encima a alguien desde detrás de una puerta era muy difícil. Tienes que atacar enseguida y das a conocer tu posición. Puedes neutralizar al primero, pero el segundo se echará encima con ganas.

Myron fue de puntillas hacia la puerta del baño. Se quedó detrás de ella, agachado, con la puerta casi cerrada. Tenía un ángulo perfecto. Podía ver entrar al intruso, disparar o gritar, y si disparaba, seguiría estando en una buena posición si alguien más entraba detrás o huía.

Los pasos se pararon frente a la puerta del dormitorio.

Esperó. La respiración le resonaba en los oídos. Win era bueno en esto, haciendo falta paciencia. Nunca había sido el punto fuerte de Myron, pero se calmó; Mantuvo la respiración profunda. Los ojos fijos en la puerta abierta.

Vio una sombra.

Myron apuntó el arma al centro. Win apuntaba a la cabeza, pero Myron dirigió la vista al centro del torso, el blanco más fácil.

Cuando el intruso cruzó el umbral y se posó bajo un poco de luz, Myron jadeó ruidosamente. Salió de detrás de la puerta, todavía apuntando con el arma.

– Vaya, vaya -dijo el intruso-. Después de siete años, ¿eso que tienes en la mano es un arma o es que estás contento de verme?

Myron no se movió.

Siete años. Después de siete años. Y en unos segundos fue como si esos siete años no hubieran pasado.

Jessica Culver, su antigua alma gemela, había vuelto.

27

Estaban abajo, en la cocina.

Jessica abrió la nevera.

– ¿No hay Yoo-hoo?

Myron negó con la cabeza. El chocolate Yoo-hoo había sido su bebida favorita. Cuando vivían juntos, lo tenían siempre en casa.

– ¿Ya no lo bebes?

– Casi nunca.

– Al menos uno de nosotros tenía que ser consciente de que todo cambia.

– ¿Cómo has entrado? -preguntó Myron.

– Todavía guardas la llave en el canalón. Como tu padre. Una vez la utilizamos. ¿Te acuerdas?

Se acordaba. Habían bajado sigilosamente al sótano, riendo, y habían hecho el amor.

Jessica le sonrió. Él pensó que los años se notaban. Tenía más patas de gallo. Llevaba los cabellos más cortos y sofisticados. Pero el efecto era el mismo.

Era apabullantemente hermosa.

– Me estás mirando -dijo Jessica.

Él no dijo nada.

– Es bueno saber que todavía llamo la atención.

– Sí, ese Stone Norman es un hombre con suerte.

– Ya -dijo ella-. Ya me imaginaba que dirías eso.

Myron no dijo nada.

– Te caería bien -dijo ella.

– Oh, estoy seguro.

– A todos les cae bien. Tiene muchos amigos.

– ¿Le llaman Stoner?

– Sólo los compañeros de fraternidad.

– Por supuesto.

Jessica le observó un momento. Esa mirada le hizo sentir calor en la cara.

– Estás espantoso, por cierto.

– Hoy he recibido una buena paliza.

– Hay cosas que no cambian. ¿Cómo está Win?

– Hablando de cosas que no cambian…

– Siento oírlo.

– ¿Vamos a seguir así -dijo Myron- o vas a decirme por qué has venido?

– ¿No podemos seguir así unos minutos más?

Myron se encogió de hombros como diciendo «tú verás».

– ¿Cómo están tus padres? -preguntó ella.

– Bien.

– Nunca les caí bien.

– No, no creo.

– ¿Y Esperanza? ¿Todavía me llama la Bruja Reina?

– Hace siete años que ni siquiera te menciona.

Eso la hizo sonreír.

– Como si fuera Voldemort. De los libros de Harry Potter.

– Sí, tú eres La-que-no-debe-nombrarse.

Myron se agitó en la silla. Apartó la mirada unos segundos. Era tan consagradamente hermosa. Era como mirar un eclipse. Tienes que apartar la mirada de vez en cuando.

– Ya sabes por qué estoy aquí -dijo.

– ¿Un último flirteo antes de casarte con Stoner?

– ¿Estarías dispuesto?

– No.

– Mentiroso.

Se preguntó si ella tendría razón, así que cogió la ruta más madura.

– ¿Te das cuenta de que «Stoner» * rima con «boner»?

– Te burlas del nombre de los demás -dijo Jessica- tú que te llamas Myron.

– Sí, lo sé.

Tenía los ojos rojos.

– ¿Has bebido?

– Estoy un poco alegre. He bebido lo suficiente para armarme de valor.

– Para entrar en mi casa.

– Sí.

– ¿Qué pasa, Jessica?

– Tú y yo -dijo ella-. No hemos terminado del todo.

Él no dijo nada.

– Yo finjo que hemos terminado, tú finges lo mismo. Pero los dos sabemos que no es así.

Jessica se volvió y tragó saliva. Él le miró el cuello. Vio que sus ojos estaban doloridos.

– ¿Qué fue lo primero que pensaste cuando te enteraste de que iba a casarme?

– Os deseé lo mejor a ti y a Stoner.

Ella esperó.

– No sé lo que pensé -dijo Myron.

– ¿Te dolió?

– ¿Qué quieres que diga, Jess? Estuvimos juntos mucho tiempo. Por supuesto que sentí una punzada.

– Es como -se calló para pensar-, es como si, a pesar de no haber hablado en siete años, fuera sólo cuestión de tiempo que volviéramos a estar juntos. Como si esto formara parte del proceso. ¿Entiendes lo que digo?

Él no dijo nada, pero sintió que algo muy adentro empezaba a deshilacharse.

– Entonces, hoy he visto el anuncio de mi compromiso, el que yo escribí, y de repente ha sido como si «Un momento, esto es de verdad, Myron y yo no volveremos a estar juntos». -Meneó la cabeza-. No lo estoy diciendo bien.

– No hay nada que decir, Jessica.

– ¿Así de fácil?

– Tú sólo estás aquí por los nervios de la boda -dijo él.

– No seas condescendiente.

– ¿Qué quieres que diga?

– No lo sé.

Se quedaron un rato en silencio. Myron levantó una mano. Ella la cogió. Él sintió que algo le corría por dentro.

– Sé por qué estás aquí -dijo Myron-. Ni siquiera diré que me sorprende.

– Todavía hay algo entre nosotros, ¿no?

– No lo sé…

– Oigo un «pero».

– Cuando se pasa todo lo que nosotros pasamos: el amor, las rupturas, mis lesiones, todo ese dolor, todo el tiempo juntos, que yo quisiera casarme contigo…

– Eso puedo corregirlo, ¿vale?

– Un momento. Estoy inspirado.

Jessica sonrió.

– Perdona.

– Cuando has pasado todo eso, las vidas acaban entrelazándose una con otra. Y un buen día, se acaba, se corta de golpe con un machete. Pero estás tan entrelazado, que siguen quedando cosas.

– Nuestras vidas están enredadas -dijo ella.

– Enredadas -repitió él-. No suena muy bien.

– Pero es bastante preciso.

Él asintió.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Nada. Forma parte de la vida.

– ¿Sabes por qué no me casé contigo?

– Ya no importa, Jess.

– Yo creo que sí. Creo que tenemos que hablar de eso. Myron le soltó la mano y le hizo un gesto de «bueno, adelante». -La gente suele odiar la vida que ha llevado con sus padres. Se rebela. Pero tú querías ser como ellos. Querías la casa, los hijos…

– Y tú no -le interrumpió-. Ya lo sabemos.

– No es así. Yo podría haber deseado esa vida también.

– Pero no conmigo.

– Sabes que no es eso. Pero no estaba segura… -Ladeó la cabeza-. Tú querías esa vida. Pero yo no sabía si querías esa vida más que a mí.

– Esa es la mayor estupidez que he oído en mi vida -dijo Myron.

– Puede, pero era lo que sentía.

– Claro, no te quería bastante.

Ella le miró meneando la cabeza.

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* Stoner significa alguien que fuma hierba y boner alguien que mete la pata. (N. de la T.)

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