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Loren la miró.

– Es usted abogada, ¿no, señora Biel?

– Sí.

– Pues ayúdeme: ¿dónde pone que no he de decirle nada?

Claire abrió la boca y la cerró. Indebidamente cruel, pensó Loren, pero lo de interpretar policía bueno/policía malo no era sólo para los delincuentes. También para los testigos. No le gustaba, pero era muy eficaz.

Loren volvió a mirar a Lance, que le siguió la corriente. Tosió con el puño frente a la boca.

– Tenemos cierta información que relaciona a Aimee con Myron Bolitar.

Claire entornó los ojos.

– ¿Qué información?

– Anteanoche, a las dos de la madrugada, Aimee le llamó, primero a su casa, después al móvil. Y a continuación el señor Bolitar cogió el coche.

Lance siguió relatando los hechos. La cara de Claire perdió el color. Las manos de Erik se cerraron en puños.

Cuando Lance acabó, estaban demasiado aturdidos para hacer preguntas. Loren se echó hacia adelante.

– ¿Es posible que hubiera algo más entre Myron y Aimee que una relación de amistad?

– De ninguna manera -dijo Claire.

Erik cerró los ojos.

– Claire…

– ¿Qué? -cortó ella-. ¿No creerás que Myron se liaría con…?

– Ella le llamó justo antes de… -Se encogió de hombros-. ¿Para qué le llamaría Aimee? ¿Por qué no me lo comentaría él cuando nos vimos en el gimnasio?

– No lo sé, pero la mera idea… -Se calló y chasqueó los dedos-. Espere, Myron sale con Ali Wilder, una amiga mía. Una mujer adulta, por supuesto. Una viuda encantadora con dos hijos. La idea de que Myron pudiera…

Erik cerró los ojos con fuerza.

– ¿Señor Biel? -dijo Loren.

– Aimee no ha sido la misma últimamente -dijo en voz queda.

– ¿En qué sentido?

Erik seguía con los ojos cerrados.

– Los dos lo atribuimos a la adolescencia. Pero los últimos meses ha sido muy reservada.

– Eso es normal, Erik -Hijo Claire.

– Va a peor.

Claire meneó la cabeza.

– Sigues pensando que es una niña. Es sólo eso.

– Tú sabes que es algo más que eso, Claire.

– No, Erik, no lo sé.

Él volvió a cerrar los ojos.

– ¿Qué pasa, señor Biel? -preguntó Loren.

– Hace dos semanas intenté acceder a su ordenador.

– ¿Por qué?

– Para leer sus mensajes.

Su mujer le miró furiosa, pero él no la vio, o quizá no le importaba. Loren siguió.

– ¿Y qué pasó?

– Había cambiado la contraseña. No pude entrar.

– Porque quería intimidad -dijo Claire-. ¿Eso te parece raro? Yo llevaba un diario. Cuando era niña. Lo tenía cerrado bajo llave y encima escondido. ¿Y qué?

Erik siguió:

– Llamé al servidor de Internet. Soy el que paga las facturas, el titular. Así que me dieron la contraseña nueva. Después me conecté para mirar sus mensajes.

– ¿Y?

Se encogió de hombros.

– Habían desaparecido todos. Los había borrado.

– Sabía que fisgarías -dijo Claire. Su tono era una mezcla de ira y actitud defensiva-. Se protegió contra ti.

Erik se volvió rápidamente hacia ella.

– ¿Eso crees, Claire?

– ¿Y tú que tiene una aventura con Myron?

Erik no contestó. Claire se volvió hacia Loren y Lance.

– ¿Han preguntado a Myron por las llamadas?

– Todavía no.

– ¿Y a qué están esperando? -Claire se fue a buscar su bolso-. Vámonos. Él lo aclarará todo.

– No está en Livingston -dijo Loren-. Se fue en avión a Miami después de jugar al baloncesto con su marido.

Claire estaba a punto de preguntar algo más, pero se calló.

Por primera vez, Loren vio asomar la duda en su expresión. Decidió utilizarlo. Se levantó.

– Estaremos en contacto -dijo.

15

Myron se sentó en el avión y pensó en su viejo amor, Jessica.

¿No debería alegrarse por ella?

Ella siempre había sido apasionada hasta el punto de hacerse pesada. A su madre y a Esperanza no les caía bien. Su padre, como un conductor de la tele, se mantenía neutral. Win bostezaba. Según él, las mujeres eran dignas de ser llevadas a la cama o no. Jessica, sin duda, era digna de ser llevada a la cama, pero después de eso… ¿qué?

Las mujeres creían que a Myron le cegaba la belleza de Jessica. Escribía como un ángel. Era más que apasionada. Pero eran diferentes. Myron quería vivir como sus padres. Jessica se mofaba de esa tontería idílica. Era una constante tensión que tanto les alejaba como les atraía.

Y ahora Jessica se casaba con Stone, un tipo de Wall Street. Big Stone, pensó Myron. Rolling Stone. The Stoner. Smokin' Stone. El Stone Man. *

Myron le odiaba.

¿En qué se había convertido Jessica?

Siete años, Myron. Eso cambia a una persona.

Pero ¿tanto?

El avión aterrizó. Miró el teléfono mientras el avión se dirigía a la terminal. Había un mensaje de texto de Win:

TU AVIÓN ACABA DE ATERRIZAR.

POR FAVOR, REGODÉATE EN TU BROMITA DE QUE TRABAJO PARA LAS LÍNEAS AÉREAS. TE ESPERO EN EL PISO INFERIOR, FUERA.

El avión redujo la marcha al acercarse. El piloto pidió que todos permanecieran en sus asientos con los cinturones abrochados. Casi todo el mundo ignoró su petición. Se oía el chasquido de los cinturones al abrirse. ¿Por qué? ¿Qué ganaba la gente con ese segundo de más? ¿Es que tanto nos gusta transgredir las normas?

Pensó en llamar a Aimee al móvil otra vez, pero podría excederse. ¿Cuántas veces podía llamarla, al fin y al cabo? La promesa había sido muy clara. La acompañaría donde quisiera. No haría preguntas. No se lo diría a sus padres. No debería sorprenderle que, después de esa aventura, Aimee no quisiera hablar con él durante unos días.

Bajó del avión y se dirigía a la salida cuando oyó que le llamaban.

– ¿Myron Bolitar?

Se volvió. Había dos: un hombre y una mujer. La mujer era la que le había llamado. Era menuda, no mucho más de metro y medio. Myron medía metro noventa y cinco. La miraba desde lo alto. Ella no parecía intimidada. El hombre que la acompañaba llevaba un corte de pelo militar. También le sonaba vagamente.

El hombre sacó una placa. La mujer, no.

– Soy Loren Muse, investigadora del condado de Essex -dijo ella-. Él es Lance Banner, detective de la policía de Livingston.

– Banner -dijo Myron automáticamente-. ¿Eres hermano de Buster?

Lance Banner casi sonrió.

– Sí.

– Es un buen chico. Jugué al baloncesto con él.

– Lo recuerdo.

– ¿Cómo le va?

– Bien, gracias.

Myron no sabía qué ocurría, pero había tenido experiencias con las fuerzas del orden. Por puro hábito, cogió el móvil y apretó una tecla. Era su marcación rápida. Llamaría a Win. Win apretaría la tecla de «silencio» y escucharía. Era un viejo truco entre ellos que hacía años que no utilizaba Myron, y ahí estaba, con agentes de policía, cayendo en las viejas costumbres.

De sus pasados tropiezos con la ley, Myron había aprendido algunas verdades básicas que podían resumirse así: que no hayas hecho nada malo no significa que no estés en apuros. Es mejor partir de esa base.

– Queremos que nos acompañe -dijo Loren Muse.

– ¿Puedo preguntar por qué?

– No le retendremos mucho rato.

– Tengo entradas para los Knicks.

– Intentaremos no interferir en sus planes.

– Abajo. -Miró a Lance Banner-. En la fila de los famosos.

– ¿Se niega a venir con nosotros?

– ¿Me están arrestando?

– No.

– Entonces, antes de acompañarles, me gustaría saber para qué.

Loren Muse no vaciló esta vez.

– Se trata de Aimee Biel.

Plaf. Debería haberlo previsto, pero no lo había hecho. Myron dio un paso atrás.

– ¿Está bien?

– ¿Por qué no nos acompaña?

– Le he preguntado…

– Le he oído, señor Bolitar. -Le dio la espalda y empezó a caminar hacia la salida-. ¿Por qué no nos acompaña para que podamos hablar?

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* Por orden: pedrusco, canto rodado, fumador de cannabis, fumador de hierba, hombre de piedra. (N. de la T.)

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