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Descolgaron el teléfono al segundo timbre. Sin saludo. Sin palabras. En silencio.

– Os voy a necesitar -dijo Dominick.

– ¿Cuándo?

Dominick cogió el bate de metal. Le gustaba su peso. Pensó en el tal Bolitar, el tipo que se iba con una chica que desaparecía, y después se buscaba un abogado y ya estaba libre viendo la televisión o disfrutando de una buena comida.

Eso no se deja pasar. Aunque fuera utilizando a los Gemelos.

– Ahora -dijo Dominick Rochester-. Os necesito a los dos.

18

Cuando Myron volvió a su casa de Livingston, Win ya estaba allí, echado en la tumbona del jardín, con las piernas cruzadas. Llevaba mocasines, una camisa azul y una corbata de un verde deslumbrante. Algunas personas pueden ponerse cualquier cosa y hacer que les quede bien. Win era uno de ésos.

Tenía la cabeza ladeada hacia el sol, los ojos cerrados. No los abrió mientras Myron se acercaba.

– ¿Sigues queriendo ir al partido de los Knicks? -preguntó Win.

– Creo que paso.

– ¿Te importa que lleve a otra persona?

– No.

– Conocí una chica en Scores anoche.

– ¿Es una stripper?

– Por favor. -Win levantó un dedo-. Es una bailarina erótica.

– Una mujer de carrera. Qué bien.

– Se llama Bambi, creo. O puede que sea Tawny.

– ¿Es su nombre auténtico?

– En ella no hay nada auténtico -dijo Win-. Por cierto, la policía ha estado aquí.

– ¿Registrando la casa?

– Sí.

– Se han llevado mi ordenador.

– Sí.

– Maldita sea.

– No te preocupes. He llegado antes que ellos y he hecho una copia de seguridad de tus archivos. Después he borrado el disco duro.

– Vaya -dijo Myron-. Eres bueno.

– El mejor -dijo Win.

– ¿Dónde los copiaste?

– En la memoria USB de mi llavero -dijo, meneándolo, con los ojos todavía cerrados-. Ten la bondad de moverte un poco a la derecha. Me tapas el sol.

– ¿Ha averiguado algo la investigadora de Hester?

– Hubo un cargo de cajero en la tarjeta de la señorita Biel -dijo Win.

– ¿Aimee ha sacado dinero?

– No, un libro de la biblioteca. Sí, dinero. Parece que Aimee Biel sacó mil dólares de un cajero unos minutos antes de que te llamara.

– ¿Algo más?

– ¿Como qué?

– Lo están relacionando con otra desaparición. Una chica llamada Katie Rochester.

– Dos chicas desaparecen en la misma zona. Es normal que lo relacionen.

Myron frunció el ceño.

– Creo que hay algo más.

Win abrió un ojo.

– Problemas.

– ¿Qué?

Win no dijo nada y siguió mirándole. Myron se volvió, siguió su mirada y sintió un vuelco en el estómago.

Eran Erik y Claire.

Por un momento nadie se movió.

– Vuelves a taparme el sol -dijo Win.

Erik desprendía rabia. Myron fue hacia ellos, pero algo le detuvo. Claire puso una mano en el brazo de su marido y le susurró algo al oído. Él cerró los ojos. Ella dio un paso hacia Myron, con la cabeza alta. Erik se quedó atrás.

Claire se acercó hasta la puerta. Myron fue hacia ella.

– Sabes que yo no… -dijo Myron.

– Dentro. -Claire siguió caminado hacia la puerta-. Quiero que me lo cuentes todo aquí dentro.

El fiscal del condado de Essex, Ed Steinberg, el jefe de Loren, la estaba esperando cuando ella regresó a la oficina.

– ¿Y bien?

Ella le puso al día. Steinberg era un hombre grueso, con un vientre prominente, pero tenía aspecto de osito al que se quiere abrazar. Por supuesto estaba casado. Hacía mucho tiempo que Loren no conocía a ningún hombre deseable que no lo estuviera.

Cuando acabó, Steinberg dijo:

– Yo he investigado un poco más a Bolitar. ¿Sabías que él y su amigo Win habían trabajado para los federales?

– Corrían rumores -dijo ella.

– He hablado con Joan Thurston. -Era la fiscal del estado de Nueva Jersey-. Hay mucho de cotilleo, supongo, pero en suma, todos creen que Win está pasado de vueltas, pero que Bolitar es una persona decente.

– Eso es lo que me han dicho a mí también -dijo Loren.

– ¿Te crees su historia?

– En general, sí, creo que sí. Es demasiado absurda. Además, como dijo él mismo, ¿sería tan tonto de dejar tantas pistas un tipo con su experiencia?

– ¿Crees que es una trampa?

Loren hizo una mueca.

– Tampoco parece eso. Aimee Biel le llamó. En tal caso tendría que estar metida.

Steinberg entrelazó las manos sobre la mesa. Iba remangado. Sus antebrazos eran gruesos y tan cubiertos de vello que parecían una piel.

– Entonces lo más probable es que se haya fugado, ¿no?

– Lo más probable -dijo Loren.

– ¿Y que utilizara el mismo cajero que Katie Rochester?

Loren se encogió de hombros.

– No creo que sea una coincidencia.

– Tal vez se conocían.

– Según los padres, no.

– Eso no significa nada -dijo Steinberg-. Los padres no saben nada de sus hijos. Créeme, tengo hijas adolescentes. Los padres que aseguran saberlo todo de sus hijos normalmente son los que menos saben. -Se agitó en la silla-. ¿Habéis encontrado algo en la casa o el coche de Bolitar?

– Todavía están en ello -dijo Loren-. Pero ¿qué van a encontrar? Sabemos que ella estuvo en la casa y en el coche.

– ¿Se encarga del registro la policía local?

Ella asintió.

– Pues que se encargue también del resto. De hecho ni siquiera tenemos un caso, con una chica de esa edad, ¿no?

– No.

– Bien, pues ya está decidido. Pásalo a la policía local. Quiero que te concentres en los homicidios de East Orange.

Steinberg le habló del caso. Ella escuchó e intentó concentrarse. Era un caso importante, no había duda. Un doble asesinato. Tal vez un peligroso asesino en serie había vuelto a la zona. Era del tipo de casos que le encantaba. Le llevaría todo su tiempo. Lo sabía. Y conocía las probabilidades. Aimee Biel había retirado dinero antes de llamar a Myron. Eso significaba que probablemente no la había secuestrado, que estaba perfectamente, y que, en definitiva, ella no debería involucrarse más.

Dicen que las penas y las preocupaciones envejecen, pero con Claire Biel sucedía lo contrario. La piel se le estiraba tanto en los pómulos que la sangre parecía no fluir. No tenía arrugas en la cara. Estaba pálida y casi esquelética.

Myron tuvo un recuerdo banal. Clase de estudio, último año. Estaban sentados hablando y él la hacía reír. Normalmente Claire era silenciosa y a menudo distraída. Hablaba en voz baja. Pero cuando él le encontraba el punto, como al remedar las tonterías de sus películas favoritas, Claire se reía tanto que se le saltaban las lágrimas. Y él no paraba. Le gustaba hacerla reír. Le encantaba ver su alegría en estado puro cuando se soltaba así.

Claire le miró. De vez en cuando todos volvemos atrás en la vida a momentos como ése, cuando todo era perfecto. Intentas volver y averiguar cómo empezó y qué camino tomaste y cómo acabaste aquí, si hubo un momento al que pudieras volver y de algún modo cambiar y plaf, ya no estarías aquí, sino en un lugar mejor.

– Cuéntame -dijo Claire.

Se lo contó todo. Empezó por la fiesta en su casa, que las había oído hablar en el sótano, la promesa, la llamada a cualquier hora. No omitió nada. Le contó la parada en la estación de servicio. Incluso que Aimee le había dicho que las cosas no iban bien con ellos.

Claire se mantuvo rígida. No dijo nada. Le temblaban levemente los labios. De vez en cuando cerraba los ojos. A veces pestañeaba como si esperara un golpe pero no fuera capaz de defenderse de él.

Cuando terminó se quedaron en silencio. Claire no hizo preguntas. Se quedó quieta y parecía muy frágil. Myron dio un paso hacia ella, pero enseguida se dio cuenta de que era mejor no acercarse.

– Tú sabes que nunca le haría daño -dijo él.

Ella no contestó.

– Claire…

– ¿Recuerdas aquella vez que quedamos en Little Park, junto a la rotonda?

26
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