Al pasar a su lado, Zorra guiñó el ojo y levantó un pie un poquito. Myron reconoció el gesto. La primera vez que se vieron, ella le rajó el pecho con la hoja de la «aguja». Pero, en fin, Win le perdonó la vida. Ahora eran colegas. Esperanza lo comparaba con sus días de ring, cuando un luchador con fama de malo se convertía de repente en una buena persona.
Myron puso el intermitente izquierdo y paró a un lado de la calle, a dos manzanas de distancia. Bajó la ventana para poder oír. Zorra estaba de pie junto a una plaza de aparcamiento. Fue todo muy natural. El coche que le seguía paró en aquella misma plaza.
El resto fue, como habían comentado, escalofriantemente simple. Zorra se acercó a la parte trasera del coche. Llevaba tacones altos desde hacía quince años, pero seguía caminando como un potro recién nacido con un mal trip.
Myron observó la escena por el retrovisor.
Zorra desenvainó la daga de su tacón de aguja. Levantó una pierna y golpeó el neumático. Myron oyó el bufido del aire. Rápidamente se acercó a la otra rueda e hizo lo mismo. Después se le ocurrió algo que no formaba parte del plan. Esperó a ver si el conductor salía y la abordaba.
– No -susurró Myron para sí mismo-. Vete.
Se lo había dicho muy claro. Pincha las ruedas y corre. No te metas en una pelea. Zorra era mortal. Si el tipo bajaba del coche -probablemente un macho acostumbrado a partir cabezas- Zorra le haría pedacitos. Olvidemos las cuestiones morales un momento. No necesitaban llamar la atención de la policía.
El gorila del coche gritó:
– ¡Eh! ¿Qué coño…? -Empezó a salir del auto.
Myron se volvió y sacó la cabeza por la ventana. Zorra lucía su sonrisa. Dobló un poco las rodillas. Myron gritó. Zorra levantó la cabeza y le miró. Myron notó su anticipación, el deseo de atacar. Meneó la cabeza con toda la firmeza de que fue capaz.
Pasó otro segundo. El gorila cerró la puerta de un portazo.
– ¡Maldita puta!
Myron siguió sacudiendo la cabeza, ahora con más apremio. El gorila dio un paso. Myron captó la mirada de Zorra, que asintió de mala gana y echó a correr.
– ¡Eh! -El gorila fue tras ella-. ¡Alto!
Myron puso el coche en marcha.
El gorila miró hacia atrás, inseguro, sin saber qué hacer, y después tomó la decisión que probablemente le salvó la vida. Volvió corriendo al coche.
Pero con las ruedas traseras pinchadas, no iría lejos.
Myron se dirigió a su encuentro con la desaparecida Katie Rochester.
41
Drew Van Dyne estaba en el salón de la familia de Big Jake Wolf e intentaba planificar su próximo paso.
Jake le había dado una Corona Light. Drew frunció el ceño. Una Corona de verdad aún, pero ¿una cerveza mexicana light? ¿Por qué no ofrecer directamente agua de pipí? Drew se la tomó de todos modos.
Aquella habitación hedía a Big Jake. Había una cabeza de ciervo colgada sobre la chimenea. Trofeos de golf y tenis se alineaban sobre la repisa. La alfombra era alguna especie de piel de oso. El televisor era enorme, al menos medía dos metros. Por todas partes había diminutos y caros altavoces. Algo clásico emergía del reproductor digital. Una máquina de palomitas de tómbola con luces parpadeantes brillaba en un rincón. Había feas estatuas doradas y helechos. Todo se había elegido no siguiendo la moda o por su función, sino por lo que parecía más ostentoso y más caro.
En la mesita auxiliar había una foto de la espectacular esposa de Jake Wolf. Drew la levantó y meneó la cabeza. En la fotografía, Lorraine Wolf llevaba bikini. Otro de los trofeos de Jake, pensó. Una foto de tu propia esposa en bikini en una mesita auxiliar del salón, ¿quién demonios hace eso?
– He charlado con Harry Davis -dijo Wolf. Él también tenía una Corona Light pero con una rodaja de limón en el gollete. Regla de Van Dyne para el consumo de alcohol: si una cerveza necesita fruta añadida, elige otra-. No va a hablar.
Drew no dijo nada.
– ¿No le crees?
Drew se encogió de hombros y bebió su cerveza.
– Es el que más tiene que perder.
– ¿Tú crees?
– ¿Tú no?
– Se lo he recordado a Harry. ¿Sabes lo que ha dicho?
Jake se encogió de hombros.
– Ha dicho que quizás era Aimee Biel quien más tenía que perder.
– Drew dejó su cerveza, evitando aposta el posavasos-. ¿Tú qué crees?
Big Jake señaló a Drew con su dedo rechoncho.
– ¿De quién sería la culpa?
Silencio.
Jake se acercó a la ventana. Señaló con un gesto de la barbilla la casa de al lado.
– ¿Ves esa casa?
– ¿Qué pasa?
– Es un maldito castillo.
– La tuya tampoco está mal, Jake.
Jake dibujó una sonrisita.
– No como ésa.
Drew habría querido decir que todo es relativo, que él, Drew Van Dyane, vivía en una madriguera más pequeña que el garaje de Wolf, pero ¿para qué molestarse? Drew también podría haber dicho que no tenía pista de tenis ni tres coches ni estatuas doradas ni salón de cine o ni siquiera una esposa de verdad desde la separación, y mucho menos con un cuerpo tan espectacular para lucirlo en bikini.
– Es un abogado importante -siguió Jake-. Fue a Yale y procura que nadie lo olvide. Lleva una pegatina de Yale en el parabrisas. Camisetas de Yale cuando sale a correr. Celebra fiestas con alumnos de Yale. Entrevista a los solicitantes de Yale en su gran castillo. Su hijo es un colgado, pero ¿a qué no sabes qué universidad le ha aceptado?
Drew Van Dyne se agitó en el asiento.
– El mundo no es un campo de juego justo, Drew. Necesitas un empujón. O tienes que buscártelo. Tú, por ejemplo, querías ser una estrella del rock. Los chicos que lo consiguen, que venden millones de cedes y llenan grandes estadios, ¿crees que valen más que tú? No. La gran diferencia, tal vez la única diferencia, es que están dispuestos a aprovecharse de una situación. Han explotado algo. Y tú no. ¿Sabes cuál es el mayor tópico del mundo?
Drew veía que no había forma de pararlo. Pero le daba igual. Estaba hablando. A su manera le estaba revelando cosas. Drew empezaba a hacerse una idea de adonde quería ir a parar Jake.
– No, ¿cuál?
– Detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.
Jake calló y se concentró en eso. Drew sintió que iba a escapársele la risa.
– Ves a alguien con mucha pasta -siguió Jake Wolf-, un Rockefeller, un Carnegie o uno de ésos. ¿Quieres saber cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? Uno de sus bisabuelos estafó, robó o mató. Tenía pelotas, seguro. Pero comprendió que el campo de juego nunca es justo. Si quieres una oportunidad, tienes que buscártela. Después sueltas a las masas el rollo ese del trabajo duro partiéndote la espalda.
Drew Van Dyne recordó la llamada de advertencia: «No hagas estupideces. Todo está controlado».
– Ese Bolitar -dijo Drew-. Ya has hecho que tus amigos policías le metieran miedo. Ni se ha inmutado.
– No te preocupes por él.
– Eso no es un gran consuelo, Jake.
– Bien -dijo Jake-, recordemos de quién es la culpa.
– De tu hijo.
– ¡Eh! -Jake volvió a señalarlo con el dedo rechoncho-. Deja a Randy al margen.
Drew Van Dyne se encogió de hombros.
– Eres tú quien quería echarle la culpa a alguien.
– Va a ir a Dartmouth. Eso está hecho. Nadie, y mucho menos una furcia estúpida, lo echará a perder.
Drew respiró hondo.
– De todos modos, la cuestión sigue siendo: si Bolitar sigue investigando, ¿qué va a descubrir?
Jake Wolf le miró.
– Nada -dijo.
Drew Van Dyne sintió un cosquilleo en la base de la espina dorsal.
– ¿Cómo puedes estar tan seguro?
Wolf no dijo nada.
– ¿Jake?
– No te preocupes. Como he dicho, mi hijo está a punto de entrar en la universidad. Ha acabado con esto.
– También has dicho que detrás de toda gran fortuna hay un gran delito.
– ¿Y?
– Ella no significa nada para ti, ¿verdad, Jake?