– Pero Aimee… es una adolescente. ¿Te acuerdas de esa época? Aprendes a esconder las cosas. Así que era cuidadosa. Supongo que era más hábil que yo. No es que no confiara en ella. Pero forma parte del trabajo de un padre vigilar a sus hijos. No sirve de mucho porque ellos lo saben.
Se quedaron mirando las casas en la oscuridad.
– Pero no eres consciente de que, incluso mientras les espías, a veces ellos le dan la vuelta a la tortilla. Sospechan que algo va mal y quieren ayudar. Y tal vez el hijo acabe vigilando al padre.
– ¿Aimee te espiaba?
Él asintió.
– ¿Qué descubrió, Erik?
– Que tengo una aventura.
Erik casi se desmayó de alivio al decirlo. Myron se sintió vacío un segundo, totalmente. Después pensó en Claire cuando iba al instituto, en la forma como se mordía nerviosamente el labio inferior al fondo de la clase de lengua del señor Lampf. Una oleada de rabia se apoderó de él.
– ¿Lo sabe Claire?
– No lo sé. Si lo sabe, nunca me ha dicho nada.
– Tu aventura, ¿va en serio?
– Sí.
– ¿Cómo lo descubrió Aimee?
– No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de que lo descubriera.
– ¿No te dijo nada nunca?
– No. Pero… como he dicho antes, hubo cambios. Iba a besarla en la mejilla y se apartaba. Casi involuntariamente. Como si le repugnara.
– Eso puede ser un comportamiento adolescente normal.
Erik bajó la cabeza y la sacudió.
– Así que cuando la espiabas, intentando ver sus mensajes, además de querer saber lo que hacía…
– Quería ver si lo sabía, sí.
De nuevo Myron pensó en Claire, esta vez en su expresión el día de su boda, empezando una vida con ese hombre, sonriendo como Esperanza el sábado, sin dudar de Erik, aunque Myron nunca hubiera confiado en él.
Como si le leyera la mente, Erik dijo:
– Nunca has estado casado. No sabes lo que es.
Myron habría querido pegarle un puñetazo en la nariz.
– Si tú lo dices.
– No sucede de golpe -dijo.
– Ajá.
– Simplemente se va alejando. Todo. Le sucede a todo el mundo. Te alejas. Te quieres pero de una forma diferente. Estás pendiente de tu trabajo, la familia, la casa, de todo menos de vosotros dos. Y un día te despiertas y quieres volver a sentir lo mismo que antes. No se trata de sexo. No es eso realmente. Quieres la pasión. Y sabes que nunca la obtendrás de la mujer que amas.
– Erik.
– ¿Qué?
– La verdad es que no quiero oírlo.
Él asintió.
– Eres el único al que se lo he dicho.
– Sí, bueno, pues qué afortunado soy.
– Sólo quería… Bueno, sólo necesitaba…
Myron levantó una mano.
– Claire y tú no sois asunto mío. Estoy aquí para encontrar a Aimee, no para hacer de consejero matrimonial. Pero quiero dejar algo claro, porque quiero que sepas exactamente mi postura: si le haces daño a Claire, te…
Se calló. Era una estupidez continuar.
– ¿Qué?
– Nada.
Erik sonrió.
– Sigues siendo su caballero de brillante armadura, ¿eh, Myron?
Bueno, Myron pensó en darle un puñetazo en la nariz. Pero se volvió y miró hacia una casa amarilla con dos coches aparcados enfrente. Y entonces lo vio.
Quedó paralizado.
– ¿Qué? -preguntó Erik.
Myron desvió la mirada rápidamente.
– Necesito tu ayuda.
Erik se entusiasmó.
– Dime.
Myron se echó a caminar hacia el sendero, maldiciéndose. Todavía estaba oxidado. No debería haberlo permitido. Lo último que necesitaba era a Erik fastidiándole. Necesitaba solucionarlo sin Erik.
– ¿Eres bueno con el ordenador?
Erik frunció el ceño.
– Creo que sí.
– Necesito que te conectes e introduzcas todas las direcciones de esta calle en un buscador. Necesitamos una lista de quiénes viven aquí. Necesito que vayas a casa ahora mismo y lo hagas.
– Pero ¿no deberíamos hacer algo ahora? -preguntó Erik.
– ¿Como qué?
– Llamar a las puertas.
– ¿Y decir qué? ¿Para qué?
– A lo mejor alguien la tiene secuestrada aquí mismo, en esta misma calle.
– Lo dudo mucho. Y aunque fuera así, llamar a la puerta sólo serviría para provocar el pánico. Además, si llamamos a una puerta a estas horas, avisarán a la policía. Los vecinos se alertarían. Escúchame, Erik. Necesitamos una razón primero. Esto podría ser un punto muerto. Puede que Aimee no fuera por ese sendero.
– Has dicho que creías que sí.
– Lo creo, pero no significa mucho. Tal vez caminara cinco manzanas más allá. No podemos hacer movimientos en falso. Si quieres ayudar, vete a casa. Búscame esas direcciones y consígueme los nombres.
Volvían a estar en el sendero. Cruzaron la verja y se dirigieron a los coches.
– ¿Qué vas a hacer tú? -preguntó Erik.
– Tengo otras pistas que seguir.
Erik quería preguntar más, pero el tono y el lenguaje corporal de Myron le detuvieron.
– Te llamaré en cuanto termine la búsqueda -dijo Erik.
Se metieron en los coches. Myron observó cómo se alejaba el otro. Entonces cogió el móvil y apretó la tecla de marcado rápido de Win.
– Al habla.
– Necesito que entres en una casa.
– Bien. Explícate, por favor.
– Encontré un sendero donde dejé a Aimee. Conduce a otro callejón sin salida.
– Ah. ¿Tenemos alguna idea de dónde acabó ella?
– Fernlake Court 16.
– Pareces muy seguro.
– Hay un coche en la entrada. En el cristal trasero hay una pegatina. Es para el aparcamiento de profesores del instituto de Livingston.
– Voy para allá.
26
Myron y Win se encontraron a tres manzanas del callejón, cerca de una escuela elemental. Allí un coche aparcado no llamaría tanto la atención. Win iba vestido de negro, incluida una gorra que tapaba sus rizos rubios.
– No he visto ningún sistema de alarma -dijo Myron.
Win asintió. De todos modos las alarmas no eran más que fastidios menores para un experto en entrar sin permiso en las casas.
– Volveré en treinta minutos.
Y lo cumplió con exactitud.
– La chica no está en la casa. Allí viven dos profesores. Él se llama Harry Davis. Enseña lengua en el Instituto de Livingston. Ella se llama Lois. Enseña en una escuela de Glen Rock. Tienen dos hijas, de edad universitaria a juzgar por las fotos, y que no estaban en casa.
– Puede ser una coincidencia.
– He puesto en GPS de rastreo a ambos coches. Davis también tiene un portafolios muy viejo, lleno a rebosar de exámenes y planificación de clases. También le he puesto uno. Vete a casa y duerme un poco. Te avisaré cuando se despierte y se ponga en marcha. Le seguiré. Y después le daremos un repaso.
Myron se dejó caer en la cama. Creyó que sería incapaz de dormir. Pero se durmió. Durmió profundamente hasta que oyó un sonido metálico procedente de abajo.
Su padre tenía el sueño ligero. Siendo niño, Myron se despertaba por la noche e intentaba pasar frente al dormitorio de ellos sin despertar a su padre. No lo consiguió nunca. Encima, su padre no se despertaba lentamente, sino con un sobresalto, como si alguien le hubiera echado agua helada por dentro del pantalón del pijama.
Eso fue lo que le ocurrió cuando oyó el clic. Se incorporó de golpe en la cama. La pistola estaba en la mesita. La cogió. Su móvil también estaba allí. Apretó el número de marcación rápida de Win, la línea que sonaba para que Win la pusiera en modo silencio y escuchara.
Myron se quedó sentado, quieto y escuchando.
Se abrió la puerta principal.
Quien fuera, intentaba ser silencioso. Myron fue sigilosamente hasta la pared, al lado de la puerta del dormitorio. Esperó y siguió escuchando. El intruso había cruzado la puerta. Qué raro. La cerradura era antigua. Se podía abrir. Pero hacerlo tan silenciosamente -sólo un rápido clic- significaba que quien fuera, o quienes fueran, eran buenos.