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Al caer, las gafas de montura metálica se doblaron, pero el golpe no fue fuerte. Profesor de Arte aprovechó el impulso. Cambió su peso. Su golpe tampoco había aterrizado con mucha fuerza porque Myron había escondido la barriga. Pero la rodilla seguía allí. Y el impulso.

Lanzó a Myron por encima de su cabeza. Myron cayó rodando. En menos de un segundo los dos volvían a estar de pie, frente a frente.

Esto es lo que no te dicen de las peleas: sientes siempre un miedo invalidante que te paraliza. Las primeras veces, cuando Myron sentía ese cosquilleo inducido por el estrés en las piernas que se hacía tan fuerte que no sabías si serías capaz de mantenerte en pie, se sentía como el peor de los cobardes. Los hombres que sólo se meten en un par de escaramuzas, a los que les cosquillean las piernas cuando se pelean con un borracho en un bar, se mueren de vergüenza. No deberían. No es cobardía. Es una reacción biológica natural. Todos la sienten.

La cuestión es ¿qué hacer con ella? Lo que aprendes con la experiencia es que puede controlarse, incluso dominarse. Tienes que respirar y relajarte. Si te golpean cuando estás tenso, te hará más daño.

El hombre tiró las gafas torcidas. Miró a Myron a los ojos. Eso formaba parte del juego. La mirada fija. El tío era bueno. Win ya lo había dicho.

Pero Myron también.

La señora Seiden gritó.

En favor de los hombres, hay que decir que ninguno de los dos se volvió con el ruido. Pero Myron tenía que ir a ayudarla. Simuló un ataque, lo suficiente para que Arte retrocediera, y después se lanzó hacia el fondo de la casa, de donde había procedido el grito.

La puerta principal estaba abierta y la señora Seiden en el umbral. A su lado, con los dedos clavados en su antebrazo, el otro tipo del coche. Era unos años mayor que Profesor de Arte y llevaba un lazo. Un lazo, nada menos. Parecía Roger Healey en la antigua serie Mi bella genio.

No había tiempo.

Profesor de Arte estaba detrás de él. Myron se deslizó a un lado y lanzó un derechazo. Profesor de Arte se abalanzó hacia él, pero Myron estaba preparado. Se paró a medio puñetazo y entrelazó el brazo alrededor de su cuello.

Myron lo tenía cogido por la cabeza.

Pero entonces, con un alarido rebelde y grotesco, Lazo saltó hacia Myron.

Apretando más fuerte el cuello, Myron apuntó una patada. Lazo la recibió en el pecho. Ablandó el cuerpo y rodó con el golpe, agarrándose a la pierna de Myron.

Myron perdió el equilibrio.

Profesor de Arte consiguió zafarse. Lanzó la mano de canto contra el cuello de Myron, quien recibió el golpe en la barbilla y le castañetearon los dientes.

Lazo no soltó la pierna de Myron. Él intentó sacudírselo. Profesor de Arte se reía. La puerta se abrió de golpe otra vez. Myron rezó por que fuera Win.

No lo era.

Había llegado Dominick Rochester. Estaba sin aliento.

Myron quería gritar una advertencia a la señora Seiden, pero fue entonces cuando un dolor que nunca había experimentado le desgarró por dentro. Soltó un aullido que helaba la sangre en las venas. Se miró la pierna. Lazo tenía la cabeza baja. Le mordía la pierna.

Myron volvió a gritar, un sonido mezclado con la risa y los vítores procedentes de Profesor de Arte.

– ¡Venga, Jeb! ¡Dale!

Myron siguió pataleando, pero Lazo mordió más fuerte sin soltarse y gruñendo como un terrier.

El dolor era insufrible, se apoderaba de todo su cuerpo.

Myron fue presa del pánico. Pateó con la pierna libre. Lazo no soltó el mordisco. Myron pataleó más fuerte, y finalmente le dio en la cabeza. El otro apretó. Myron consiguió zafarse. Lazo se quedó sentado y escupió algo de la boca. Myron vio horrorizado que era un pedazo de carne de su pierna.

Luego se lanzaron sobre él los tres, a presión.

Myron agachó la cabeza y se retorció. Acertó a la barbilla de uno. Se oyó un gruñido y una blasfemia, y le golpearon en el estómago.

Sintió otra vez los dientes en la pierna, en el mismo punto, abriendo la herida.

Win. ¿Dónde diablos estaba Win…?

Se estiró por el dolor, preguntándose qué podía hacer a continuación, cuando oyó una voz cantarina diciendo: -Oh, señor Bolitar…

Myron miró. Era Profesor de Arte con una pistola en la mano. Con la otra agarraba a la señora Seiden por el cabello.

23

Trasladaron a Myron a un gran armario de cedro del segundo piso y lo echaron en la base, con las manos atadas a la espalda con cinta adhesiva y también los pies. Dominick Rochester estaba de pie a su lado, con una pistola en la mano.

– ¿Ha llamado a su amigo Win?

– ¿Quién? -dijo Myron.

Rochester frunció el ceño.

– ¿Me toma por imbécil?

– Si conoce a Win -dijo Myron, mirándole a los ojos-, y sabe de lo que es capaz, la respuesta es sí. Creo que es imbécil.

Rochester soltó una risa burlona.

– Ya lo veremos -dijo.

Myron evaluó rápidamente la situación. Sin ventanas, una entrada. Por eso le habían llevado allí: sin ventanas. Así Win no podría atacarles desde fuera o desde lejos. Se habían dado cuenta, lo habían considerado, habían sido lo bastante listos para atarle y subirlo.

Aquello no tenía buena pinta.

Dominick Rochester iba armado. Lo mismo que Profesor de Arte. Por lo tanto sería prácticamente imposible entrar allí. Pero él conocía a Win. Myron sólo necesitaba darle tiempo.

A la derecha, Lazo Mordiscos seguía sonriendo. Tenía sangre -de Myron- en los dientes. Profesor de Arte estaba a la izquierda.

Rochester se agachó y acercó su cara a la de Myron. El olor a colonia seguía en él, peor que nunca.

– Voy a decirle lo que quiero -dijo-. Después le dejaré a solas con Orville y Jeb. Mire, sé que tuvo algo que ver con la desaparición de la chica. Y si tuvo algo que ver con ella, tuvo algo que ver con Katie. Tiene sentido, ¿no?

– ¿Dónde está la señora Seiden?

– Nadie quiere hacerle daño.

– No tuve nada que ver con su hija -dijo Myron-. Sólo acompañé a Aimee en coche. Sólo eso. La policía se lo dirá.

– Pidió un abogado.

– No fue así. Apareció mi abogado. Contesté todas las preguntas. Les dije que Aimee me había llamado para que la acompañara. Les enseñé dónde la había dejado.

– ¿Y mi hija qué?

– No la conozco. No la he visto en mi vida.

Rochester miró a Orville y a Jeb. Myron no sabía quién era quién. La pierna del mordisco le dolía.

Profesor de Arte se estaba arreglando la cola de caballo, apretándola y recolocando la goma.

– Le creo.

– Pero -añadió Lazo Mordiscos- «wegot to be, got to be certain, tengo que estar seguro».

Profesor de Arte frunció el ceño.

– ¿De quién es eso?

– De Kylie Minogue.

– Uau, qué raro, tío.

Rochester se incorporó.

– Vosotros a lo vuestro. Yo vigilaré abajo.

– Espere -dijo Myron-. Yo no sé nada.

Rochester le miró un momento.

– Es mi hija. No puedo arriesgarme. Así que ahora los Gemelos le van a dar un repasito. Si después sigue contando la misma historia, sabré que no ha tenido nada que ver. Pero si no, podría salvar a mi hija. ¿Entiende lo que le digo?

Rochester se fue hacia la puerta.

Los Gemelos se acercaron a Myron. Profesor de Arte le dio un empujón. Después se sentó sobre sus piernas. Lazo montó sobre su torso. Miró hacia abajo y enseñó los dientes. Myron tragó saliva. Intentó zafarse, pero con las manos atadas a la espalda era imposible. Su estómago se contrajo de miedo.

– Espere -repitió Myron.

– No -dijo Rochester-. Inventará evasivas, cantará, bailará, se inventará historias…

– No, no es eso…

– Déjeme acabar, entendido. Es mi hija. Tiene que comprenderlo. Tiene que reventar antes de que pueda creerle. Los Gemelos. Son buenos reventando a la gente.

– Escúcheme un momento, por favor. Intento encontrar a Aimee Biel…

– No.

– …y si la encuentro, hay una excelente posibilidad de que encuentre también a su hija. Se lo juro. Oiga, ya me ha investigado, ¿no? Por eso sabe que existe Win.

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