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Myron les sonrió y arqueó una ceja.

– Hola, señoras -dijo al pasar.

Dos de ellas se rieron disimuladamente. Las otras dos le miraron como si acabara de decirles que había defecado en los pantalones.

Win se paró a su lado.

– ¿Les has dedicado tu sonrisa más luminosa?

– Diría que la de noventa vatios al menos.

Win miró a las chicas y soltó:

– Lesbianas.

– Podría ser.

– Hay muchas por ahí, ¿no?

Myron calculó mentalmente. Probablemente les llevaba de quince a veinte años. Cuando se trata de chicas, nunca quieres admitirlo.

– El coche que te sigue -dijo Win sin dejar de mirar a las corredoras- es un coche de policía con dos agentes dentro. Han aparcado en la biblioteca y nos observan con un teleobjetivo.

– ¿Quieres decir que nos están haciendo fotos?

– Probablemente -dijo Win.

– ¿Voy bien peinado?

Win hizo un gesto de desánimo con la mano.

Myron pensó en lo que podía significar.

– Seguramente todavía me consideran sospechoso.

– Yo lo haría -dijo Win. Tenía algo que parecía una Palm Pilot en la mano. Estaba siguiendo los GPS-. Nuestro profesor preferido está al llegar.

El aparcamiento para profesores estaba del lado oeste de la escuela. Myron y Win fueron caminando. Pensaban que era mejor hablar con él fuera, antes de que empezaran las clases.

Mientras caminaban, Myron dijo:

– Adivina quién se ha presentado en casa a las tres de la mañana.

– ¿Wink Martindale? *

– No.

– Ese tipo me encanta.

– ¿A quién no? Jessica.

– Lo sé.

– Cómo… -Entonces se acordó. Había llamado al móvil de Win cuando había oído el clic en la puerta. No había colgado hasta bajar a la cocina.

– ¿Te la has tirado? -preguntó Win.

– Sí. Muchas veces. Pero no en los últimos siete años.

– Muy buena. Dime: ¿vino para echar un clavo por los viejos tiempos?

– ¿Un clavo?

– Mis raíces inglesas. ¿Qué?

– Un caballero no habla de esas cosas. Pero sí.

– ¿Y tú la has rechazado?

– Sigo casto.

– Qué caballeroso -dijo Win-. Seguro que algunos te admirarían.

– Pero no tú.

– No, yo lo considero…, y voy a hablar muy claro, o sea que presta atención, una auténtica estupidez.

– Estoy saliendo con otra.

– Ya. ¿Así que tú y la señora Seis coma ocho habéis prometido no enrollaros con nadie más?

– No es eso. No es como si un día le dijeras a tu novia: «Oye, no nos enrollemos con nadie más».

– ¿Así que no lo has prometido concretamente?

– No.

Win levantó ambas manos, totalmente desconcertado.

– Pues no lo entiendo. ¿Es que Jessica tenía halitosis o qué? -Silencio.

– Olvídalo.

– Hecho.

– Acostarse con ella sólo complicaría las cosas, ¿vale?

Win le miró.

– ¿Qué?

– «Eres una chica muy alta» -dijo Win.

Caminaron un poco más.

– ¿Todavía me necesitas? -preguntó Win.

– No lo creo.

– Te esperaré en la oficina. Si tienes problemas, llama.

Myron asintió y Win se marchó. Harry Davis bajó del coche. Había grupitos de pandillas en el aparcamiento. Myron meneó la cabeza. Nada había cambiado. Los Goths iban de negro con tachones plateados. Los Cerebritos llevaban grandes mochilas y camisas de manga corta abotonadas, cien por cien poliéster, como un puñado de ayudantes de dirección en una convención de una cadena de tiendas. Los Deportistas eran los que ocupaban más espacio, sentados sobre los capós de los coches y con una gran variedad de chaquetas con retazos de cuero, aunque hiciera demasiado calor para llevarlas.

Harry Davis tenía el paso y la sonrisa despreocupada de los que caen bien. Su aspecto físico le situaba en la categoría media, y se vestía como un profesor de instituto, es decir con poca gracia. Todas las pandillas le saludaron, y eso era significativo. Primero, los Cerebritos le estrecharon la mano y soltaron:

– ¡Hola, señor D!

¿Señor D?

Myron se detuvo. Recordó el anuario de Aimee, sus profesores favoritos: la señorita Korty…

…y el señor D.

Davis siguió caminando. Los Góticos fueron los siguientes. Le saludaron con pequeños gestos, demasiado puestos para hacer mucho más. Cuando se acercó a los Deportistas, varios chocaron los cinco con él:

– ¡Qué hay, señor D!

Harry Davis se paró y se puso a hablar con uno de los Deportistas. Los dos se apartaron un poco de la pandilla. La conversación parecía animada. El chico llevaba una chaqueta universitaria con un equipo de fútbol detrás y las letras QB de quarterback en la manga. Algunos de los chicos le llamaron:

– Eh, Farm.

Pero el quarterback estaba enfrascado hablando con el profesor. Myron se acercó más para verlos mejor.

– Vaya, vaya -dijo Myron para sus adentros.

El chico que hablaba con Harry Davis -ahora Myron le veía con claridad, la perilla en la barbilla, los cabellos rasta- no era otro que Randy Wolf.

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Myron pensó en su siguiente movimiento: ¿dejarlos hablar o enfrentarse a ellos entonces? Miró su reloj. Estaba a punto de sonar el timbre. Entonces tanto Davis como Randy Wolf entrarían y les perdería hasta el final del día.

Hora de actuar.

Cuando Myron estaba a unos tres metros de ellos, Randy le vio. El chico abrió los ojos con algo parecido al reconocimiento. Randy se apartó de Harry Davis. Davis se volvió para ver qué pasaba.

Myron los saludó con la mano.

– Hola.

Los dos se quedaron parados como si les hubieran deslumbrado con un foco.

– Mi padre me dijo que no debía hablar con usted -dijo Randy.

– Pero tu padre no llegó a conocerme. En realidad, soy una buena persona. -Myron saludó al desorientado profesor-. Hola, señor D.

Estaba casi a su lado cuando oyó una voz detrás de él.

– Es suficiente.

Myron se volvió. Dos policías de uniforme se pusieron delante de ellos. Uno era alto y desmadejado. El otro era bajo, con los cabellos largos, oscuros y rizados y un bigote poblado. El bajo parecía salido de un especial de éxitos de los ochenta.

– ¿Adónde cree que va? -dijo el alto.

– Esto es propiedad pública. Y ando por aquí.

– ¿Se está quedando conmigo o qué?

– ¿Usted cree?

– Se lo repito, listillo. ¿Adónde cree que va?

– A clase -dijo Myron-. Hay un examen final de álgebra que me lleva loco.

El alto miró al bajo. Randy Wolf y Harry Davis se intercambiaron otra mirada sin mediar palabra. Algunos alumnos empezaron a observar y a formar corrillos. Sonó el timbre. El agente alto dijo:

– Venga, no hay nada que ver aquí. Dispersaos, todos a clase.

Myron señaló a Wolf y a Davis.

– Tengo que hablar con ellos.

El agente alto no le hizo caso.

– A clase. -Después miró a Randy y añadió-: Todos.

Los chicos se dispersaron y fueron alejándose. Randy Wolf y Harry Davis se fueron también. Myron se quedó solo con los dos agentes.

El alto se acercó a él. Tenían la misma estatura, pero Myron pesaba de diez a quince kilos más.

– No se acerque más a este instituto -dijo lentamente-. No hable con ellos. No haga preguntas.

Myron lo pensó. ¿No haga preguntas? Eso no es lo que se le dice a un sospechoso.

– ¿Que no haga preguntas a quién?

– No pregunte nada a nadie.

– Eso es muy vago.

– ¿Cree que debería ser más concreto?

– Eso ayudaría, sí.

– ¿Ya está haciéndose el listo otra vez?

– Sólo pedía una aclaración.

– Eh, enteradillo. -Era el poli bajo salido de los éxitos de los ochenta. Sacó la porra y la levantó-. ¿Es esto bastante aclaración?

Ambos policías sonrieron a Myron.

– ¿Qué pasa? -El bajito con el bigote poblado golpeaba la porra contra la palma de la mano-. ¿El gato se le ha comido la lengua?

Myron miró primero al poli alto y después al bajo del bigote y dijo:

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* Famoso presentador de concursos de Estados Unidos. (N. de la T.)

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