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Clic.

Myron lo pensó. Justo donde habían visto a Katie Rochester. Tenía sentido. O quizá, con todo lo que sabía, no tuviera ninguno.

Su móvil sonó de nuevo. Era Wheat Manson, que llamaba desde Duke. No parecía contento.

– ¿Qué diablos pasa? -preguntó Wheat.

– ¿Qué?

– Lo que me dijiste de Chang. Concuerda.

– El cuarto de la clase ¿y no fue admitido?

– ¿Vamos a entrar ahí, Myron?

– No, Wheat. No. ¿Qué hay de Aimee?

– Ése es el problema.

Myron le hizo algunas preguntas más.

Empezaba a encajar.

Media hora después, Myron llegó a la casa de Ali Wilder, la primera mujer en siete años a quien decía que amaba. Aparcó y se quedó un momento en el coche. Miró la casa. Le pasaban demasiados pensamientos por la cabeza. Pensó en su difunto esposo, Kevin. Ésa era la casa que habían comprado. Myron imaginó el día en que Kevin y Ali irían allí con un agente inmobiliario y elegirían la nave como el lugar donde vivir y tener a sus hijos. ¿Se cogían de la mano mientras apreciaban su futura morada? ¿Qué le gustó a Kevin? ¿O fue tal vez el entusiasmo de su amada lo que le hizo aceptar? ¿Y por qué demonios estaba pensando esas cosas Myron?

Le había dicho a Ali que la quería.

¿Habría hecho eso -decirle «te quiero»- si Jessica no hubiera ido a verle? Sí.

«¿Estás seguro, Myron?»

Sonó el móvil.

– Diga.

– ¿Piensas pasarte la noche sentado en el coche?

Sintió que el corazón se le ensanchaba al oír la voz de Ali.

– Perdona, estaba pensando.

– ¿En mí?

– Sí.

– ¿En lo que te gustaría hacerme?

– Bueno, no exactamente -dijo-. Pero puedo empezar ya, si quieres.

– No te preocupes. Ya lo tengo todo planeado. Sólo interferirías en lo que había pensado.

– Dime.

– Prefiero que lo veas. Ven a la puerta. No llames. No hables. Jack duerme y Erin está arriba con el ordenador.

Myron colgó. Vio su reflejo -con la sonrisa tonta- en el retrovisor del coche. Intentó no ir corriendo allí, pero no pudo evitar acudir a toda velocidad. Se abrió la puerta antes de que llegara. Ali llevaba el pelo suelto, una blusa ajustada, roja y brillante, tirante en la parte superior, como pidiendo que la desabrocharan.

Ali se llevó un dedo a los labios.

– Chist.

Le besó apasionadamente. Lo notó en las puntas de los dedos. El cuerpo le cantó. Ella le susurró al oído.

– Los chicos están arriba.

– Eso has dicho.

– Normalmente no soy muy aventurera -dijo Ali, lamiéndole la oreja. Todo el cuerpo de Myron se encogió de placer-. Pero es que te quiero ya.

Myron reprimió la respuesta humorística. Se besaron otra vez. Ella le cogió la mano y le guió rápidamente por el pasillo. Cerró la puerta de la cocina. Cruzaron el salón. Ali cerró otra puerta.

– ¿Cómo te las arreglas en un sofá? -preguntó ella.

– No me importaría hacerlo en una cama de clavos en la cancha del Madison Square Garden.

Se dejaron caer en el sofá.

– Dos puertas cerradas -dijo Ali respirando pesadamente. Volvieron a besarse. Las manos empezaron a volar-. Nadie puede sorprendernos.

– Veo que lo has estado planeando -dijo Myron.

– Prácticamente todo el día.

– Ha valido la pena -dijo Myron.

Ali pestañeó.

– Oh, espera y verás.

Se dejaron la ropa puesta. Eso fue lo más asombroso. Sí, se desabrocharon botones y se bajaron cremalleras pero no se quitaron la ropa. Y luego, jadeando abrazados, totalmente agotados, Myron dijo lo mismo que decía cada vez que acababan:

– Uau.

– Tienes un rico vocabulario.

– Nunca uses una palabra larga cuando una corta es suficiente.

– Podría hacer una broma ahora, pero no lo haré.

– Gracias -dijo él-. ¿Puedo preguntarte algo?

Ali se acurrucó junto a él.

– Lo que quieras.

– ¿Somos exclusivos?

Ella le miró.

– ¿En serio?

– Creo que sí.

– Es como si me pidieras salir en serio.

– ¿Qué dirías si lo hiciera?

– ¿Pedirme para salir en serio?

– Claro, ¿por qué no?

– Exclamaría: «¡Sí!». Después te preguntaría si puedo garabatear tu nombre en mi agenda y ponerme tu chaqueta de la universidad.

Él sonrió.

– ¿Tu pregunta tiene algo que ver con nuestro intercambio anterior de «te quiero»? -preguntó Ali.

– No lo creo.

Silencio.

– Somos adultos, Myron. Puedes acostarte con quien quieras.

– No quiero acostarme con nadie más.

– Entonces ¿por qué me preguntas eso?

– Porque antes… No sé, pero no pienso con mucha claridad cuando estoy en ese estado de… -Gesticuló.

Ali levantó los ojos al cielo.

– Hombres. No, me refería a por qué esta noche. ¿Por qué me preguntas si somos exclusivos esta noche?

Él no supo qué decir. Quería ser sincero, pero ¿le apetecía hablar de la visita de Jessica?

– Quería tener claro dónde estábamos.

De repente se oyeron pasos en la escalera.

– ¡Mamá!

Era Erin. Una puerta, la primera de las dos, se abrió de golpe.

Myron y Ali se movieron a una velocidad que habría intimidado al NASCAR. Tenían la ropa puesta pero, como un par de adolescentes, se aseguraron de que todo estuviera abrochado y bien metido antes de que la segunda manilla empezara a girar. Myron se fue de un salto al otro extremo del sofá mientras Erin abría la puerta. Los dos intentaron disimular la cara de culpabilidad con resultados dudosos.

Erin entró como una tromba. Vio a Myron.

– Me alegro de que estés aquí.

Ali acabó de alisarse la falda.

– ¿Qué pasa, cariño?

– Tienes que subir enseguida -dijo Erin.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– Estaba con el ordenador, mandando mensajes a mis amigos. Y justo ahora, quiero decir, hace treinta segundos, Aimee Biel ha entrado y me ha saludado.

45

Corrieron todos a la habitación de Erin.

Myron subió las escaleras de tres en tres. La casa tembló. No le importó. Lo primero que pensó al entrar en el dormitorio fue cuánto le recordaba al de Aimee. Las guitarras, las fotografías del espejo, el ordenador sobre la mesa. Los colores eran diferentes, había más cojines y animales de felpa, pero no había duda de que ambas habitaciones pertenecían a chicas de instituto con mucho en común.

Myron se acercó al ordenador. Erin entró detrás de él y Ali detrás de ella. Erin se sentó frente al ordenador y señaló una palabra:

GuitarlovurCHC.

– CHC significa Crazy Hat Care -dijo Erin-, el nombre de la banda que estamos formando.

– Pregúntale donde está -dijo Myron.

Erin tecleó: ¿DÓNDE ESTÁS? Después apretó retorno.

Pasaron diez segundos. Myron se fijó en el icono del perfil de Aimee. La banda Green Day. Su papel pintado era el de los New York Rangers. Cuando tecleó un fragmento de su «sonido amigo», se oyó una canción de Usher por los altavoces.

No puedo decirlo. Pero estoy bien. No te preocupes.

– Dile que sus padres están angustiados. Que debería llamarles.

Erik tecleó: TUS PADRES ESTÁN DESESPERADOS. DEBERÍAS LLAMARLES.

Lo sé. Pero estaré pronto en casa. Entonces les explicaré todo.

Myron pensó cómo seguir.

– Dile que estoy aquí.

Erin tecleó: MYRON ESTÁ AQUÍ.

Larga pausa. El cursor parpadeó.

Creía que estabas sola.

LO SIENTO. ESTÁ AQUÍ. A MI LADO.

Sé que le he dado problemas a Myron. Dile que lo siento, pero estoy bien.

Myron pensó un momento.

– Erin, pregúntale algo que sólo sepa ella.

– ¿Como qué?

– Vosotras habláis, ¿no? Tenéis secretos.

– Claro.

– No estoy convencido de que sea Aimee. Pregúntale algo que sólo tú y ella sepáis.

Erin se lo pensó y después tecleó: ¿CÓMO SE LLAMA EL CHICO QUE ME GUSTA?

El cursor parpadeó. No contestaría. Estaba bastante seguro de eso. Entonces GuitarlovurCHC tecleó:

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