Литмир - Электронная Библиотека
A
A

¿Por fin te ha pedido para salir?

– Insiste en que te diga el nombre -dijo Myron.

– Iba a hacerlo -dijo Erin. Tecleó: ¿CÓMO SE LLAMA?

Tengo que irme.

Erin no necesitó que la apremiaran: NO ERES AIMEE. AIMEE SABRÍA SU NOMBRE.

Larga pausa. La más larga hasta entonces. Myron miró a Ali. Tenía los ojos fijos en la pantalla. Myron oía su propia respiración en los oídos como si tuviera caracolas marinas en ellos. Finalmente llegó la respuesta.

Mark Cooper.

El nombre en la pantalla desapareció. GuitarLovurCHC se había ido.

Por un momento nadie se movió. Myron y Ali tenían los ojos fijos en Erin. Ella se puso tensa.

– Erin…

Algo le había ocurrido. Un temblor ligero en una comisura del labio. Se hizo mayor.

– Oh, no -dijo Erin.

– ¿Qué pasa?

– ¿Quién diablos es Mark Cooper?

– ¿Era Aimee o no?

Erin asintió.

– Era Aimee. Pero…

Su tono hizo que la temperatura de la habitación descendiera diez grados.

– ¿Pero qué? -preguntó Myron.

– Mark Cooper no es el chico que me gusta.

Myron y Ali se miraron desorientados.

– ¿Quién es entonces? -preguntó Ali.

Erin tragó saliva. Miró primero a Myron y después a su madre.

– Mark Cooper era un chico muy raro que fue al campamento de verano. Le hablé a Aimee de él. Solía seguirnos a algunas con una sonrisa impúdica horrible. Siempre que se nos acercaba, nos reíamos y susurrábamos al oído de la otra… -Su voz se quebró y cuando volvió era más baja-. Susurrábamos: «Problemas».

Todos miraron a la pantalla, esperando que se encendiera otra vez. Pero no pasó nada. Aimee no reapareció. Había enviado su mensaje y se había ido.

46

Claire estaba al teléfono a los pocos segundos. Marcó el número del móvil de Myron. Cuando él respondió, dijo:

– Aimee se ha conectado. ¡Me han llamado dos amigos suyos!

Erik Biel estaba sentado a la mesa y escuchaba. Tenía las manos unidas. Había pasado todo el día anterior conectado, investigando, según las instrucciones de Myron, a personas que vivían en la zona de ese callejón. Ahora sabía que había estado perdiendo el tiempo. Myron había visto un coche con una pegatina del Livingston High School inmediatamente. Lo había identificado como el de un profesor de Aimee, un hombre llamado Harry Davis, esa misma noche.

Había querido quitárselo de en medio y le había encargado trabajo de distracción.

Claire escuchó y soltó un gritito.

– Oh no, oh Dios mío…

– ¿Qué? -dijo Erik.

Ella le hizo callar con un gesto.

Erik sintió la rabia otra vez. No contra Myron. Ni siquiera contra Claire, sino contra sí mismo. Se miró el monograma de sus gemelos franceses. Llevaba un traje hecho a medida. ¿Y qué? ¿A quién creía impresionar? Miró a su esposa. Había mentido a Myron en lo de la pasión. Todavía la deseaba. Más que nada deseaba que Claire le mirara como antes. Tal vez Myron tuviera razón. Tal vez Claire le había amado de verdad. Pero nunca le había respetado. No le necesitaba.

Cuando su familia tenía un problema, Claire acudía a Myron. Había apartado a Erik. Y evidentemente él se había conformado.

Erik Biel había hecho lo mismo toda la vida. Conformarse. Su amante, una poquita cosa de la oficina, era tímida y necesitada y le trataba como si fuera de la realeza. Eso le hacía sentirse hombre. Claire no lo hacía. Era así de simple. Y lastimoso.

– ¿Qué? -preguntó Erik otra vez.

Ella le ignoró. Él esperó. Por fin Claire pidió a Myron que esperara un momento.

– Myron dice que él también la ha visto conectada. Le ha dictado una pregunta a Erin. Ha contestado de forma que… Era ella, pero tiene problemas.

– ¿Qué ha dicho?

– Ahora no tengo tiempo para entrar en detalles. -Claire se puso otra vez al teléfono y dijo a Myron… ¡a Myron!-: Tenemos que hacer algo.

Hacer algo.

La verdad era que Erik Biel no era suficientemente hombre. Lo sabía desde hacía tiempo. Cuando tenía catorce años, eludió una pelea. Lo vio toda la escuela. El matón estaba a punto. Pero Erik se fue. Su madre le había llamado prudente. En los medios, marcharse es ser «valiente». Menuda estupidez. Ni paliza, ni estancia en el hospital, ni contusión o hueso roto podía haber hecho más daño a Erik Biel que no haber dado la cara. No lo había olvidado, no lo había superado. Se había acobardado ante una pelea. La pauta se repitió. Abandonó a sus compañeros cuando les atacaron en una fiesta de la fraternidad. En un partido de los Jets, dejó que alguien vertiera cerveza sobre su novia. Si un hombre le miraba mal, Erik Biel siempre era el primero en desviar la mirada.

Lo puedes expresar con todo el lenguaje psicológico de la civilización moderna -toda la basura sobre la fortaleza interior y que la violencia nunca soluciona nada- pero todo eso no era más que racionalización. Vives engañado, al menos una temporada, pero llega un momento de crisis, una crisis como ésta, y te das cuenta de lo que eres en realidad, que los trajes caros y los coches espectaculares y los pantalones planchados no te convierten en nada.

No eres un hombre.

Aun así, incluso con los endebles como Erik, no se traspasa un cierto punto. Si lo cruzas, ya no vuelves atrás. Tiene que ver con los hijos. Un hombre protege a su familia a toda costa. No importa el sacrificio.

Aceptarás cualquier golpe. Irás a los confines de la tierra y lo arriesgarás todo por evitarles un peligro. No retrocedes. Nunca. Hasta tu último aliento.

Se habían llevado a su niña. Eso no lo dejas pasar. Erik Biel cogió el arma. Había sido de su padre, una Ruger.22. Era una pistola antigua. Seguramente no se había disparado en treinta años. Erik la había llevado a una armería esa mañana. Había comprado munición y otros artículos que podía necesitar. El dependiente la había limpiado y la probó haciendo muecas de disgusto ante el lastimoso hombrecillo que ni siquiera sabía cómo se cargaba y se utilizaba la maldita pistola.

Pero ya estaba cargada.

Erik Biel oyó a su esposa hablar con Myron preguntándose qué era lo que podían hacer a continuación. Drew Van Dyne, les había oído decir, no estaba en casa. Habían hablado de Harry Davis. Erik sonrió. En eso les llevaba ventaja. Había bloqueado el identificador de llamadas y había marcado el número del profesor fingiendo ser inversor. Davis se había puesto al teléfono y había dicho que no estaba interesado.

Eso había sido hacía media hora.

Erik fue hacia su coche. Llevaba la pistola metida en el cinturón.

– ¡Erik! ¿Adónde vas?

No le contestó. Myron Bolitar se había encontrado con Harry Davis en el instituto. El profesor no le había dicho nada. Pero, de un modo u otro, estaba totalmente seguro de que hablaría con Erik Biel.

Myron oyó decir a Claire:

– ¡Erik! ¿Adónde vas?

Su teléfono hizo un clic.

– Claire, me llaman por la otra línea. Ya te llamaré.

Myron descolgó la otra línea.

– ¿Es usted Myron Bolitar?

La voz le sonaba.

– Sí.

– Soy el detective Lance Banner del Departamento de Policía de Livingston. Nos conocimos ayer.

¿Había sido ayer, sólo?

– Por supuesto, detective, ¿qué puedo hacer por usted?

– ¿Está muy lejos del St. Barnabas Hospital?

– A unos quince o veinte minutos. ¿Por qué?

– Acaban de ingresar a Joan Rochester en cirugía.

47

Myron aceleró y llegó al hospital en diez minutos. Lance Banner le estaba esperando.

– ¿Sigue Joan Rochester en cirugía?

– ¿Qué ha pasado?

– ¿Quiere la versión de él o la de ella?

– Ambas.

– Dominick Rochester dice que se cayó por la escalera. Ya habían estado aquí. Se cae mucho por la escalera, usted ya me entiende.

– Le entiendo. Pero ha dicho que ella también tenía una versión.

62
{"b":"106879","o":1}