No había nada diferente.
Pero sintió un escalofrío.
Miró a Erik y después a Claire. Sus ojos eran duros, protectores, pero había algo más, algo más allá del agotamiento y la rendición, algo primitivo e instintivo. Erik y Claire caminaban al lado de su hija, pero no la tocaban. En eso se fijó Myron. No tocaban a su propia hija.
– ¡Hola, Myron! -gritó Aimee.
– Hola.
Aimee cruzó corriendo la calle. Sus padres no se movieron. Myron tampoco. Aimee le dio un abrazo y casi lo hizo caer. Myron intentó devolvérselo pero no fue capaz. Aimee le estrechó más fuerte.
– Gracias -susurró.
Él no dijo nada. Su abrazo era como siempre, cálido y fuerte, igual que los de antes.
Pero él quiso que acabara.
Sintió que el corazón se le hundía y se le hacía pedazos. Que Dios le perdonara, sólo quería que le soltara y se apartara de él. Que esa chica a la que había querido tanto se fuera. La cogió de los hombros y la apartó suavemente.
Claire ya estaba detrás de ella y dijo a Myron:
– Tenemos prisa. Pronto nos veremos.
Asintió. Las dos mujeres se alejaron caminando. Erik esperaba en el coche. Myron los miró. Claire iba al lado de su hija, pero no la tocaba. Erik y Claire se miraron, sin hablar. Aimee se sentó atrás y ellos dos delante. Era normal, pensó Myron, pero siguió pareciéndole que querían mantener la distancia con Aimee, como si se preguntaran sobre la desconocida que vivía ahora con ellos. Claire se volvió y le miró.
«Ya lo saben», pensó Myron.
Myron vio alejarse el coche. Y mientras desaparecía calle abajo, se dio cuenta de que no había mantenido su promesa. No les había devuelto a su hija.
Aquella hija había desaparecido.
57
CUATRO DÍAS DESPUÉS
Jessica Culver se casó con Stone Norman en Tavern on the Green.
Myron estaba en su despacho cuando leyó la noticia en el periódico. Esperanza y Win también estaban. Win estaba de pie junto a un espejo de cuerpo entero, admirando su golpe de golf, como hacía a menudo. Esperanza miró a Myron atentamente.
– ¿Va todo bien? -preguntó.
– Bien.
– ¿Te das cuenta de que esta boda es lo mejor que puede pasarte?
– Sí. -Myron dejó el periódico-. He llegado a una conclusión que deseaba compartir con vosotros.
Win se detuvo a medio balanceo.
– Mi brazo no está lo bastante recto.
Esperanza le hizo un gesto para que se callara.
– ¿Qué?
– Siempre he intentado huir de lo que en realidad es un instinto natural en mí -dijo Myron-, el acto heroico. Siempre me advertís contra eso. Y os he escuchado. Pero he pensado otra cosa. Creo que debo hacerlo. Tendré derrotas, sin duda, pero tendré más victorias. No voy a huir más de eso. No quiero acabar siendo un cínico. Quiero ayudar a la gente y es lo que pienso hacer.
Win se volvió a mirarle.
– ¿Has acabado?
– He acabado.
Win miró a Esperanza.
– ¿Debemos aplaudir?
– Creo que deberíamos.
Esperanza se puso en pie y aplaudió frenéticamente. Win levantó el palo de golf y golpeó educadamente contra el suelo.
Myron hizo una inclinación de cabeza y dijo:
– Muchísimas gracias, sois un público estupendo, no olvidéis a la camarera al salir y probad la ternera.
Big Cyndi asomó la cabeza por la puerta. Se le había ido la mano con el colorete esa mañana y parecía un semáforo.
– La línea dos para el señor Bolitar. -Big Cyndi pestañeó. Imaginaos dos escorpiones boca arriba. Después añadió-: Es tu nuevo amor.
Myron cogió el teléfono.
– ¿Eli?
Ali Wilder dijo:
– ¿A qué hora vendrás?
– Sobre las siete.
– ¿Te va bien pizza y un DVD con los chicos?
Myron sonrió.
– Suena de maravilla.
Colgó. Sonreía. Esperanza y Win se miraron.
– ¿Qué? -preguntó Myron.
– Te pones tan tonto cuando te enamoras… -dijo Esperanza.
Myron miró el reloj.
– Ya es la hora.
– Buena suerte -dijo Esperanza.
Myron se dirigió a Win.
– ¿Quieres venir?
– No, amigo mío. Es todo tuyo.
Myron se puso de pie. Besó a Esperanza en la mejilla. Abrazó a Win, quien se sorprendió con el gesto, pero respondió. Myron volvió a Nueva Jersey. Hacía un día magnífico. El sol brillaba como si acabaran de crearlo. Myron buscó en el dial de la radio. No paraban de poner sus canciones favoritas.
Era perfecto.
No se molestó en parar en la tumba de Brenda. Pensó que lo comprendería. Los actos hablan más que las palabras.
Myron aparcó en el St. Barnabas Medical Center. Fue a la habitación de Joan Rochester. Estaba sentada cuando él entró, preparada para marcharse.
– ¿Cómo se encuentra? -preguntó.
– Bien -dijo Joan Rochester.
– Siento mucho lo que le ha pasado.
– No se preocupe.
– ¿Va a volver a casa?
– Sí.
– ¿Y no le va a denunciar?
– Exacto.
Myron se lo imaginaba.
– Su hija no puede huir siempre.
– Lo sé.
– ¿Qué va a hacer?
– Katie vino a casa anoche.
Menudo final feliz, pensó Myron. Cerró los ojos. No era lo que deseaba oír.
– Rufus y ella se pelearon. Y Katie volvió a casa. Dominick la ha perdonado. Todo irá bien.
Se miraron. No iría bien, ya lo sabían.
– Quiero ayudarla -dijo Myron.
– No puede.
Tal vez tenía razón.
Ayudas a quien puedes, como decía Win. Y siempre, siempre, mantienes una promesa. Por eso había ido a verla, por mantener su promesa.
Se encontró con la doctora Edna Skylar en el pasillo, en la unidad de oncología. Esperaba verla en su despacho, pero se conformaría.
Edna Skylar sonrió al verle. Llevaba muy poco maquillaje, la bata blanca arrugada. No le colgaba un estetoscopio del cuello esta vez.
– Hola, Myron -dijo.
– Hola, doctora Skylar.
– Llámeme Edna.
– De acuerdo.
– Estaba a punto de irme. -Señaló con el pulgar el ascensor-. ¿Qué le trae por aquí?
– De hecho, usted.
Edna Skylar llevaba un bolígrafo detrás de la oreja. Lo cogió, anotó algo en una historia y lo dejó.
– ¿En serio?
– Me aclaró algo cuando estuve aquí la última vez -dijo Myron.
– ¿Qué?
– Hablamos de los pacientes virtuosos, ¿recuerda? Hablamos de los puros frente a los mancillados. Fue muy sincera conmigo al decirme que prefería trabajar con quienes lo merecían.
– Hablé mucho, sí-dijo ella-, pero la verdad es que hice un juramento y trato también a quienes no me gustan.
– Oh, lo sé. Pero, mire, me hizo pensar. Porque estaba de acuerdo con usted. Quería ayudar a Aimee Biel porque creía que era… no lo sé.
– ¿Inocente? -dijo Skylar.
– Creo que sí.
– Pero descubrió que no lo era.
– Peor que eso -dijo Myron-. Descubrí que se equivocaba.
– ¿En qué?
– No podemos prejuzgar a las personas así. Nos volvemos cínicos. Presuponemos lo peor. Y cuando hacemos eso, empezamos a ver sólo las sombras. ¿Sabe que Aimee Biel ha vuelto a casa?
– Algo he oído, sí.
– Todos creen que huyó.
– Eso también lo he oído.
– Nadie ha escuchado su historia de verdad. En cuanto esa presunción apareció, Aimee Biel dejó de ser inocente. Incluso sus padres querían defender sus intereses. Deseaban tanto protegerla que ni siquiera comprendieron la verdad.
– ¿Cuál es la verdad?
– Inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero no es sólo cuestión del juzgado.
Edna Skylar miró teatralmente el reloj.
– No estoy segura de entender adónde quiere ir a parar.
– Creí en esa chica toda la vida. ¿Me equivocaba? ¿Era todo mentira? Pero al final fue como dijeron sus padres: la misión de protegerla era suya y no mía. Y así pude verlo con más desapasionamiento. Estaba dispuesto a arriesgarme a descubrir la verdad, así que esperé. Cuando por fin encontré a Aimee sola, le pedí que me lo contara todo, porque había demasiados agujeros en la historia de que hubiera huido y asesinara a su amante, el uso del cajero, la llamada desde la cabina, todo aquello. Cosas así. No quería limitarme a desecharlo y ayudarla a seguir con su vida. Así que hablé con ella. Recordé cuánto la quería y me preocupaba por ella. E hice algo muy raro.