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– ¿Qué hizo Aimee?

– Sólo me miró. No dijo nada. Estaba decepcionada, estaba claro. -Davis cerró los ojos con fuerza-. Pero también me temía que estuviera enfadada.

– ¿Y se marchó?

– Sí.

– Y desapareció -dijo Myron- antes de comunicar lo que sabía. Antes de que pudiera destruirle. Y si el escándalo del trueque saliera a la luz, tal como le dije la primera vez que hablamos, estaría acabado, se sabría todo.

– Lo sé. Lo he pensado.

Se calló. Le resbalaban lágrimas por las mejillas.

– ¿Qué? -preguntó Myron.

– Mi tercer gran error -dijo en voz baja.

Myron sintió un escalofrío en la columna.

– ¿Qué hizo?

– No le habría hecho ningún daño jamás. La apreciaba.

– ¿Qué hizo, Harry?

– Estaba confuso, no sabía qué hacer en aquella situación. Y me asusté. Imaginé lo que iba a significar, como usted ha dicho. Se sabría todo. Todo. Y me entró el pánico.

– ¿Qué hizo? -preguntó Myron otra vez.

– Llamar. En cuanto ella se marchó, llamé a quien mejor sabría lo que había que hacer.

– ¿A quién llamó, Harry?

– A Jake Wolf -contestó-. Y le dije que Aimee Biel estaba frente a mi casa.

49

Claire se reunió con ellos cuando salieron corriendo.

– ¿Qué demonios ha pasado allí dentro?

Erik no redujo la marcha.

– Vete a casa, Claire. Por si se le ocurre llamar.

Claire miró a Myron como pidiéndole ayuda. Myron no le ofreció ninguna. Erik ya estaba en el asiento del conductor, figurativa y literalmente. Myron se sentó rápidamente en el asiento de al lado y Erik salió pitando.

– ¿Sabes ir a casa de Wolf? -preguntó Myron.

– He acompañado a mi hija allí varias veces -dijo.

Arrancó. Myron le observó la cara. Normalmente la expresión de Erik se situaba en las proximidades del desdeño, con ceño fruncido y profundas arrugas de desaprobación. No había nada de eso. Su cara estaba lisa y plácida. Myron casi esperaba que pusiera la radio y se pusiera a silbar.

– Te van a arrestar -dijo Myron.

– Lo dudo.

– ¿Crees que no te denunciarán?

– Lo más seguro.

– El hospital tendrá que informar de la herida de bala.

Erik se encogió de hombros.

– Aunque hablaran, ¿qué dirían? Tengo derecho a que me juzguen mis iguales, padres con hijos adolescentes. Testificaré. Hablaré de mi hija desaparecida y de un profesor que sedujo a una alumna y aceptó sobornos por cambiar los expedientes académicos…

Calló como si el veredicto fuera demasiado obvio para seguir hablando. Myron no sabía qué decir. Se apoyó en el respaldo.

– Myron.

– ¿Qué?

– Es culpa mía, ¿no? Mi aventura fue el catalizador.

– No creo que sea tan sencillo -dijo Myron-. Aimee tiene una voluntad fuerte. Puede que contribuyera, pero por raro que parezca, tiene sentido. Van Dyne es profesor de música y trabaja en su tienda de música preferida. Es normal que se sienta atraída. Es probable que haya superado lo de Randy. Aimee siempre ha sido una buena chica, ¿no?

– La mejor -dijo él bajito.

– Puede que sólo necesitara rebelarse. Sería lo normal, ¿no? Y ahí estaba Van Dyne, dispuesto. No sé si fue así, pero no te culparía a ti de todo.

Él asintió, pero no parecía muy convencido. La verdad era que Myron tampoco se esforzaba mucho. Había pensado en llamar a la policía, pero ¿qué les diría exactamente? ¿Y qué harían ellos? La policía local podía estar en la nómina de Jake Wolf, le avisarían. Podían avisarle. De todos modos, tendrían que respetar sus derechos. Erik y él no tenían que preocuparse por eso.

– ¿Cómo crees que ha sucedido? -preguntó Erik.

– Nos quedan dos sospechosos -dijo Myron-. Drew Van Dyne y Jake Wolf.

Erik meneó la cabeza.

– Es Wolf.

– ¿Por qué estás tan seguro?

Él ladeó la cabeza.

– Todavía no entiendes lo del lazo paterno, ¿eh, Myron?

– Tengo un hijo, Erik.

– Está en Irak, ¿no?

Myron no dijo nada.

– ¿Y qué harías por salvarle?

– Ya sabes la respuesta.

– La sé. Lo mismo que yo. Y lo mismo que Jake Wolf. Ya ha demostrado hasta dónde puede llegar.

– Hay una gran diferencia entre pagar a un profesor para que cambie un expediente y…

– ¿Asesinar? -acabó Erik por él-. Probablemente no empezó así. Empiezas hablando con ella, intentando hacerle ver las cosas a tu manera. Le explicas que encontrará problemas a la hora de su admisión en Duke y todo eso, pero ella no cede. Y de repente lo ves: es el clásico escenario o ellos o nosotros. Ella tiene el futuro de tu hijo en sus manos. Es su futuro o el de tu hijo. ¿Por cuál te decides?

– Estás especulando -dijo Myron.

– Puede.

– Tienes que mantener la esperanza.

– ¿Por qué?

Myron le miró.

– Está muerta, Myron. Los dos lo sabemos.

– No, no sabemos nada.

– Anoche, cuando estábamos en ese callejón, ¿recuerdas lo que dijiste?

– Dije muchas cosas.

– Dijiste que no creías que la hubiera raptado al azar un psicópata.

– Y no lo creo. ¿Y qué?

– Que lo pienses. Si fue alguien que la conocía, Wolf, Davis, Van Dyne, da igual, ¿por qué la habría raptado?

Myron no dijo nada.

– Todos ellos tenían razones para hacerla callar. Pero piénsalo bien. Has dicho que podían ser Van Dyne o Wolf. Yo apuesto por Wolf. Pero en cualquier caso, todos temían que hablara.

– Sí.

– No te limitas a secuestrar a alguien si es eso lo que temes, sino que le matas.

Lo dijo bajo una calma absoluta, con las manos colocadas sobre el volante. Myron no supo qué decir. Erik lo había expresado de forma más que convincente. No secuestras si el objetivo es silenciar. Eso no funcionaría. Ese miedo también había mortificado a Myron. Había intentado esquivarlo, no dejarlo libre, pero ahí estaba, aireado por el único hombre que querría imaginar el panorama más optimista sobre lo que había sucedido.

– Y ahora -dijo Erik- estoy bien. ¿Ves? Lucho, me esfuerzo por descubrir qué ha sucedido. Cuando la encontremos, si está muerta, se acabó para mí. Me pondré una máscara. Seguiré adelante por mis otros hijos. Será el único motivo para no dejarme caer y morir, por mis otros hijos. Pero créeme, mi vida estará acabada. Podrían enterrarme perfectamente con Aimee. De eso se trata. Estoy muerto, Myron. Pero no me iré como un cobarde.

– Frena -dijo Myron-. Todavía no sabemos nada.

Entonces Myron se acordó. Aimee se había conectado esa noche. Iba a recordárselo a Erik, para darle un poco de esperanza, pero primero quería pensarlo un poco. No tenía sentido. Erik había planteado algo interesante. Por lo que sabían, no había razón para secuestrar a Aimee, sino para matarla.

¿Era realmente Aimee la que se había conectado? ¿Había mandado una advertencia a Erin?

Algo no encajaba.

Salieron de la Ruta 280 a una velocidad que puso el coche sobre dos ruedas. Erik frenó al llegar a la calle de Wolf. El coche subió la colina y se paró a dos casas de distancia de la de Wolf.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Erik.

– Llamar a la puerta, a ver si está en casa.

Los dos bajaron del coche y entraron en el paseo. Myron iba delante. Erik le dejó. Llamó al timbre. El sonido era estridente y pretencioso y duraba demasiado. Erik se quedó unos pasos atrás, en la oscuridad. Myron pensó que llevaba la pistola. No sabía cómo enfocarlo. Erik ya había disparado contra un hombre esa noche. No parecía tener ningún reparo en volver a hacerlo.

La voz de Lorraine Wolf se oyó por el interfono.

– ¿Quién es?

– Soy Myron Bolitar, señora Wolf.

– Es muy tarde. ¿Qué desea?

Myron recordó el corto traje blanco de tenis y el tono malicioso. No había nada de malicioso en su tono ahora. La voz era tensa.

– Necesito hablar con su marido.

– No está en casa.

– Señora Wolf, ¿podría abrir la puerta, por favor?

– Quiero que se vaya.

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