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– No necesito contexto, Harry.

Él casi se rió.

– Entiende lo que le digo más de lo que quiere reconocer, creo. La cuestión es que soy un hombre normal, y con eso quiero decir que soy un heterosexual con necesidades y deseos afines. Estoy rodeado año tras años de mujeres hermosas, alucinantes, que llevan ropa ajustada y tejanos de cintura baja y escotes vertiginosos y los ombligos al aire. Todos los días, señor Bolitar. Me sonríen. Flirtean conmigo. Y se supone que los profesores tenemos que ser fuertes y resistir día tras otro.

– Déjeme adivinar -dijo Myron-. Usted dejó de resistir.

– No pretendo ganarme su simpatía. Lo que le digo es que la posición en que estamos no es natural. Si ves a una chica de diecisiete años sexy caminando por la calle, la miras. La deseas. Incluso fantaseas.

– Pero -dijo Myron- no haces nada.

– Pero ¿por qué no haces nada? ¿Porque está mal, o porque no puedes? Imagínese ahora que ve a centenares de chicas como ésa todos los días desde hace años. Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha luchado por ser poderoso y rico. ¿Por qué? Los antropólogos dirían que lo hacemos para atraer a más y mejores hembras. Es la naturaleza. No mirar, no desear, no sentirse atraído te convertiría en un bicho raro. ¿No cree?

– No tengo tiempo para esto, Harry. Ya sabe que está mal.

– Lo sé -dijo- y durante veinte años he controlado esos impulsos. Me he conformado con mirar, imaginar y fantasear.

– ¿Y después?

– Hace dos años tuve una alumna maravillosa, inteligente y guapa. No era Aimee, no. No le diré su nombre, no tiene por qué saberlo. Se sentaba en primera fila y era como un premio. Me miraba como si yo fuera un dios. Se dejaba los dos primeros botones de la blusa desabrochados…

Davis cerró los ojos.

– Se abandonó a sus necesidades naturales -dijo Myron.

– No conozco a muchos hombres que se hubieran resistido.

– ¿Y eso qué tiene que ver con Aimee Biel?

– Nada, al menos directamente. Aquella joven y yo tuvimos una aventura. No entraré en detalles.

– Gracias.

– Pero un día sus padres nos descubrieron. Como se puede imaginar, fue un desastre. Estaban como locos. Se lo dijeron a mi esposa. Donna todavía no me ha perdonado del todo, pero acordamos pagar para que callaran. Ellos también deseaban discreción, les preocupaba la reputación de su hija. Así que nos pusimos de acuerdo en no decir nada. Ella fue a la universidad y yo seguí enseñando. Y aprendí la lección.

~¿Y?

– Lo dejé atrás. Pensará que soy un monstruo, pero no lo soy. He tenido tiempo de pensar en ello. Usted cree que sólo intento racionalizar, pero es más que eso. Soy un buen profesor. Me dijo que era impresionante ser Profesor del Año y que yo lo había ganado más veces que ningún otro profesor en la historia del instituto. Y es que los alumnos me preocupan. No es una contradicción tener esas necesidades y preocuparse por los alumnos. Ya sabe lo perceptivos que son los adolescentes. Detectan a un impostor a la legua. Me votan y acuden a mí cuando tienen un problema porque saben que me preocupo sinceramente.

A Myron le entraron ganas de vomitar ante aquellos argumentos, con razón en parte, aunque perversa.

– Así que siguió enseñando -dijo, intentando que volviera al tema-. Lo dejó atrás y…

– Y entonces cometí otro error -dijo. Volvió a sonreír y mostró sangre en los dientes-. No, no es lo que cree. No tuve otra aventura.

– ¿Entonces qué?

– Pillé a un chico vendiendo hierba. Y lo denuncié al director y a la policía.

– Randy Wolf -dijo Myron.

Davis asintió.

– ¿Qué pasó?

– Su padre. ¿Le conoce?

– Nos conocemos.

– Me investigó. Había corrido algún rumor de aquel lío. Contrató a un detective privado y consiguió ayuda de otro profesor, Drew Van Dyne. Era el camello de Randy.

– Así que si procesaban a Randy -dijo Myron-, Van Dyne tenía mucho que perder.

– Sí.

– Déjeme adivinarlo: Jake Wolf descubrió su aventura.

Davis asintió.

– Y le chantajeó a cambio de su silencio.

– Oh, fue más allá.

Myron miró el pie del hombre. La sangre seguía saliendo. Había que, tenía que llevarlo a un hospital, pero no quería dejar pasar aquel momento. Lo curioso era que Davis no parecía sufrir. Quería hablar. Seguramente llevaba años dando vueltas a aquellas locas justificaciones, él solo con su cerebro, y ahora por fin veía la oportunidad de expresarlas.

– Jake Wolf me tenía en sus manos -siguió Davis-. Cuando entras en el chantaje, ya no hay salida. Además se ofreció a pagarme. Y yo acepté, sí.

Myron pensó en lo que Wheat Manson le había dicho por teléfono.

– Usted era, además de profesor, también asesor de estudios.

– Sí.

– Tenía acceso a los expedientes de los alumnos. He visto a lo que pueden llegar los padres en esta ciudad por meter a sus hijos en la universidad que desean.

– No tiene ni idea -dijo Davis.

– Sí la tengo. No era muy diferente cuando yo era joven. Así que Jake Wolf le obligó a alterar las notas de su hijo.

– Algo así. Sólo cambié la parte académica de su expediente. Randy quería ir a Dartmouth y a Dartmouth le interesaba Randy por el fútbol, pero tendría que haberse situado entre los cuarenta primeros. Hay cuatrocientos chicos en su curso. Randy era el cincuenta y tres. No estaba mal, pero no llegaba al cupo. Otro estudiante, Ray Clarke, es un chico inteligente. Es el quinto de su curso. Entró en Georgetown tal como quería…

– Por lo tanto cambió el expediente de Randy por el de ese tal Clarke.

– Sí.

Entonces Myron recordó lo que había dicho Randy, que había hecho lo posible por que Aimee volviera con él, por compartir su objetivo.

– E hizo lo mismo por Aimee Biel. Se aseguró de que entrara en Duke tal como le pidió Randy, ¿no?

– Sí.

– Y cuando Randy le dijo a Aimee que la había ayudado, en vez de agradecérselo, le recriminó. Pero no lo estuvo. Se puso a investigar. Intentó acceder al ordenador del instituto para ver qué había pasado. Llamó a Roger Chang, el número cuatro del curso, para confirmar sus notas y sus actividades extracurriculares. Quería saber qué habían hecho ustedes.

– Eso no lo sé -dijo Davis. Estaba perdiendo el flujo de adrenalina. Empezaba a pestañear de dolor-. Nunca hablé con Aimee de eso. No sé qué le dijo Randy, eso era lo que le estaba preguntando cuando nos vio el otro día en el aparcamiento del instituto. Dijo que no había mencionado mi nombre, sólo que la había ayudado a entrar en Duke.

– Pero Aimee lo dedujo. O al menos lo intentó.

– Podría ser.

Él pestañeó otra vez. Myron no hizo caso.

– Bien, ya hemos llegado a aquella noche, Harry. ¿Por qué me pidió Aimee que la trajera aquí?

La puerta de la cocina se abrió. Erik asomó la cabeza por la puerta.

– ¿Cómo va?

– Va bien -dijo Myron.

Esperaba que Erik discutiera, pero desapareció otra vez en la cocina.

– Está loco -dijo Davis.

– Usted tiene hijas, ¿no?

– Sí. -Y asintió como si lo comprendiera de repente.

– Se está andando con rodeos, Harry. Está sangrando. Necesita atención médica.

– Eso no importa.

– Ha llegado muy lejos. Acabemos de una vez. ¿Dónde está Aimee?

– No lo sé.

– ¿Por qué vino aquí?

Él cerró los ojos.

– Harry.

Su voz era baja.

– Dios me perdone, pero yo no lo sé.

– ¿Quiere explicarse?

– Llamó a la puerta. Era tardísimo, las dos o las tres de la madrugada, no lo sé. Donna y yo dormíamos. Nos dio un susto de muerte. Nos asomamos a la ventana, la vimos, miré a mi mujer y debería haber visto su expresión. Estaba tan dolida… Toda la desconfianza, todo lo que había intentado enmendar, todo se vino abajo. Se echó a llorar.

– ¿Y qué hizo?

– Le dije a Aimee que se marchara.

Silencio.

– Abrí la ventana. Le dije que era tarde, que hablaríamos el lunes.

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